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De pandemia a endemia

Una etapa en la que aprendimos a vivir con el virus, a ser responsables de nuestro propio bienestar, a innovar para salir adelante.

Salvador Paiz |
27 de abril, 2022

Es innegable que, para la mayoría de la humanidad, 2020 y 2021 fueron años difíciles. Una época en que vivimos el surgimiento de una pandemia que puso al mundo de cabeza. Hoy, dos años después, la situación es muy diferente.

El Covid-19 nos puso a prueba por ser algo tan desconocido. En sus inicios, el miedo y la ansiedad nos abrumaban. El 2020 fue el año del gran encierro y vivimos una recesión económica global histórica. Cada día que pasaba, el número de contagios y fallecimientos incrementaban, y la incertidumbre era la constante de nuestros días. Sin embargo, fue una etapa de evolución. Una etapa en la que aprendimos a vivir con el virus, a ser responsables de nuestro propio bienestar, a innovar para salir adelante.

Luego, en el 2021, se avizoraban rayos de esperanza. El mundo vivió avances científicos como nunca. Se desarrolló una vacuna contra un virus desconocido en tiempo récord. Aunque la vacuna no fue bien recibida por todos, los países del mundo avanzaron para lograr la inmunidad. A la larga, la vacunación inyectó la confianza que facilitó la recuperación económica.

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El 2022 inició como un año esperanzador, el año del retorno a la normalidad que tanto añoramos y extrañamos. Tras la llegada de ómicron, se respiraba un aire distinto. Tanto gobiernos como sociedades comprendimos que el cuidado y la prevención eran responsabilidades individuales. De tal manera que pasamos ya a una etapa de recuperación de la normalidad, tanto en actividades económicas como sociales.

Podemos estar orgullosos de cómo nuestro país reaccionó ante esta crisis. Guatemala tuvo una de las mejores respuestas a nivel regional. Económicamente, crecimos más que cualquier otro país en Latinoamérica durante los dos años de pandemia, 6.5 por ciento. Según Statista.com, la región habría tenido un crecimiento de -0.7 por ciento para ambos años. Por otro lado, el déficit fiscal de Guatemala llegó a -1.2 por ciento en 2021, también debajo del promedio de Centroamérica (-4.7 por ciento) y relativo al nivel de déficit fiscal en Estados Unidos (-10.8). Ello permitió mantener el endeudamiento controlado, el cual pasó de pasó de 26.5 por ciento (2019) a 30.8 por ciento (2021), muy por debajo del promedio regional (70 por ciento). Vale la pena resaltar que Fitch Ratings y Standard & Poor’s recientemente mejoraron la perspectiva de Guatemala.

Pero además de ello, nuestro país registra una tasa de fallecimientos por Covid-19 baja, llegando a una tasa cumulativa de 975 muertes por millón de habitantes, lo cual se compara favorablemente con las 1,076 en Honduras, las 1,618 de Costa Rica o las 2,986 de Estados Unidos. Nuestros niveles de vacunación van lento, pero por buen camino. De la población meta de 14.8 millones de personas, el 41 por ciento, cuenta ya con esquema completo, y 54.3 por ciento tiene primera dosis y el 17.4 por ciento dosis de refuerzo

En ningún momento quiero minimizar el sufrimiento y angustia que esta pandemia provocó en miles de familias, pero ciertamente tenemos que reconocer que la respuesta nacional destaca como una de las mejores en toda la región. Aunque ha habido un desacierto en un punto particular: la educación. Nuestro país no ha logrado reactivar el esquema de enseñanza el cual, de por si, ya enfrentaba bastantes carencias. Las autoridades de salud no permitieron la apertura de las escuelas, a pesar de que 17,000 de ellas contaban con insumos necesarios de desinfección y mascarillas. Esta interrupción abrupta de la educación nos pasará una factura bastante alta.

En fin, no podemos continuar viviendo con miedo. Las vacunas no son la panacea, pero tampoco son el diablo. Si nos preocupa alguna precondición de salud propia o de alguien en nuestro hogar, pues vacunémonos. Si nos preocupa que nuestros hijos puedan “pescar” el virus en la escuela, vacunémoslos. Si nos preocupa que venga una nueva ola y esta sature nuestros hospitales, vacunémonos. Si nuestra preferencia es ser más precavidos al estar en la calle, utilicemos la mascarilla.

En todo esto, lo innegable es que el mundo ya se encuentra pasando una transición de una pandemia a una endemia. Nosotros no nos podemos quedar atrás, debemos tomar las medidas apropiadas para esta nueva etapa (incluyendo la vacunación voluntaria) y reparar el enorme daño sufrido después de esta tragedia. En particular, debemos reparar los daños ocasionados en nuestro sistema educativo. Ojalá logremos recuperar el tiempo perdido y sacar adelante el aprendizaje de todos los niños y jóvenes. Abracemos esta nueva realidad.

www.salvadorpaiz.com

De pandemia a endemia

Una etapa en la que aprendimos a vivir con el virus, a ser responsables de nuestro propio bienestar, a innovar para salir adelante.

