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Acompáñenos a un recorrido por Mariscal Zavala, la cárcel de los VIP

Redacción República
28 de mayo, 2016

Un cielo nublado con la amenaza latente de lluvia ambienta nuestra visita esta tarde. Transcurren las 16:00 horas y el sonido de la bocina anuncia nuestra llegada; de inmediato, dos soldados se acercan para inspeccionar el vehículo e inquieren: “¿Vienen de visita?” A la respuesta afirmativa, autorizan el ingreso.
A unos 100 metros se encuentra un segundo puesto de inspección, custodiado por tres guardias del Sistema Penitenciario; de igual manera, revisan el vehículo y toman datos personales de los visitantes. Recorremos unos 200 metros por una calle de terracería en una zona boscosa; al finalizar la vía, nos encontramos con no menos de 40 vehículos estacionados en los extremos de la carretera; muchos de estos, camionetas agrícolas blindadas, custodiadas por seguridad privada que observa con detenimiento a los recién llegados.
Llegamos a un tercer punto de inspección: una galera sin paredes donde permanecen tres guardias penitenciarios, que anotan nombres en computadoras y constatan la información que consigna en los documentos personales, a fin de validar el ingreso. Desde ese punto, ya la recíen creada cárcel preventiva de la Brigada Mariscal Zavala da una perspectiva diferente a otras prisiones: no se ven barrotes, no hay olores nauseabundos, ni pintas en las paredes. Tampoco hay una revisión minuciosa al entrar, como ocurre en otros centros de detención; los agentes no hacen pasar por el incómodo momento de sentir las manos recorrer todo el cuerpo en busca de objetos prohibidos.

Las primeras sorpresas

Tan solo damos un par de pasos, y rostros conocidos empiezan a cruzarse con nuestras miradas desde una malla, por cierto, la única que separa el Cuartel Mariscal Zavala de la cárcel denominada “Centro de detención de la zona diecisiete”. En ese preciso momento algo llama nuestra atención: el terreno que ocupa este centro está dividido en dos partes, una, con cierto nivel de deterioro, y otra, totalmente jardinizada y con acabados que agradan a la vista.
En el área más incómoda, los implicados en el caso Terminal de Contenedores Quetzal, conversan con otras personas que permanecen en pié. Entre ellos destaca un hombre con rasgos europeos y una barba espesa: se trata de Juan José Suarez, ex representante legal de la empresa Terminal de Contenedores Quetzal.
El aroma a tierra mojada y un ambiente campestre nos rodea. Cruzamos el área que recibe poco mantenimiento y llegamos a la puerta principal, tres guardias penitenciarios nos dan la bienvenida. Ya dentro recorremos una pequeña calle pavimentada cuyos alrededores se ven decorados por jardines floridos y árboles pequeños, pero frondosos. A escasos metros se escucha el rechinar de los resortes de una cama elástica y las risas y voces agitadas de niños que corren por doquier y compiten para llegar a una cancha de basquetbol. Se trata de pequeños visitantes, quienes, tras saludar a sus seres queridos, pueden distraerse como si estuvieran en un parque de juegos.

Rivales políticos, amigos en prisión

Un poco más adelante resaltan unas pequeñas viviendas que lucen nuevas. Estructuras firmes, techadas y pintadas de color corinto. La caminata se ve interrumpida por el saludo a la distancia de un hombre que cambió el saco y corbata por un pants gris y playera blanca: Gustavo Alejos. Acompañado por varias personas en un kiosco, sonríe. Él se encuentra en ese lugar por estar vinculado con el caso “negociadores de la salud”.
Alejos no es el único que dispone de un kiosco para atender a sus visitas. Al lado de cada habitación se encuentra una de estas estructuras en las que se cuenta con mesas, sillas y, en algunos casos, churrasqueras. De esa forma, es evidente que pasar unos momentos con la familia y amigos no es nada incómodo.
Quien también luce desenfadado es Gudy Rivera. Una mirada seria, perdida en el horizonte, y un semblante pensativo, describen a la perfección la postura del expresidente del Congreso de la República en la época dorada del Partido Patriota. Vestido con una pantaloneta beige de gabardina y una playera negra, sentado en una silla plástica, recibía el viento que soplaba con fuerza al interior de Mariscal Zavala. Rivera es acusado de haber influido en la elección de magistrados de la Sala de Apelaciones.

