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La seguridad nacional de EE. UU. depende de Centroamérica

Ante su declive hegemónico a nivel global, EE. UU. tiene una tarea primordial: mantener a sus enemigos lejos. De esa cuenta, EE. UU. haría bien en reconocer el valor que países como Guatemala representa para su seguridad nacional.

Nicholas Virzi |
27 de diciembre, 2021

Para su gran consternación, por primera vez en su historia, EE. UU. afronta la realidad de una potencia rival con presencia significativa en Latinoamérica, lo que considera su esfera de influencia exclusiva. Ese país es China. Los diplomáticos de EE. UU. parecen no tener una estrategia bien pensada para adaptarse a este nuevo acontecimiento.

En materia de política exterior, el gobierno de Biden se ha dado la tarea de restaurar el liderazgo americano en el escenario internacional, reestableciendo a EE. UU. como líder de la comunidad de países democráticos. Es una tarea cuesta arriba, ya que EE. UU. no tiene la convicción de sus principios para imponer y moldear la agenda internacional como lo hacía antes, lo que había sido de gran beneficio para el mundo liberal.

En asuntos internacionales, la política exterior siempre ha sido determinada más por intereses de seguridad nacional que por ideales y valores. La era liberal que nació con la revolución americana y la industrial no ha sido la excepción. A inicios del siglo XIX se declaró la Doctrina Monroe que establecía “las américas para los americanos”. Desde entonces, la política exterior de EE. UU. en Latinoamérica se ha impulsado más por intereses nacionales de la república norteamericana que por una preocupación genuina de EE. UU. de la calidad democrática de los regímenes políticos en su esfera de influencia geopolítica; la “Diplomacia del dólar” le llamaban. A lo largo de los años, EE. UU. apoyó a dictadores e intervino militar o subversivamente con tal de proteger las vidas y propiedad de sus ciudadanos con inversiones en diferentes países de la región. Dichas intervenciones siempre fueron en contra de movimientos políticos que pretendían desafiar la hegemonía norteamericana.

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Después de la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. extendió su hegemonía a un nivel global. Ninguna otra potencia había alcanzado el poder económico, político, militar y cultural que EE. UU. alcanzó en la era postguerra. Bajo la sombrilla y protección de EE. UU., se creó una nueva arquitectura de organismos internacionales originalmente basados en principios liberales para promover los beneficios de la economía de mercado y el gobierno republicano. Se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y otros organismos internacionales con la intención de promover el desarrollo basado en la economía de mercado y resolver disputas por la vía de la negociación pacífica. Nunca antes en la historia había existido una potencia mundial que hubiese usado su poder de tal manera que paró beneficiando una gran y creciente comunidad de países, además de a sí misma. 

Sin embargo, la hegemonía americana estaba destinada a durar poco. Debido a su enorme éxito, otras regiones aliadas a EE. UU. prosperaron, tal como lo quería. La dominancia económica relativa de EE. UU., sobre la que se sostenía su enorme ventaja militar, disminuyó. Hace 60 años, EE. UU. representaba aproximadamente el 40% del producto mundial. Sin embargo, mientras los aliados de EE. UU. prosperaron, no contribuían su parte a la defensa colectiva del mundo liberal. Esto es especialmente cierto en el caso de los países europeos que antes figuraban entre las grandes potencias. Para su seguridad y defensa, hasta la fecha siguen dependiendo de EE. UU. para el uso de las fuerzas militares para defender sus intereses colectivos. En 1985, bajo el presidente Reagan, EE. UU. representaba más del 55% del gasto militar en el mundo, lo cual logró invirtiendo el 6.45% de su Producto Interno Bruto (PIB) en gasto militar. Con eso venció al comunismo soviético, que por su minúscula economía no podía competir militarmente con EE. UU.

