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Nada viene de la nada

Entendemos la libertad como independencia de la voluntad arbitraria de otro. Si reconocemos que el futuro es desconocido e incognoscible, nuestra supervivencia dependerá de la capacidad de reaccionar ante circunstancias imprevistas.

libertad
Jose Azel |
12 de julio, 2022

A los estudiantes universitarios de filosofía les fascina el precepto “Nada viene de la nada”, que Parménides discutiera por primera vez. 

Para Parménides, la materia no había sido creada y era eterna; por tanto, el universo no tenía principio. En cambio, en el libro de Génesis se establece que el universo no siempre había existido. Para sus autores el universo fue creado por un Dios todopoderoso. Hasta 1929, muchos científicos se alineaban con Parménides y creían que el universo era eterno.

Este punto de vista, de un universo eterno no creado, fue cuestionado por el astrónomo Edwin Hubble, que observó que el universo se expandía. La hipótesis de Hubble fue confirmada en 1965 por astrónomos que demostraron que el universo se encuentra en un estado de expansión cósmica y debe haber tenido un comienzo: Esta teoría, del Big Bang, concuerda con la doctrina teológica de la creación a partir de la nada. Es decir, Dios creó el universo con el Big Bang.

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Le agradezco, lector, que siga conmigo después de esta sombría introducción. La discusión filosófica de “nada viene de la nada” está fuera del alcance de esta columna, pero encuentro la frase aplicable para discutir cuestiones más terrenales como el origen de la libertad.

Si nada viene de la nada, ¿de dónde viene la libertad? Una respuesta perezosa es que viene de Dios. Esto lleva a preguntarse ¿por qué un Dios amoroso no ha permitido que la libertad florezca en la mayor parte de su mundo?  Después de todo, como nos recordaba Jean-Jacques Rousseau, “El hombre nace libre; pero en todas partes está encadenado”.

Entendemos la libertad como independencia de la voluntad arbitraria de otro. Si reconocemos que el futuro es desconocido e incognoscible, nuestra supervivencia dependerá de la capacidad de reaccionar ante circunstancias imprevistas. Esto lo podemos hacer en las sociedades libres. La libertad nos permite tomar decisiones que afectan nuestro futuro, cometer errores y aprender de ellos. La libertad permite nuestro crecimiento moral.

Algunos ataques filosóficos a la libertad invitan a la reflexión. Por ejemplo, si la libertad viene de Dios, y Dios es omnisciente, él sabe lo que va a pasar en el futuro. Esta línea de pensamiento conduce a la noción de predestinación. Si nuestro futuro está predestinado, la libertad humana es un engaño. La libertad y la predestinación son conceptos irreconciliables.

Otro enfoque filosófico afirma que, dado que el universo se rige por leyes de causa y efecto, el futuro ya está decidido de forma determinista. Es decir, todas las decisiones que tomamos están predeterminadas por leyes físicas. Según los incrédulos de la libertad, la predestinación o la predeterminación hacen que la libertad sea una ilusión.

Una tercera visión sobre la libertad humana razona que nuestra idea de libertad no es más que un producto arbitrario de nuestro entorno. Estos argumentos, y otros, han sido utilizados por los detractores de la libertad para socavar nuestras responsabilidades y justificar la eliminación de nuestras libertades. Como dijo George Bernard Shaw  “La libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de los hombres le temen”.

En 1958, el teórico político Isaiah Berlin complicó aún más la cuestión de la libertad con su conferencia “Dos conceptos de libertad”. Berlin hizo una distinción entre las libertades negativas y positivas. En el análisis de Berlin, la libertad negativa se entiende como la libertad “de” la interferencia de otros, y la libertad positiva, o la libertad “para”, se entiende como la libertad para actuar.

La libertad “para” está ejemplificada por opiniones marxistas en las que ser libre —en el sentido de “para”— implica que los individuos no son responsables de decidir lo que es mejor para ellos y el Estado debe decidir en su nombre. Esto justifica el uso de la opresión por parte del Estado para lograr la distribución deseada de la producción de la sociedad. Así, para los marxistas, la libertad viene del gobierno.

