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Apreciar el ‘chance’ (II)

Juan Diego Godoy
01 de julio, 2020

Ahora, en plena pandemia la OIT alerta que uno de cada cinco jóvenes de todo el mundo ha dejado de trabajar desde que comenzó la crisis del coronavirus y que quienes han tenido la fortuna de seguir con su empleo han visto reducidas sus horas de trabajo y sus salarios en un 23%. Las ayudas del Gobierno llegarán, pero o lo harán tarde o no serán suficientes, además que pueden ser peligrosas (asistencialismo) y, sobre todo, son momentáneas.

Para que vivamos en un país en el que el chance sea la normalidad y para que ésta no sea solo la realidad de unos pocos (ese 30% de la población que tiene un trabajo formal frente al 70% que vive de la economía informal) primero debemos comprender que nos faltan ‘chances’ decentes porque nos hacen falta empresas decentes que puedan nacer, crecer y multiplicarse en un país que vele por el cumplimiento de las normas claras y que disponga de una autoridad con los pantalones bien puestos para evitar que existan mecanismos, tiranos, instituciones y otras empresas que eclipsen la labor de los trabajadores y patrones honestos que lo arriesgan todo y que, a la larga, son la esperanza para el progreso de este país que tiene tanto pero que ofrece tan poco.

Somos el país de los extremos y el chance no está exento de este modus operandi. Hay quienes no tienen ni un solo día para descansar y otros que no tienen trabajo. Entre los extremos están los explotados y los marginados. Lo que tienen en común ambos ejemplos es que ninguno de los dos tiene chance (como lo definí en la parte 1 de este artículo). 

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El primero trabaja, pero el exceso le impide un desarrollo personal, físico y emocional en otras facetas de su vida. El ocio y el descanso son tan necesarios como el trabajo. Una sociedad consumista, adicta a la inmediatez y extremadamente competitiva nos ha vendido (con éxito) la idea de que el ocio es siempre secundario y que si se descansa el fin de semana, de lunes a viernes hay que ser un esclavo del trabajo. ¿En dónde está el sano intercambio allí? ¿Qué hay de el trabajo como un medio, ordenado al bien del hombre y no viceversa?  

El segundo no trabaja, pero no porque no le apetezca. Basta ya del pensamiento estúpido de que el pobre “es pobre porque quiere”. Nadie quiere ser pobre porque dentro del bienestar humano es fundamental el acceso a una vida digna y la pobreza es, dentro de esta definición, la ausencia de las herramientas para poder vivir dignamente. El que no trabaja usualmente es la víctima final de las redes de corrupción empresariales que limitan la sana competencia, de la falta de interés del Estado y los ciudadanos más favorecidos por buscar el desarrollo de todo el país y no solo de unos pocos. El éxodo hacia “el norte” es la consecuencia de las décadas de olvido al interior del país; lo comprueban los 1.205.644 de personas (no todas necesariamente guatemaltecas) que abandonaron el país en 2019, dirigidos a Estados Unidos (88,81%), México (3,66%) y Belice (2,15%), según el “Ranking de Emigrantes” que actualiza Expansión. El tráfico de drogas, la trata de personas y la violencia en sí son el resultado de una población abandonada a su suerte —una suerte que el mismo sistema ha manipulado para que sea mala, siempre. El mejor ejemplo está en las cifras de desnutrición: el 49,8% de los niños sufre desnutrición crónica (1 de cada 2) y ocupamos el primer puesto de América Latina y el sexto en el mundo en cuanto a desnutrición infantil, según las últimas cifras de UNICEF. 

En el fondo, a quien no trabaja no solo se le priva del los beneficios materiales y vitales del chance (alimentación, desarrollo, salud, hogar) sino que también se le niega la finalidad más importante del trabajo bien hecho: el impacto hacia la comunidad, el crecimiento personal, la felicidad.

Si la pandemia por la covid-19 nos enseñará algo, que sea a abrir los ojos para vencer, de una vez por todas, la indiferencia y el egoísmo. Y que nos ayude, como punto de partida, a apreciar lo que tenemos y que muchas veces damos por sentado. Para apreciar el chance primero tiene que haber uno y para que haya uno, primero tenemos que permitirlo. Que esta pandemia, que destruirá varios, nos ayude a comprender, de una vez por todas, que sin chance no hay oportunidad, no hay sano intercambio y no hay libertad. Sin chance no hay chance.