Hoy EE. UU. representa el 24.8% del producto mundial y el 40% del gasto militar a nivel mundial. Eso no es poco, pero ya no es lo que era antes. Mientras tanto, la Unión Europea, más pasajero libre que aliado real, representa el 18.1% del producto mundial, pero solo el 12.1% del gasto militar. La voluntad europea de usar su poder militar para proteger y avanzar los intereses del mundo liberal es cuestionable. Europa está en plena decadencia y solo actúa militarmente cuando EE. UU. lidera y les obliga a honrar sus compromisos formales. En la guerra en Afganistán, EE. UU. asumió el 85% de muertes que sufrieron los países de la OTAN, la alianza entre EE. UU y los países europeos.

EE. UU. sigue siendo un país con enorme potencial de influir en el sistema político internacional, pero ya no manda. Se ve en pleno declive su hegemonía, sus aliados más capaces son claramente reacios a establecer una amenaza disuasiva creíble, y ahora EE. UU. afronta un nuevo rival: China. El ascenso chino es realmente impresionante. Luego de abandonar los planes económicos comunistas e implementar reformas económicas más apegadas a la lógica de mercado, China creció a un ritmo anual promedio de casi 10% entre 1980 y 2010. En la última década, ha crecido a un ritmo menor, pero aun relativamente alto, llegando a representar el 17% del producto mundial. Se proyecta que en el mediano plazo se convertirá en la economía más grande del mundo, sobrepasando a EE. UU. China aspira a ser lo que, desde su perspectiva, siempre fue el centro del mundo. Cabe recordar que, a inicios del siglo XVIII, China representaba casi la tercera parte del producto mundial.

Derivado de su creciente poder económico y voluntad política, China ahora tiene cada vez más poder militar, ya que representa el 13% del gasto militar a nivel mundial, mientras que en el 2004 representaba apenas el 3.5%. Para un país ascendente con sus propias pretensiones de hegemonía global, China tiene otros factores a su favor con respecto a su potencial militar. China representa el 27.5% del valor agregado de la industria a nivel global, comparado con el 16.8% de EE. UU. Y cada día, la República Popular de China (RPC) acapara más porcentaje del mercado mundial en minerales raros, claves insumos para la producción de alta tecnología.

Asimismo, China representa el 18.8% de la población mundial de hombres entre 20 y 34 años de edad, un importante indicador del potencial militar de un país. En comparación, EE. UU. representa solo el 3.9%. Además, en el caso de EE. UU., existen muchas dudas respecto a que sus hombres jóvenes son aptos para el servicio militar, tanto en términos físicos como mentales y morales. Las élites americanas se encargaron de eso. EE. UU. ya no produce en suficientes cantidades hombres fuertes, con valores patriotas, convencidos del excepcionalismo americano, aquella prepotencia con la que EE. UU. moldeó y convenció al mundo. Para agregar insulto sobre herida, las élites americanas se dedican a calumniar por razones políticas a un importante segmento de la población que presta a sus hijos para el servicio militar, los conservadores patriotas.

Hoy China está llena de convicción y compromiso, y EE. UU. de dudas. Por eso, el deseo de EE, UU. de mantener a China fuera de Centroamérica será difícil de lograr. Sin embargo, EE. UU. hace el intento.

Pese a su clara intención de distanciarse de cualquier política de Trump, el gobierno de Biden continuó la política de Trump de señalar a la RPC como un rival geopolítico con intereses y pretensiones totalmente opuestas a las de EE. UU., país que sigue insistiendo que los países de la región se acoplen a sus mandatos sin cuestionamientos. Sin embargo, las naciones latinoamericanas han independizado su política exterior. En toda Sudamérica, solo Paraguay reconoce a Taiwán en vez de la RPC. En Centroamérica, cada vez son menos países que siguen los dictados con respecto a Taiwán que EE. UU. pretende para países pequeños, mientras EE. UU. continúa transando con la RPC. En Honduras, la recién electa próxima presidente, Xiomara Castro, había indicado en su campaña su intención de establecer relaciones formales con la RPC. Aunque haya moderado su discurso público con respecto a este tema, bajo presión de EE. UU., habrá que esperar a enero de 2022, cuando tomé el poder, para conocer sus intenciones reales.

