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¿En qué sentido podemos verdaderamente afirmar que la belleza está en el ojo del espectador?

Es pues, la belleza un orden formal de simetrías armoniosas y definidas de las partes relacionadas entre sí y de estas con el todo.

Warren Orbaugh |
30 de enero, 2022

El dicho popular “la belleza está en el ojo del espectador” se usa, equivocadamente, para indicar que la belleza es diferente para cada individuo, confundiendo “belleza” con “gusto”. El gusto, en efecto, es distinto en cada sujeto, es personal. Por eso podemos afirmar sin temor a equivocarnos que de gustibus non est disputandum (en cuestiones de gustos no hay disputas). La belleza, sin embargo, no depende del gusto. No obstante, hay un sentido, sin equivocar la objetividad del concepto de belleza, en que este dicho se puede usar. Veamos cómo es esto.

La belleza es un orden formal, es un esquema de relaciones entre diversas partes y de éstas con un todo según un principio integrador, por medio de simetría (del griego sin [con] metron [medida]), es decir, de relación de las partes entre sí y con el todo por medio de una unidad o módulo, que aparece como proporción, ritmo, analogía y definición – que comprende la magnitud y la precisión. Es pues, la belleza un orden formal de simetrías armoniosas y definidas de las partes relacionadas entre sí y de estas con el todo.

La belleza nos deleita. Mas no todo lo que nos deleita es belleza. El placer que produce la contemplación de la belleza, a diferencia del que produce, por ejemplo, el degustar un buen vino, o saborear un chocolate, no es de carácter sensual, sino que conceptual. El estado mental requerido para percibir la belleza es un estado de contemplación que involucra tanto la percepción como la cognición conceptual. Se conoce intuitivamente, pero se aprecia por el entendimiento.

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Desde el punto de vista de visibilidad psicológica la belleza nos deleita porque al observar a un ser vivo en su plenitud, encontramos que sus partes se relacionan entre sí y con el todo de manera armónica, e identificamos esta estructura con el principio vital que la anima como una instancia concreta de una vida exitosa, como confirmación de nuestro conocimiento de que la vida exitosa es posible. Y como la vida es un valor para el ser vivo, la visión de esta estructura como un medio de experimentar y confirmar en el nivel perceptual aquello que sabe conceptualmente – que la vida exitosa es posible – deleita, y la experiencia vincula a otro ser vivo con el espectador haciéndolo visible ante sí mismo, ante sus propios ojos como ser vivo. Es el principio de visibilidad. El principio de visibilidad, o de visibilidad psicológica es una experiencia interna de valoración de la vida. El deleite se da por relacionar este principio de visibilidad por analogía entre la estructura del ser en su plenitud vital con la estructura del objeto bello que contemplamos.

Desde el punto de vista psico-epistemológica o del principio de conceptualización, la belleza nos deleita porque contemplamos en una instancia concreta, el proceso del pensamiento noético, el proceso de formar abstracciones de concretos, sintetizando dos o más unidades que poseen las mismas características distintivas, pero omitiendo sus medidas específicas, en una integración mental, y por apercepción relacionándolo con otros conceptos en una estructura de jerarquía lógica. La jerarquía del conocimiento es un orden de dependencia epistémica, es una estructura lógica, de razón, y no una estructura que existe en el mundo real independiente de la acción humana. El placer se da al notar la perfección de la estructura, la integración formal en una unidad sin contradicciones, en una armonía total, que muestra el proceso noético en su más pura imagen formal, de relaciones sin contenido, básicamente perceptual.

El deleite psico-epistemológico de ver la belleza, se da por contemplar, en un objeto perceptible, la perfección en el proceso de relacionar y sintetizar, es decir, de conceptualizar. Es un deleite puramente conceptual. Y la comprensión de la belleza requiere poder ver las relaciones de las partes entre sí y con el todo.

Es en este sentido y sólo en este sentido que cabe la expresión: “la belleza está en el ojo del espectador”, pues requiere la identificación y valoración de estas relaciones formales por una consciencia conceptual que las observa. Un animal irracional al ver un rostro bello no ve la belleza, sino sólo la estructura natural que hace al rostro ser lo que es: una cabeza con dos ojos, nariz, boca, orejas. Puede diferenciar un rostro de otro.

El humano, acostumbrado al pensamiento noético, establece la longitud del ojo como unidad o módulo de medida y advierte que el rostro tiene cinco “ojos” de ancho y seis “ojos” del límite de la barbilla al nacimiento del cabello de la cabeza, dos “ojos” del límite de la barbilla a la parte baja de la nariz y de ésta a la situación de las cejas otros dos “ojos”, un “ojo” de separación entre ojo y ojo, un “ojo” como ancho de la parte inferior de la nariz, y un “ojo” desde ésta a la parte inferior de la boca, etc. Es decir, el hombre advierte una serie de relaciones de medidas entre las partes diversas que le dan unidad al rostro por la regla de un módulo. El ver las cosas como relaciones regladas por unidades o módulos es adoptar una perspectiva humana en ellas. En el mundo, aparte del hombre, no hay unidades ni módulos, sólo entidades, sólo existentes, sólo cosas individuales, separadas con sus propiedades y acciones. El humano nota simetrías armónicas que son totalmente invisibles para el animal irracional. Es por esto por lo que la belleza aparece como tal sólo a una consciencia racional.

