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Un par de latinajos

Alejandro Palmieri
08 de julio, 2021

Para escribir este artículo, revisé mis antiguos escritos, un poco para encontrar inspiración y otro tanto para refrescar ideas, pero lo que paré encontrando fue actualidad.  Es increíble que escritos de hace 3 años o más guarden vigencia.  Nihil novi sub sole, tristemente.

Yo siempre he tratado de circunscribirme a los que más o menos manejo: derecho, política y comunicación.  Así, los asuntos que traté hace algunos años, siguen siendo válidos y eso demuestra que se ha avanzado poco en ellos.  Cuando me refiero a aquellos 3 temas, no me refiero a las ciencias, sino a la aplicación de ellas y cómo se viven en la sociedad; en cuanto a la aplicación del derecho -de la Ley- no se ha avanzado nada.  De poco sirvieron los años de la Cicig, pues hacia el final de su mandato los índices de impunidad seguían inaceptablemente altos, las violaciones a garantías procesales y derechos individuales, otro tanto y aunque si se “judicializaron” varios casos, pocos se han sostenido probatoria y/o constitucionalmente.  La política está igual o peor, un poco debido al primer tema, la aplicación de la ley.  La justicia se ha politizado y, aunque no en todos los casos que se alega, sí en muchos.  La persecución de hechos delictivos relacionados con corrupción no ha cesado, ese es un hecho innegable, pero tampoco se puede negar que tanto unos como otros -póngale usted nombre y tendencia al bando que quiera- utilizan las herramientas judiciales -no las políticas- para luchar políticamente entre ellos.  Es ahí donde se jodió la cosa.  

Si Von Clausewitz dijo que la guerra es la continuación de la política por otros medios, acá le dimos el toque chapín y resulta que la justicia ha sido la continuación de la política -y de la guerra- por otros medios.  El quehacer político está por los suelos, no solo por la calidad moral de la gran mayoría de ellos -y ellas- sino que los que no son bagres, son mulas (disculpen ustedes la expresión, pero hay que decir las cosas como son).  Por supuesto, hay excepciones; hay algunos que sí quieren hacer las cosas bien, pero son los menos y son, además, desechados por los extremistas o por los alagartados.  Así, los que somos mal llamados “moderados” tenemos poco eco en la discusione política de por estos días, pero es que según lo que escribí hace años, también éramos desechados entonces.  Para usar otros términos, el multilateralismo ha sido reemplazado por el bilateralismo, por cuanto el alcanzar acuerdos entre varias partes que piensan distinto es percibido como claudicación o abierto fracaso; por ello se ha decantado por el bilateralismo, porque en abierta confrontación o se gana o se pierde y eso parece ser lo que predomina ahora: eliminar al otro.  Quienes podrían ofrecer una postura intermedia que satisfaga en parte a los dos extremos -obviamente no en todo- ni siquiera son invitados a la mesa de discusión.  El mundo -y Guatemala no es la excepción- se debate entre dos posiciones intransigentes cuyo objetivo es alcanzar el poder para ejercerlo en detrimento del otro. Ninguno confía en el otro y parece no haber forma de que lo hagan, me temo.

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En cuanto a la comunicación, se ha perdido el interés en ofrecer una postura para que sea discutida, pues en lugar de que se espere retroalimentación, se espera que sea aceptada a pie juntillas y, pues, así no es la cosa.  Desde el poder, es decir, la comunicación gubernamental se ha pasado de simplemente producir spots publicitarios, a la emisión de comunicados -si bien nos va- porque la sana discusión con periodistas y medios parece imposible.  Los reporteros más que interesados en la información que proveen las autoridades para trasladarlas a su público, ahora editorializan desde la fuente y “dan” la noticia ya con su granito de sal.  La importante diferencia entre información y opinión se ha borrado y lo que ahora recibe el lector, radioescucha y el televidente es un mix de noticia y opinión.  El público no está informado, sino manipulado.

En redes sociales, ya no digamos, pues allí se destila el odio y frustraciones de cualquier hijo de vecino que tiene todo el derecho de decir lo que le plazca, pero a costa del genuino intercambio de opiniones; ya se ha demostrado que lo que se busca en redes es entretenimiento y no información.  Así, el/la más abusivo y contestatario es quien más difusión tiene, y no quien lleva la razón.  

Como dije, lo que he leído de mis escritos y de lo que ahora veo, me hace pensar que no hay vuelta atrás, que la intransigencia es la norma y que la guerra es inevitable; la concordia, imposible.  Tanto unos como otros están cerrados a toda opción distinta a la propia.  De ahí el segundo de los latinajos: alea iacta est.  Recordemos, eso sí, que cuando esa famosa sentencia supuestamente fue pronunciada por Julio César, la república cayó. 

Hacia ahí vamos.

