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Las artes imitativas y el gusto

Las emociones que invocan las cosas que el humano ve en el mundo, dependerán de que tipo de cosas conforman su visión de sí mismo y de su existencia.

Warren Orbaugh |
21 de febrero, 2022

En mis entregas anteriores indiqué que las artes miméticas, imitativas o como yo las denomino, eikónicas (del griego eikon que significa imagen), como la pintura, escultura, arquitectura, teatro, música, ópera, danza, literatura, fotografía y cine, son la excelencia en la técnica de producir imágenes contingentes aplicando con lógica y maestría el conocimiento científico o demostrado.

Estas imágenes contienen dos aspectos: la ‘forma’ o estructura compositiva, y la ‘materia’ o contenido del argumento. El objeto de la estructura formal o esquema compositivo es la unidad de la imagen producto de relacionar diversas partes entre sí, dando como resultado variedad en la unidad y unidad en la variedad por medio de simetrías armoniosas, que conocemos como belleza. El objeto de la materia es la actualización de la idea.

La imagen en cuestión es una ficción alegórica, una reconstrucción crítica de la realidad, que expresa el sentido de vida del autor. El sentido de vida es un equivalente pre-conceptual de una visión metafísica, una apreciación emocional, subconscientemente integrada, del hombre y de la existencia. Antes de que el hombre entienda qué es metafísica, el humano hace elecciones que siguen sus juicios de valor, experimenta emociones, y adquiere cierta visión implícita de la vida. Cada elección y juicio de valor implica alguna estimación de sí mismo y del mundo, en particular de su capacidad de enfrentarse y de tratar con el mundo. Su mecanismo subconsciente integra sus actividades psicológicas, sus conclusiones, reacciones, evasiones, sean verdaderas o falsas, en una suma emocional que establece un patrón habitual que se convierte en su respuesta automática al mundo que lo rodea. Lo que empieza como una serie de conclusiones discretas, o de evasiones, sobre sus problemas particulares, se vuelve una sensación generalizada sobre la existencia, una visión metafísica motivada emocionalmente por una emoción básica que es parte de todas sus otras emociones y que subyace en todas sus experiencias.

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Esto es el sentido de vida, nos dice Rand.

El sentido de vida se forma por un proceso de generalización emocional, que Rand describe como un equivalente subconsciente del proceso de abstracción, ya que es un método de clasificación e integración. Las emociones que invocan las cosas que el humano ve en el mundo, dependerán de que tipo de cosas conforman su visión de sí mismo y de su existencia. El criterio subconsciente de selección que forma su abstracción emocional es:

“Aquello que es importante para mí”, o: “El tipo de universo que es correcto para mí, en el cual me siento en casa.”

El proceso de creación es como un proceso de deducción. El artista empieza con una abstracción amplia que debe concretizar, traerla a la realidad por medio de los particulares apropiados. El proceso de ver la obra de arte es un proceso que se parece el proceso de inducción, pues el observador percibe los particulares, los integra y comprende las abstracciones de donde proceden, completando así el círculo. El sujeto de la obra de arte expresa una visión del hombre y de la existencia. 

Como la imagen trae conceptos al nivel perceptual de la consciencia del observador, permite que él los capte como si fueran perceptos. Esta es la razón de la importancia del arte imitativo para el hombre. La imagen adquiere profundo significado personal para el observador al confirmar o negar la propia consciencia, dependiendo de que la obra apoye o niegue su visión fundamental de la realidad, su sentido de vida. Y su sentido de vida incluye sus valoraciones morales, sus principios éticos. El arte eikónico construye el modelo de esos principios éticos. Por eso nos dice Aristóteles en La Poética que la ficción es de mayor importancia filosófica que la historia, porque la historia nos muestra las cosas como son mientras la ficción las representa como pueden y deben ser. La imagen de arte eikónico le permite al observador la experiencia de ver la realidad concreta, inmediata y completa de sus valores más distantes, aquello que le resulta importante.

El concepto clave aquí es el término “importante”. Es un concepto que pertenece al ámbito de los valores. Lo que la obra de arte eikónica expresa es: “Esta es la vida como la veo.” El significado esencial de la respuesta del observador es: “Esto es, o no es, la vida como la veo.” Y el ‘gusto’ no es sino la aprobación o desaprobación emocional de la obra de acuerdo con que afirme o niegue el sentido de vida del observador, que afirme o niegue sus valores. Si la imagen muestra “la vida como la ve el observador” y afirma sus valores, entonces le gusta. Si la imagen niega “la vida como la ve el observador” y contradice, rechaza y refuta sus valores, entonces no le gusta. Por eso un observador puede reconocer que una obra de arte eikónica es excelente, es una obra maestra, bellísima, pero por negar su sentido de vida, afirmar sin temor a contradecirse: «Esta es una gran obra de arte, pero no me gusta, pues muestra un universo que me resulta despreciable». Así me sucede a mí con las obras de Hieronymus Bosh.

Pero si, por el contrario, la obra de arte eikónica expresa el sentido de vida y los valores del observador, si le permite experimentar vívidamente un momento de felicidad metafísica, un momento de amor por la existencia que le hace pensar: «me alegro de haber conocido ‘esto’ en mi vida», entonces podrá afirmar sin contradicción alguna: «Esta es una gran obra de arte y me gusta, pues muestra un universo que me resulta venerable».

El gusto es pues, una respuesta psicosomática, emocional, basada en los valores del sujeto y por tanto es personal.

De gustibus non est disputandum.

