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Se suicidó la razón W.E.

La razón huyó despavorida cuando vio que este tema de salud se convirtió en un arma ideológica.

Carolina Castellanos |
10 de febrero, 2022

La Real Academia Española, RAE, define la razón como la capacidad de discurrir, o sea de pensar, reflexionar y meditar. Si nos detenemos un momento en el tiempo y vemos cómo está el mundo, empezando por nuestra Guate, no hay necesidad de discutir o elucubrar respecto a lo que condujo al suicidio a la pobre razón.

Lo que debió ser un problema de salud que afectó al planeta completo, se ha vuelto la causa del rompimiento de todo tipo de relaciones: románticas, de trabajo, amistades, familia y cuanta otra haya. Hoy es un tema político, ideológico, de temor, enojo y amenazas constantes a nuestra forma de vida en libertad.

La razón no entiende por qué se ha vuelto obligatorio vacunarse. El mundo ha vivido pandemias a lo largo de la historia. La diferencia es que ahora tenemos conocimiento ilimitado al respecto. Eso ha generado todo tipo de teorías, desde la sopa de murciélago hasta el nuevo orden mundial.

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¿Cuál es la real? Todas, ninguna o una mezcla. La razón observa cómo se ha vuelto imposible llegar a acuerdos mínimos que respeten la libertad de cada quien y que nos permita vivir en armonía y sana convivencia. Se suicidó al ver la abundancia de argumentos a lo largo de todo el espectro de opiniones, dejando por un lado lo más importante: el uso de ese intelecto que nos permite abstraernos del miedo, analizar la abundante información, reflexionar y llegar a una conclusión racional. ¿Cuál es esa? La razón se la llevó consigo y murió en el suicidio.

La amenaza es gigante pues ataca lo más valioso: la salud, la libertad individual, la capacidad de discernimiento y la habilidad de tomar decisiones sin dejarse llevar por tanto ruido en el ambiente.  Ese ruido, que no es más que millones de mensajes en internet, es ensordecedor. La razón perdió su capacidad auditiva y decidió ponerle fin a su existencia.

Quienes fueron considerados gurús en el campo de la salud hoy debaten en cuál es la realidad. Formulan, sumando a todos, infinidad de soluciones, tratamientos y hasta recetas “de viejitas”. Entre todo esto, los “simples mortales” tomamos lo que queremos y desechamos lo demás. Al día siguiente, aquello que desechamos nos parece “razonable”, lo tomamos y lo cambiamos por lo anterior. La razón fue de un lado a otro hasta que el agotamiento la venció, facilitando así su partida de las mentes humanas.

Sus grandes aliadas, la meditación y la reflexión, se han ido con ella. Agobiadas por el ruido ensordecedor, débiles por la falta de la razón y vagando por el mundo sin encontrar en dónde anidar, no tuvieron más que suicidarse momentos después de la razón.

Una situación médica se salió de control. Se volvió totalmente política. Los gobernantes, entre presidentes, congresistas y funcionarios con algún rango y poder de decisión, asesinaron lo poco que quedaba de la razón. Ganar adeptos, seguidores y votos vale más que cualquier cosa. Medidas populistas, imposición de restricciones para incrementar el control de la población con la excusa de “mitigar” la propagación de la enfermedad, han probado ser un fracaso. Si la razón se hubiera aguantado un poquito más, de pronto se hubieran percatado que el contagio es inevitable. Estamos frente a algo que “se pega” con la respiración. Las mascarillas han mostrado reducir el riesgo significativamente, pero no son infalibles, especialmente cuando nuestra micro razón dice “ya basta, quiero respirar libremente”, o nos la quitamos para comer y beber.

La razón huyó despavorida cuando vio que este tema de salud se convirtió en un arma ideológica. Si las medidas son tomadas “por la derecha”, serán criticadas por la izquierda, y viceversa. La razón no tiene cabida allí. Intentó ganar un espacio entre tanta discusión, pero no lo logró. Ante el fracaso, se suicidó.

Los millones de fuentes de información han causado más confusión y conflicto. Unos contra otros, tratando de ganar la atención de la mayoría, sea por intereses genuinos o mezquinos. Unos caen de un lado, otros del otro mientras la gran mayoría perdió la capacidad de meditar, reflexionar y tomar sus propias decisiones.

El mundo necesita usar la razón nuevamente. Más importante aún, Guatemala está urgida de esto. No necesita más discusiones inútiles en las que el objetivo es “ganarle” al otro, y construir soluciones o rutas a seguir, aunque sean solo para nuestro metro cuadrado de influencia.

  Esto vale para las familias, amistades, compañeros de trabajo, el cuchubal y, sobre todo, el gobierno. La ausencia de un liderazgo fuerte, derivado de la influencia negativa de tantos a su alrededor, lo han hecho imposible. Nos toca revivir a la razón y usarla para construir.

