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Una fiesta patronal de más de 4 siglos

Redacción
14 de agosto, 2014

La Feria de la Ciudad de Guatemala es muy parecida a muchas otras que hay en todo el país. Los juegos mecánicos llegan desde El Salvador y los principales atractivos de la feria lo constituyen los conciertos populares que presentan algunas estaciones de radio. Ya no tiene el mismo esplendor de ayer, pero todavía reúne a la familia guatemalteca en su Feria Patronal de agosto en la Avenida Simeón Cañas. Sin embargo, tiene una historia de abolengo y esplendor muy interesante que viene de muy atrás.

Según la Municipalidad de Guatemala, la primera fiesta en honor a la Virgen de la Asunción se celebró en una comunidad indígena localizada en Chinautla en 1550, en la Parroquia Vieja que poseía una imagen de la virgen y que actualmente se ubica en la zona 6 de esta capital.

Pero ¿por qué se llama también Feria de Jocotenango? Existen referentes históricos que desde 1620 ya se realizaba la feria de Jocotenango en el pueblo del mismo nombre que estaba aledaño a la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, hoy la Antigua Guatemala. Este pueblo también fue trasladado y asentado junto con la capital en el Valle de la Ermita en 1777, constituyéndose en un municipio y construyendo edificaciones como su iglesia.

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Con este traslado la feria de la Virgen de la Asunción se convirtió en un festejo importante para la sociedad de aquel entonces.
Debido a que en esos días en muchos países no se podía comercializar la carne de res al menudeo, los chapines se las ingeniaron para distribuir la carne en esa feria, otorgándole un sentido ganadero a la celebración, lo cual atrajo incluso a la alta sociedad guatemalteca.

En 1879, Justo Rufino Barrios suprimió el Municipio de Jocotenango y lo anexó junto a su feria al ciudad capital, su iglesia fue demolida y la plaza transformada en el hipódromo del norte. Manuel Estrada Cabrera construyó el Templo de Minerva en 1901 y el Mapa en Relieve en 1905.

Con todo esto, llegaron los mejores días de la feria, ya que en ella podía encontrarse mercancía de la mejor calidad, tales como chales de seda, cigarros, eslabones de acero y peinetas con incrustaciones de oro.

También era posible comprar frutas de Quetzaltenango, ponchos Momostecos, pitos de Patzún, muebles de Totonicapán, chinchines de Rabinal y rosarios de tusa de San Martín Jilotepeque. Además, para diversión de los adultos se instalaron juegos de azar, y para los niños ruedas de caballitos.

La Feria en la literatura

El escritor José Milla escribió alrededor de 1870 el cuento la Feria de Jocotenango en sus Cuadros de Costumbres. Allí relata que Clímaco del Cacho, el tío Climas, viene a la Feria a vender sus vacas y aprovecha para que su esposa, la niña Brígida, conozca la ciudad.

El narrador se encuentra con ellos y pasa algunos días disfrutando de la feria con esa pareja. Debido a que la niña Brígida no conocía la ciudad, se pierde y pasa la noche en casa de una familia caritativa, hasta que a la mañana siguiente la encuentra su esposo.

Para que no vuelva a perderse, don Clímaco le ata una cuerda en la cintura a su esposa la cual sostiene mientras siguen paseándose por la feria. Pero esta vez es él quien se pierde debido a que se emborracha, extraviando su antiguo chaquetón verde, un rosario de perlas de su esposa, un atado de dinero y un zapato. Luego de mucho buscar lo que él considera cosas de mucho valor, encuentra sus pertenencias en un montepío, teniendo que pagar para recuperarlas.


Esta es la descripción de la feria de Milla:

“La plaza y la calle principal de Jocotenango presentan el espectáculo más animado y pintoresco. Las vendimias se ostentan por todas partes en ordenado desorden, bajo las anchas sombras de petate. Aquí las mesas cubiertas de vasos y garrafas de agua loja; allí los dulces, ofreciendo a las moscas, gratuito y espléndido banquete; acá las delicadas tunas de Panajachel; allá las sabrosas camuesas de Totonicapán, los zapotes, los pepinos, las naranjas, las chancacas, la pepitoria y las rapaduritas. Todo se ofrece abundante y barato a los aficionados, menos las nueces de Momostenango, que este año están tan escasas como el dinero y como el buen sentido. La feria de Jocotenango sin nueces es un cuerpo sin alma, una niña sin camisa garibaldina, una república sin revoluciones… “

Una fiesta patronal de más de 4 siglos

Redacción
14 de agosto, 2014

La Feria de la Ciudad de Guatemala es muy parecida a muchas otras que hay en todo el país. Los juegos mecánicos llegan desde El Salvador y los principales atractivos de la feria lo constituyen los conciertos populares que presentan algunas estaciones de radio. Ya no tiene el mismo esplendor de ayer, pero todavía reúne a la familia guatemalteca en su Feria Patronal de agosto en la Avenida Simeón Cañas. Sin embargo, tiene una historia de abolengo y esplendor muy interesante que viene de muy atrás.

