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Guerra justa

Hay momentos en la vida en que se debe hacer lo que es correcto, en que se debe librar una guerra justa.

Warren Orbaugh |
21 de marzo, 2022

¿Hay tal cosa como una guerra justa?

Y si la hay, ¿hay tal cosa como una guerra injusta?

Francisco de Vitoria discutió el tema en su relección (consideración con detenimiento de una lección) sobre las Leyes de Dieta en Salamanca en el año 1537. Aquí el tema giró sobre el canibalismo, que Aristóteles describe como ‘una forma de bestialidad’ y a la que se opone la ley de naciones (ius gentium) por considerarla abominable. Su primera pregunta, artículo 3 fue ¿es justo comer carne humana? Su conclusión fue que ni por miedo, aun a la muerte, se puede excusar un acto prohibido por la ley natural.

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También consideró la cuestión de si hay derecho de practicar sacrificios humanos, siempre en la primera pregunta, pero en el artículo 4. Su conclusión fue que no hay derecho de practicar sacrificios humanos pues siempre se comete una injusticia contra la víctima, quien es un fin en sí misma; y que, dado que un sacrificio ofrecido a Dios debe hacerse de nuestros propios bienes, es claro que no podemos sacrificar una vida humana.

En el artículo 5 de la misma pregunta 1 reflexionó sobre si es justo hacer la guerra a los bárbaros si estos practican la antropofagia y los sacrificios humanos. Este tema fue de capital importancia porque los españoles descubrieron que en la provincia de Yucatán los nativos practicaban estas costumbres de alimentarse con carne humana y ofrecer sacrificios humanos a sus deidades. La quinta conclusión de su consideración sobre el tema fue que los príncipes cristianos si podían con justicia declarar la guerra a aquellos bárbaros porque se alimentaran de carne humana y porque practicaran sacrificios humanos.

Su prueba se fundamenta en que quienes practican estas costumbres, comen o sacrifican gente inocente, inocencia que faculta a los príncipes a defender a las víctimas del daño incurrido en el derecho que tienen ellas a defender su propia vida. No desvirtúa el argumento alegar que las víctimas no busquen ni deseen tal ayuda, pues es justo defender a un hombre aun cuando no nos la pida o, aunque rechace el auxilio, especialmente si sufre una injusticia (iniuria) en asuntos en que no puede renunciar a sus derechos, como en el presente caso. Nadie puede darle a otro el derecho a que lo mate, ya sea para comérselo o sacrificarlo. Además, dice Vitoria, es seguro que las víctimas de estas prácticas son renuentes a ser inmoladas, especialmente cuando son niños. Es, por tanto, justo defenderlas. En conclusión, es justo hacer la guerra contra aquellos cuyos actos contra otros hombres son injustos.

Immanuel Kant, quien conoció los argumentos de Vitoria por medio de Hugo Grocio – un jurista holandés cuyos escritos influyeron en el derecho internacional –, y Samuel Pufendorf – un filósofo alemán que escribió sobre derecho y política –, comenta en su libro sobre La Paz Perpetua que los países que entran en guerra citan a estos últimos para justificar sus actos, aunque sus códigos legales, sean tratados filosófica o diplomáticamente, no tienen la más mínima fuerza legal, porque los estados como tales no están bajo ninguna compulsión externa común. Y no hay ni un solo ejemplo, dice, de un estado que haya desistido de lo que hubiese planeado hacer por argumentos, aunque fundamentados por testimonios de estos importantes hombres.

Sin embargo, el hecho de que todo estado quiera justificarse en el concepto de ‘derecho’ muestra que existe entre los humanos una disposición moral, aunque se encuentre por el momento dormitando. Así que se requiere, dice Kant, una especie de alianza, que podría llamarse alianza para la paz (foedus pacificum). Sería una federación donde cada nación pueda y deba, por el bien de su propia seguridad, demandar de otros estados que rijan sus relaciones internacionales bajo una constitución similar a la de un estado civil, donde cada uno pueda tener protegidos sus derechos. Como las naciones apoyan y promocionan la idea de que tienen derechos, esto implica que aceptan la autoridad de la razón, ya que la noción de derechos surge de la razón. Por tanto, debieran aceptar el establecimiento de una solución racional para la paz mundial. Estas ideas de Kant sirvieron de base para la creación de la ONU cuyo preámbulo a la carta constitutiva dice:

“Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad, y con tales finalidades a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos, a unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, a asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos, que no se usará la fuerza armada sino en servicio del interés común, y a emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos, hemos decidido aunar nuestros esfuerzos para realizar estos designios.”