Se suicidó la razón W.E.

La razón huyó despavorida cuando vio que este tema de salud se convirtió en un arma ideológica.

Carolina Castellanos |
10 de febrero, 2022

La Real Academia Española, RAE, define la razón como la capacidad de discurrir, o sea de pensar, reflexionar y meditar. Si nos detenemos un momento en el tiempo y vemos cómo está el mundo, empezando por nuestra Guate, no hay necesidad de discutir o elucubrar respecto a lo que condujo al suicidio a la pobre razón.

Lo que debió ser un problema de salud que afectó al planeta completo, se ha vuelto la causa del rompimiento de todo tipo de relaciones: románticas, de trabajo, amistades, familia y cuanta otra haya. Hoy es un tema político, ideológico, de temor, enojo y amenazas constantes a nuestra forma de vida en libertad.

La razón no entiende por qué se ha vuelto obligatorio vacunarse. El mundo ha vivido pandemias a lo largo de la historia. La diferencia es que ahora tenemos conocimiento ilimitado al respecto. Eso ha generado todo tipo de teorías, desde la sopa de murciélago hasta el nuevo orden mundial.

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¿Cuál es la real? Todas, ninguna o una mezcla. La razón observa cómo se ha vuelto imposible llegar a acuerdos mínimos que respeten la libertad de cada quien y que nos permita vivir en armonía y sana convivencia. Se suicidó al ver la abundancia de argumentos a lo largo de todo el espectro de opiniones, dejando por un lado lo más importante: el uso de ese intelecto que nos permite abstraernos del miedo, analizar la abundante información, reflexionar y llegar a una conclusión racional. ¿Cuál es esa? La razón se la llevó consigo y murió en el suicidio.

La amenaza es gigante pues ataca lo más valioso: la salud, la libertad individual, la capacidad de discernimiento y la habilidad de tomar decisiones sin dejarse llevar por tanto ruido en el ambiente.  Ese ruido, que no es más que millones de mensajes en internet, es ensordecedor. La razón perdió su capacidad auditiva y decidió ponerle fin a su existencia.

Quienes fueron considerados gurús en el campo de la salud hoy debaten en cuál es la realidad. Formulan, sumando a todos, infinidad de soluciones, tratamientos y hasta recetas “de viejitas”. Entre todo esto, los “simples mortales” tomamos lo que queremos y desechamos lo demás. Al día siguiente, aquello que desechamos nos parece “razonable”, lo tomamos y lo cambiamos por lo anterior. La razón fue de un lado a otro hasta que el agotamiento la venció, facilitando así su partida de las mentes humanas.

Sus grandes aliadas, la meditación y la reflexión, se han ido con ella. Agobiadas por el ruido ensordecedor, débiles por la falta de la razón y vagando por el mundo sin encontrar en dónde anidar, no tuvieron más que suicidarse momentos después de la razón.

Una situación médica se salió de control. Se volvió totalmente política. Los gobernantes, entre presidentes, congresistas y funcionarios con algún rango y poder de decisión, asesinaron lo poco que quedaba de la razón. Ganar adeptos, seguidores y votos vale más que cualquier cosa. Medidas populistas, imposición de restricciones para incrementar el control de la población con la excusa de “mitigar” la propagación de la enfermedad, han probado ser un fracaso. Si la razón se hubiera aguantado un poquito más, de pronto se hubieran percatado que el contagio es inevitable. Estamos frente a algo que “se pega” con la respiración. Las mascarillas han mostrado reducir el riesgo significativamente, pero no son infalibles, especialmente cuando nuestra micro razón dice “ya basta, quiero respirar libremente”, o nos la quitamos para comer y beber.

La razón huyó despavorida cuando vio que este tema de salud se convirtió en un arma ideológica. Si las medidas son tomadas “por la derecha”, serán criticadas por la izquierda, y viceversa. La razón no tiene cabida allí. Intentó ganar un espacio entre tanta discusión, pero no lo logró. Ante el fracaso, se suicidó.

Los millones de fuentes de información han causado más confusión y conflicto. Unos contra otros, tratando de ganar la atención de la mayoría, sea por intereses genuinos o mezquinos. Unos caen de un lado, otros del otro mientras la gran mayoría perdió la capacidad de meditar, reflexionar y tomar sus propias decisiones.

El mundo necesita usar la razón nuevamente. Más importante aún, Guatemala está urgida de esto. No necesita más discusiones inútiles en las que el objetivo es “ganarle” al otro, y construir soluciones o rutas a seguir, aunque sean solo para nuestro metro cuadrado de influencia.

  Esto vale para las familias, amistades, compañeros de trabajo, el cuchubal y, sobre todo, el gobierno. La ausencia de un liderazgo fuerte, derivado de la influencia negativa de tantos a su alrededor, lo han hecho imposible. Nos toca revivir a la razón y usarla para construir.