¿Trabaja usted por los aplausos que le da el jefe? ¿Por el sueldo a final del mes? ¿Cuál es la razón por la que usted ocupa el puesto que ocupa en su trabajo? ¿Tiene trabajo? Respóndase esas preguntas en otro momento. Ahora ayúdeme con esta: ¿Trabajan los funcionarios de nuestro Gobierno por los aplausos del pueblo? ¿Por el sueldo, las dietas y las bonificaciones? ¿Por qué ocupan los puestos que ocupan? Yo creo que las respuestas son un “sí” y un “no sé” peligrosos. Y por eso, estamos como estamos.
Vamos a ello.
Sin tapujos: aquí nadie trabaja porque sí. Un salario, condiciones y trato dignos son básicos para el desarrollo de cualquier trabajo sea donde sea. El cheque mensual y la retroalimentación son dos aspectos necesarios para que las condiciones laborales sean adecuadas y que el trabajo rinda frutos. Pero los extremos son peligrosos y partiendo de estas condiciones y aterrizando en el ámbito laboral gubernamental, nos damos cuenta de que por décadas hemos acostumbrado a nuestros gobernantes a trabajar al son del aplauso y al acecho de salarios demasiado apetitosos para la debilidad del ser humano.
Uno de los grandes problemas de este país es que hemos acostumbrado a nuestras autoridades gubernamentales a recibir aplausos por cada cosa que hacen. He ahí la razón por la que nuestros gobernantes llenan sus agendas diarias con la asistencia a actividades que les quitan tiempo útil que podrían invertir en otros temas del atiborrado calendario del país. Cortar listones en carreteras o pasos a desnivel inaugurados, dar discursos vacíos en municipios solo por tomarse la fotografía publicitaria… Si, gobernar es hacer política y sí, la política se escribe con “p” de publicidad. No somos ilusos ni utópicos como para ignorar esto, pero críticos sí que somos.
El presidente mejor pagado de Latinoamérica (Q285,250 mensuales – Q33,588 como salario base y el resto en bonificaciones) no debe estar cortando listones ni repartiendo sacos de comida. El vicepresidente (Q136,412 mensuales) tampoco ni los ministros (Q42,125 mensuales). Con esos salarios, tampoco es como que deberíamos aplaudir todo lo que hacen , que muy claro está que aquí nadie es santo ni héroe, ni trabaja por pura caridad. Un buen jefe —y un buen pueblo— exige y aplaude muy de vez en cuando, no vaya a ser que al empleado se le suba el orgullo a la cabeza y deje de desempeñarse de la manera en que su trabajo lo exige. Aplaude cuando debe y punto.
El debate sobre el monto de los salarios que pagamos a los funcionarios lo podemos dejar para después. Ya han habido propuestas interesantes en el Congreso (la última del diputado Aldo Dávila del partido Winaq) para modificarlos y reducirlos, aunque a mí ésta, más que una medida de combate a la corrupción y de incentivo para que las personas idóneas ocupen los cargos públicos no por dinero pero por la mera intención de servir, me parece más bien de corte populista. Pero como digo, el tema tiene sus aristas y es profundo.
Lo que no es tan profundo es dejar de aplaudirle al mono para que baile y comenzar a exigirle para que dé resultados. A son de paros que castigan la economía, lo veo muy difícil. A son de manifestaciones pacíficas, libertad de expresión en las diferentes plataformas mediáticas, fiscalización perpetua y estricta y la creación de grupos políticos para ocupar los espacios que nos han sido robados por una promoción de impresentables, sí. Esa es la manera. Menos aplauso y más propuesta.
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