El 9 de diciembre, el primer día de la Cumbre por la Democracia que organizó el gobierno de Biden, Nicaragua anunció su intención de romper relaciones con Taiwán declarando: "En el mundo solo existe una China". Esto dejó solo 14 países en el mundo que reconocen a Taiwán, la mayoría en Centroamérica y el Caribe, lo cual refleja la disminución de la influencia americana en el mundo ante la realidad del ascenso chino. En Centroamérica, Honduras, Guatemala y Belice son los últimos aliados de Taiwán. Guatemala es el país más destacado de todos, con su apoyo consistente a Taiwán (e Israel), siguiendo la línea de política exterior de EE. UU. en estos dos temas, más fielmente que EE. UU. que no reconoce a Taiwán.

Ante su declive hegemónico a nivel global, EE. UU. tiene una tarea primordial: mantener a sus enemigos lejos. De esa cuenta, EE. UU. haría bien en reconocer el valor que países como Guatemala representa para su seguridad nacional. Hasta la fecha, EE. UU. ha tenido la suerte de ser geográficamente alejado de sus rivales, mientras su gran poder económico, tecnológico, y militar le permitía extender su presencia militar alrededor del mundo. Eso puedo cambiar, pues que China tiene un enorme y creciente poder de alcance global. Además, China tiene el compromiso de establecerse cerca de EE. UU., así como EE. UU. ha hecho con China, con su presencia militar en Corea del Sur, Japón y Taiwán.

EE. UU. no tiene buena estrategia para lograr su cometido. Su gran rival le gana terreno, en Asia Central, Medio Oriente, África, y América Latina. Localmente, promueve a muchos actores que anhelan el declive americano y celebran el ascenso político de actores y movimientos con valores distintos a su política exterior oficial, tanto en materia de inmigración como en los principios de la economía de mercado y la república soberana con verdadera independencia de poderes. Lo bueno es que esto es relativamente fácil de corregir.

 

La seguridad nacional de EE. UU. depende de Centroamérica

Ante su declive hegemónico a nivel global, EE. UU. tiene una tarea primordial: mantener a sus enemigos lejos. De esa cuenta, EE. UU. haría bien en reconocer el valor que países como Guatemala representa para su seguridad nacional.

Nicholas Virzi |
27 de diciembre, 2021

Para su gran consternación, por primera vez en su historia, EE. UU. afronta la realidad de una potencia rival con presencia significativa en Latinoamérica, lo que considera su esfera de influencia exclusiva. Ese país es China. Los diplomáticos de EE. UU. parecen no tener una estrategia bien pensada para adaptarse a este nuevo acontecimiento.

En materia de política exterior, el gobierno de Biden se ha dado la tarea de restaurar el liderazgo americano en el escenario internacional, reestableciendo a EE. UU. como líder de la comunidad de países democráticos. Es una tarea cuesta arriba, ya que EE. UU. no tiene la convicción de sus principios para imponer y moldear la agenda internacional como lo hacía antes, lo que había sido de gran beneficio para el mundo liberal.

En asuntos internacionales, la política exterior siempre ha sido determinada más por intereses de seguridad nacional que por ideales y valores. La era liberal que nació con la revolución americana y la industrial no ha sido la excepción. A inicios del siglo XIX se declaró la Doctrina Monroe que establecía “las américas para los americanos”. Desde entonces, la política exterior de EE. UU. en Latinoamérica se ha impulsado más por intereses nacionales de la república norteamericana que por una preocupación genuina de EE. UU. de la calidad democrática de los regímenes políticos en su esfera de influencia geopolítica; la “Diplomacia del dólar” le llamaban. A lo largo de los años, EE. UU. apoyó a dictadores e intervino militar o subversivamente con tal de proteger las vidas y propiedad de sus ciudadanos con inversiones en diferentes países de la región. Dichas intervenciones siempre fueron en contra de movimientos políticos que pretendían desafiar la hegemonía norteamericana.