Salvador Paiz |
27 de abril, 2022

Es innegable que, para la mayoría de la humanidad, 2020 y 2021 fueron años difíciles. Una época en que vivimos el surgimiento de una pandemia que puso al mundo de cabeza. Hoy, dos años después, la situación es muy diferente.

El Covid-19 nos puso a prueba por ser algo tan desconocido. En sus inicios, el miedo y la ansiedad nos abrumaban. El 2020 fue el año del gran encierro y vivimos una recesión económica global histórica. Cada día que pasaba, el número de contagios y fallecimientos incrementaban, y la incertidumbre era la constante de nuestros días. Sin embargo, fue una etapa de evolución. Una etapa en la que aprendimos a vivir con el virus, a ser responsables de nuestro propio bienestar, a innovar para salir adelante.

Luego, en el 2021, se avizoraban rayos de esperanza. El mundo vivió avances científicos como nunca. Se desarrolló una vacuna contra un virus desconocido en tiempo récord. Aunque la vacuna no fue bien recibida por todos, los países del mundo avanzaron para lograr la inmunidad. A la larga, la vacunación inyectó la confianza que facilitó la recuperación económica.

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El 2022 inició como un año esperanzador, el año del retorno a la normalidad que tanto añoramos y extrañamos. Tras la llegada de ómicron, se respiraba un aire distinto. Tanto gobiernos como sociedades comprendimos que el cuidado y la prevención eran responsabilidades individuales. De tal manera que pasamos ya a una etapa de recuperación de la normalidad, tanto en actividades económicas como sociales.

Podemos estar orgullosos de cómo nuestro país reaccionó ante esta crisis. Guatemala tuvo una de las mejores respuestas a nivel regional. Económicamente, crecimos más que cualquier otro país en Latinoamérica durante los dos años de pandemia, 6.5 por ciento. Según Statista.com, la región habría tenido un crecimiento de -0.7 por ciento para ambos años. Por otro lado, el déficit fiscal de Guatemala llegó a -1.2 por ciento en 2021, también debajo del promedio de Centroamérica (-4.7 por ciento) y relativo al nivel de déficit fiscal en Estados Unidos (-10.8). Ello permitió mantener el endeudamiento controlado, el cual pasó de pasó de 26.5 por ciento (2019) a 30.8 por ciento (2021), muy por debajo del promedio regional (70 por ciento). Vale la pena resaltar que Fitch Ratings y Standard & Poor’s recientemente mejoraron la perspectiva de Guatemala.

Pero además de ello, nuestro país registra una tasa de fallecimientos por Covid-19 baja, llegando a una tasa cumulativa de 975 muertes por millón de habitantes, lo cual se compara favorablemente con las 1,076 en Honduras, las 1,618 de Costa Rica o las 2,986 de Estados Unidos. Nuestros niveles de vacunación van lento, pero por buen camino. De la población meta de 14.8 millones de personas, el 41 por ciento, cuenta ya con esquema completo, y 54.3 por ciento tiene primera dosis y el 17.4 por ciento dosis de refuerzo

En ningún momento quiero minimizar el sufrimiento y angustia que esta pandemia provocó en miles de familias, pero ciertamente tenemos que reconocer que la respuesta nacional destaca como una de las mejores en toda la región. Aunque ha habido un desacierto en un punto particular: la educación. Nuestro país no ha logrado reactivar el esquema de enseñanza el cual, de por si, ya enfrentaba bastantes carencias. Las autoridades de salud no permitieron la apertura de las escuelas, a pesar de que 17,000 de ellas contaban con insumos necesarios de desinfección y mascarillas. Esta interrupción abrupta de la educación nos pasará una factura bastante alta.

En fin, no podemos continuar viviendo con miedo. Las vacunas no son la panacea, pero tampoco son el diablo. Si nos preocupa alguna precondición de salud propia o de alguien en nuestro hogar, pues vacunémonos. Si nos preocupa que nuestros hijos puedan “pescar” el virus en la escuela, vacunémoslos. Si nos preocupa que venga una nueva ola y esta sature nuestros hospitales, vacunémonos. Si nuestra preferencia es ser más precavidos al estar en la calle, utilicemos la mascarilla.

En todo esto, lo innegable es que el mundo ya se encuentra pasando una transición de una pandemia a una endemia. Nosotros no nos podemos quedar atrás, debemos tomar las medidas apropiadas para esta nueva etapa (incluyendo la vacunación voluntaria) y reparar el enorme daño sufrido después de esta tragedia. En particular, debemos reparar los daños ocasionados en nuestro sistema educativo. Ojalá logremos recuperar el tiempo perdido y sacar adelante el aprendizaje de todos los niños y jóvenes. Abracemos esta nueva realidad.

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