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Militares de la guerra

Esos rostros que alguna vez fueron portada de los diarios o que mostraban su poder en las diferentes instancias públicas, hoy forman parte del escenario de este cuartel. En un recinto pequeño, un poco más adelante, varios militares están reunidos, pero hay uno que destaca entre todos ellos: Benedicto Lucas. Él, junto con el resto, enfrenta cargos por desapariciones forzadas y delitos contra los deberes de la humanidad en el caso CREOMPAZ.
Los visitantes también resultan familiares en ese juego de miradas y desfile de personajes. Blanca Stalling pasa a nuestra vista, apurada en su visita vespertina a su hijo Otto Fernando Molina Stalling, acusado de negociar la adjudicación del contrato anómalo entre el IGSS y la droguería Pisa.
El cielo nublado que nos recibió al llegar, empieza a despedirnos con las gotas de lluvia. Retomamos el camino que nos llevó al corazón de este centro de detención y, en ese preciso instante, quien una vez lució la banda presidencial, hace su aparición a una distancia prudente. Otto Pérez Molina, con unos documentos en las manos, vestido con un pantalón de lona y una camisa azul deportiva, despide de su habitación a una mujer joven, quien luce un vestido floreado ajustado y unos zapatos de tacón alto.

Reo privilegiado

Tras estampar un beso en la mejilla de la joven, el exmandatario la acompaña a la salida y espera a que la mujer abandone las instalaciones. Una vez se marcha, Pérez observa a todas direcciones e ingresa en su habitación, ubicada a un costado de la entrada. En ese espacio, el exPresidente comparte con otros dos reclusos, a diferencia del resto, que debe convivir con ocho o 12 personas.
Los aguaceros nos dicen adiós a eso de las 17:00 horas. Algunos truenos y el golpe del agua en el suelo son los sonidos que predominan, pues algunos chiquillos ya se habían marchado o estaban en brazos de sus familiares. Las puertas se cierran a nuestras espaldas, dispuestas a seguir guardando las horas y los días de quienes esperan el veredicto final de la justicia.

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Redacción República
28 de mayo, 2016

Un cielo nublado con la amenaza latente de lluvia ambienta nuestra visita esta tarde. Transcurren las 16:00 horas y el sonido de la bocina anuncia nuestra llegada; de inmediato, dos soldados se acercan para inspeccionar el vehículo e inquieren: “¿Vienen de visita?” A la respuesta afirmativa, autorizan el ingreso.
A unos 100 metros se encuentra un segundo puesto de inspección, custodiado por tres guardias del Sistema Penitenciario; de igual manera, revisan el vehículo y toman datos personales de los visitantes. Recorremos unos 200 metros por una calle de terracería en una zona boscosa; al finalizar la vía, nos encontramos con no menos de 40 vehículos estacionados en los extremos de la carretera; muchos de estos, camionetas agrícolas blindadas, custodiadas por seguridad privada que observa con detenimiento a los recién llegados.
Llegamos a un tercer punto de inspección: una galera sin paredes donde permanecen tres guardias penitenciarios, que anotan nombres en computadoras y constatan la información que consigna en los documentos personales, a fin de validar el ingreso. Desde ese punto, ya la recíen creada cárcel preventiva de la Brigada Mariscal Zavala da una perspectiva diferente a otras prisiones: no se ven barrotes, no hay olores nauseabundos, ni pintas en las paredes. Tampoco hay una revisión minuciosa al entrar, como ocurre en otros centros de detención; los agentes no hacen pasar por el incómodo momento de sentir las manos recorrer todo el cuerpo en busca de objetos prohibidos.

Las primeras sorpresas

Tan solo damos un par de pasos, y rostros conocidos empiezan a cruzarse con nuestras miradas desde una malla, por cierto, la única que separa el Cuartel Mariscal Zavala de la cárcel denominada “Centro de detención de la zona diecisiete”. En ese preciso momento algo llama nuestra atención: el terreno que ocupa este centro está dividido en dos partes, una, con cierto nivel de deterioro, y otra, totalmente jardinizada y con acabados que agradan a la vista.
En el área más incómoda, los implicados en el caso Terminal de Contenedores Quetzal, conversan con otras personas que permanecen en pié. Entre ellos destaca un hombre con rasgos europeos y una barba espesa: se trata de Juan José Suarez, ex representante legal de la empresa Terminal de Contenedores Quetzal.
El aroma a tierra mojada y un ambiente campestre nos rodea. Cruzamos el área que recibe poco mantenimiento y llegamos a la puerta principal, tres guardias penitenciarios nos dan la bienvenida. Ya dentro recorremos una pequeña calle pavimentada cuyos alrededores se ven decorados por jardines floridos y árboles pequeños, pero frondosos. A escasos metros se escucha el rechinar de los resortes de una cama elástica y las risas y voces agitadas de niños que corren por doquier y compiten para llegar a una cancha de basquetbol. Se trata de pequeños visitantes, quienes, tras saludar a sus seres queridos, pueden distraerse como si estuvieran en un parque de juegos.

Rivales políticos, amigos en prisión

Un poco más adelante resaltan unas pequeñas viviendas que lucen nuevas. Estructuras firmes, techadas y pintadas de color corinto. La caminata se ve interrumpida por el saludo a la distancia de un hombre que cambió el saco y corbata por un pants gris y playera blanca: Gustavo Alejos. Acompañado por varias personas en un kiosco, sonríe. Él se encuentra en ese lugar por estar vinculado con el caso “negociadores de la salud”.
Alejos no es el único que dispone de un kiosco para atender a sus visitas. Al lado de cada habitación se encuentra una de estas estructuras en las que se cuenta con mesas, sillas y, en algunos casos, churrasqueras. De esa forma, es evidente que pasar unos momentos con la familia y amigos no es nada incómodo.
Quien también luce desenfadado es Gudy Rivera. Una mirada seria, perdida en el horizonte, y un semblante pensativo, describen a la perfección la postura del expresidente del Congreso de la República en la época dorada del Partido Patriota. Vestido con una pantaloneta beige de gabardina y una playera negra, sentado en una silla plástica, recibía el viento que soplaba con fuerza al interior de Mariscal Zavala. Rivera es acusado de haber influido en la elección de magistrados de la Sala de Apelaciones.

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Militares de la guerra

Esos rostros que alguna vez fueron portada de los diarios o que mostraban su poder en las diferentes instancias públicas, hoy forman parte del escenario de este cuartel. En un recinto pequeño, un poco más adelante, varios militares están reunidos, pero hay uno que destaca entre todos ellos: Benedicto Lucas. Él, junto con el resto, enfrenta cargos por desapariciones forzadas y delitos contra los deberes de la humanidad en el caso CREOMPAZ.
Los visitantes también resultan familiares en ese juego de miradas y desfile de personajes. Blanca Stalling pasa a nuestra vista, apurada en su visita vespertina a su hijo Otto Fernando Molina Stalling, acusado de negociar la adjudicación del contrato anómalo entre el IGSS y la droguería Pisa.
El cielo nublado que nos recibió al llegar, empieza a despedirnos con las gotas de lluvia. Retomamos el camino que nos llevó al corazón de este centro de detención y, en ese preciso instante, quien una vez lució la banda presidencial, hace su aparición a una distancia prudente. Otto Pérez Molina, con unos documentos en las manos, vestido con un pantalón de lona y una camisa azul deportiva, despide de su habitación a una mujer joven, quien luce un vestido floreado ajustado y unos zapatos de tacón alto.

Reo privilegiado

Tras estampar un beso en la mejilla de la joven, el exmandatario la acompaña a la salida y espera a que la mujer abandone las instalaciones. Una vez se marcha, Pérez observa a todas direcciones e ingresa en su habitación, ubicada a un costado de la entrada. En ese espacio, el exPresidente comparte con otros dos reclusos, a diferencia del resto, que debe convivir con ocho o 12 personas.
Los aguaceros nos dicen adiós a eso de las 17:00 horas. Algunos truenos y el golpe del agua en el suelo son los sonidos que predominan, pues algunos chiquillos ya se habían marchado o estaban en brazos de sus familiares. Las puertas se cierran a nuestras espaldas, dispuestas a seguir guardando las horas y los días de quienes esperan el veredicto final de la justicia.