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Un sucicidio colectivo, ¿la solución para Chile?

Armando De la Torre |
15 de febrero, 2022

Mucho se habla sobre el envejecimiento de la población mundial dada la cada vez más raquítica procreación de niños entre nosotros. Y así se supone que hemos llegado a ser mayoritariamente más adultos, con el implícito entendido de que también somos política y socialmente más maduros.

         ¿Acaso ya lo hemos demostrado?

         Los últimos eventos ocurridos en ese país andino que por casi medio siglo se erigió a los ojos del entero mundo como el más sensato y avanzado de nuestra entera América Latina, la República de Chile, acaba de darle un mentís mortal a semejante supuesto, y de lo cual aquí me hago eco.

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         Los chilenos acaban de escoger al grupo de gobernantes más ineptos, caprichosos e infantiles de su entera historia, luego de haber sido el mejor modelo para nuestro futuro colectivo Iberoamericano.

¿Cómo ha sido tal cambio posible?

Aún continúo sin entenderlo, como nunca he entendido esa apariencia otra vez de suicidio colectivo en algunos otros grupos nacionales humanos, digamos Cuba, Venezuela, Nicaragua, la Argentina o Bolivia.

Lo que ocurre ahora en Chile me recuerda entre otros a aquel repugnante episodio de cortísima duración acaecido en la Guayana británica en 1978, a instancias de un demente predicador callejero por nombre James Jones, a sus inicios en su Estado natal de Indiana y más tarde en su adoptivo de California, el refugio tradicional, sea dicho de paso, de cuanta locura exótica haya carcomido la prosperidad material de los norteamericanos.

Aquel mentalmente perturbado y por lo mismo auto elegido predicador de masa de arrabal, llevó a sus infelices seguidores a un infame suicidio colectivo en la Guayana que todavía reverbera al menos en mi memoria particular de espantos colectivos.

Novecientos diecisiete fueron sus víctimas en aquella ocasión, entre ellos unos doscientos niños obligados a ingerir un mortífero cianuro de sodio, a instancias de tal demente profeta.

El pretexto para él había sido una hipotética persecución demoníaca de los capitalistas norteamericanos y la promesa consiguiente, de su parte, de un paraíso eterno para todos los drogados partícipes de tan horrendo rito final.

Y así el tal James Jones se constituyó en el más notable entre muchos otros que le habían precedido al estilo tenebroso del monje Rasputín en aquellos otros finales angustiosos de los Zares de la Rusia imperial en 1917.

Inclusive otro tanto se ha repetido una y otra vez a esa misma escala apocalíptica pero local, como aquel de Uganda de hace tan solo una veintena de años que arrastró a una muerte prematura a otro millar de hipnotizados seguidores de una secta pretendidamente religiosa que había tomado como su distintivo peculiar el de la “Restauración de los Diez Mandamiento de Dios”.

Y de tal estilo muchos más a lo largo de esa historia de los peores suicidios en masa, incluido, añado yo ahora para mis lectores guatemaltecos, el ejemplo de aquel grupúsculo de alocados que se apoderó de la Embajada de España en Guatemala a principio de la década de los ochentas del siglo pasado y que hubieron de morir quemados en el fuego que ellos mismos por su parte habían iniciado y que abarcó también a algunos de sus inocentes rehenes como al honesto y culto Canciller Adolfo Molina Orantes. Y de lo que, sea dicho de paso, el izquierdizante Embajador de España “milagrosamente” logró escapar.

De vuelta al caso chileno de hoy, Gabriel Boric, el muy a mi parecer inmaduro joven elegido Presidente y ahora por estrenarse en esa República hermana, habla y se manifiesta como otro desequilibrado de tal extirpe.

¡Qué lástima por ese pueblo tan querido por mí!

Las primeras escogencias de Boric para su gabinete de gobierno son una colección de mujeres exaltadas de las que hasta ahora muy poco sabíamos de sus posibles relevancias políticas al menos por estos lares guatemaltecos.

         Y así, por ejemplo, su seleccionada para ocupar el sensibilísimo cargo de Ministro de Defensa de la República de Chile es nadie menos que una nieta neurótica de Salvador Allende, hija de un miembro de la Policía de Inteligencia de Fidel Castro, Luis Fernández Oña, y también fervorosa entusiasta de su predecesora y modelo prototípico la ex Presidente de la República y madre soltera Michel Bachelet, quien a su turno iniciara la marcha de esta hecatombe final del país próspero y disciplinado que había recibido previamente de los genuinos demócratas Eduardo Ruiz Tagle y Ricardo Lagos.

