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El amor a su hija fue el antídoto para atacar al coronavirus

Glenda Sanchez
07 de abril, 2020

Ana María del Carmen Jocholá es una guatemalteca que vive en Nueva York, Estados Unidos, desde hace más de 20 años. En ese país la acompaña su hija adolescente, una chica muy carismática, estudiosa e inquieta.

Desde hace dos años trabaja en una escuela pública en el Nueva York y en un supermercado de forma parcial. Además estudia en la universidad de ese mismo estado.

Hasta la primera semana de marzo su rutina era normal, aunque las noticias de los casos de coronavirus en China e Italia, la inquietaban, incluso su temor era infectarse. Tomó algunas medidas de prevención para evitar el contagio, pero fueron insuficientes.

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El virus la atacó. Hasta la fecha ella desconoce cómo se contagió del coronavirus, enfermedad que solo en Guatemala a infectado a más de 70 personas, y ha dejando tres fallecidos.

Sin auxilio inmediato

Carmen está consciente que su rutina la ponía en riesgo.

“Si, pues para trasladarme uso el transporte público, el contacto con mis compañeros en la universidad es constante, con los clientes en el supermercado (…) la verdad desconozco dónde me contagié”, comenta.

Asegura que si el gobierno hubiera tomado las medidas adecuadas desde que China empezó con los casos, no estarían los reportes tan altos.

Cuando las autoridades decidieron suspender las clases y algunos servicios, para ella ya era demasiado tarde. La segunda semana de marzo su diagnóstico apuntaba a que era portada del virus Covid-19.

Comprobó que la crisis era evidente, llamó a emergencias para que le hicieran la prueba y nunca llegaron. Su desesperación, dolor y angustia cada minuto se aceleraban.

Minutos después llamó a su doctor, y tampoco tuvo éxito. Una de las respuesta que recibió fue que todos estaban ocupados por la emergencia.

“Al principio no sabía si era coronavirus, pues los síntomas eran leves: fiebre, dolor en el cuerpo, y problemas al respirar. Hasta ese momento pensaba que era el estrés del trabajo y estudio”, recuerda la entrevistada.

Restricciones

El domingo 15 de marzo los dolores se intensificaron. No tenía deseos de ir a trabajar, y “gracias a Dios” dice, el Gobernador decidió suspender labores y clases.

Se ríe, y agrega: “Lo chistoso fue que lunes fue el único día de suspensión y después del martes casi todos trabajaron de nuevo”.

Debido a que los médicos no la atendían personalmente, insistió con el doctor personal para que la medicara por teléfono.

Le detalló sus síntomas y le recetó medicamento para la fiebre y dolor. Hasta ese momento Carmen pensaba que era el estrés.

“Todo el mundo agarraba mis datos, pero no tenía respuesta, y todo el mundo me decía quédate en casa. Por las noticias observé que se habilitaron centros para hacer las pruebas, llamé y me dijeron que era con cita del médico personal”, dice Carmen.

Cada paso que daba parecía complicar más la situación las respuestas en los centros de emergencia eran que solo atendían casos muy graves, y personas con los síntomas, pero de la tercera edad, con enfermedades crónicas.

Ella se preguntaba si estaba en Nueva York, porque afirma que nunca un médico dejaba de atender. Lo sorprendente para ella fue que pasaba más de la semana y media buscando atención pero nadie respondía. Su angustia era si tenía o no el virus.

Confirman el virus

En la última semana de marzo Carmen seguía con dolores y tos. Asegura que los pocos medicamentos que le recetaron para la fiebre le ayudaron, pero su desesperación la hizo buscar otras opciones.

“El último día que tuve fiebre fue el 28 de marzo. Un día después me llamó la doctora y me dijo que presentado el cuadro leve del coronavirus (…) ella me recomendó estar aislada”, afirma Carmen, mientras limpia una lágrima de su rostro.

Ser portada de coronovirus fue difícil, pero considera que eso no se compara con el dolor que le causó alejarse de su hija.

Dentro de su casa usa guantes, mascarillas y evita salir de su cuarto.

Hubo momentos que hicieron que perdiera la calma, la idea que podría morir por el virus cada vez era más recurrente. Ese pensamiento la inquietaba porque se preguntaba, ¿quién se quedaría con su hija si ella moría?

“Tengo mis hermanos y mi mamá (…), pero no es lo mismo que mi hija esté con su mamá”, añade con una voz entre cortada.

Pero no se dejó vencer, luchó contra la enfermedad y aunque sabe que aún no puede abrazar a su hija, sabe que se está recuperando.

La cuarentena la hizo reflexionar acerca de si es correcto el camino que lleva en la universidad, a rectificar que todos somos iguales y que todos se pueden enfermar.

