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Adaptación

Carlos Díaz-Durán
03 de septiembre, 2020

La capacidad del ser humano para adaptarse no deja de sorprenderme. Desde el principio del encierro he creído firmemente que lo que necesitábamos era aprender a convivir con esta triste enfermedad. El encierro hizo mucho daño: psicológico, mental e irónicamente dañó la salud de muchas personas de forma más grave que el propio virus. Afecciones de salud que podrían haber sido tratadas con relativa facilidad se volvieron letales por falta de acceso a servicios hospitalarios provocada por el pánico y la histeria colectiva.

Tuvieron que pasar casi cinco meses para que recuperáramos algunas de nuestras libertades. Sin ánimo de hacer de menos una enfermedad que ha hecho sufrir a muchas personas y ha causado pérdidas humanas irreparables, la catástrofe que muchos predecían no se ve después de cerca de un mes de esta relativa vuelta a la normalidad. 

Las predicciones no tomaban en cuenta que los seres humanos estamos hechos para sobrevivir, para adaptarnos y sobreponernos. Nuestras libertades siguen estando restringidas, muchas de ellas sin mayor justificación. El toque de queda, el cierre del aeropuerto, el establecimiento de precios tope a medicamentos, entre otros, no hacen sentido y continúan dañando nuestra ya de por sí golpeada economía. 

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Estas medidas se ven aún menos justificadas tras ver que es posible que retomemos actividades de forma responsable, cuidándonos a nosotros mismos. El estado niñera -ejecutivo y legislativo en concierto- sigue extendiendo antojadizamente el estado de calamidad pública, que a todas luces ha dejado de tener sentido. 

Si algo no tenemos que normalizar, es la pérdida de nuestras libertades y el poder ilimitado de los gobernantes. No perdamos de vista que seis meses de estado de calamidad no son ni normales, ni necesarios y que las libertades que se entregan ciegamente son difíciles de recuperar. Adaptémonos, pero no nos adaptemos al poder ilimitado ni a las arbitrariedades de los gobernantes de turno. 

Adaptación

Carlos Díaz-Durán
03 de septiembre, 2020

La capacidad del ser humano para adaptarse no deja de sorprenderme. Desde el principio del encierro he creído firmemente que lo que necesitábamos era aprender a convivir con esta triste enfermedad. El encierro hizo mucho daño: psicológico, mental e irónicamente dañó la salud de muchas personas de forma más grave que el propio virus. Afecciones de salud que podrían haber sido tratadas con relativa facilidad se volvieron letales por falta de acceso a servicios hospitalarios provocada por el pánico y la histeria colectiva.

Tuvieron que pasar casi cinco meses para que recuperáramos algunas de nuestras libertades. Sin ánimo de hacer de menos una enfermedad que ha hecho sufrir a muchas personas y ha causado pérdidas humanas irreparables, la catástrofe que muchos predecían no se ve después de cerca de un mes de esta relativa vuelta a la normalidad. 

Las predicciones no tomaban en cuenta que los seres humanos estamos hechos para sobrevivir, para adaptarnos y sobreponernos. Nuestras libertades siguen estando restringidas, muchas de ellas sin mayor justificación. El toque de queda, el cierre del aeropuerto, el establecimiento de precios tope a medicamentos, entre otros, no hacen sentido y continúan dañando nuestra ya de por sí golpeada economía. 

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Si algo no tenemos que normalizar, es la pérdida de nuestras libertades y el poder ilimitado de los gobernantes. No perdamos de vista que seis meses de estado de calamidad no son ni normales, ni necesarios y que las libertades que se entregan ciegamente son difíciles de recuperar. Adaptémonos, pero no nos adaptemos al poder ilimitado ni a las arbitrariedades de los gobernantes de turno.