         Y asimismo como “Ministra” Secretaria General de Gobierno a una comunista militante por nombre Camila Vallejos que en sus tiempos más juveniles había iniciado el movimiento de masas que hubo de llevar a la destrucción violenta por exaltadas turbas callejeras del entero entramado eléctrico del muy moderno sistema suburbano de Santiago.

         Y no menos para el otro delicado y estratégico puesto de Ministro del Trabajo a una no menos descolorida miembro del Partido Comunista, Jeannette Jara.

Y para el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género montado por la misma Bachelet, a Antonia Orellana del partido hipotéticamente de ideología “progresista”, Convergencia Social.

         Y encima, similarmente, ha seleccionado para el Ministerio de Relaciones Exteriores a Antonia Urrejola, “supuesta” experta en “Derechos Humanos”, que no en política exterior.

Y todas acompañadas por una variopinta colección de más activistas jóvenes.

Porque la ignorancia es siempre demasiado osada.

Y, por eso ahora me pregunto, ¿de cuál complejo de inseguridad frente a las mujeres padece ese tal señorito Boric?

         Evidentemente, y en consecuencia, su prioridad número uno parece ser la de neutralizar al cien por ciento al grupo del más varonil y seguro posible antagonista a su régimen: el de las Fuerzas Armadas de Chile.

Lo que a su turno me recuerda no menos la primera pregunta que se hizo en público a sí mismo Fidel Castro recién arribado al Campamento de Columbia en la Habana en enero de 1959 al momento de asumir el poder absoluto: “Armas, ¿para qué?”.

Y que a continuación pasó a desmantelar íntegramente al Ejército nacional cubano y a reemplazarlo por sus malolientes “barbudos”, cargados de armas mortíferas, ya en la Sierra Maestra hasta el día de hoy, sesenta y tres años después.

¡Y ahora pobre República de Chile! ¡Tan próspera otrora, tan equilibrada y tan ejemplar en todo!

¿Acabará ahora en otra versión socialista como lo sería, por ejemplo, la elección de un tal modelo en la República de Haití?

A este punto, por cierto, disponemos aquí en Guatemala al mejor experto de todos: Edmundo Mulet, cuya opinión explícita al respecto me agradaría escuchar.

Un sucicidio colectivo, ¿la solución para Chile?

Armando De la Torre |
15 de febrero, 2022

Mucho se habla sobre el envejecimiento de la población mundial dada la cada vez más raquítica procreación de niños entre nosotros. Y así se supone que hemos llegado a ser mayoritariamente más adultos, con el implícito entendido de que también somos política y socialmente más maduros.

         ¿Acaso ya lo hemos demostrado?

         Los últimos eventos ocurridos en ese país andino que por casi medio siglo se erigió a los ojos del entero mundo como el más sensato y avanzado de nuestra entera América Latina, la República de Chile, acaba de darle un mentís mortal a semejante supuesto, y de lo cual aquí me hago eco.

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         Los chilenos acaban de escoger al grupo de gobernantes más ineptos, caprichosos e infantiles de su entera historia, luego de haber sido el mejor modelo para nuestro futuro colectivo Iberoamericano.

¿Cómo ha sido tal cambio posible?

Aún continúo sin entenderlo, como nunca he entendido esa apariencia otra vez de suicidio colectivo en algunos otros grupos nacionales humanos, digamos Cuba, Venezuela, Nicaragua, la Argentina o Bolivia.

Lo que ocurre ahora en Chile me recuerda entre otros a aquel repugnante episodio de cortísima duración acaecido en la Guayana británica en 1978, a instancias de un demente predicador callejero por nombre James Jones, a sus inicios en su Estado natal de Indiana y más tarde en su adoptivo de California, el refugio tradicional, sea dicho de paso, de cuanta locura exótica haya carcomido la prosperidad material de los norteamericanos.

Aquel mentalmente perturbado y por lo mismo auto elegido predicador de masa de arrabal, llevó a sus infelices seguidores a un infame suicidio colectivo en la Guayana que todavía reverbera al menos en mi memoria particular de espantos colectivos.

Novecientos diecisiete fueron sus víctimas en aquella ocasión, entre ellos unos doscientos niños obligados a ingerir un mortífero cianuro de sodio, a instancias de tal demente profeta.

El pretexto para él había sido una hipotética persecución demoníaca de los capitalistas norteamericanos y la promesa consiguiente, de su parte, de un paraíso eterno para todos los drogados partícipes de tan horrendo rito final.