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Después de la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. extendió su hegemonía a un nivel global. Ninguna otra potencia había alcanzado el poder económico, político, militar y cultural que EE. UU. alcanzó en la era postguerra. Bajo la sombrilla y protección de EE. UU., se creó una nueva arquitectura de organismos internacionales originalmente basados en principios liberales para promover los beneficios de la economía de mercado y el gobierno republicano. Se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y otros organismos internacionales con la intención de promover el desarrollo basado en la economía de mercado y resolver disputas por la vía de la negociación pacífica. Nunca antes en la historia había existido una potencia mundial que hubiese usado su poder de tal manera que paró beneficiando una gran y creciente comunidad de países, además de a sí misma. 

Sin embargo, la hegemonía americana estaba destinada a durar poco. Debido a su enorme éxito, otras regiones aliadas a EE. UU. prosperaron, tal como lo quería. La dominancia económica relativa de EE. UU., sobre la que se sostenía su enorme ventaja militar, disminuyó. Hace 60 años, EE. UU. representaba aproximadamente el 40% del producto mundial. Sin embargo, mientras los aliados de EE. UU. prosperaron, no contribuían su parte a la defensa colectiva del mundo liberal. Esto es especialmente cierto en el caso de los países europeos que antes figuraban entre las grandes potencias. Para su seguridad y defensa, hasta la fecha siguen dependiendo de EE. UU. para el uso de las fuerzas militares para defender sus intereses colectivos. En 1985, bajo el presidente Reagan, EE. UU. representaba más del 55% del gasto militar en el mundo, lo cual logró invirtiendo el 6.45% de su Producto Interno Bruto (PIB) en gasto militar. Con eso venció al comunismo soviético, que por su minúscula economía no podía competir militarmente con EE. UU.

Hoy EE. UU. representa el 24.8% del producto mundial y el 40% del gasto militar a nivel mundial. Eso no es poco, pero ya no es lo que era antes. Mientras tanto, la Unión Europea, más pasajero libre que aliado real, representa el 18.1% del producto mundial, pero solo el 12.1% del gasto militar. La voluntad europea de usar su poder militar para proteger y avanzar los intereses del mundo liberal es cuestionable. Europa está en plena decadencia y solo actúa militarmente cuando EE. UU. lidera y les obliga a honrar sus compromisos formales. En la guerra en Afganistán, EE. UU. asumió el 85% de muertes que sufrieron los países de la OTAN, la alianza entre EE. UU y los países europeos.

EE. UU. sigue siendo un país con enorme potencial de influir en el sistema político internacional, pero ya no manda. Se ve en pleno declive su hegemonía, sus aliados más capaces son claramente reacios a establecer una amenaza disuasiva creíble, y ahora EE. UU. afronta un nuevo rival: China. El ascenso chino es realmente impresionante. Luego de abandonar los planes económicos comunistas e implementar reformas económicas más apegadas a la lógica de mercado, China creció a un ritmo anual promedio de casi 10% entre 1980 y 2010. En la última década, ha crecido a un ritmo menor, pero aun relativamente alto, llegando a representar el 17% del producto mundial. Se proyecta que en el mediano plazo se convertirá en la economía más grande del mundo, sobrepasando a EE. UU. China aspira a ser lo que, desde su perspectiva, siempre fue el centro del mundo. Cabe recordar que, a inicios del siglo XVIII, China representaba casi la tercera parte del producto mundial.

Derivado de su creciente poder económico y voluntad política, China ahora tiene cada vez más poder militar, ya que representa el 13% del gasto militar a nivel mundial, mientras que en el 2004 representaba apenas el 3.5%. Para un país ascendente con sus propias pretensiones de hegemonía global, China tiene otros factores a su favor con respecto a su potencial militar. China representa el 27.5% del valor agregado de la industria a nivel global, comparado con el 16.8% de EE. UU. Y cada día, la República Popular de China (RPC) acapara más porcentaje del mercado mundial en minerales raros, claves insumos para la producción de alta tecnología.

