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Con la República de Chile nos salvamos o nos condenamos

Me rehúso aceptar tamaña derrota. Simplemente, porque no tendría sentido alguno. Pues ni siquiera Pigmalión lo tuvo en su momento.

Chile
Armando De la Torre |
30 de agosto, 2022

El próximo cuatro de septiembre los chilenos habrán de decidirse definitivamente.  

            Esas elecciones serán las más importantes a considerar en nuestro subcontinente por muchos años por venir. Yo espero que el más elemental sentido común se imponga de nuevo en esa República hermana que ya nos ha sorprendido con anterioridad a través de decisiones colectivas de la máxima fecundidad.

            En juego estará esta vez una nueva Constitución política que podría acumular todas las características de un desastre social sin precedentes en la historia de nuestro entero continente. En pocas palabras, Chile en estos momentos pasa por un trauma sin parangón a todo lo largo de su historia.

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            Los chilenos por múltiples razones que todavía no acabo de entender escogieron a un gobernante de lo más inepto que se ha vivido jamás en todo el continente Iberoamericano. Ha sido la coronación de una primavera suicida.

            Y así todo un pueblo cultivado pareció decidirse de repente por un modelo político y social de una ingenuidad digna de Sancho Panza en lo peor de sus fantasías.  

            ¿Y en la tierra de Bernardo O´Higgins? ¿En la de Diego Portales? ¿En la de Gabriela Mistral? ¿En la de Pablo Neruda? ¿En la de los Chicago Boys de nuestros tiempos todavía jóvenes?

            Sí, en esa misma…

            Chile cuenta hoy, recordémoslo, aproximadamente con igual número de habitantes que Guatemala. Pero en nuestros días gozó de unos años gloriosos a partir de 1973 hasta marzo del 2022 durante los cuales el mundo entero pareció tomar a Chile como la expresión más genuina del futuro exitoso de nuestra entera Hispanoamérica.

            En realidad, la República de Chile se nos adelantó a todos y por un momento hasta lo creí la renovación ejemplar para el mundo entero.

            Pero la tal sorpresa cambió bruscamente de dirección con ese improvisado esquizoide de tan solo 36 años de edad escogido por la mayoría de sus jóvenes contemporáneos como nada menos que el señor Presidente de la República.

Algo tan aberrante no lo había visto jamás en la historia política de nuestra América.

Y así, la República de Chile de hoy de pronto me resultó del todo un enigma y por lo visto no solo a mí según múltiples encuestas de opiniones mundiales.

Y todo ello al parecer en un momento de ininteligible locura colectiva, algo así como aquella vivida en el siglo V al desmoronarse definitivamente el Imperio Romano.

El próximo cuatro de septiembre, reitero, se desvanecerá esa locura y espero que para ese entonces la humanidad haya visto lo inaudito de este momento histórico, es decir, el del infantilismo llevado a su expresión más procaz y demoledora.

            Cabe recordar que la tal República chilena de nuestro tiempo comenzó a despeñarse por un precipicio del todo impredecible durante el segundo periodo de la Presidente Michel Bachelet (2014-2018). Y que, desde entonces, Chile ha pasado por arranques inesperados y aturdidores.

            Sin embargo, vuelvo a repetir, todo parece indicar que para el próximo cuatro de septiembre la aplastante mayoría de los chilenos habrá recuperado su salud mental y que rechazará esa locura imperdonable del tal mamarracho Constituyente consolidada por el Presidente de la República, Gabriel Boric.

            Empero el precedente queda al estilo ejemplar de la locura programática del Quijote… “cosas veredes Sancho.”

            Este súbito infantilismo ya ha quedado grabado por siempre en nuestra adolorida memoria colectiva. Y por ello aún me pregunto:

¿Nos acercamos al fin de la historia? ¿Se habrá apartado ya la Divina Providencia de nuestro derrotero? ¿Se nos habrán agotado todos los modelos sensatos? ¿Nos queda siquiera todavía espacio para un posible llanto final? ¿La estupidez humana por fin ha llegado a su sombrío ocaso como tal vez era de esperar? ¿No se nos deja espacio para un rescate posible?

Y así, de la moral de otrora, ¿nos queda todavía algo? De la sensatez de otros tiempos, ¿ya no hay ni rastro? De nuestra inteligencia orgullosa, ¿nos resta siquiera algún vestigio? ¿Acaso todavía nos envanecemos al pensarnos todavía muy próximos el zenit de la historia universal? ¿Así debería de terminar esa estirpe de un Adán y de una Eva ilusos?

El final, repito, ¿habrá de concretarse así en otro Apocalipsis inaudito por lo tonto de su ocurrencia?

Y tanto pensar hasta ahora, ¿para qué? Y tanto habernos creído enriquecidos, ¿al final de cuentas con cuál propósito? O tanto soñar, ¿para ahí quedarnos o tal vez solo para agonizar?  

Me rehúso aceptar tamaña derrota. Simplemente, porque no tendría sentido alguno. Pues ni siquiera Pigmalión lo tuvo en su momento.

Por lo tanto, recuperémonos, renazcamos, osemos otra vez soñar, pues nada de esto puede constituir el final de un Heródoto o de un Ulises. Porque como dijo el célebre San Agustín de Hipona: “No se van los tiempos en balde, ni pasan ociosos por nuestros sentidos, antes bien producen en nuestras almas efectos admirables.”

Y así ese final tenebroso no tiene sentido alguno.