¿En qué sentido podemos verdaderamente afirmar que la belleza está en el ojo del espectador?

Es pues, la belleza un orden formal de simetrías armoniosas y definidas de las partes relacionadas entre sí y de estas con el todo.

Warren Orbaugh |
30 de enero, 2022

El dicho popular “la belleza está en el ojo del espectador” se usa, equivocadamente, para indicar que la belleza es diferente para cada individuo, confundiendo “belleza” con “gusto”. El gusto, en efecto, es distinto en cada sujeto, es personal. Por eso podemos afirmar sin temor a equivocarnos que de gustibus non est disputandum (en cuestiones de gustos no hay disputas). La belleza, sin embargo, no depende del gusto. No obstante, hay un sentido, sin equivocar la objetividad del concepto de belleza, en que este dicho se puede usar. Veamos cómo es esto.

La belleza es un orden formal, es un esquema de relaciones entre diversas partes y de éstas con un todo según un principio integrador, por medio de simetría (del griego sin [con] metron [medida]), es decir, de relación de las partes entre sí y con el todo por medio de una unidad o módulo, que aparece como proporción, ritmo, analogía y definición – que comprende la magnitud y la precisión. Es pues, la belleza un orden formal de simetrías armoniosas y definidas de las partes relacionadas entre sí y de estas con el todo.

La belleza nos deleita. Mas no todo lo que nos deleita es belleza. El placer que produce la contemplación de la belleza, a diferencia del que produce, por ejemplo, el degustar un buen vino, o saborear un chocolate, no es de carácter sensual, sino que conceptual. El estado mental requerido para percibir la belleza es un estado de contemplación que involucra tanto la percepción como la cognición conceptual. Se conoce intuitivamente, pero se aprecia por el entendimiento.

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Desde el punto de vista de visibilidad psicológica la belleza nos deleita porque al observar a un ser vivo en su plenitud, encontramos que sus partes se relacionan entre sí y con el todo de manera armónica, e identificamos esta estructura con el principio vital que la anima como una instancia concreta de una vida exitosa, como confirmación de nuestro conocimiento de que la vida exitosa es posible. Y como la vida es un valor para el ser vivo, la visión de esta estructura como un medio de experimentar y confirmar en el nivel perceptual aquello que sabe conceptualmente – que la vida exitosa es posible – deleita, y la experiencia vincula a otro ser vivo con el espectador haciéndolo visible ante sí mismo, ante sus propios ojos como ser vivo. Es el principio de visibilidad. El principio de visibilidad, o de visibilidad psicológica es una experiencia interna de valoración de la vida. El deleite se da por relacionar este principio de visibilidad por analogía entre la estructura del ser en su plenitud vital con la estructura del objeto bello que contemplamos.

Desde el punto de vista psico-epistemológica o del principio de conceptualización, la belleza nos deleita porque contemplamos en una instancia concreta, el proceso del pensamiento noético, el proceso de formar abstracciones de concretos, sintetizando dos o más unidades que poseen las mismas características distintivas, pero omitiendo sus medidas específicas, en una integración mental, y por apercepción relacionándolo con otros conceptos en una estructura de jerarquía lógica. La jerarquía del conocimiento es un orden de dependencia epistémica, es una estructura lógica, de razón, y no una estructura que existe en el mundo real independiente de la acción humana. El placer se da al notar la perfección de la estructura, la integración formal en una unidad sin contradicciones, en una armonía total, que muestra el proceso noético en su más pura imagen formal, de relaciones sin contenido, básicamente perceptual.

El deleite psico-epistemológico de ver la belleza, se da por contemplar, en un objeto perceptible, la perfección en el proceso de relacionar y sintetizar, es decir, de conceptualizar. Es un deleite puramente conceptual. Y la comprensión de la belleza requiere poder ver las relaciones de las partes entre sí y con el todo.

Es en este sentido y sólo en este sentido que cabe la expresión: “la belleza está en el ojo del espectador”, pues requiere la identificación y valoración de estas relaciones formales por una consciencia conceptual que las observa. Un animal irracional al ver un rostro bello no ve la belleza, sino sólo la estructura natural que hace al rostro ser lo que es: una cabeza con dos ojos, nariz, boca, orejas. Puede diferenciar un rostro de otro.

El humano, acostumbrado al pensamiento noético, establece la longitud del ojo como unidad o módulo de medida y advierte que el rostro tiene cinco “ojos” de ancho y seis “ojos” del límite de la barbilla al nacimiento del cabello de la cabeza, dos “ojos” del límite de la barbilla a la parte baja de la nariz y de ésta a la situación de las cejas otros dos “ojos”, un “ojo” de separación entre ojo y ojo, un “ojo” como ancho de la parte inferior de la nariz, y un “ojo” desde ésta a la parte inferior de la boca, etc. Es decir, el hombre advierte una serie de relaciones de medidas entre las partes diversas que le dan unidad al rostro por la regla de un módulo. El ver las cosas como relaciones regladas por unidades o módulos es adoptar una perspectiva humana en ellas. En el mundo, aparte del hombre, no hay unidades ni módulos, sólo entidades, sólo existentes, sólo cosas individuales, separadas con sus propiedades y acciones. El humano nota simetrías armónicas que son totalmente invisibles para el animal irracional. Es por esto por lo que la belleza aparece como tal sólo a una consciencia racional.