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Nuestra cámara de eco en los medios

Podría continuar, pero lo importante es que debemos exigir estándares muy superiores a los comentaristas de los medios.

Eco en medios
Jose Azel |
12 de diciembre, 2022

En los medios una cámara de eco define una situación en la cual información, ideas o creencias se amplifican o refuerzan repitiéndolas dentro de un sistema definido de noticieros, editoriales, páginas de opinión o foros en-línea. En una cámara de eco de un medio los puntos de vista alternativos son desaprobados o subestimados. La cámara de eco refuerza determinada visión haciéndola predominante.

Es lo que encontramos en regímenes que controlan los medios. Una rápida mirada al periódico oficial cubano Granma ilustra este punto. Nuestra variedad americana de cámaras de eco políticas es más sutil pero igualmente efectiva, particularmente en el mundo en-línea. En el entorno en-línea, que mucha gente joven utiliza como su única fuente de información política, reclamaciones insustanciales, exageradas o distorsionadas se hacen y repiten por simpatizantes hasta que la mayoría asume que tal declaración tiene que ser cierta.

El problema no se restringe al mundo en-línea. Los medios principales también refuerzan las creencias de sus audiencias repitiendo a televidentes y lectores argumentos carentes de solidez lógica. Los filósofos llaman “falacias informales” a estas argumentaciones defectuosas. La lista de falacias informales es extensa, pero vea usted si  puede localizar alguna de estas en recientes coberturas políticas.

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Una falacia favorita es la de la obligación de probar (onus probandi), donde los comentaristas trasladan la obligación de demostrar de quien afirma algo a la persona que lo niega. La obligación de probar corresponde siempre a quien hace la declaración. No existe obligación de otros de demostrar nada.

En 1952 el filósofo Bertrand Russell, en un artículo titulado “¿Existe un Dios?” planteó el punto introduciendo su ejemplo de la “tetera celestial” (Russell’s Teapot). Ese artículo, nunca publicado por ser considerado demasiado controversial, señalaba que si afirmamos, sin ofrecer pruebas, que una tetera orbita el Sol, esa afirmación no puede ser refutada. Pero eso no significa que sea cierto. No hay obligación de refutar que una tetera orbita el sol.

Otra falacia favorita es el argumento de la pendiente resbalosa. Es un argumento consecuencial en el cual se reclama que un relativamente pequeño primer paso lleva inevitablemente a una cadena de eventos que culmina con un resultado significativamente indeseado. Un argumento de pendiente resbalosa puede ser válido si se ofrece evidencia que substancie que la acción inicial resultará en las consecuencias predichas. Pero, como sucede habitualmente, el presentador ignora otras posibilidades.

Opinantes simpatizan también con la falacia “correlación demuestra causa”, donde plantean que una correlación entre dos eventos significa que uno es causa del otro. Es sabido que existe fuerte correlación entre las ventas de helados y las tasas de homicidios. Entonces, aumentar las ventas de helado provocaría incremento de los índices de homicidios; por supuesto que no. La correlación es real, pero los eventos no están relacionados: ambos son causados por las temperaturas calurosas del verano, que incrementan las ventas de helados y las tasas de homicidios.

Algunos comentaristas favorecen “argumentos de incredulidad” donde simplemente plantean que “no puedo imaginar cómo esto podría ser cierto; entonces, tiene que ser falso”. Otros prefieren el “llamado a la piedra” (argumentum ad lapidem), donde simplemente descalifican una declaración como absurda sin demostrar el por qué es absurda. Y muchos “suplican la pregunta” concluyendo sobre algo al asumirlo.

Otros continuamente mueven la meta desestimando evidencia presentada en respuesta a un reclamo y demandando más evidencia. O involucrándose en la falacia “Nirvana”, rechazando soluciones a problemas porque no son perfectas. Algunos comentaristas se especializan en “conclusiones irrelevantes” (ignoratio elenchi), ofreciendo argumentos que son válidos pero totalmente insignificantes para las conclusiones.

Debemos ser particularmente cuidadosos de la falacia del “falso dilema”, donde se ofrecen dos alternativas como las únicas posibles; muchas veces hay otras alternativas. Además, cuidarse del “término medio” que proclama que un compromiso entre dos posiciones es siempre adecuado. Y cuando todo lo demás falla, queda la falacia “contra la persona” (ad hominem), atacando al ponente en vez de al argumento.

Podría continuar, pero lo importante es que debemos exigir estándares muy superiores a los comentaristas de los medios. De no hacerlo, terminaremos con una irreflexiva cámara de eco política no diferente a las que establecen intencionalmente los regímenes autoritarios.