Según la Municipalidad de Guatemala, la primera fiesta en honor a la Virgen de la Asunción se celebró en una comunidad indígena localizada en Chinautla en 1550, en la Parroquia Vieja que poseía una imagen de la virgen y que actualmente se ubica en la zona 6 de esta capital.

Pero ¿por qué se llama también Feria de Jocotenango? Existen referentes históricos que desde 1620 ya se realizaba la feria de Jocotenango en el pueblo del mismo nombre que estaba aledaño a la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, hoy la Antigua Guatemala. Este pueblo también fue trasladado y asentado junto con la capital en el Valle de la Ermita en 1777, constituyéndose en un municipio y construyendo edificaciones como su iglesia.

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Con este traslado la feria de la Virgen de la Asunción se convirtió en un festejo importante para la sociedad de aquel entonces.
Debido a que en esos días en muchos países no se podía comercializar la carne de res al menudeo, los chapines se las ingeniaron para distribuir la carne en esa feria, otorgándole un sentido ganadero a la celebración, lo cual atrajo incluso a la alta sociedad guatemalteca.

En 1879, Justo Rufino Barrios suprimió el Municipio de Jocotenango y lo anexó junto a su feria al ciudad capital, su iglesia fue demolida y la plaza transformada en el hipódromo del norte. Manuel Estrada Cabrera construyó el Templo de Minerva en 1901 y el Mapa en Relieve en 1905.

Con todo esto, llegaron los mejores días de la feria, ya que en ella podía encontrarse mercancía de la mejor calidad, tales como chales de seda, cigarros, eslabones de acero y peinetas con incrustaciones de oro.

También era posible comprar frutas de Quetzaltenango, ponchos Momostecos, pitos de Patzún, muebles de Totonicapán, chinchines de Rabinal y rosarios de tusa de San Martín Jilotepeque. Además, para diversión de los adultos se instalaron juegos de azar, y para los niños ruedas de caballitos.

La Feria en la literatura

El escritor José Milla escribió alrededor de 1870 el cuento la Feria de Jocotenango en sus Cuadros de Costumbres. Allí relata que Clímaco del Cacho, el tío Climas, viene a la Feria a vender sus vacas y aprovecha para que su esposa, la niña Brígida, conozca la ciudad.

El narrador se encuentra con ellos y pasa algunos días disfrutando de la feria con esa pareja. Debido a que la niña Brígida no conocía la ciudad, se pierde y pasa la noche en casa de una familia caritativa, hasta que a la mañana siguiente la encuentra su esposo.

Para que no vuelva a perderse, don Clímaco le ata una cuerda en la cintura a su esposa la cual sostiene mientras siguen paseándose por la feria. Pero esta vez es él quien se pierde debido a que se emborracha, extraviando su antiguo chaquetón verde, un rosario de perlas de su esposa, un atado de dinero y un zapato. Luego de mucho buscar lo que él considera cosas de mucho valor, encuentra sus pertenencias en un montepío, teniendo que pagar para recuperarlas.


Esta es la descripción de la feria de Milla:

“La plaza y la calle principal de Jocotenango presentan el espectáculo más animado y pintoresco. Las vendimias se ostentan por todas partes en ordenado desorden, bajo las anchas sombras de petate. Aquí las mesas cubiertas de vasos y garrafas de agua loja; allí los dulces, ofreciendo a las moscas, gratuito y espléndido banquete; acá las delicadas tunas de Panajachel; allá las sabrosas camuesas de Totonicapán, los zapotes, los pepinos, las naranjas, las chancacas, la pepitoria y las rapaduritas. Todo se ofrece abundante y barato a los aficionados, menos las nueces de Momostenango, que este año están tan escasas como el dinero y como el buen sentido. La feria de Jocotenango sin nueces es un cuerpo sin alma, una niña sin camisa garibaldina, una república sin revoluciones… “