#TendamosPuentes

@jdgodoyes

Apreciar el ‘chance’ (II)

Juan Diego Godoy
01 de julio, 2020

Ahora, en plena pandemia la OIT alerta que uno de cada cinco jóvenes de todo el mundo ha dejado de trabajar desde que comenzó la crisis del coronavirus y que quienes han tenido la fortuna de seguir con su empleo han visto reducidas sus horas de trabajo y sus salarios en un 23%. Las ayudas del Gobierno llegarán, pero o lo harán tarde o no serán suficientes, además que pueden ser peligrosas (asistencialismo) y, sobre todo, son momentáneas.

Para que vivamos en un país en el que el chance sea la normalidad y para que ésta no sea solo la realidad de unos pocos (ese 30% de la población que tiene un trabajo formal frente al 70% que vive de la economía informal) primero debemos comprender que nos faltan ‘chances’ decentes porque nos hacen falta empresas decentes que puedan nacer, crecer y multiplicarse en un país que vele por el cumplimiento de las normas claras y que disponga de una autoridad con los pantalones bien puestos para evitar que existan mecanismos, tiranos, instituciones y otras empresas que eclipsen la labor de los trabajadores y patrones honestos que lo arriesgan todo y que, a la larga, son la esperanza para el progreso de este país que tiene tanto pero que ofrece tan poco.

Somos el país de los extremos y el chance no está exento de este modus operandi. Hay quienes no tienen ni un solo día para descansar y otros que no tienen trabajo. Entre los extremos están los explotados y los marginados. Lo que tienen en común ambos ejemplos es que ninguno de los dos tiene chance (como lo definí en la parte 1 de este artículo). 

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El primero trabaja, pero el exceso le impide un desarrollo personal, físico y emocional en otras facetas de su vida. El ocio y el descanso son tan necesarios como el trabajo. Una sociedad consumista, adicta a la inmediatez y extremadamente competitiva nos ha vendido (con éxito) la idea de que el ocio es siempre secundario y que si se descansa el fin de semana, de lunes a viernes hay que ser un esclavo del trabajo. ¿En dónde está el sano intercambio allí? ¿Qué hay de el trabajo como un medio, ordenado al bien del hombre y no viceversa?  

El segundo no trabaja, pero no porque no le apetezca. Basta ya del pensamiento estúpido de que el pobre “es pobre porque quiere”. Nadie quiere ser pobre porque dentro del bienestar humano es fundamental el acceso a una vida digna y la pobreza es, dentro de esta definición, la ausencia de las herramientas para poder vivir dignamente. El que no trabaja usualmente es la víctima final de las redes de corrupción empresariales que limitan la sana competencia, de la falta de interés del Estado y los ciudadanos más favorecidos por buscar el desarrollo de todo el país y no solo de unos pocos. El éxodo hacia “el norte” es la consecuencia de las décadas de olvido al interior del país; lo comprueban los 1.205.644 de personas (no todas necesariamente guatemaltecas) que abandonaron el país en 2019, dirigidos a Estados Unidos (88,81%), México (3,66%) y Belice (2,15%), según el “Ranking de Emigrantes” que actualiza Expansión. El tráfico de drogas, la trata de personas y la violencia en sí son el resultado de una población abandonada a su suerte —una suerte que el mismo sistema ha manipulado para que sea mala, siempre. El mejor ejemplo está en las cifras de desnutrición: el 49,8% de los niños sufre desnutrición crónica (1 de cada 2) y ocupamos el primer puesto de América Latina y el sexto en el mundo en cuanto a desnutrición infantil, según las últimas cifras de UNICEF. 

En el fondo, a quien no trabaja no solo se le priva del los beneficios materiales y vitales del chance (alimentación, desarrollo, salud, hogar) sino que también se le niega la finalidad más importante del trabajo bien hecho: el impacto hacia la comunidad, el crecimiento personal, la felicidad.

Si la pandemia por la covid-19 nos enseñará algo, que sea a abrir los ojos para vencer, de una vez por todas, la indiferencia y el egoísmo. Y que nos ayude, como punto de partida, a apreciar lo que tenemos y que muchas veces damos por sentado. Para apreciar el chance primero tiene que haber uno y para que haya uno, primero tenemos que permitirlo. Que esta pandemia, que destruirá varios, nos ayude a comprender, de una vez por todas, que sin chance no hay oportunidad, no hay sano intercambio y no hay libertad. Sin chance no hay chance.

#TendamosPuentes

@jdgodoyes