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Bayan Mahmud, una larga travesía de África a La Bombonera

Redacción República
09 de octubre, 2013

Bayan Mahmud llegó a Argentina en 2010 luego de tres semanas de travesía como polizón escapando de un conflicto étnico en Ghana y hoy, a los 18 años, sueña con llegar a la Primera de Boca Juniors, el club que lo cobijó, para pegar el salto al fútbol mundial.

‘Mi sueño es llegar a la Primera de Boca y de ahí, mañana, jugar afuera, en Francia. Yo vi que en Francia hay muchos africanos y no puedo creer que quizás un día yo también pueda jugar con ellos’, dijo a la AFP.

Bayan, así le dicen todos en los pasillos de Casa Amarilla, la pensión boquense donde vive, a unos 200 metros de la mítica Bombonera, estuvo feliz de vestir los colores azul y oro apenas tres meses después de llegar al país, pero ya no le alcanza porque piensa en su futuro laboral.

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‘Yo quiero jugar, dónde sea, que venga lo que venga. Acá es muy difícil’, se lamenta, mientras sigue aspirando a ser titular en la cuarta división de Boca.

En la tribuna de la Bombonera, mientras la hinchada espera la salida a la cancha del equipo, Bayan posa sonriente para las fotos aunque desearía ser reconocido por algo más que por su condición de refugiado africano.

‘No quiero hablar tanto, quiero jugar’, dice un poco angustiado al contar otra vez su historia de pérdidas y huidas en su país, aunque esto le haya abierto las puertas al fútbol.

Sus entrenadores lo protegen y le tienen un cariño especial.

‘Éste es mi pollo (protegido)’, dice a la AFP Norberto Madurga, un volante que brilló en Boca en la década del 60.

Hugo Perotti, otro xeneize en los años 70 y 80, asegura que el ghanés es ‘un buen pibe que se ganó el cariño y respeto de todos, es como un hijo nuestro’.

‘El tiempo dirá si tiene posibilidades de jugar en Primera, pero con la vida dura que le tocó vivir, gracias al fútbol y a Boca tiene la vida encaminada’, asegura el exjugador.

De Bukaw a la Boca

Bayan tenía 10 años cuando encontró en su casa a sus padres asesinados en medio de un conflicto entre las etnias Kusasi, a la que pertenece, y Mamprusi en el pueblo de Bukaw, al noreste de Ghana.

El joven fue a parar a un orfanato junto con Muntala, su hermano mayor, hasta que unos años más tarde, durante un rebrote del conflicto étnico, decidieron huir.

Pero en el camino, perdió de vista a su hermano, que se quedó en Ghana y del que no tuvo más noticias hasta este año cuando lo reencontró por las redes sociales.

‘Estaba todo muy mal en mi cabeza y quería huir. Corrí y corrí y llegué a otra ciudad donde estuve como una semana, con chicos de la calle. Ellos me ayudaron a subirme a un barco pero me dijeron que me iba a Europa’, dice sonriéndose por el engaño.

Bayan se escondió en el barco del que nunca supo nombre ni bandera, pero una vez en el mar salió a la luz en búsqueda de comida y fue descubierto por un tripulante que lo protegió y lo alimentó durante las tres semanas de viaje.

El 7 de octubre de 2010, con 15 años, Bayan desembarcó en una ciudad argentina que no era Buenos Aires, pero que no conoce cuál es, sin saber una palabra de español ni en qué país estaba.

Pese ‘al miedo porque yo no sabía ni cómo pedir agua’, se subió a un autobús para Buenos Aires donde, tras su llegada, dos senegaleses lo ayudaron para llegar a Migraciones. Desde esa oficina lo enviaron a una casa de refugiados en el barrio de Constitución, en el sur de Buenos Aires.

Fue allí donde la suerte y el talento innato jugaron a su favor apenas tres meses después de su desembarco en Argentina, país del que sólo había oído hablar de Diego Maradona, Lionel Messi y Carlos Tevez.

