Los gritos de desesperación retumban también en las publicaciones de aquellas cuentas sombrías que viven por y para el desprestigio. Crece la frustración de estos usuarios que sin necesidad de ser netcenters —una estructura criminal cuyas operaciones expliqué en esta columna—, se empeñan en hacer de los espacios digitales un pantano hediondo en el que flotan los insultos, falacias, burlas pesadas y hasta amenazas contra la vida e integridad de otros. Son los que se rasgan las vestiduras con todo, menos con lo más importante: las estructuras del poder que drenan las buenas voluntades, el dinero honesto y las capacidades que intentan operar en un país cada vez más cerca del fracaso que del progreso. Pierden el foco más rápido que la cabeza.
Así como las calles, ahora las redes sociales no son un lugar seguro para periodistas. Se han llenado de todas aquellas personas que gracias al buen periodismo, han visto frustrados sus sueños de vivir en la tiranía de la mentira. A ellos hay que recordarles que los periodistas seguiremos transitando las calles físicas y digitales con la cabeza en alto, el teléfono en mano y los hechos al frente. Criticaremos, expondremos, analizaremos y desenredaremos lo que toque, con tal de informar y ayudar a que la sociedad tenga un criterio racional, firme y enriquecido.
Al final, ¿qué son un par de insultos por parte de unos desconocidos en plataformas como Twitter frente a la Verdad? Poco. Son dardos que hieren, sí, pero que no matan. Solo comprueban que el acoso contra los periodistas en las redes sociales es otra manera cobarde y fallida de silenciar lo que les incomoda a quienes siguen causando estragos en todos los rincones del país.
Todo mi apoyo, fuerza y admiración por los periodistas que en estos últimos meses —por no decir años— han sido hostigados, insultados, perseguidos y amenazados. Por ustedes dan ganas de navegar por esos pantanos, con libreta y megáfono en mano.
@jdgodoyes / Sucríbase a La Columna Semanal aquí (https://chat.whatsapp.com/ GRfNaM5ZJt02Mn9sMkjSS8)
Los gritos de desesperación retumban también en las publicaciones de aquellas cuentas sombrías que viven por y para el desprestigio. Crece la frustración de estos usuarios que sin necesidad de ser netcenters —una estructura criminal cuyas operaciones expliqué en esta columna—, se empeñan en hacer de los espacios digitales un pantano hediondo en el que flotan los insultos, falacias, burlas pesadas y hasta amenazas contra la vida e integridad de otros. Son los que se rasgan las vestiduras con todo, menos con lo más importante: las estructuras del poder que drenan las buenas voluntades, el dinero honesto y las capacidades que intentan operar en un país cada vez más cerca del fracaso que del progreso. Pierden el foco más rápido que la cabeza.
Así como las calles, ahora las redes sociales no son un lugar seguro para periodistas. Se han llenado de todas aquellas personas que gracias al buen periodismo, han visto frustrados sus sueños de vivir en la tiranía de la mentira. A ellos hay que recordarles que los periodistas seguiremos transitando las calles físicas y digitales con la cabeza en alto, el teléfono en mano y los hechos al frente. Criticaremos, expondremos, analizaremos y desenredaremos lo que toque, con tal de informar y ayudar a que la sociedad tenga un criterio racional, firme y enriquecido.
Al final, ¿qué son un par de insultos por parte de unos desconocidos en plataformas como Twitter frente a la Verdad? Poco. Son dardos que hieren, sí, pero que no matan. Solo comprueban que el acoso contra los periodistas en las redes sociales es otra manera cobarde y fallida de silenciar lo que les incomoda a quienes siguen causando estragos en todos los rincones del país.
Todo mi apoyo, fuerza y admiración por los periodistas que en estos últimos meses —por no decir años— han sido hostigados, insultados, perseguidos y amenazados. Por ustedes dan ganas de navegar por esos pantanos, con libreta y megáfono en mano.
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