Evidentemente no soy politólogo ni analista ni mucho menos, y por esa razón considero que es más que oportuno para quienes nos desempeñamos en otras profesiones y áreas, hablar de política. Es justo, necesario e inevitable. Y hacerlo en la mesa, en las reuniones sociales y donde sea, debe ser una costumbre y no un tabú.
Vamos a ello.
Siempre me ha molestado una frase esa que suelen decirnos en algún momento de nuestra vida: “Para evitar conflictos en las reuniones sociales, mejor no hable ni de política” (a la frase suele añadírsele conceptos como “religión” y “fútbol”, pero para efectos de esta columna, los dejaremos fuera). La frase, a nivel superficial, podría interpretarse como conciliadora. Claro, ante tantas opiniones, ideologías y ofertas políticas, mejor callar para evitar discusiones. Pero si vamos al fondo de ella, nos daremos cuenta que la frase en sí y todo lo que representa es, más bien, uno de los grandes problemas que tenemos como sociedad. Se nos ha enseñado a evitar los temas supuestamente polémicos cuando son esos los que conforman, en buena medida, nuestra idiosincracia y que por lo mismo deberían discutirse abiertamente y con la madurez que exigen.
¿Cómo no se va a hablar de abono cuando lo que se quiere es un bonito jardín? El problema es, por ejemplo, que hemos permitido que ciertos conceptos peyorativos se adueñen de la política. La corrupción, el despilfarro, la ineficiencia y el descaro son vicios políticos. Nadie lo duda. Pero hablar de las plantas muertas no estropea el jardín. Al contrario, contribuye para mejorarlo. ¿Qué lugares necesitan abono? ¿Qué plantas requieren sol? Lo mismo pasa la política. Ahora bien, del jardín no solo se habla de sus fallos. Se comenta lo bien que le hace la sombra del árbol a esas plantas y lo bonita que se ve la combinación de colores con aquellas especies de por allí. Lo mismo debería de pasar con la política. La honestidad, el servicio, la dignidad y la honradez también son características de la política, o mejor dicho, son virtudes que suelen quedar relegadas en las discusiones porque se nos ha enseñado que el Gobierno es malo, que los políticos son ladrones y que el sistema está podrido. Generalizaciones simplistas, nada más. Poco se nos dice de la concepción original de Estado, de los beneficios de la democracia y de los valores republicanos. ¿Cómo mejora y se motiva un atleta si solo nos empeñamos en señalar sus faltas?
Es cierto. Tenemos a la orden del día movimientos populistas, instituciones tomadas por estructuras sombrías, amenazas a las libertades individuales y, por ende, colectivas, ideologías radicales de derecha e izquierda con planes firmes para llegar al poder. Pero con toda esta peste llamando a nuestra puerta, ¿cómo no vamos a hablar de política? Lo haremos en la mesa, en la sobremesa, debajo de la mesa y aunque no haya mesa. Porque hablar de la situación del país es el primer paso para cambiarla. Pero eso sí: lo haremos sin caer en discusiones centradas solo en los vicios. Recordaremos las virtudes, las oportunidades, los sueños. Porque cuando los ciudadanos comprendemos que vivimos en contextos de repúblicas cuyo fin es asegurar ideales como la libertad, la democracia y la dignidad, entonces nuestras preocupaciones van en la línea de nuestra calidad de vida como sociedad y, por ende, de las instituciones y mecanismos para asegurarla. De la política.
@jdgodoyes / Sucríbase a La Columna Semanal aquí: https://chat.whatsapp.com/ GRfNaM5ZJt02Mn9sMkjSS8