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Blog de historias urbanas: El derecho al asiento vacío*

Redacción República
25 de junio, 2017

Mi jornada laboral terminó hace unos veinte minutos. Está lloviendo recio. No me animo a salir, aunque traje paraguas. Mejor espero a que escampe: detesto andar con el pantalón y los zapatos mojados. Entonces se me ocurre escribir sobre las luchas que se arman a diario, en las estaciones de arribo y salida del transmetro, con tal de conseguir un asiento vacío.

http://gph.is/164NAuY

Si alguna vez tuvo necesidad de usarlo porque el carro se le descompuso –el mecánico dilata la entrega para aflojarle una tuerca y garantizarse su pronta visita–, habrá sido testigo o partícipe del sitio y captura de los sillones grises para irse cómodo, descansar del peso de la mochila o llenarse la cabeza de ruido con el celular. Va pasito a pasito hasta situarse en la primera línea del frente; soporta empujones, algún que otro machucón, y nunca falta el belicoso que le reclame que no pasa y ni deja pasar. Usted se dice: “tengo derecho a ir sentado. Esperé, hice mi cola, merezco mi recompensa”.

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http://gph.is/2d7RM9K

Cuando suba al bus, correrá para asegurarse la pronta conquista de la plaza. Maldecirá a los que apartan lugar para los amigos que vienen atrás. Echará pestes contra el señor que anda en muletas, a quien el custodio dejó pasar primero, y se demora una eternidad en elegir asiento. Y no se me haga el inocente: usted se hará el dormido, o fingirá ignorancia, si delante suyo se para una mujer agobiada por el embarazo o un anciano que madruga para recibir la escasa medicina que le brinda el seguro social. “Para eso les reservan los asientos amarillos. Si otra gente los usa, no es mi problema”, dirá. ¿Verdad que sí?

http://gph.is/1weV0La

Yo defiendo el derecho a ir sentado cuando se lee, se duerme o se divaga mientras calles, edificios, personas y autos se suceden entre parada y parada. La semana pasada venía leyendo un artículo del escritor barcelonés Juan Goytisolo acerca de la narrativa escrita en los países que alguna vez formaron la república federal de Yugoslavia. También aludió al bombardeo de tres años y medio impuesto por paramilitares serbios a Sarajevo, la ciudad capital de Bosnia-Herzegovina donde alguna vez convivieron musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos. Subrayaba una frase –(¿habría durado el asedio de Sarajevo 42 meses si los asediadores hubieran sido musulmanes –laicos y democráticos– y los asediados cristianos?)– cuando un tipo oloroso a cigarrillo fumado de prisa me tocó con fuerza el hombro y me ordenó, sin agregar “por favor”, que le cediera mi espacio a una señora que cargaba a un niño de tres o cuatro años. Recuerdo sus ojos verdes incrustados en un rostro colorado, sin afeitar, salpicado de pelitos blancos. Hubieran visto la cara que puso cuando le dije “no interrumpa al que lea”. Después lo oí murmurar a mis espaldas, ardiendo en indignación y dándose aires de vengador justiciero.

http://gph.is/2cxlEcA

Quienes leen ocupan su tiempo en instruirse o prepararse de prisa para el examen que les tocará rendir en pocas horas; si duermen, recuperan algo del sueño perdido durante la noche o la madrugada a causa de las preocupaciones; el paisaje visto a través de la ventana ayuda a distraerse. Respetan los espacios asignados para madres embarazadas, ancianos y lisiados; no tienen por qué ceder a las presiones de la caridad ajena. Esperaron, hicieron su cola y merecen su recompensa. Ante todo la equidad, ¿no?

http://gph.is/2dafuQh

*José Vicente Solórzano Aguilar, experctador que observa, más allá de lo evidente.

Blog de historias urbanas: El derecho al asiento vacío*

Redacción República
25 de junio, 2017

Mi jornada laboral terminó hace unos veinte minutos. Está lloviendo recio. No me animo a salir, aunque traje paraguas. Mejor espero a que escampe: detesto andar con el pantalón y los zapatos mojados. Entonces se me ocurre escribir sobre las luchas que se arman a diario, en las estaciones de arribo y salida del transmetro, con tal de conseguir un asiento vacío.

http://gph.is/164NAuY

Si alguna vez tuvo necesidad de usarlo porque el carro se le descompuso –el mecánico dilata la entrega para aflojarle una tuerca y garantizarse su pronta visita–, habrá sido testigo o partícipe del sitio y captura de los sillones grises para irse cómodo, descansar del peso de la mochila o llenarse la cabeza de ruido con el celular. Va pasito a pasito hasta situarse en la primera línea del frente; soporta empujones, algún que otro machucón, y nunca falta el belicoso que le reclame que no pasa y ni deja pasar. Usted se dice: “tengo derecho a ir sentado. Esperé, hice mi cola, merezco mi recompensa”.

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Cuando suba al bus, correrá para asegurarse la pronta conquista de la plaza. Maldecirá a los que apartan lugar para los amigos que vienen atrás. Echará pestes contra el señor que anda en muletas, a quien el custodio dejó pasar primero, y se demora una eternidad en elegir asiento. Y no se me haga el inocente: usted se hará el dormido, o fingirá ignorancia, si delante suyo se para una mujer agobiada por el embarazo o un anciano que madruga para recibir la escasa medicina que le brinda el seguro social. “Para eso les reservan los asientos amarillos. Si otra gente los usa, no es mi problema”, dirá. ¿Verdad que sí?

http://gph.is/1weV0La

Yo defiendo el derecho a ir sentado cuando se lee, se duerme o se divaga mientras calles, edificios, personas y autos se suceden entre parada y parada. La semana pasada venía leyendo un artículo del escritor barcelonés Juan Goytisolo acerca de la narrativa escrita en los países que alguna vez formaron la república federal de Yugoslavia. También aludió al bombardeo de tres años y medio impuesto por paramilitares serbios a Sarajevo, la ciudad capital de Bosnia-Herzegovina donde alguna vez convivieron musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos. Subrayaba una frase –(¿habría durado el asedio de Sarajevo 42 meses si los asediadores hubieran sido musulmanes –laicos y democráticos– y los asediados cristianos?)– cuando un tipo oloroso a cigarrillo fumado de prisa me tocó con fuerza el hombro y me ordenó, sin agregar “por favor”, que le cediera mi espacio a una señora que cargaba a un niño de tres o cuatro años. Recuerdo sus ojos verdes incrustados en un rostro colorado, sin afeitar, salpicado de pelitos blancos. Hubieran visto la cara que puso cuando le dije “no interrumpa al que lea”. Después lo oí murmurar a mis espaldas, ardiendo en indignación y dándose aires de vengador justiciero.

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Quienes leen ocupan su tiempo en instruirse o prepararse de prisa para el examen que les tocará rendir en pocas horas; si duermen, recuperan algo del sueño perdido durante la noche o la madrugada a causa de las preocupaciones; el paisaje visto a través de la ventana ayuda a distraerse. Respetan los espacios asignados para madres embarazadas, ancianos y lisiados; no tienen por qué ceder a las presiones de la caridad ajena. Esperaron, hicieron su cola y merecen su recompensa. Ante todo la equidad, ¿no?

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*José Vicente Solórzano Aguilar, experctador que observa, más allá de lo evidente.