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Una noche en el calabozo, o la antesala al infierno

Redacción República
05 de marzo, 2016

El lugar tiene como máximo dos metros de ancho y de largo de ocho a diez metros. Ahí pueden permanecer de 24 a 30 personas una noche. Lo primero que se siente al ingresar es el olor que emana del sanitario de cemento que utilizan los detenidos.

“Es un golpe a la nariz y también entras con temor por todo lo que se dice, no sabes cómo contener el miedo y eso, más el olor, dificulta analizar la situación”, describe Haroldo, quien fue capturado por estar en el lugar y momento equivocado.

Las primeras palabras que él escuchó al entrar en el sitio conocido como “gallinero” son las mismas seguramente que llegan a los oídos de la mayoría: “¿y vos por qué caíste?”, de inmediato analizó que tenía dos opciones: interrelacionarse o aislarse.

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El piso está completamente sucio, cubierto por el lodo que dejan las suelas de los zapatos de quienes estuvieron en la poza que rodea el sanitario, las marcas cubren casi toda el área, excepto la que está debajo de una banca en donde hay varios hombres descansando a lo largo. Dormir debajo de ese mueble es una opción.

Proezas y astucia

La luz permanece encendida. Las voces que se escuchan hablan acerca de los motivos de detención hasta algunas proezas, como la del sujeto que logró evadir los controles de la policía y sacó un poco de mariguana de su ropa interior. Lograron forjar un “churro”, pero nadie tenía fuego y a todo el que ingresaba le preguntaban si tenía fósforos, encendedor o algo para prenderlo.

[quote_center]”Había un señor… contó que estaba ahí porque atropelló un motorista. Él se bajó a atenderlo, no escapó, pero el sujeto había quedado mal y se lo llevaron en ambulancia, a él lo detuvieron”, describe Haroldo.[/quote_center]

Volviendo a las voces, el entrevistado se apresura a aclarar que no quiere prejuzgar, pero habían acentos diferentes, posiblemente de pandilleros. “Siempre hay temor de que te pase algo. Ahí no hay policías, están a diez metros aproximadamente. Hay tres carceletas, pero solo utilizan una, no sé por qué, quizá solo fue esa noche”, describe.

Quienes logran conciliar el sueño por algunos momentos, lo ven interrumpido porque abren la puerta para que entre alguien más. Algunos ingresan maltratando y el frío cala hasta los huesos. En la madrugada los que quisieron se “arrejuntaron” al fondo de la celda para darse calor.

A eso de seis de la mañana se les permite recibir comida que llevan los familiares a los capturados, pero no todos tienen la misma suerte, otros no reciben nada.

El baño tiene una pared frontal, es pequeña, añade Haroldo, y sólo cubre el espacio para que no se vea quién lo utiliza y cuenta con una palanca que sí funcionaba. Había agua esa noche, no hay lavamanos.

El cambio de turno de los jueces es a las siete de la mañana, es cuando empiezan a sacar a los capturados para que sean escuchados. Él salió porque el juez le declaró falta de mérito. Pero había pasado toda la noche con miedo, entre el olor nauseabundo, con la angustia de ser remitido al Centro Preventivo para Hombres de la zona 18.

Lo que se escucha toda la noche

Las historias acerca de ese lugar también forman parte de la jornada. Varios reincidentes contaban que entrar ahí es la mismísima antesala al infierno.  “Contaban que ahí llega la gente de los juzgados de los municipios del departamento, (de Guatemala), que hay violencia física, que los bajan como ´sapitos´ a los sectores, que te quitan todo, hasta los zapatos que cargas, si a los otros les gustan”, narró.

Eso también amedrenta a cualquiera esas 24 horas, como mínimo, que se pasa en la carceleta. También hay temor del resto de compañeros del “gallinero”. Por fortuna, esa noche no hubo extremos, excepto por el pandillero que se reveló en la madrugada y maltrató a los policías: “En un motín del Preventivo me los tengo que encontrar y les voy a…”. Solución: pasarlo a otro lado.

El entrevistado cuenta que del trato de los policías no tiene mayores comentarios, pero a los pandilleros evidentemente les temen. “Es una experiencia impactante para alguien que no está acostumbrado a la brutalidad que hay en el país. Es dura emocional y físicamente por todo lo anterior y porque tenés temor de lo que suceda en tu situación jurídica”, indicó.

Él, por suerte, logró ingresar un poncho, pero a otros se los impedían. En la madrugada el frío apremia y los reclusos se “arrejuntan” al fondo de la carceleta para darse calor. Antes de salir alguien se le acercó y le manifestó:  “compadre ya que se va y tuvo buena suerte, no sea culero, repórtese con el ponchito” y accedió, por supuesto que lo hizo.

Añadió que por prolongar la fiesta más allá de las horas permitidas, se puso en riesgo y que en ningún momento dejó de pensar en su futuro y el estigma por las fotos que provienen de la PNC que circulan en redes sociales y que considera, violentaría la presunción de inocencia y más adelante, incluso, el derecho al trabajo.

Pero él tuvo suerte, otros se van al Preventivo en lo que se averigua…

Ahora no se puede ingresar al área para hacer fotografías, esto luego de dos balaceras en el sótano con la participación de pandilleros. La primera fue el 28 de julio y la segunda el 30 de septiembre. Dos de los mareros fallecieron y se colocó una malla protectora.

