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Otra pausa mundial… ¿Por cuánto tiempo?

Armando De la Torre |
18 de enero, 2022

Hemos caído en otro momento llano, o lo que es lo mismo, de otra angustiosa incertidumbre. 

            Casi todos los observadores internacionales de mi conocimiento parecen con miedo afrontar un cúmulo de tantas inquietudes a un mismo tiempo. Por supuesto, cada uno de los demás entre los ciudadanos de a pie también. 

Es como esperar una solución definitiva a lo que no la tiene o casi como un choque cósmico entre planetas.  

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No es la paz que precisamente anhelaríamos.

            Y en el entretanto, continuaremos especulando en torno a otro final muy incierto sobre la famosa pandemia que tanto nos ha sacudido. 

            Pero no es eso todo. También se pondera, aunque poco se haga al respecto, sobre una posible solución al enredo cáustico entre Ucrania y la OTAN. Lo mismo digamos respecto de esa permanente amenaza de la China roja en contra de la admirable República de Taiwán; aunque fuera de maniobras aéreas muy provocativas, todavía no se haya atrevido a desatar un ataque muy violento en concreto.

            Otro tanto se diga acerca de las intermitentes y dispersas tensiones cuyos focos, por el momento, aún son: Kazajistán, Israel, Birmania o hasta la misma multimillonaria y étnicamente tensa Nigeria. 

Y todo a la sombra de la seriedad que nos imponen ahora los armamentos nucleares de una docena de potencias mundiales crispadas y divididas a su interno.

            Es decir, que nos hallamos a la merced de las vacilaciones de un puñado de dirigentes de otros pueblos con los cuales apenas ni siquiera tenemos relación de importancia alguna. 

Y paralelo a todo ello, la preocupación por el indiscutible calentamiento global y de las descertificaciones que continúan inclementes sus mortales avances. 

Y entre tantas incógnitas, ¿qué decir más en concreto de nuestra América? 

Los Estados Unidos a la deriva bajo el incompetente gobierno de Biden. Chile, hasta ahora nuestro orgullo regional, en suspenso. Colombia, Brasil y Costa Rica a la espera de elecciones no menos impredecibles. En cambio, Cuba, Nicaragua, Venezuela y hasta Bolivia, ya bajo las sombras aplastantes de dictaduras pétreas al parecer interminables. 

Y encima de todo ello, en cuanto a modesto amortiguador, a la espera de un posible rescate de la sensatez tras las elecciones parciales para el poder legislativo el próximo mes de noviembre en los Estados Unidos. 

Incertidumbres, por doquier, la realista apreciación de nuestro entorno global tras la derrota electoral de Donald Trump. Es decir, la entera civilización esta vez a escala mundial súbitamente en un inquietante y súbito compás de espera. 

Por eso, creo de lo más oportuno retornar a nuestras propias y modestas expectativas, por un principio elemental de lógica en nada inferior a la de los demás. 

            Empiezo, entonces por aquí, en Guatemala, tras un crecimiento económico del 7.5% anual no visto entre nosotros desde el último año del gobierno de Jorge Ubico. Mis felicitaciones a nuestra clase empresarial, en la que incluyo a los millones de emigrantes que se han desplazado con tantos sacrificios a los Estados Unidos y de cuyas transferencias todos aquí nos beneficiamos por los canales más diversos.  En cuanto a los corruptos, que siempre abundan en el sector público, todavía hemos de esperar por una solución sensata electoral un día. 

Muchísimos más hondo, quedo a la espera de un retorno mundial a la fe en Dios, esto es, a un Absoluto desde el cual podamos medir lo relativo de nuestra moral y de nuestras decisiones.  

Pero, ya más en particular, ¿cuál Dios? Para mí, ¿El que nos habla cada día muy en silencio de nuestras conciencias o el muy estruendoso con cada una de nuestras tragedias globales? 

            Yo siempre me regreso al mismo con el que desde niño mis padres me familiarizaron: ese Dios absoluto del perdón, de la verdad, del amor, de la justicia y el de ese que nos ha ofrecido un plan bien en concreto frente al triste mundo del pecado. 

También me contento con la actualidad de ese mismo Ser Supremo que nos pudiera servir de manera más sugerente, como aquel al que supo implorar William Butler Yeats en su “Segunda Venida” en 1919 tras la hecatombe de la Primera Guerra Mundial. Es decir, el de un de nuevo históricamente relevante aunque desde una misma cruz, misterio que se nos resolverá más allá de todo hic et nunc (aquí y ahora) de este mundo y del más allá de las estrellas visibles en las noches más claras. También ese mismo Dios de un hipotético “Big Bang” según los científicos. O no menos como de uno que prefirió presentársenos humildemente y otra vez en el marco de nuestras circunstancias siempre terrenas.