Además, Kant se opone a que los estados tengan ejércitos permanentes, pues éstos amenazan constantemente a otros con la guerra. Adicionalmente, dice, pagarles a hombres para que maten o sean muertos implica usar a seres humanos meramente como máquinas e instrumentos en las manos de alguien más (el estado), y esta práctica no puede reconciliarse con los derechos de humanidad en nuestras propias personas. (Se refiere Kant aquí al derecho individual, que es un principio moral para regir las relaciones de los hombres en sociedad, derivado del imperativo categórico de humanidad que reza: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio”. Este imperativo está garantizado por la ley de identidad ya que violarlo sería una inconsistencia.) Otra cosa totalmente dice, es el ejercicio periódico y voluntario de los ciudadanos en artes militares para mantenerse a sí mismos y a su país a salvo de ataques de otras naciones.

Al igual que Kant, Ayn Rand sostiene que los ‘derechos’ son un concepto moral que guían las acciones de los individuos en sus relaciones con los demás, acorde a los principios de la moralidad individual. Son el vínculo entre el código moral del hombre y el código legal de una sociedad. Se fundamentan en la ley de identidad, en que el hombre es un fin en sí mismo y que su naturaleza exige que actúe de acuerdo con su mejor juicio para poder sobrevivir. Por eso el derecho, que define y confirma la libertad de acción de un hombre en un contexto social, exige de los demás que se respete su libertad de actuar según su mejor juicio para disponer de su propiedad con el propósito de vivir su propia vida como desee. Y lo único que puede evitar que una persona actúe de acuerdo con su mejor juicio son otras personas, y el único medio por el cual pueden evitarlo es por medio de la fuerza física. Los derechos sólo pueden ser violados por otros hombres por medio del uso de la fuerza.

Rand dijo que respetar el derecho de otro es una obligación impuesta, no por el estado, sino por la naturaleza de la realidad. Es un asunto de consistencia, significa la obligación de respetar el derecho de otro si uno quiere que los derechos propios sean reconocidos y respetados. No se puede exigir racionalmente la protección de un principio que se repudia con los actos. Por eso nadie puede justificar el iniciar la fuerza física contra otro hombre. El único uso legítimo de la fuerza es en defensa propia. Sólo justifica a la víctima el uso de la fuerza física para defenderse de aquel que intenta violar su derecho.

Las naciones dictatoriales, afirma Rand, aquellas que violan los derechos de sus ciudadanos y los de las otras naciones, existen fuera de la ley moral, ya que no existe el derecho de violar los derechos de otro y, por tanto, cualquier nación libre, respetuosa de los derechos individuales, tiene el derecho de invadirlas y liberar a los individuos que sufren sus vejaciones. No es el deber de una nación libre liberar a los individuos esclavizados y secuestrados por los criminales dictadores de estas hordas, insiste Rand, pero tienen todo el derecho de hacerlo si y cuando lo deseen. La invasión a Ucrania ha querido ser justificada por Putin con el argumento de que el gobierno de dicha nación era nazi y que los rusos iban con el propósito de liberar de la opresión a los ucranianos.

Tal vez algunos soldados rusos le creyeron, pero al ver que lejos de recibirlos con aclamaciones y vítores, los recibieron con la resistencia armada de todo ucraniano, civil y militar, tuvieron que encarar la realidad y convencerse de que habían sido engañados y usados como instrumentos del déspota. El resto del mundo advirtió también el intento de engaño. Putin ya no tiene manera de justificar su agresión a los ucranianos. Sabe que su guerra es injusta, que viola los derechos de otros, que causa injurias. Ésta es la más reciente de su historial de brutales violaciones a los derechos de los habitantes de otras naciones. Invadió Georgia en 2008; Crimea en 2014; intervino en Siria en 2016; y ahora Ucrania. Pero el malo sólo se sale con la suya si los buenos lo ayudan. Los políticos de Estados Unidos y de Europa, miedosos de encarar al criminal, lo trataron como si fuera un líder legítimo, le estrecharon la mano en lugar de castigarlo después de lo de Crimea.