En el siguiente video podemos observar lo ocurrido tras la última balacera:

Una noche en el calabozo, o la antesala al infierno

Redacción República
05 de marzo, 2016

El lugar tiene como máximo dos metros de ancho y de largo de ocho a diez metros. Ahí pueden permanecer de 24 a 30 personas una noche. Lo primero que se siente al ingresar es el olor que emana del sanitario de cemento que utilizan los detenidos.

“Es un golpe a la nariz y también entras con temor por todo lo que se dice, no sabes cómo contener el miedo y eso, más el olor, dificulta analizar la situación”, describe Haroldo, quien fue capturado por estar en el lugar y momento equivocado.

Las primeras palabras que él escuchó al entrar en el sitio conocido como “gallinero” son las mismas seguramente que llegan a los oídos de la mayoría: “¿y vos por qué caíste?”, de inmediato analizó que tenía dos opciones: interrelacionarse o aislarse.

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El piso está completamente sucio, cubierto por el lodo que dejan las suelas de los zapatos de quienes estuvieron en la poza que rodea el sanitario, las marcas cubren casi toda el área, excepto la que está debajo de una banca en donde hay varios hombres descansando a lo largo. Dormir debajo de ese mueble es una opción.

Proezas y astucia

La luz permanece encendida. Las voces que se escuchan hablan acerca de los motivos de detención hasta algunas proezas, como la del sujeto que logró evadir los controles de la policía y sacó un poco de mariguana de su ropa interior. Lograron forjar un “churro”, pero nadie tenía fuego y a todo el que ingresaba le preguntaban si tenía fósforos, encendedor o algo para prenderlo.

[quote_center]”Había un señor… contó que estaba ahí porque atropelló un motorista. Él se bajó a atenderlo, no escapó, pero el sujeto había quedado mal y se lo llevaron en ambulancia, a él lo detuvieron”, describe Haroldo.[/quote_center]

Volviendo a las voces, el entrevistado se apresura a aclarar que no quiere prejuzgar, pero habían acentos diferentes, posiblemente de pandilleros. “Siempre hay temor de que te pase algo. Ahí no hay policías, están a diez metros aproximadamente. Hay tres carceletas, pero solo utilizan una, no sé por qué, quizá solo fue esa noche”, describe.

Quienes logran conciliar el sueño por algunos momentos, lo ven interrumpido porque abren la puerta para que entre alguien más. Algunos ingresan maltratando y el frío cala hasta los huesos. En la madrugada los que quisieron se “arrejuntaron” al fondo de la celda para darse calor.

A eso de seis de la mañana se les permite recibir comida que llevan los familiares a los capturados, pero no todos tienen la misma suerte, otros no reciben nada.

El baño tiene una pared frontal, es pequeña, añade Haroldo, y sólo cubre el espacio para que no se vea quién lo utiliza y cuenta con una palanca que sí funcionaba. Había agua esa noche, no hay lavamanos.

El cambio de turno de los jueces es a las siete de la mañana, es cuando empiezan a sacar a los capturados para que sean escuchados. Él salió porque el juez le declaró falta de mérito. Pero había pasado toda la noche con miedo, entre el olor nauseabundo, con la angustia de ser remitido al Centro Preventivo para Hombres de la zona 18.

Lo que se escucha toda la noche

Las historias acerca de ese lugar también forman parte de la jornada. Varios reincidentes contaban que entrar ahí es la mismísima antesala al infierno.  “Contaban que ahí llega la gente de los juzgados de los municipios del departamento, (de Guatemala), que hay violencia física, que los bajan como ´sapitos´ a los sectores, que te quitan todo, hasta los zapatos que cargas, si a los otros les gustan”, narró.

Eso también amedrenta a cualquiera esas 24 horas, como mínimo, que se pasa en la carceleta. También hay temor del resto de compañeros del “gallinero”. Por fortuna, esa noche no hubo extremos, excepto por el pandillero que se reveló en la madrugada y maltrató a los policías: “En un motín del Preventivo me los tengo que encontrar y les voy a…”. Solución: pasarlo a otro lado.

El entrevistado cuenta que del trato de los policías no tiene mayores comentarios, pero a los pandilleros evidentemente les temen. “Es una experiencia impactante para alguien que no está acostumbrado a la brutalidad que hay en el país. Es dura emocional y físicamente por todo lo anterior y porque tenés temor de lo que suceda en tu situación jurídica”, indicó.

Él, por suerte, logró ingresar un poncho, pero a otros se los impedían. En la madrugada el frío apremia y los reclusos se “arrejuntan” al fondo de la carceleta para darse calor. Antes de salir alguien se le acercó y le manifestó:  “compadre ya que se va y tuvo buena suerte, no sea culero, repórtese con el ponchito” y accedió, por supuesto que lo hizo.

Añadió que por prolongar la fiesta más allá de las horas permitidas, se puso en riesgo y que en ningún momento dejó de pensar en su futuro y el estigma por las fotos que provienen de la PNC que circulan en redes sociales y que considera, violentaría la presunción de inocencia y más adelante, incluso, el derecho al trabajo.

Pero él tuvo suerte, otros se van al Preventivo en lo que se averigua…

Ahora no se puede ingresar al área para hacer fotografías, esto luego de dos balaceras en el sótano con la participación de pandilleros. La primera fue el 28 de julio y la segunda el 30 de septiembre. Dos de los mareros fallecieron y se colocó una malla protectora.

En el siguiente video podemos observar lo ocurrido tras la última balacera: