Retiro involuntario. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.
Supe que mi barbero desde 1996 acaba de dejar su oficio. Tenía varias semanas de ir a buscarlo a su casa, tocar el timbre y esperar a que saliera para atenderme. Desde que lo asaltaron ya no mantenía abierto su negocio, había que pasar a buscarlo. Pero nadie, ni siquiera el perro que suele escandalizar apenas olfatea a los extraños, se acercó a ver quién era.
Todo este tiempo lo pasó en su casa aquejado por la presión. No quiso ir al hospital por el temor a contagiarse de covid-19. Estuvo bajo los cuidados de su hija menor, recién graduada de enfermera profesional. Cuando probó a cortarle el pelo a uno de sus nietos, se fijaron que las manos le temblaban. Se juntó toda la descendencia en consejo familiar y le pidieron que se retirara.
Entre las instituciones a punto de desaparecer, se encuentra la barbería como el centro de reunión para los varones residentes en varias cuadras a la redonda. El peluquero era el estudioso del acontecer nacional y local; estaba al tanto de los pequeños milagros y las grandes tragedias que ocurrían en el barrio; también oficiaba de orientador, de consejero, mientras recortaba el pelo, afilaba la navaja y aplicaba talcos con su brocha al terminar la faena.
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Podían pasar semanas, incluso meses sin visitarlo; siempre sabía que podía localizarlo por las tardes. Y ahí estaban la silla giratoria, los frascos apilados sobre el mostrador, los compuestos para evitar la caída del pelo y los productos de belleza para las mujeres.
En las paredes aún colgaban los calendarios de años pasados y los carteles de la hermandad a la que pertenece. Dejaba abierta la ventanita de la puerta para que entrara el aire y se pudiera observar el movimiento de la calle. Tocaba decir «no gracias», si le ofrecían trastos de peltre o líquidos para lavar pisos; se ponía de acuerdo con sus demás clientes cuando pasaban preguntando a qué hora los atendía.
Me resta desearle plena recuperación, espero que encuentre la labor que le ayude a entretenerse mientras se acostumbra al retiro y lo saludaré de lejos si me lo encuentro en la esquina. Ya saben, aunque la mayoría no lo haga aún debemos mantener distancias.
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Todo este tiempo lo pasó en su casa aquejado por la presión. No quiso ir al hospital por el temor a contagiarse de covid-19. Estuvo bajo los cuidados de su hija menor, recién graduada de enfermera profesional. Cuando probó a cortarle el pelo a uno de sus nietos, se fijaron que las manos le temblaban. Se juntó toda la descendencia en consejo familiar y le pidieron que se retirara.
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Me resta desearle plena recuperación, espero que encuentre la labor que le ayude a entretenerse mientras se acostumbra al retiro y lo saludaré de lejos si me lo encuentro en la esquina. Ya saben, aunque la mayoría no lo haga aún debemos mantener distancias.
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