 

 

 

Las artes imitativas y el gusto

Las emociones que invocan las cosas que el humano ve en el mundo, dependerán de que tipo de cosas conforman su visión de sí mismo y de su existencia.

Warren Orbaugh |
21 de febrero, 2022

En mis entregas anteriores indiqué que las artes miméticas, imitativas o como yo las denomino, eikónicas (del griego eikon que significa imagen), como la pintura, escultura, arquitectura, teatro, música, ópera, danza, literatura, fotografía y cine, son la excelencia en la técnica de producir imágenes contingentes aplicando con lógica y maestría el conocimiento científico o demostrado.

Estas imágenes contienen dos aspectos: la ‘forma’ o estructura compositiva, y la ‘materia’ o contenido del argumento. El objeto de la estructura formal o esquema compositivo es la unidad de la imagen producto de relacionar diversas partes entre sí, dando como resultado variedad en la unidad y unidad en la variedad por medio de simetrías armoniosas, que conocemos como belleza. El objeto de la materia es la actualización de la idea.

La imagen en cuestión es una ficción alegórica, una reconstrucción crítica de la realidad, que expresa el sentido de vida del autor. El sentido de vida es un equivalente pre-conceptual de una visión metafísica, una apreciación emocional, subconscientemente integrada, del hombre y de la existencia. Antes de que el hombre entienda qué es metafísica, el humano hace elecciones que siguen sus juicios de valor, experimenta emociones, y adquiere cierta visión implícita de la vida. Cada elección y juicio de valor implica alguna estimación de sí mismo y del mundo, en particular de su capacidad de enfrentarse y de tratar con el mundo. Su mecanismo subconsciente integra sus actividades psicológicas, sus conclusiones, reacciones, evasiones, sean verdaderas o falsas, en una suma emocional que establece un patrón habitual que se convierte en su respuesta automática al mundo que lo rodea. Lo que empieza como una serie de conclusiones discretas, o de evasiones, sobre sus problemas particulares, se vuelve una sensación generalizada sobre la existencia, una visión metafísica motivada emocionalmente por una emoción básica que es parte de todas sus otras emociones y que subyace en todas sus experiencias.

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Esto es el sentido de vida, nos dice Rand.

El sentido de vida se forma por un proceso de generalización emocional, que Rand describe como un equivalente subconsciente del proceso de abstracción, ya que es un método de clasificación e integración. Las emociones que invocan las cosas que el humano ve en el mundo, dependerán de que tipo de cosas conforman su visión de sí mismo y de su existencia. El criterio subconsciente de selección que forma su abstracción emocional es:

“Aquello que es importante para mí”, o: “El tipo de universo que es correcto para mí, en el cual me siento en casa.”

El proceso de creación es como un proceso de deducción. El artista empieza con una abstracción amplia que debe concretizar, traerla a la realidad por medio de los particulares apropiados. El proceso de ver la obra de arte es un proceso que se parece el proceso de inducción, pues el observador percibe los particulares, los integra y comprende las abstracciones de donde proceden, completando así el círculo. El sujeto de la obra de arte expresa una visión del hombre y de la existencia. 

Como la imagen trae conceptos al nivel perceptual de la consciencia del observador, permite que él los capte como si fueran perceptos. Esta es la razón de la importancia del arte imitativo para el hombre. La imagen adquiere profundo significado personal para el observador al confirmar o negar la propia consciencia, dependiendo de que la obra apoye o niegue su visión fundamental de la realidad, su sentido de vida. Y su sentido de vida incluye sus valoraciones morales, sus principios éticos. El arte eikónico construye el modelo de esos principios éticos. Por eso nos dice Aristóteles en La Poética que la ficción es de mayor importancia filosófica que la historia, porque la historia nos muestra las cosas como son mientras la ficción las representa como pueden y deben ser. La imagen de arte eikónico le permite al observador la experiencia de ver la realidad concreta, inmediata y completa de sus valores más distantes, aquello que le resulta importante.

El concepto clave aquí es el término “importante”. Es un concepto que pertenece al ámbito de los valores. Lo que la obra de arte eikónica expresa es: “Esta es la vida como la veo.” El significado esencial de la respuesta del observador es: “Esto es, o no es, la vida como la veo.” Y el ‘gusto’ no es sino la aprobación o desaprobación emocional de la obra de acuerdo con que afirme o niegue el sentido de vida del observador, que afirme o niegue sus valores. Si la imagen muestra “la vida como la ve el observador” y afirma sus valores, entonces le gusta. Si la imagen niega “la vida como la ve el observador” y contradice, rechaza y refuta sus valores, entonces no le gusta. Por eso un observador puede reconocer que una obra de arte eikónica es excelente, es una obra maestra, bellísima, pero por negar su sentido de vida, afirmar sin temor a contradecirse: «Esta es una gran obra de arte, pero no me gusta, pues muestra un universo que me resulta despreciable». Así me sucede a mí con las obras de Hieronymus Bosh.

Pero si, por el contrario, la obra de arte eikónica expresa el sentido de vida y los valores del observador, si le permite experimentar vívidamente un momento de felicidad metafísica, un momento de amor por la existencia que le hace pensar: «me alegro de haber conocido ‘esto’ en mi vida», entonces podrá afirmar sin contradicción alguna: «Esta es una gran obra de arte y me gusta, pues muestra un universo que me resulta venerable».

El gusto es pues, una respuesta psicosomática, emocional, basada en los valores del sujeto y por tanto es personal.

De gustibus non est disputandum.