El fútbol, una salida a la vida

‘Un día estaba en un parque cerca de Constitución (en el sector sur de Buenos Aires), mirando cómo jugaban al fútbol. Uno del equipo que iba perdiendo me invitó a jugar, entré y ganamos’, recuerda el joven, que idolatra al volante Andrés Iniesta, del FC Barcelona.

Por ese triunfo le pagaron unos pesos y le dijeron que fuera todos los sábados. Así fue cómo lo descubrió Rubén García, que lo llevó a probarse al club Deportivo Italiano (tercera categoría), pero le sugirieron que fuera a Boca, donde finalmente fichó.

‘Al principio me probaron de 8 (volante por derecha), donde me siento más cómodo, pero ahora me ponen de 4 (marcador de punta)’, detalla.

Al inglés, ghanés y el dialecto kusasi que hablaba en su país, Bayan fue agregando poco a poco un castellano ‘aporteñado’ aprendido ‘en la calle’ y sin manejar los tiempos verbales, lo que ahora intenta mejorar en la escuela media.

África, la Bombonera y la religión

Tras entrenar duro de lunes a sábado, los domingos Bayan va a ver a Boca cuando el equipo juega de local en su famoso estadio.

‘La primera vez que entré a la Bombonera y cuando pisé la cancha, sentí que me mareaba, ahora ya no’, confiesa Bayan.

Sentado en la platea donde trata de pasar desapercibido, se toma la cabeza y grita mesuradamente los goles del equipo del estelar Juan Román Riquelme, a quien considera su amigo.

Aunque a veces es el centro de burlas que le duelen, Bayan defiende su identidad musulmana y reza cinco veces por día.

‘Por lo que me pasó a mí, creo que Dios me está ayudando, tengo que respetar mi religión, es muy importante’, dice.

Y repite: ‘soy de África, vine de África, aunque esté acá África es mi casa’.

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Bayan Mahmud, una larga travesía de África a La Bombonera

Redacción República
09 de octubre, 2013

Bayan Mahmud llegó a Argentina en 2010 luego de tres semanas de travesía como polizón escapando de un conflicto étnico en Ghana y hoy, a los 18 años, sueña con llegar a la Primera de Boca Juniors, el club que lo cobijó, para pegar el salto al fútbol mundial.

‘Mi sueño es llegar a la Primera de Boca y de ahí, mañana, jugar afuera, en Francia. Yo vi que en Francia hay muchos africanos y no puedo creer que quizás un día yo también pueda jugar con ellos’, dijo a la AFP.

Bayan, así le dicen todos en los pasillos de Casa Amarilla, la pensión boquense donde vive, a unos 200 metros de la mítica Bombonera, estuvo feliz de vestir los colores azul y oro apenas tres meses después de llegar al país, pero ya no le alcanza porque piensa en su futuro laboral.

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‘Yo quiero jugar, dónde sea, que venga lo que venga. Acá es muy difícil’, se lamenta, mientras sigue aspirando a ser titular en la cuarta división de Boca.

En la tribuna de la Bombonera, mientras la hinchada espera la salida a la cancha del equipo, Bayan posa sonriente para las fotos aunque desearía ser reconocido por algo más que por su condición de refugiado africano.

‘No quiero hablar tanto, quiero jugar’, dice un poco angustiado al contar otra vez su historia de pérdidas y huidas en su país, aunque esto le haya abierto las puertas al fútbol.

Sus entrenadores lo protegen y le tienen un cariño especial.

‘Éste es mi pollo (protegido)’, dice a la AFP Norberto Madurga, un volante que brilló en Boca en la década del 60.

Hugo Perotti, otro xeneize en los años 70 y 80, asegura que el ghanés es ‘un buen pibe que se ganó el cariño y respeto de todos, es como un hijo nuestro’.