Es evidente que toda nación libre tiene el derecho de ayudar a los ucranianos y hacerle la guerra a Putin. Si han decidido hacerlo deben ayudar totalmente, no a medias. El no hacerlo compromete el éxito de la misión. Afirmar que no desean una confrontación bélica contra Putin, ni una escalada de la guerra es fingir que no están ya en una guerra contra él. Pero al ayudar a Ucrania ya participan en la guerra. No tiene sentido pretender imponer una limitación a la ayuda. Se debe ayudar para que venzan, no para que mueran dignamente. Lo último es ayudar a Putin. Combatir a Putin ahora, es ayudar a los ucranianos, pero también es recibir ayuda de ellos. Es hacer un frente común. La supervivencia del mundo libre lo exige. Fingir que no pasa nada, que estas injusticias no tienen nada que ver con uno, es sólo ponerse en la fila aguardando el turno de ser la próxima víctima. Si los ucranianos son derrotados, no estarán allí para ayudar a los europeos que sean las próximas presas. 

La guerra no tiene por que escalar, como teme Biden. Puede mantenerse contenida a parar la invasión y destruir al ejército ruso en territorio de Ucrania. Hasta el momento los rusos no han sufrido la destrucción de ninguna de sus ciudades ni la muerte de sus civiles. No creo que Putin busque que la guerra llegue a Rusia como respuesta de un ataque a otro país europeo. Es un criminal calculador, pero no está loco. Confía en que sus amenazas intimidarán a los miembros de la OTAN. El miedo que inspira es su mejor arma. Pero el miedo es un mal consejero. Los miembros de la OTAN deben superar ese miedo y parar a Putin de una vez por todas. Son superiores a Rusia en todo, diez veces superiores en fuerzas armadas. Deben apresar a Putin y llevarlo a juicio para que pague por sus crímenes en Ucrania.

Hay momentos en la vida en que se debe hacer lo que es correcto, en que se debe librar una guerra justa.

Guerra justa

Hay momentos en la vida en que se debe hacer lo que es correcto, en que se debe librar una guerra justa.

Warren Orbaugh |
21 de marzo, 2022

¿Hay tal cosa como una guerra justa?

Y si la hay, ¿hay tal cosa como una guerra injusta?

Francisco de Vitoria discutió el tema en su relección (consideración con detenimiento de una lección) sobre las Leyes de Dieta en Salamanca en el año 1537. Aquí el tema giró sobre el canibalismo, que Aristóteles describe como ‘una forma de bestialidad’ y a la que se opone la ley de naciones (ius gentium) por considerarla abominable. Su primera pregunta, artículo 3 fue ¿es justo comer carne humana? Su conclusión fue que ni por miedo, aun a la muerte, se puede excusar un acto prohibido por la ley natural.

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También consideró la cuestión de si hay derecho de practicar sacrificios humanos, siempre en la primera pregunta, pero en el artículo 4. Su conclusión fue que no hay derecho de practicar sacrificios humanos pues siempre se comete una injusticia contra la víctima, quien es un fin en sí misma; y que, dado que un sacrificio ofrecido a Dios debe hacerse de nuestros propios bienes, es claro que no podemos sacrificar una vida humana.

En el artículo 5 de la misma pregunta 1 reflexionó sobre si es justo hacer la guerra a los bárbaros si estos practican la antropofagia y los sacrificios humanos. Este tema fue de capital importancia porque los españoles descubrieron que en la provincia de Yucatán los nativos practicaban estas costumbres de alimentarse con carne humana y ofrecer sacrificios humanos a sus deidades. La quinta conclusión de su consideración sobre el tema fue que los príncipes cristianos si podían con justicia declarar la guerra a aquellos bárbaros porque se alimentaran de carne humana y porque practicaran sacrificios humanos.