Y así el tal James Jones se constituyó en el más notable entre muchos otros que le habían precedido al estilo tenebroso del monje Rasputín en aquellos otros finales angustiosos de los Zares de la Rusia imperial en 1917.

Inclusive otro tanto se ha repetido una y otra vez a esa misma escala apocalíptica pero local, como aquel de Uganda de hace tan solo una veintena de años que arrastró a una muerte prematura a otro millar de hipnotizados seguidores de una secta pretendidamente religiosa que había tomado como su distintivo peculiar el de la “Restauración de los Diez Mandamiento de Dios”.

Y de tal estilo muchos más a lo largo de esa historia de los peores suicidios en masa, incluido, añado yo ahora para mis lectores guatemaltecos, el ejemplo de aquel grupúsculo de alocados que se apoderó de la Embajada de España en Guatemala a principio de la década de los ochentas del siglo pasado y que hubieron de morir quemados en el fuego que ellos mismos por su parte habían iniciado y que abarcó también a algunos de sus inocentes rehenes como al honesto y culto Canciller Adolfo Molina Orantes. Y de lo que, sea dicho de paso, el izquierdizante Embajador de España “milagrosamente” logró escapar.

De vuelta al caso chileno de hoy, Gabriel Boric, el muy a mi parecer inmaduro joven elegido Presidente y ahora por estrenarse en esa República hermana, habla y se manifiesta como otro desequilibrado de tal extirpe.

¡Qué lástima por ese pueblo tan querido por mí!

Las primeras escogencias de Boric para su gabinete de gobierno son una colección de mujeres exaltadas de las que hasta ahora muy poco sabíamos de sus posibles relevancias políticas al menos por estos lares guatemaltecos.

         Y así, por ejemplo, su seleccionada para ocupar el sensibilísimo cargo de Ministro de Defensa de la República de Chile es nadie menos que una nieta neurótica de Salvador Allende, hija de un miembro de la Policía de Inteligencia de Fidel Castro, Luis Fernández Oña, y también fervorosa entusiasta de su predecesora y modelo prototípico la ex Presidente de la República y madre soltera Michel Bachelet, quien a su turno iniciara la marcha de esta hecatombe final del país próspero y disciplinado que había recibido previamente de los genuinos demócratas Eduardo Ruiz Tagle y Ricardo Lagos.

         Y asimismo como “Ministra” Secretaria General de Gobierno a una comunista militante por nombre Camila Vallejos que en sus tiempos más juveniles había iniciado el movimiento de masas que hubo de llevar a la destrucción violenta por exaltadas turbas callejeras del entero entramado eléctrico del muy moderno sistema suburbano de Santiago.

         Y no menos para el otro delicado y estratégico puesto de Ministro del Trabajo a una no menos descolorida miembro del Partido Comunista, Jeannette Jara.

Y para el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género montado por la misma Bachelet, a Antonia Orellana del partido hipotéticamente de ideología “progresista”, Convergencia Social.

         Y encima, similarmente, ha seleccionado para el Ministerio de Relaciones Exteriores a Antonia Urrejola, “supuesta” experta en “Derechos Humanos”, que no en política exterior.

Y todas acompañadas por una variopinta colección de más activistas jóvenes.

Porque la ignorancia es siempre demasiado osada.

Y, por eso ahora me pregunto, ¿de cuál complejo de inseguridad frente a las mujeres padece ese tal señorito Boric?

         Evidentemente, y en consecuencia, su prioridad número uno parece ser la de neutralizar al cien por ciento al grupo del más varonil y seguro posible antagonista a su régimen: el de las Fuerzas Armadas de Chile.

Lo que a su turno me recuerda no menos la primera pregunta que se hizo en público a sí mismo Fidel Castro recién arribado al Campamento de Columbia en la Habana en enero de 1959 al momento de asumir el poder absoluto: “Armas, ¿para qué?”.

Y que a continuación pasó a desmantelar íntegramente al Ejército nacional cubano y a reemplazarlo por sus malolientes “barbudos”, cargados de armas mortíferas, ya en la Sierra Maestra hasta el día de hoy, sesenta y tres años después.

¡Y ahora pobre República de Chile! ¡Tan próspera otrora, tan equilibrada y tan ejemplar en todo!

¿Acabará ahora en otra versión socialista como lo sería, por ejemplo, la elección de un tal modelo en la República de Haití?

A este punto, por cierto, disponemos aquí en Guatemala al mejor experto de todos: Edmundo Mulet, cuya opinión explícita al respecto me agradaría escuchar.