Aunque como el mismo paradójicamente de aquella “Noche idílica de Paz” que nos endulzara tan bellamente desde su intimidad Franz Xaver Gruber en plena catastrófica transvaluación de todo durante la era napoleónica.

            Y, por lo tanto, nos queda otro mensaje oculto por descifrar, unas soluciones novedosas que promover y unos sacrificios de nuevo cuño que aceptar. 

            Pues el tiempo se nos acaba y, con él, tantas otras oportunidades de soñar, de emprender, de arrepentirnos, de lograr, de entender, de solucionar o de llorar. 

Al fin y al cabo, en esto siempre ha consistido la red de la vida redimida de los hombres: una paradoja sin fin. 

            Y todo esto me viene a la mente durante mi calmada perplejidad, cuando a todo parecería que se le ha puesto un punto final muy negativo y, sin embargo, nos tropezamos de nuevo con otro comienzo. 

            No olvidemos que aquella Belle Époque, supuestamente para siempre, no duró más allá de medio siglo, así como aquella Pax Romana del emperador Trajano. 

            Pues “Militia est vita hominis super terram”, no definió hace ya muchos siglos el libro de Job. 

Tampoco olvidemos que no hay otra peor condena que la de estar sujetos a una constante incertidumbre en cuanto alternativa a las certezas de la Fe.

Y por eso ahora he regresado al deleite de aquel bello poema de William Butler Yeats tras la carnicería de la Primera Guerra Mundial y que según Butler Yeats, por supuesto, también entraña esperanzadora esa “Segunda Venida” del Mesías que predijo el apóstol Pablo a los tesalonicenses y de la que estoy absolutamente cierto.

            La actitud, sea dicho de paso, más apropiada para todo comienzo de año y la más humilde para todo aquel que se pretenda genio universal, ya sea en la ciencia, en la literatura o en el discernimiento de los procesos humanos.

            Mis mejores deseos para todos a este comienzo de año. 

Otra pausa mundial… ¿Por cuánto tiempo?

Armando De la Torre |
18 de enero, 2022

Hemos caído en otro momento llano, o lo que es lo mismo, de otra angustiosa incertidumbre. 

            Casi todos los observadores internacionales de mi conocimiento parecen con miedo afrontar un cúmulo de tantas inquietudes a un mismo tiempo. Por supuesto, cada uno de los demás entre los ciudadanos de a pie también. 

Es como esperar una solución definitiva a lo que no la tiene o casi como un choque cósmico entre planetas.  

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No es la paz que precisamente anhelaríamos.

            Y en el entretanto, continuaremos especulando en torno a otro final muy incierto sobre la famosa pandemia que tanto nos ha sacudido. 

            Pero no es eso todo. También se pondera, aunque poco se haga al respecto, sobre una posible solución al enredo cáustico entre Ucrania y la OTAN. Lo mismo digamos respecto de esa permanente amenaza de la China roja en contra de la admirable República de Taiwán; aunque fuera de maniobras aéreas muy provocativas, todavía no se haya atrevido a desatar un ataque muy violento en concreto.

            Otro tanto se diga acerca de las intermitentes y dispersas tensiones cuyos focos, por el momento, aún son: Kazajistán, Israel, Birmania o hasta la misma multimillonaria y étnicamente tensa Nigeria. 

Y todo a la sombra de la seriedad que nos imponen ahora los armamentos nucleares de una docena de potencias mundiales crispadas y divididas a su interno.

            Es decir, que nos hallamos a la merced de las vacilaciones de un puñado de dirigentes de otros pueblos con los cuales apenas ni siquiera tenemos relación de importancia alguna. 

Y paralelo a todo ello, la preocupación por el indiscutible calentamiento global y de las descertificaciones que continúan inclementes sus mortales avances. 

Y entre tantas incógnitas, ¿qué decir más en concreto de nuestra América? 

Los Estados Unidos a la deriva bajo el incompetente gobierno de Biden. Chile, hasta ahora nuestro orgullo regional, en suspenso. Colombia, Brasil y Costa Rica a la espera de elecciones no menos impredecibles. En cambio, Cuba, Nicaragua, Venezuela y hasta Bolivia, ya bajo las sombras aplastantes de dictaduras pétreas al parecer interminables. 