El último libro del Dr. Azel es “Reflexiones sobre la libertad”

Nuestra cámara de eco en los medios

Podría continuar, pero lo importante es que debemos exigir estándares muy superiores a los comentaristas de los medios.

Jose Azel |
12 de diciembre, 2022
Eco en medios

En los medios una cámara de eco define una situación en la cual información, ideas o creencias se amplifican o refuerzan repitiéndolas dentro de un sistema definido de noticieros, editoriales, páginas de opinión o foros en-línea. En una cámara de eco de un medio los puntos de vista alternativos son desaprobados o subestimados. La cámara de eco refuerza determinada visión haciéndola predominante.

Es lo que encontramos en regímenes que controlan los medios. Una rápida mirada al periódico oficial cubano Granma ilustra este punto. Nuestra variedad americana de cámaras de eco políticas es más sutil pero igualmente efectiva, particularmente en el mundo en-línea. En el entorno en-línea, que mucha gente joven utiliza como su única fuente de información política, reclamaciones insustanciales, exageradas o distorsionadas se hacen y repiten por simpatizantes hasta que la mayoría asume que tal declaración tiene que ser cierta.

El problema no se restringe al mundo en-línea. Los medios principales también refuerzan las creencias de sus audiencias repitiendo a televidentes y lectores argumentos carentes de solidez lógica. Los filósofos llaman “falacias informales” a estas argumentaciones defectuosas. La lista de falacias informales es extensa, pero vea usted si  puede localizar alguna de estas en recientes coberturas políticas.

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Una falacia favorita es la de la obligación de probar (onus probandi), donde los comentaristas trasladan la obligación de demostrar de quien afirma algo a la persona que lo niega. La obligación de probar corresponde siempre a quien hace la declaración. No existe obligación de otros de demostrar nada.

En 1952 el filósofo Bertrand Russell, en un artículo titulado “¿Existe un Dios?” planteó el punto introduciendo su ejemplo de la “tetera celestial” (Russell’s Teapot). Ese artículo, nunca publicado por ser considerado demasiado controversial, señalaba que si afirmamos, sin ofrecer pruebas, que una tetera orbita el Sol, esa afirmación no puede ser refutada. Pero eso no significa que sea cierto. No hay obligación de refutar que una tetera orbita el sol.

Otra falacia favorita es el argumento de la pendiente resbalosa. Es un argumento consecuencial en el cual se reclama que un relativamente pequeño primer paso lleva inevitablemente a una cadena de eventos que culmina con un resultado significativamente indeseado. Un argumento de pendiente resbalosa puede ser válido si se ofrece evidencia que substancie que la acción inicial resultará en las consecuencias predichas. Pero, como sucede habitualmente, el presentador ignora otras posibilidades.

Opinantes simpatizan también con la falacia “correlación demuestra causa”, donde plantean que una correlación entre dos eventos significa que uno es causa del otro. Es sabido que existe fuerte correlación entre las ventas de helados y las tasas de homicidios. Entonces, aumentar las ventas de helado provocaría incremento de los índices de homicidios; por supuesto que no. La correlación es real, pero los eventos no están relacionados: ambos son causados por las temperaturas calurosas del verano, que incrementan las ventas de helados y las tasas de homicidios.

Algunos comentaristas favorecen “argumentos de incredulidad” donde simplemente plantean que “no puedo imaginar cómo esto podría ser cierto; entonces, tiene que ser falso”. Otros prefieren el “llamado a la piedra” (argumentum ad lapidem), donde simplemente descalifican una declaración como absurda sin demostrar el por qué es absurda. Y muchos “suplican la pregunta” concluyendo sobre algo al asumirlo.

Otros continuamente mueven la meta desestimando evidencia presentada en respuesta a un reclamo y demandando más evidencia. O involucrándose en la falacia “Nirvana”, rechazando soluciones a problemas porque no son perfectas. Algunos comentaristas se especializan en “conclusiones irrelevantes” (ignoratio elenchi), ofreciendo argumentos que son válidos pero totalmente insignificantes para las conclusiones.

Debemos ser particularmente cuidadosos de la falacia del “falso dilema”, donde se ofrecen dos alternativas como las únicas posibles; muchas veces hay otras alternativas. Además, cuidarse del “término medio” que proclama que un compromiso entre dos posiciones es siempre adecuado. Y cuando todo lo demás falla, queda la falacia “contra la persona” (ad hominem), atacando al ponente en vez de al argumento.

Podría continuar, pero lo importante es que debemos exigir estándares muy superiores a los comentaristas de los medios. De no hacerlo, terminaremos con una irreflexiva cámara de eco política no diferente a las que establecen intencionalmente los regímenes autoritarios.

El último libro del Dr. Azel es “Reflexiones sobre la libertad”