‘El tiempo dirá si tiene posibilidades de jugar en Primera, pero con la vida dura que le tocó vivir, gracias al fútbol y a Boca tiene la vida encaminada’, asegura el exjugador.

De Bukaw a la Boca

Bayan tenía 10 años cuando encontró en su casa a sus padres asesinados en medio de un conflicto entre las etnias Kusasi, a la que pertenece, y Mamprusi en el pueblo de Bukaw, al noreste de Ghana.

El joven fue a parar a un orfanato junto con Muntala, su hermano mayor, hasta que unos años más tarde, durante un rebrote del conflicto étnico, decidieron huir.

Pero en el camino, perdió de vista a su hermano, que se quedó en Ghana y del que no tuvo más noticias hasta este año cuando lo reencontró por las redes sociales.

‘Estaba todo muy mal en mi cabeza y quería huir. Corrí y corrí y llegué a otra ciudad donde estuve como una semana, con chicos de la calle. Ellos me ayudaron a subirme a un barco pero me dijeron que me iba a Europa’, dice sonriéndose por el engaño.

Bayan se escondió en el barco del que nunca supo nombre ni bandera, pero una vez en el mar salió a la luz en búsqueda de comida y fue descubierto por un tripulante que lo protegió y lo alimentó durante las tres semanas de viaje.

El 7 de octubre de 2010, con 15 años, Bayan desembarcó en una ciudad argentina que no era Buenos Aires, pero que no conoce cuál es, sin saber una palabra de español ni en qué país estaba.

Pese ‘al miedo porque yo no sabía ni cómo pedir agua’, se subió a un autobús para Buenos Aires donde, tras su llegada, dos senegaleses lo ayudaron para llegar a Migraciones. Desde esa oficina lo enviaron a una casa de refugiados en el barrio de Constitución, en el sur de Buenos Aires.

Fue allí donde la suerte y el talento innato jugaron a su favor apenas tres meses después de su desembarco en Argentina, país del que sólo había oído hablar de Diego Maradona, Lionel Messi y Carlos Tevez.

El fútbol, una salida a la vida

‘Un día estaba en un parque cerca de Constitución (en el sector sur de Buenos Aires), mirando cómo jugaban al fútbol. Uno del equipo que iba perdiendo me invitó a jugar, entré y ganamos’, recuerda el joven, que idolatra al volante Andrés Iniesta, del FC Barcelona.

Por ese triunfo le pagaron unos pesos y le dijeron que fuera todos los sábados. Así fue cómo lo descubrió Rubén García, que lo llevó a probarse al club Deportivo Italiano (tercera categoría), pero le sugirieron que fuera a Boca, donde finalmente fichó.

‘Al principio me probaron de 8 (volante por derecha), donde me siento más cómodo, pero ahora me ponen de 4 (marcador de punta)’, detalla.

Al inglés, ghanés y el dialecto kusasi que hablaba en su país, Bayan fue agregando poco a poco un castellano ‘aporteñado’ aprendido ‘en la calle’ y sin manejar los tiempos verbales, lo que ahora intenta mejorar en la escuela media.

África, la Bombonera y la religión

Tras entrenar duro de lunes a sábado, los domingos Bayan va a ver a Boca cuando el equipo juega de local en su famoso estadio.

‘La primera vez que entré a la Bombonera y cuando pisé la cancha, sentí que me mareaba, ahora ya no’, confiesa Bayan.

Sentado en la platea donde trata de pasar desapercibido, se toma la cabeza y grita mesuradamente los goles del equipo del estelar Juan Román Riquelme, a quien considera su amigo.

Aunque a veces es el centro de burlas que le duelen, Bayan defiende su identidad musulmana y reza cinco veces por día.

‘Por lo que me pasó a mí, creo que Dios me está ayudando, tengo que respetar mi religión, es muy importante’, dice.

Y repite: ‘soy de África, vine de África, aunque esté acá África es mi casa’.