En la diversidad de ideas está la riqueza humana. Y para explotar esa riqueza, es necesario que esas ideas sean comunicadas para ser juzgadas y digeridas por otras mentes. Ahora bien, ¿es posible este intercambio de ideas entre dos polos opuestos sin caer en los vicios de la imposición de las mismas? No solo es posible, sino necesario. Y urgente.
Vamos a ello.
Querer que todos tengan el mismo pensamiento, es imposible e ingenuo, de la misma manera que callar las opiniones propias y desaprovechar los espacios para plantearlas también es una forma de autocensura poco estratégica y patética. En la arena del debate y del diálogo —en la que figuramos como gladiadores— hemos de comprender que quienes nos medimos frente a frente lo hacemos con el único fin de tender puentes con las personas que piensan distinto, para poder encontrar puntos en común sobre los cuáles partir y establecer vínculos sólidos para que otras personas puedan cruzarlos.
En la multiplicidad de posturas no solamente encontramos riqueza cultural, política, ideológica, religiosa y económica, también encontramos el camino que nos puede aproximar a la Verdad. Hace unos días conversé sobre este tema con Agustín Laje, escritor y politólogo argentino. Traigo a colación su respuesta —independientemente de lo que piense usted en torno a esta figura— porque considero que, vista desde un plano racional, es muy acertada.
¿Cómo tendemos estos puentes? ¿Qué bases tiene que haber para que no colapsen? Coincidimos en que construir “puentes de ideas” consiste en plantear una hipótesis, refutarla, dejar que otros la refuten y luego replantearla. Así se construyen los mejores diálogos, bajo un formato parecido al que sigue el Método Científico. Pero existen algunos vicios durante estos planteamientos, como por ejemplo, plantear una hipótesis sin permitir refutaciones y prohibir que resuenen opiniones contrarias a la hipótesis planteada, violando el debido proceso del Método Científico.
Cuando un gladiador que rechaza el Método Científico llega a la arena del debate de ideas, lo mejor es evitar esa confrontación. La razón es simple: no se disputa un partido de fútbol con alguien que pretende jugarlo pero bajo las reglas del basquetbol. Las batallas se eligen, y en este caso, deben elegirse cuando sepamos que ambas partes buscan edificar puentes, no cavar zanjas. En la conversación que tuvimos, Laje le puso un nombre a este comportamiento, y me pareció bastante acertado: honestidad intelectual.
La honestidad intelectual es ese requisito básico que ambas partes —ambos gladiadores— se comprometen a respetar, pues han llegado a la arena para buscar que el conocimiento avance en favor de la Verdad y en favor del bien común. Por ello, cuando la honestidad intelectual falta en el diálogo, sobran motivaciones perversas en el debate de ideas, tales como incentivos materialistas o partidistas que suelen trabajar a base de extorsión, abuso de poder, corrupción y manipulación.
La próxima vez que usted participe en un intercambio de ideas, asegúrese que existe entre ambas parte ese requisito común llamado “honestidad intelectual”, que es infraestructura y tierra firme para crear el puente. De lo contrario, no pierda su tiempo. No construya su puente sobre arena movediza.
@jdgodoyes