Su prueba se fundamenta en que quienes practican estas costumbres, comen o sacrifican gente inocente, inocencia que faculta a los príncipes a defender a las víctimas del daño incurrido en el derecho que tienen ellas a defender su propia vida. No desvirtúa el argumento alegar que las víctimas no busquen ni deseen tal ayuda, pues es justo defender a un hombre aun cuando no nos la pida o, aunque rechace el auxilio, especialmente si sufre una injusticia (iniuria) en asuntos en que no puede renunciar a sus derechos, como en el presente caso. Nadie puede darle a otro el derecho a que lo mate, ya sea para comérselo o sacrificarlo. Además, dice Vitoria, es seguro que las víctimas de estas prácticas son renuentes a ser inmoladas, especialmente cuando son niños. Es, por tanto, justo defenderlas. En conclusión, es justo hacer la guerra contra aquellos cuyos actos contra otros hombres son injustos.

Immanuel Kant, quien conoció los argumentos de Vitoria por medio de Hugo Grocio – un jurista holandés cuyos escritos influyeron en el derecho internacional –, y Samuel Pufendorf – un filósofo alemán que escribió sobre derecho y política –, comenta en su libro sobre La Paz Perpetua que los países que entran en guerra citan a estos últimos para justificar sus actos, aunque sus códigos legales, sean tratados filosófica o diplomáticamente, no tienen la más mínima fuerza legal, porque los estados como tales no están bajo ninguna compulsión externa común. Y no hay ni un solo ejemplo, dice, de un estado que haya desistido de lo que hubiese planeado hacer por argumentos, aunque fundamentados por testimonios de estos importantes hombres.

Sin embargo, el hecho de que todo estado quiera justificarse en el concepto de ‘derecho’ muestra que existe entre los humanos una disposición moral, aunque se encuentre por el momento dormitando. Así que se requiere, dice Kant, una especie de alianza, que podría llamarse alianza para la paz (foedus pacificum). Sería una federación donde cada nación pueda y deba, por el bien de su propia seguridad, demandar de otros estados que rijan sus relaciones internacionales bajo una constitución similar a la de un estado civil, donde cada uno pueda tener protegidos sus derechos. Como las naciones apoyan y promocionan la idea de que tienen derechos, esto implica que aceptan la autoridad de la razón, ya que la noción de derechos surge de la razón. Por tanto, debieran aceptar el establecimiento de una solución racional para la paz mundial. Estas ideas de Kant sirvieron de base para la creación de la ONU cuyo preámbulo a la carta constitutiva dice:

“Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad, y con tales finalidades a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos, a unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, a asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos, que no se usará la fuerza armada sino en servicio del interés común, y a emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos, hemos decidido aunar nuestros esfuerzos para realizar estos designios.”

Además, Kant se opone a que los estados tengan ejércitos permanentes, pues éstos amenazan constantemente a otros con la guerra. Adicionalmente, dice, pagarles a hombres para que maten o sean muertos implica usar a seres humanos meramente como máquinas e instrumentos en las manos de alguien más (el estado), y esta práctica no puede reconciliarse con los derechos de humanidad en nuestras propias personas. (Se refiere Kant aquí al derecho individual, que es un principio moral para regir las relaciones de los hombres en sociedad, derivado del imperativo categórico de humanidad que reza: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio”. Este imperativo está garantizado por la ley de identidad ya que violarlo sería una inconsistencia.) Otra cosa totalmente dice, es el ejercicio periódico y voluntario de los ciudadanos en artes militares para mantenerse a sí mismos y a su país a salvo de ataques de otras naciones.

Al igual que Kant, Ayn Rand sostiene que los ‘derechos’ son un concepto moral que guían las acciones de los individuos en sus relaciones con los demás, acorde a los principios de la moralidad individual. Son el vínculo entre el código moral del hombre y el código legal de una sociedad. Se fundamentan en la ley de identidad, en que el hombre es un fin en sí mismo y que su naturaleza exige que actúe de acuerdo con su mejor juicio para poder sobrevivir. Por eso el derecho, que define y confirma la libertad de acción de un hombre en un contexto social, exige de los demás que se respete su libertad de actuar según su mejor juicio para disponer de su propiedad con el propósito de vivir su propia vida como desee. Y lo único que puede evitar que una persona actúe de acuerdo con su mejor juicio son otras personas, y el único medio por el cual pueden evitarlo es por medio de la fuerza física. Los derechos sólo pueden ser violados por otros hombres por medio del uso de la fuerza.