“Me tocó mi punto humano saber que el suegro de mi hermano tiene el virus y que solo esperan días para desconectarlo (…) uno de sus pulmones colapsó (…) aunque tenemos la esperanza que Dios lo levante”, dice Carmen, con un tono de esperanza.

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El amor a su hija fue el antídoto para atacar al coronavirus

Glenda Sanchez
07 de abril, 2020

Ana María del Carmen Jocholá es una guatemalteca que vive en Nueva York, Estados Unidos, desde hace más de 20 años. En ese país la acompaña su hija adolescente, una chica muy carismática, estudiosa e inquieta.

Desde hace dos años trabaja en una escuela pública en el Nueva York y en un supermercado de forma parcial. Además estudia en la universidad de ese mismo estado.

Hasta la primera semana de marzo su rutina era normal, aunque las noticias de los casos de coronavirus en China e Italia, la inquietaban, incluso su temor era infectarse. Tomó algunas medidas de prevención para evitar el contagio, pero fueron insuficientes.

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El virus la atacó. Hasta la fecha ella desconoce cómo se contagió del coronavirus, enfermedad que solo en Guatemala a infectado a más de 70 personas, y ha dejando tres fallecidos.

Sin auxilio inmediato

Carmen está consciente que su rutina la ponía en riesgo.

“Si, pues para trasladarme uso el transporte público, el contacto con mis compañeros en la universidad es constante, con los clientes en el supermercado (…) la verdad desconozco dónde me contagié”, comenta.

Asegura que si el gobierno hubiera tomado las medidas adecuadas desde que China empezó con los casos, no estarían los reportes tan altos.

Cuando las autoridades decidieron suspender las clases y algunos servicios, para ella ya era demasiado tarde. La segunda semana de marzo su diagnóstico apuntaba a que era portada del virus Covid-19.

Comprobó que la crisis era evidente, llamó a emergencias para que le hicieran la prueba y nunca llegaron. Su desesperación, dolor y angustia cada minuto se aceleraban.

Minutos después llamó a su doctor, y tampoco tuvo éxito. Una de las respuesta que recibió fue que todos estaban ocupados por la emergencia.

“Al principio no sabía si era coronavirus, pues los síntomas eran leves: fiebre, dolor en el cuerpo, y problemas al respirar. Hasta ese momento pensaba que era el estrés del trabajo y estudio”, recuerda la entrevistada.

Restricciones

El domingo 15 de marzo los dolores se intensificaron. No tenía deseos de ir a trabajar, y “gracias a Dios” dice, el Gobernador decidió suspender labores y clases.

Se ríe, y agrega: “Lo chistoso fue que lunes fue el único día de suspensión y después del martes casi todos trabajaron de nuevo”.

Debido a que los médicos no la atendían personalmente, insistió con el doctor personal para que la medicara por teléfono.

Le detalló sus síntomas y le recetó medicamento para la fiebre y dolor. Hasta ese momento Carmen pensaba que era el estrés.

“Todo el mundo agarraba mis datos, pero no tenía respuesta, y todo el mundo me decía quédate en casa. Por las noticias observé que se habilitaron centros para hacer las pruebas, llamé y me dijeron que era con cita del médico personal”, dice Carmen.

Cada paso que daba parecía complicar más la situación las respuestas en los centros de emergencia eran que solo atendían casos muy graves, y personas con los síntomas, pero de la tercera edad, con enfermedades crónicas.

Ella se preguntaba si estaba en Nueva York, porque afirma que nunca un médico dejaba de atender. Lo sorprendente para ella fue que pasaba más de la semana y media buscando atención pero nadie respondía. Su angustia era si tenía o no el virus.

Confirman el virus

En la última semana de marzo Carmen seguía con dolores y tos. Asegura que los pocos medicamentos que le recetaron para la fiebre le ayudaron, pero su desesperación la hizo buscar otras opciones.

“El último día que tuve fiebre fue el 28 de marzo. Un día después me llamó la doctora y me dijo que presentado el cuadro leve del coronavirus (…) ella me recomendó estar aislada”, afirma Carmen, mientras limpia una lágrima de su rostro.

Ser portada de coronovirus fue difícil, pero considera que eso no se compara con el dolor que le causó alejarse de su hija.

Dentro de su casa usa guantes, mascarillas y evita salir de su cuarto.

Hubo momentos que hicieron que perdiera la calma, la idea que podría morir por el virus cada vez era más recurrente. Ese pensamiento la inquietaba porque se preguntaba, ¿quién se quedaría con su hija si ella moría?

“Tengo mis hermanos y mi mamá (…), pero no es lo mismo que mi hija esté con su mamá”, añade con una voz entre cortada.

Pero no se dejó vencer, luchó contra la enfermedad y aunque sabe que aún no puede abrazar a su hija, sabe que se está recuperando.

La cuarentena la hizo reflexionar acerca de si es correcto el camino que lleva en la universidad, a rectificar que todos somos iguales y que todos se pueden enfermar.

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