Sin embargo, nada viene de la nada, y como personas libres tenemos la oportunidad de tomar decisiones y asumir las consecuencias de nuestras elecciones. La libertad es un misterio, pero no es una ilusión. La libertad proviene de nuestras selecciones.

Nada viene de la nada

Entendemos la libertad como independencia de la voluntad arbitraria de otro. Si reconocemos que el futuro es desconocido e incognoscible, nuestra supervivencia dependerá de la capacidad de reaccionar ante circunstancias imprevistas.

Jose Azel |
12 de julio, 2022
libertad

A los estudiantes universitarios de filosofía les fascina el precepto “Nada viene de la nada”, que Parménides discutiera por primera vez. 

Para Parménides, la materia no había sido creada y era eterna; por tanto, el universo no tenía principio. En cambio, en el libro de Génesis se establece que el universo no siempre había existido. Para sus autores el universo fue creado por un Dios todopoderoso. Hasta 1929, muchos científicos se alineaban con Parménides y creían que el universo era eterno.

Este punto de vista, de un universo eterno no creado, fue cuestionado por el astrónomo Edwin Hubble, que observó que el universo se expandía. La hipótesis de Hubble fue confirmada en 1965 por astrónomos que demostraron que el universo se encuentra en un estado de expansión cósmica y debe haber tenido un comienzo: Esta teoría, del Big Bang, concuerda con la doctrina teológica de la creación a partir de la nada. Es decir, Dios creó el universo con el Big Bang.

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Si nada viene de la nada, ¿de dónde viene la libertad? Una respuesta perezosa es que viene de Dios. Esto lleva a preguntarse ¿por qué un Dios amoroso no ha permitido que la libertad florezca en la mayor parte de su mundo?  Después de todo, como nos recordaba Jean-Jacques Rousseau, “El hombre nace libre; pero en todas partes está encadenado”.

Entendemos la libertad como independencia de la voluntad arbitraria de otro. Si reconocemos que el futuro es desconocido e incognoscible, nuestra supervivencia dependerá de la capacidad de reaccionar ante circunstancias imprevistas. Esto lo podemos hacer en las sociedades libres. La libertad nos permite tomar decisiones que afectan nuestro futuro, cometer errores y aprender de ellos. La libertad permite nuestro crecimiento moral.

Algunos ataques filosóficos a la libertad invitan a la reflexión. Por ejemplo, si la libertad viene de Dios, y Dios es omnisciente, él sabe lo que va a pasar en el futuro. Esta línea de pensamiento conduce a la noción de predestinación. Si nuestro futuro está predestinado, la libertad humana es un engaño. La libertad y la predestinación son conceptos irreconciliables.

Otro enfoque filosófico afirma que, dado que el universo se rige por leyes de causa y efecto, el futuro ya está decidido de forma determinista. Es decir, todas las decisiones que tomamos están predeterminadas por leyes físicas. Según los incrédulos de la libertad, la predestinación o la predeterminación hacen que la libertad sea una ilusión.

Una tercera visión sobre la libertad humana razona que nuestra idea de libertad no es más que un producto arbitrario de nuestro entorno. Estos argumentos, y otros, han sido utilizados por los detractores de la libertad para socavar nuestras responsabilidades y justificar la eliminación de nuestras libertades. Como dijo George Bernard Shaw  “La libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de los hombres le temen”.

En 1958, el teórico político Isaiah Berlin complicó aún más la cuestión de la libertad con su conferencia “Dos conceptos de libertad”. Berlin hizo una distinción entre las libertades negativas y positivas. En el análisis de Berlin, la libertad negativa se entiende como la libertad “de” la interferencia de otros, y la libertad positiva, o la libertad “para”, se entiende como la libertad para actuar.

La libertad “para” está ejemplificada por opiniones marxistas en las que ser libre —en el sentido de “para”— implica que los individuos no son responsables de decidir lo que es mejor para ellos y el Estado debe decidir en su nombre. Esto justifica el uso de la opresión por parte del Estado para lograr la distribución deseada de la producción de la sociedad. Así, para los marxistas, la libertad viene del gobierno.

Sin embargo, nada viene de la nada, y como personas libres tenemos la oportunidad de tomar decisiones y asumir las consecuencias de nuestras elecciones. La libertad es un misterio, pero no es una ilusión. La libertad proviene de nuestras selecciones.