Un par de latinajos

Alejandro Palmieri
08 de julio, 2021

Para escribir este artículo, revisé mis antiguos escritos, un poco para encontrar inspiración y otro tanto para refrescar ideas, pero lo que paré encontrando fue actualidad.  Es increíble que escritos de hace 3 años o más guarden vigencia.  Nihil novi sub sole, tristemente.

Yo siempre he tratado de circunscribirme a los que más o menos manejo: derecho, política y comunicación.  Así, los asuntos que traté hace algunos años, siguen siendo válidos y eso demuestra que se ha avanzado poco en ellos.  Cuando me refiero a aquellos 3 temas, no me refiero a las ciencias, sino a la aplicación de ellas y cómo se viven en la sociedad; en cuanto a la aplicación del derecho -de la Ley- no se ha avanzado nada.  De poco sirvieron los años de la Cicig, pues hacia el final de su mandato los índices de impunidad seguían inaceptablemente altos, las violaciones a garantías procesales y derechos individuales, otro tanto y aunque si se “judicializaron” varios casos, pocos se han sostenido probatoria y/o constitucionalmente.  La política está igual o peor, un poco debido al primer tema, la aplicación de la ley.  La justicia se ha politizado y, aunque no en todos los casos que se alega, sí en muchos.  La persecución de hechos delictivos relacionados con corrupción no ha cesado, ese es un hecho innegable, pero tampoco se puede negar que tanto unos como otros -póngale usted nombre y tendencia al bando que quiera- utilizan las herramientas judiciales -no las políticas- para luchar políticamente entre ellos.  Es ahí donde se jodió la cosa.  

Si Von Clausewitz dijo que la guerra es la continuación de la política por otros medios, acá le dimos el toque chapín y resulta que la justicia ha sido la continuación de la política -y de la guerra- por otros medios.  El quehacer político está por los suelos, no solo por la calidad moral de la gran mayoría de ellos -y ellas- sino que los que no son bagres, son mulas (disculpen ustedes la expresión, pero hay que decir las cosas como son).  Por supuesto, hay excepciones; hay algunos que sí quieren hacer las cosas bien, pero son los menos y son, además, desechados por los extremistas o por los alagartados.  Así, los que somos mal llamados “moderados” tenemos poco eco en la discusione política de por estos días, pero es que según lo que escribí hace años, también éramos desechados entonces.  Para usar otros términos, el multilateralismo ha sido reemplazado por el bilateralismo, por cuanto el alcanzar acuerdos entre varias partes que piensan distinto es percibido como claudicación o abierto fracaso; por ello se ha decantado por el bilateralismo, porque en abierta confrontación o se gana o se pierde y eso parece ser lo que predomina ahora: eliminar al otro.  Quienes podrían ofrecer una postura intermedia que satisfaga en parte a los dos extremos -obviamente no en todo- ni siquiera son invitados a la mesa de discusión.  El mundo -y Guatemala no es la excepción- se debate entre dos posiciones intransigentes cuyo objetivo es alcanzar el poder para ejercerlo en detrimento del otro. Ninguno confía en el otro y parece no haber forma de que lo hagan, me temo.

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En cuanto a la comunicación, se ha perdido el interés en ofrecer una postura para que sea discutida, pues en lugar de que se espere retroalimentación, se espera que sea aceptada a pie juntillas y, pues, así no es la cosa.  Desde el poder, es decir, la comunicación gubernamental se ha pasado de simplemente producir spots publicitarios, a la emisión de comunicados -si bien nos va- porque la sana discusión con periodistas y medios parece imposible.  Los reporteros más que interesados en la información que proveen las autoridades para trasladarlas a su público, ahora editorializan desde la fuente y “dan” la noticia ya con su granito de sal.  La importante diferencia entre información y opinión se ha borrado y lo que ahora recibe el lector, radioescucha y el televidente es un mix de noticia y opinión.  El público no está informado, sino manipulado.

En redes sociales, ya no digamos, pues allí se destila el odio y frustraciones de cualquier hijo de vecino que tiene todo el derecho de decir lo que le plazca, pero a costa del genuino intercambio de opiniones; ya se ha demostrado que lo que se busca en redes es entretenimiento y no información.  Así, el/la más abusivo y contestatario es quien más difusión tiene, y no quien lleva la razón.  

Como dije, lo que he leído de mis escritos y de lo que ahora veo, me hace pensar que no hay vuelta atrás, que la intransigencia es la norma y que la guerra es inevitable; la concordia, imposible.  Tanto unos como otros están cerrados a toda opción distinta a la propia.  De ahí el segundo de los latinajos: alea iacta est.  Recordemos, eso sí, que cuando esa famosa sentencia supuestamente fue pronunciada por Julio César, la república cayó. 

Hacia ahí vamos.