Asimismo, China representa el 18.8% de la población mundial de hombres entre 20 y 34 años de edad, un importante indicador del potencial militar de un país. En comparación, EE. UU. representa solo el 3.9%. Además, en el caso de EE. UU., existen muchas dudas respecto a que sus hombres jóvenes son aptos para el servicio militar, tanto en términos físicos como mentales y morales. Las élites americanas se encargaron de eso. EE. UU. ya no produce en suficientes cantidades hombres fuertes, con valores patriotas, convencidos del excepcionalismo americano, aquella prepotencia con la que EE. UU. moldeó y convenció al mundo. Para agregar insulto sobre herida, las élites americanas se dedican a calumniar por razones políticas a un importante segmento de la población que presta a sus hijos para el servicio militar, los conservadores patriotas.

Hoy China está llena de convicción y compromiso, y EE. UU. de dudas. Por eso, el deseo de EE, UU. de mantener a China fuera de Centroamérica será difícil de lograr. Sin embargo, EE. UU. hace el intento.

Pese a su clara intención de distanciarse de cualquier política de Trump, el gobierno de Biden continuó la política de Trump de señalar a la RPC como un rival geopolítico con intereses y pretensiones totalmente opuestas a las de EE. UU., país que sigue insistiendo que los países de la región se acoplen a sus mandatos sin cuestionamientos. Sin embargo, las naciones latinoamericanas han independizado su política exterior. En toda Sudamérica, solo Paraguay reconoce a Taiwán en vez de la RPC. En Centroamérica, cada vez son menos países que siguen los dictados con respecto a Taiwán que EE. UU. pretende para países pequeños, mientras EE. UU. continúa transando con la RPC. En Honduras, la recién electa próxima presidente, Xiomara Castro, había indicado en su campaña su intención de establecer relaciones formales con la RPC. Aunque haya moderado su discurso público con respecto a este tema, bajo presión de EE. UU., habrá que esperar a enero de 2022, cuando tomé el poder, para conocer sus intenciones reales.

El 9 de diciembre, el primer día de la Cumbre por la Democracia que organizó el gobierno de Biden, Nicaragua anunció su intención de romper relaciones con Taiwán declarando: "En el mundo solo existe una China". Esto dejó solo 14 países en el mundo que reconocen a Taiwán, la mayoría en Centroamérica y el Caribe, lo cual refleja la disminución de la influencia americana en el mundo ante la realidad del ascenso chino. En Centroamérica, Honduras, Guatemala y Belice son los últimos aliados de Taiwán. Guatemala es el país más destacado de todos, con su apoyo consistente a Taiwán (e Israel), siguiendo la línea de política exterior de EE. UU. en estos dos temas, más fielmente que EE. UU. que no reconoce a Taiwán.

Ante su declive hegemónico a nivel global, EE. UU. tiene una tarea primordial: mantener a sus enemigos lejos. De esa cuenta, EE. UU. haría bien en reconocer el valor que países como Guatemala representa para su seguridad nacional. Hasta la fecha, EE. UU. ha tenido la suerte de ser geográficamente alejado de sus rivales, mientras su gran poder económico, tecnológico, y militar le permitía extender su presencia militar alrededor del mundo. Eso puedo cambiar, pues que China tiene un enorme y creciente poder de alcance global. Además, China tiene el compromiso de establecerse cerca de EE. UU., así como EE. UU. ha hecho con China, con su presencia militar en Corea del Sur, Japón y Taiwán.

EE. UU. no tiene buena estrategia para lograr su cometido. Su gran rival le gana terreno, en Asia Central, Medio Oriente, África, y América Latina. Localmente, promueve a muchos actores que anhelan el declive americano y celebran el ascenso político de actores y movimientos con valores distintos a su política exterior oficial, tanto en materia de inmigración como en los principios de la economía de mercado y la república soberana con verdadera independencia de poderes. Lo bueno es que esto es relativamente fácil de corregir.