Es, para sus críticos, la puesta en marcha de la tóxica idiosincracia puritana de los últimos tiempos; la escrupulosidad excesiva en vía de lo políticamente correcto. Para sus simpatizantes, es todo lo contrario; una especie de contrapoder en manos de las minorías que se rebelan contra el status quo. En un mundo de grises que se empeña por alcanzar la utopía del blanco y del negro, la Cultura de la Cancelación es otro más de los temas polarizadores del mundo actual.
Vamos a ello.
Para abordar el tema hicimos una división en dos bloques: los críticos y los simpatizantes. En esta tercera entrega van las conclusiones o lo que serían unos apuntes al pie de la página.
La Cultura de la Cancelación actual —porque siempre ha existido adecuada a sus tiempos y contextos— se alimenta sobre todo de redes sociales como Twitter o Facebook, que permiten la existencia proliferación de cuentas que o bien pueden ser anónimas y se refugian en ese anonimato, o a pesar de estar bien identificadas, se refugian tras la sombrilla de la pantalla. Y es que no es lo mismo decir las cosas cara a cara que tuit a tuit. También se alimenta en el chismorreo de las calles y áreas comunes, pero ese chismorreo a perdido su importancia gracias al auge del internet y al confinamiento por la pandemia del coronavirus.
Las plataformas digitales deberían servir para dar voz a quienes han sido marginados y mencionábamos en la columna anterior y también para la divulgación y discusión de ideas. Más allá de eso, se cae en la toxicidad. Es inevitable. Las redes no son espacios para debatir, porque es mentira que el debate como tal puede darse a tiro de publicaciones y “me gustas”. Son útiles para conectar y concretar. Incluso para exponer —como lo hemos visto con el auge de aplicaciones como Meet y Zoom— y para preguntar. Hasta allí. Más allá de eso, lo que conviene es el tú a tú. Se comparten y se nutren más y mejor las ideas con un café o cerveza enfrente que con una pantalla. No tengo pruebas pero tampoco dudas.
Las redes tampoco son espacios para pretender hacer justicia sin Justicia, persiguiendo el linchamiento digital como deporte nacional (uno con el que tal vez sí que nos colgaríamos varias medallas y trofeos). Recordemos que es falso que todos los intentos de linchamiento en las redes prosperan. Al contrario. Muchos fracasan. Sobre todo en idiosincracias como la nuestra que tienen memoria de corto plazo. Hoy se lincha a fulano y mañana a mengano. Pasado mañana nadie se acordará de fulano ni de mengano porque están entretenidos con sutano. Y así. No confundamos el linchamiento con la denuncia. Esta última sí que tiene cabida en las redes y ha comprobado su efectividad. Lastimosamente, la línea es muy delgada entre la denuncia y el juicio digital.
Cabe mencionar que aunque usted no lo crea, estoy convencido de que cada vez somos más críticos y menos propensos a creer en todo lo que desfila por las plataformas. La credibilidad ha decrecido parejo. Lo hemos sufrido los periodistas, pero también los amarillistas y faferos, los comerciantes de desinformación y los netcenters. Justo pagando por pecadores, eso sí.
Una de las grandes lecciones que nos deja la Cultura de la Cancelación es que hemos de aprender a ver el gris en este mundo que fracasa cuanto más se vende como negro y blanco. A dejar de etiquetar cada cosa como “buena” o “mala” y encerrarla en un cajón, sino mas bien cuestionarla y considerar que, quizás y solo quizás, aquello planteado puede estar basado en un razonamiento digno de nuestra atención. Hay una Verdad. Sí. Pero para llegar a ella hay muchos caminos. También tenemos que trabajar en restaurar la confianza en el cambio de opinión de las personas con ideas ajenas y en el respeto a los planteamientos que no comulguen ni con nuestros valores, creencias o principios. Ni usted ni yo estamos siempre en lo correcto. Y por favor, ¡que no desaparezca el sentido del humor y la ironía!
@jdgodoyes
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