Ánimo, chilenos, el final aún está muy distante y la esperanza aún no ha aprendido a morir…

Con la República de Chile nos salvamos o nos condenamos

Me rehúso aceptar tamaña derrota. Simplemente, porque no tendría sentido alguno. Pues ni siquiera Pigmalión lo tuvo en su momento.

Armando De la Torre |
30 de agosto, 2022
Chile

El próximo cuatro de septiembre los chilenos habrán de decidirse definitivamente.  

            Esas elecciones serán las más importantes a considerar en nuestro subcontinente por muchos años por venir. Yo espero que el más elemental sentido común se imponga de nuevo en esa República hermana que ya nos ha sorprendido con anterioridad a través de decisiones colectivas de la máxima fecundidad.

            En juego estará esta vez una nueva Constitución política que podría acumular todas las características de un desastre social sin precedentes en la historia de nuestro entero continente. En pocas palabras, Chile en estos momentos pasa por un trauma sin parangón a todo lo largo de su historia.

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            Los chilenos por múltiples razones que todavía no acabo de entender escogieron a un gobernante de lo más inepto que se ha vivido jamás en todo el continente Iberoamericano. Ha sido la coronación de una primavera suicida.

            Y así todo un pueblo cultivado pareció decidirse de repente por un modelo político y social de una ingenuidad digna de Sancho Panza en lo peor de sus fantasías.  

            ¿Y en la tierra de Bernardo O´Higgins? ¿En la de Diego Portales? ¿En la de Gabriela Mistral? ¿En la de Pablo Neruda? ¿En la de los Chicago Boys de nuestros tiempos todavía jóvenes?

            Sí, en esa misma…

            Chile cuenta hoy, recordémoslo, aproximadamente con igual número de habitantes que Guatemala. Pero en nuestros días gozó de unos años gloriosos a partir de 1973 hasta marzo del 2022 durante los cuales el mundo entero pareció tomar a Chile como la expresión más genuina del futuro exitoso de nuestra entera Hispanoamérica.

            En realidad, la República de Chile se nos adelantó a todos y por un momento hasta lo creí la renovación ejemplar para el mundo entero.

            Pero la tal sorpresa cambió bruscamente de dirección con ese improvisado esquizoide de tan solo 36 años de edad escogido por la mayoría de sus jóvenes contemporáneos como nada menos que el señor Presidente de la República.

Algo tan aberrante no lo había visto jamás en la historia política de nuestra América.

Y así, la República de Chile de hoy de pronto me resultó del todo un enigma y por lo visto no solo a mí según múltiples encuestas de opiniones mundiales.

Y todo ello al parecer en un momento de ininteligible locura colectiva, algo así como aquella vivida en el siglo V al desmoronarse definitivamente el Imperio Romano.

El próximo cuatro de septiembre, reitero, se desvanecerá esa locura y espero que para ese entonces la humanidad haya visto lo inaudito de este momento histórico, es decir, el del infantilismo llevado a su expresión más procaz y demoledora.

            Cabe recordar que la tal República chilena de nuestro tiempo comenzó a despeñarse por un precipicio del todo impredecible durante el segundo periodo de la Presidente Michel Bachelet (2014-2018). Y que, desde entonces, Chile ha pasado por arranques inesperados y aturdidores.

            Sin embargo, vuelvo a repetir, todo parece indicar que para el próximo cuatro de septiembre la aplastante mayoría de los chilenos habrá recuperado su salud mental y que rechazará esa locura imperdonable del tal mamarracho Constituyente consolidada por el Presidente de la República, Gabriel Boric.

            Empero el precedente queda al estilo ejemplar de la locura programática del Quijote… “cosas veredes Sancho.”

            Este súbito infantilismo ya ha quedado grabado por siempre en nuestra adolorida memoria colectiva. Y por ello aún me pregunto:

¿Nos acercamos al fin de la historia? ¿Se habrá apartado ya la Divina Providencia de nuestro derrotero? ¿Se nos habrán agotado todos los modelos sensatos? ¿Nos queda siquiera todavía espacio para un posible llanto final? ¿La estupidez humana por fin ha llegado a su sombrío ocaso como tal vez era de esperar? ¿No se nos deja espacio para un rescate posible?

Y así, de la moral de otrora, ¿nos queda todavía algo? De la sensatez de otros tiempos, ¿ya no hay ni rastro? De nuestra inteligencia orgullosa, ¿nos resta siquiera algún vestigio? ¿Acaso todavía nos envanecemos al pensarnos todavía muy próximos el zenit de la historia universal? ¿Así debería de terminar esa estirpe de un Adán y de una Eva ilusos?

El final, repito, ¿habrá de concretarse así en otro Apocalipsis inaudito por lo tonto de su ocurrencia?

Y tanto pensar hasta ahora, ¿para qué? Y tanto habernos creído enriquecidos, ¿al final de cuentas con cuál propósito? O tanto soñar, ¿para ahí quedarnos o tal vez solo para agonizar?  

Me rehúso aceptar tamaña derrota. Simplemente, porque no tendría sentido alguno. Pues ni siquiera Pigmalión lo tuvo en su momento.

Por lo tanto, recuperémonos, renazcamos, osemos otra vez soñar, pues nada de esto puede constituir el final de un Heródoto o de un Ulises. Porque como dijo el célebre San Agustín de Hipona: “No se van los tiempos en balde, ni pasan ociosos por nuestros sentidos, antes bien producen en nuestras almas efectos admirables.”

Y así ese final tenebroso no tiene sentido alguno.

Ánimo, chilenos, el final aún está muy distante y la esperanza aún no ha aprendido a morir…