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Estado sin Derecho

Un Estado que no respeta esos derechos individuales básicos no cumple con los requisitos que definen un Estado de Derecho.

Estado de derecho
José Carlos Ortega |
11 de agosto, 2022

Una de las formas en las que la humanidad ha dado los saltos de desarrollo que hoy vivimos y gozamos es a través de la consolidación de democracias liberales donde se respeta el Estado de Derecho. El Estado de Derecho tiene unos componentes básicos que no debe transgredir, pues si lo hace, deja de funcionar correctamente y procurar el bienestar de sus habitantes.

A través del desarrollo de las sociedades se logró que éstas limitaran el poder de los gobernantes a través de proteger la vida, la libertad, la propiedad privada, y de alguna manera, la familia como base de la sociedad. Los valores se habían institucionalizado en la vida de los habitantes por lo que en momentos de crisis y de forma natural se le exigió a sus gobernantes que el contrato social – la constitución – respetara esos derechos básicos.

Un Estado que no respeta esos derechos individuales básicos no cumple con los requisitos que definen un Estado de Derecho. A partir de instaurar democracias en todo el mundo, sin necesariamente cumplir inicial y esencialmente con esos principios, también se ha intentado que los Estados protejan otros llamados derechos, cada vez más extensivos, y en algunos casos no generales sino privilegiando a algún grupo de la sociedad o dándole más poder a los gobernantes según el principio de legalidad. Varios de estos “nuevos” derechos hacen que los Estados incumplan la protección de los derechos básicos por extenderse en otros y desviar los recursos – siempre escasos – de los Estados.

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Nuestra Guatemala sufre tiempos complicados, recios diría alguno citando al libro del Nobel. El deterioro de la protección de los derechos individuales ha venido en deterioro escalonado desde hace varios años, sin poder acercarnos al momento de cambio donde podamos ponernos en dirección hacia la instauración del Estado de Derecho que nos permita vivir como una sociedad con esperanza.

La extensión de los poderes de los gobernantes en las instituciones persigue cada día violentar esos derechos, principalmente el derecho de propiedad: cuando los gobernantes, los beneficiarios y los proveedores del Estado cometen actos de corrupción nos roban a todos, nos obligan a que parte del fruto de nuestro trabajo sea destinado a pagar sus artimañas, y también el de nuestro futuro cuando hay endeudamiento. Una democracia republicana no puede permitir eso. El combate frontal a la corrupción, sobre todo del dinero del erario nacional, es indispensable.

Con la extensión de los poderes de los gobernantes también se reducen nuestras libertades. Con cada poder nuevo, con cada ley nueva que extiende los poderes de los gobernantes, ya sea dándoles más poder, restringiendo o prohibiendo a los ciudadanos hacer cosas, obligándoles a hacer algo – como solicitar licencias, pagar impuestos, etc. – o dándoles más presupuesto, se reducen las libertades de acción, de trabajo, de movilización, etc. de todos los ciudadanos.

Esta semana nuestro país – y más importante, nosotros los habitantes – nos sentimos convulsionados por los sucesos nacionales e internacionales. Desde juicios a supuestos adalides de la justicia, que escudados como fiscales o periodistas, posiblemente hayan cometido actos ilegales de extorsión, corrupción, lavado de dinero y otros. Mientras tanto, se aprueban más leyes que amenazan con la libertad de expresión protegida en la Constitución escondida en una ley de ciberdelincuencia, se amplía el presupuesto de este año por Q625 millones, y mientras atendemos el teatro invisible y mudo de los millones que no llegan en servicios a la población, la corrupción se extiende como cáncer metastásico sin que veamos a la justicia actuar. (Aproximadamente por cada Q120 millones más de presupuesto, cada uno de nosotros debería pagar Q10 más de impuestos al año).

Pararse a gritar desde las redes sociales, con amigos y parientes que el sistema no da más, que la derecha o la izquierda es corrupta, que uno es peor que otra (que sí que lo es…) no resuelve el problema. Seguir pensando que desde el gobierno nos van a solucionar los problemas y que nos van a proteger, con este gobierno o el siguiente, tampoco. Se necesita que participemos, que nos involucremos, todos aquellos que entendemos los principios de la república, de ese Estado de Derecho que no termina de construirse (como si alguna vez hubiese empezado…). Llevar a las esferas de lo público o lo político la protección de los derechos individuales: vida, libertad, propiedad y familia.

Los jóvenes hoy no tienen en sus mentes y corazones las vivencias de la supervivencia del ser humano, la esclavitud, las guerras y otras cosas similares, y por ello tienden a creer o asumir que todo está dado naturalmente, olvidándose que para llegar a este nivel de desarrollo la humanidad ha transcurrido por periodos de violaciones permanentes a esos valores y que lejos de encontrar progreso, la humanidad involucionó. Por ello es indispensable educar a las nuevas generaciones en estos valores. Muchas de las veces, la mejor manera es que el joven pueda trabajar, pagar impuestos, comprar un bien y encontrarse en la realidad económica y social de poderse desarrollar en libertad con responsabilidad y sufrir la amenaza de perder todo lo ganado.