Rand dijo que respetar el derecho de otro es una obligación impuesta, no por el estado, sino por la naturaleza de la realidad. Es un asunto de consistencia, significa la obligación de respetar el derecho de otro si uno quiere que los derechos propios sean reconocidos y respetados. No se puede exigir racionalmente la protección de un principio que se repudia con los actos. Por eso nadie puede justificar el iniciar la fuerza física contra otro hombre. El único uso legítimo de la fuerza es en defensa propia. Sólo justifica a la víctima el uso de la fuerza física para defenderse de aquel que intenta violar su derecho.

Las naciones dictatoriales, afirma Rand, aquellas que violan los derechos de sus ciudadanos y los de las otras naciones, existen fuera de la ley moral, ya que no existe el derecho de violar los derechos de otro y, por tanto, cualquier nación libre, respetuosa de los derechos individuales, tiene el derecho de invadirlas y liberar a los individuos que sufren sus vejaciones. No es el deber de una nación libre liberar a los individuos esclavizados y secuestrados por los criminales dictadores de estas hordas, insiste Rand, pero tienen todo el derecho de hacerlo si y cuando lo deseen. La invasión a Ucrania ha querido ser justificada por Putin con el argumento de que el gobierno de dicha nación era nazi y que los rusos iban con el propósito de liberar de la opresión a los ucranianos.

Tal vez algunos soldados rusos le creyeron, pero al ver que lejos de recibirlos con aclamaciones y vítores, los recibieron con la resistencia armada de todo ucraniano, civil y militar, tuvieron que encarar la realidad y convencerse de que habían sido engañados y usados como instrumentos del déspota. El resto del mundo advirtió también el intento de engaño. Putin ya no tiene manera de justificar su agresión a los ucranianos. Sabe que su guerra es injusta, que viola los derechos de otros, que causa injurias. Ésta es la más reciente de su historial de brutales violaciones a los derechos de los habitantes de otras naciones. Invadió Georgia en 2008; Crimea en 2014; intervino en Siria en 2016; y ahora Ucrania. Pero el malo sólo se sale con la suya si los buenos lo ayudan. Los políticos de Estados Unidos y de Europa, miedosos de encarar al criminal, lo trataron como si fuera un líder legítimo, le estrecharon la mano en lugar de castigarlo después de lo de Crimea.

Es evidente que toda nación libre tiene el derecho de ayudar a los ucranianos y hacerle la guerra a Putin. Si han decidido hacerlo deben ayudar totalmente, no a medias. El no hacerlo compromete el éxito de la misión. Afirmar que no desean una confrontación bélica contra Putin, ni una escalada de la guerra es fingir que no están ya en una guerra contra él. Pero al ayudar a Ucrania ya participan en la guerra. No tiene sentido pretender imponer una limitación a la ayuda. Se debe ayudar para que venzan, no para que mueran dignamente. Lo último es ayudar a Putin. Combatir a Putin ahora, es ayudar a los ucranianos, pero también es recibir ayuda de ellos. Es hacer un frente común. La supervivencia del mundo libre lo exige. Fingir que no pasa nada, que estas injusticias no tienen nada que ver con uno, es sólo ponerse en la fila aguardando el turno de ser la próxima víctima. Si los ucranianos son derrotados, no estarán allí para ayudar a los europeos que sean las próximas presas. 

La guerra no tiene por que escalar, como teme Biden. Puede mantenerse contenida a parar la invasión y destruir al ejército ruso en territorio de Ucrania. Hasta el momento los rusos no han sufrido la destrucción de ninguna de sus ciudades ni la muerte de sus civiles. No creo que Putin busque que la guerra llegue a Rusia como respuesta de un ataque a otro país europeo. Es un criminal calculador, pero no está loco. Confía en que sus amenazas intimidarán a los miembros de la OTAN. El miedo que inspira es su mejor arma. Pero el miedo es un mal consejero. Los miembros de la OTAN deben superar ese miedo y parar a Putin de una vez por todas. Son superiores a Rusia en todo, diez veces superiores en fuerzas armadas. Deben apresar a Putin y llevarlo a juicio para que pague por sus crímenes en Ucrania.

Hay momentos en la vida en que se debe hacer lo que es correcto, en que se debe librar una guerra justa.