Y encima de todo ello, en cuanto a modesto amortiguador, a la espera de un posible rescate de la sensatez tras las elecciones parciales para el poder legislativo el próximo mes de noviembre en los Estados Unidos. 

Incertidumbres, por doquier, la realista apreciación de nuestro entorno global tras la derrota electoral de Donald Trump. Es decir, la entera civilización esta vez a escala mundial súbitamente en un inquietante y súbito compás de espera. 

Por eso, creo de lo más oportuno retornar a nuestras propias y modestas expectativas, por un principio elemental de lógica en nada inferior a la de los demás. 

            Empiezo, entonces por aquí, en Guatemala, tras un crecimiento económico del 7.5% anual no visto entre nosotros desde el último año del gobierno de Jorge Ubico. Mis felicitaciones a nuestra clase empresarial, en la que incluyo a los millones de emigrantes que se han desplazado con tantos sacrificios a los Estados Unidos y de cuyas transferencias todos aquí nos beneficiamos por los canales más diversos.  En cuanto a los corruptos, que siempre abundan en el sector público, todavía hemos de esperar por una solución sensata electoral un día. 

Muchísimos más hondo, quedo a la espera de un retorno mundial a la fe en Dios, esto es, a un Absoluto desde el cual podamos medir lo relativo de nuestra moral y de nuestras decisiones.  

Pero, ya más en particular, ¿cuál Dios? Para mí, ¿El que nos habla cada día muy en silencio de nuestras conciencias o el muy estruendoso con cada una de nuestras tragedias globales? 

            Yo siempre me regreso al mismo con el que desde niño mis padres me familiarizaron: ese Dios absoluto del perdón, de la verdad, del amor, de la justicia y el de ese que nos ha ofrecido un plan bien en concreto frente al triste mundo del pecado. 

También me contento con la actualidad de ese mismo Ser Supremo que nos pudiera servir de manera más sugerente, como aquel al que supo implorar William Butler Yeats en su “Segunda Venida” en 1919 tras la hecatombe de la Primera Guerra Mundial. Es decir, el de un de nuevo históricamente relevante aunque desde una misma cruz, misterio que se nos resolverá más allá de todo hic et nunc (aquí y ahora) de este mundo y del más allá de las estrellas visibles en las noches más claras. También ese mismo Dios de un hipotético “Big Bang” según los científicos. O no menos como de uno que prefirió presentársenos humildemente y otra vez en el marco de nuestras circunstancias siempre terrenas.

Aunque como el mismo paradójicamente de aquella “Noche idílica de Paz” que nos endulzara tan bellamente desde su intimidad Franz Xaver Gruber en plena catastrófica transvaluación de todo durante la era napoleónica.

            Y, por lo tanto, nos queda otro mensaje oculto por descifrar, unas soluciones novedosas que promover y unos sacrificios de nuevo cuño que aceptar. 

            Pues el tiempo se nos acaba y, con él, tantas otras oportunidades de soñar, de emprender, de arrepentirnos, de lograr, de entender, de solucionar o de llorar. 

Al fin y al cabo, en esto siempre ha consistido la red de la vida redimida de los hombres: una paradoja sin fin. 

            Y todo esto me viene a la mente durante mi calmada perplejidad, cuando a todo parecería que se le ha puesto un punto final muy negativo y, sin embargo, nos tropezamos de nuevo con otro comienzo. 

            No olvidemos que aquella Belle Époque, supuestamente para siempre, no duró más allá de medio siglo, así como aquella Pax Romana del emperador Trajano. 

            Pues “Militia est vita hominis super terram”, no definió hace ya muchos siglos el libro de Job. 

Tampoco olvidemos que no hay otra peor condena que la de estar sujetos a una constante incertidumbre en cuanto alternativa a las certezas de la Fe.

Y por eso ahora he regresado al deleite de aquel bello poema de William Butler Yeats tras la carnicería de la Primera Guerra Mundial y que según Butler Yeats, por supuesto, también entraña esperanzadora esa “Segunda Venida” del Mesías que predijo el apóstol Pablo a los tesalonicenses y de la que estoy absolutamente cierto.

            La actitud, sea dicho de paso, más apropiada para todo comienzo de año y la más humilde para todo aquel que se pretenda genio universal, ya sea en la ciencia, en la literatura o en el discernimiento de los procesos humanos.

            Mis mejores deseos para todos a este comienzo de año.