Cuesta arriba, ¡sí! Imposible, ¡no! Tal vez si empezamos ahora, en estos tiempos recios.

Estado sin Derecho

Un Estado que no respeta esos derechos individuales básicos no cumple con los requisitos que definen un Estado de Derecho.

José Carlos Ortega |
11 de agosto, 2022
Estado de derecho

Una de las formas en las que la humanidad ha dado los saltos de desarrollo que hoy vivimos y gozamos es a través de la consolidación de democracias liberales donde se respeta el Estado de Derecho. El Estado de Derecho tiene unos componentes básicos que no debe transgredir, pues si lo hace, deja de funcionar correctamente y procurar el bienestar de sus habitantes.

A través del desarrollo de las sociedades se logró que éstas limitaran el poder de los gobernantes a través de proteger la vida, la libertad, la propiedad privada, y de alguna manera, la familia como base de la sociedad. Los valores se habían institucionalizado en la vida de los habitantes por lo que en momentos de crisis y de forma natural se le exigió a sus gobernantes que el contrato social – la constitución – respetara esos derechos básicos.

Un Estado que no respeta esos derechos individuales básicos no cumple con los requisitos que definen un Estado de Derecho. A partir de instaurar democracias en todo el mundo, sin necesariamente cumplir inicial y esencialmente con esos principios, también se ha intentado que los Estados protejan otros llamados derechos, cada vez más extensivos, y en algunos casos no generales sino privilegiando a algún grupo de la sociedad o dándole más poder a los gobernantes según el principio de legalidad. Varios de estos “nuevos” derechos hacen que los Estados incumplan la protección de los derechos básicos por extenderse en otros y desviar los recursos – siempre escasos – de los Estados.

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La extensión de los poderes de los gobernantes en las instituciones persigue cada día violentar esos derechos, principalmente el derecho de propiedad: cuando los gobernantes, los beneficiarios y los proveedores del Estado cometen actos de corrupción nos roban a todos, nos obligan a que parte del fruto de nuestro trabajo sea destinado a pagar sus artimañas, y también el de nuestro futuro cuando hay endeudamiento. Una democracia republicana no puede permitir eso. El combate frontal a la corrupción, sobre todo del dinero del erario nacional, es indispensable.

Con la extensión de los poderes de los gobernantes también se reducen nuestras libertades. Con cada poder nuevo, con cada ley nueva que extiende los poderes de los gobernantes, ya sea dándoles más poder, restringiendo o prohibiendo a los ciudadanos hacer cosas, obligándoles a hacer algo – como solicitar licencias, pagar impuestos, etc. – o dándoles más presupuesto, se reducen las libertades de acción, de trabajo, de movilización, etc. de todos los ciudadanos.

Esta semana nuestro país – y más importante, nosotros los habitantes – nos sentimos convulsionados por los sucesos nacionales e internacionales. Desde juicios a supuestos adalides de la justicia, que escudados como fiscales o periodistas, posiblemente hayan cometido actos ilegales de extorsión, corrupción, lavado de dinero y otros. Mientras tanto, se aprueban más leyes que amenazan con la libertad de expresión protegida en la Constitución escondida en una ley de ciberdelincuencia, se amplía el presupuesto de este año por Q625 millones, y mientras atendemos el teatro invisible y mudo de los millones que no llegan en servicios a la población, la corrupción se extiende como cáncer metastásico sin que veamos a la justicia actuar. (Aproximadamente por cada Q120 millones más de presupuesto, cada uno de nosotros debería pagar Q10 más de impuestos al año).

Pararse a gritar desde las redes sociales, con amigos y parientes que el sistema no da más, que la derecha o la izquierda es corrupta, que uno es peor que otra (que sí que lo es…) no resuelve el problema. Seguir pensando que desde el gobierno nos van a solucionar los problemas y que nos van a proteger, con este gobierno o el siguiente, tampoco. Se necesita que participemos, que nos involucremos, todos aquellos que entendemos los principios de la república, de ese Estado de Derecho que no termina de construirse (como si alguna vez hubiese empezado…). Llevar a las esferas de lo público o lo político la protección de los derechos individuales: vida, libertad, propiedad y familia.

Los jóvenes hoy no tienen en sus mentes y corazones las vivencias de la supervivencia del ser humano, la esclavitud, las guerras y otras cosas similares, y por ello tienden a creer o asumir que todo está dado naturalmente, olvidándose que para llegar a este nivel de desarrollo la humanidad ha transcurrido por periodos de violaciones permanentes a esos valores y que lejos de encontrar progreso, la humanidad involucionó. Por ello es indispensable educar a las nuevas generaciones en estos valores. Muchas de las veces, la mejor manera es que el joven pueda trabajar, pagar impuestos, comprar un bien y encontrarse en la realidad económica y social de poderse desarrollar en libertad con responsabilidad y sufrir la amenaza de perder todo lo ganado.

Cuesta arriba, ¡sí! Imposible, ¡no! Tal vez si empezamos ahora, en estos tiempos recios.