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Tirios y troyanos

Alejandro Palmieri
10 de junio, 2021

Escribir no es fácil, y lo más difícil es escribir fácil, decía mi viejo; hoy, que tengo el gusto y privilegio de escribir en este medio, confieso que me tomó buen tiempo decidir sobre sobre qué escribir, y tratar de ser ameno.  Escribir fácil, pues.  Recordé entonces, que días atrás tuve la oportunidad de dar una charla a estudiantes de la carrera de Ciencias de la Comunicación de una universidad privada, en donde traté uno de los temas más importantes del acontecer político nacional -aunque también se da en muchos otros países- como es la politización de la justicia pero, peor aún, la mediatización de la justicia. 

Compartí con los estudiantes que el Doctor en Derecho e investigador de la UNAM, Miguel Carbonell ha escrito al sobre la mediatización de la justicia y en ese respecto dijo que “lo peor que le puede pasar a un sistema de procuración y administración de justicia es que funcione solamente conforme a los dictados de lo que los medios de comunicación consideran relevante”.  Dijo también que “parece que las autoridades piensan que los juicios se ganan ante el tribunal de la opinión “publicada” y no en los juzgados y tribunales de verdad” en donde se han presentado personas inocentes ante los medios de comunicación y se han filtrado medios de investigación que están bajo reserva.  De manera contundente, dice que “la Suprema Corte -de aquel país- ha señalado que la presunción de inocencia tiene un alcance más allá del proceso y comprende también a la percepción que la sociedad tenga de una persona”.

Podríamos creer que está hablando de lo ocurrido en Guatemala a partir, sobre todo, desde 2015, pero habla de México y allí es donde nos damos cuenta de que la mediatización de la justicia es un fenómeno, tristemente, global.

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Acá se presentó -y se sigue haciendo- a personas capturadas y que antes de ser presentadas ante juez, son exhibidas ante los medios de comunicación, en plena contravención del artículo 13 constitucional; por si fuera poco, todos recordamos aquellas conferencias de prensa donde la jefa del Ministerio Público y otros fiscales fustigaban contra los señalados, mostrándolos para el escarnio público, a pesar de que la misma ley del MP en su articulo 7 les prohíbe hacerlo.  Hoy, aunque es mucho menos, sigue pasando.  Da la impresión de que a los fiscales no solo les atrae mucho la incandescencia de la luz de las cámaras, sino que parecen creer que buscar el apoyo de la audiencia de los medios es importante para conseguir que un acusado sea juzgado de acuerdo con las pretensiones de la fiscalía.  Luego, cuando no pueden sustentar probatoriamente sus casos los sindicados no son condenados, les resulta fácil echarle la culpa -de su fracaso- a una suerte de conjura o conciliábulo inexistentes, pero que, a base de hashtags pegajosos, logran introducir en el imaginario colectivo.

Hoy, cuando muchos de los mismos vicios de antes afectan ahora a otros, los harapos y retazos de tanta vestidura rasgada son expuestos en medios y redes sociales como muestra de una supuesta persecución política.  

Y como no se trata de venganza, nos toca a los creyentes en el Derecho, señalar tanto aquellas como estas violaciones a las garantías procesales y derechos fundamentales.  El problema que enfrentamos es que, al hacerlo, no quedamos bien con nadie, porque acá pareciese que estamos en medio de tirios y troyanos, y la guerra se nos viene encima.

Hoy, que sabemos que coincidir en agendas y tener intereses comunes con personas distintas a nosotros no significa pérdida de individualidad o claudicación de principios, es cuando más enfrentados y distanciados parecemos estar.  

En una democracia, pero sobre todo en una república, el defender principios y hasta intereses, es posible sin que eso implique o requiera la aniquilación del enemigo que, más que eso, es un simple contrincante. 

Tirios y troyanos

Alejandro Palmieri
10 de junio, 2021

Escribir no es fácil, y lo más difícil es escribir fácil, decía mi viejo; hoy, que tengo el gusto y privilegio de escribir en este medio, confieso que me tomó buen tiempo decidir sobre sobre qué escribir, y tratar de ser ameno.  Escribir fácil, pues.  Recordé entonces, que días atrás tuve la oportunidad de dar una charla a estudiantes de la carrera de Ciencias de la Comunicación de una universidad privada, en donde traté uno de los temas más importantes del acontecer político nacional -aunque también se da en muchos otros países- como es la politización de la justicia pero, peor aún, la mediatización de la justicia. 

Compartí con los estudiantes que el Doctor en Derecho e investigador de la UNAM, Miguel Carbonell ha escrito al sobre la mediatización de la justicia y en ese respecto dijo que “lo peor que le puede pasar a un sistema de procuración y administración de justicia es que funcione solamente conforme a los dictados de lo que los medios de comunicación consideran relevante”.  Dijo también que “parece que las autoridades piensan que los juicios se ganan ante el tribunal de la opinión “publicada” y no en los juzgados y tribunales de verdad” en donde se han presentado personas inocentes ante los medios de comunicación y se han filtrado medios de investigación que están bajo reserva.  De manera contundente, dice que “la Suprema Corte -de aquel país- ha señalado que la presunción de inocencia tiene un alcance más allá del proceso y comprende también a la percepción que la sociedad tenga de una persona”.

Podríamos creer que está hablando de lo ocurrido en Guatemala a partir, sobre todo, desde 2015, pero habla de México y allí es donde nos damos cuenta de que la mediatización de la justicia es un fenómeno, tristemente, global.

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Acá se presentó -y se sigue haciendo- a personas capturadas y que antes de ser presentadas ante juez, son exhibidas ante los medios de comunicación, en plena contravención del artículo 13 constitucional; por si fuera poco, todos recordamos aquellas conferencias de prensa donde la jefa del Ministerio Público y otros fiscales fustigaban contra los señalados, mostrándolos para el escarnio público, a pesar de que la misma ley del MP en su articulo 7 les prohíbe hacerlo.  Hoy, aunque es mucho menos, sigue pasando.  Da la impresión de que a los fiscales no solo les atrae mucho la incandescencia de la luz de las cámaras, sino que parecen creer que buscar el apoyo de la audiencia de los medios es importante para conseguir que un acusado sea juzgado de acuerdo con las pretensiones de la fiscalía.  Luego, cuando no pueden sustentar probatoriamente sus casos los sindicados no son condenados, les resulta fácil echarle la culpa -de su fracaso- a una suerte de conjura o conciliábulo inexistentes, pero que, a base de hashtags pegajosos, logran introducir en el imaginario colectivo.

Hoy, cuando muchos de los mismos vicios de antes afectan ahora a otros, los harapos y retazos de tanta vestidura rasgada son expuestos en medios y redes sociales como muestra de una supuesta persecución política.  

Y como no se trata de venganza, nos toca a los creyentes en el Derecho, señalar tanto aquellas como estas violaciones a las garantías procesales y derechos fundamentales.  El problema que enfrentamos es que, al hacerlo, no quedamos bien con nadie, porque acá pareciese que estamos en medio de tirios y troyanos, y la guerra se nos viene encima.

Hoy, que sabemos que coincidir en agendas y tener intereses comunes con personas distintas a nosotros no significa pérdida de individualidad o claudicación de principios, es cuando más enfrentados y distanciados parecemos estar.  

En una democracia, pero sobre todo en una república, el defender principios y hasta intereses, es posible sin que eso implique o requiera la aniquilación del enemigo que, más que eso, es un simple contrincante.