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Roger Waters

Redacción República
19 de enero, 2019

Roger Waters, esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Teatro de Bellas Artes, La Habana, Cuba, 24 de noviembre de 2018

Palacio de los Deportes, Ciudad de México

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

29 de noviembre de 2018

1) Roger Waters llegó a sentirse tan incómodo con los espectadores, más ocupados en hacer vida social que en ponerle atención a las canciones de Pink Floyd, que le escupió a un tipo que no paraba de hablar frente a él en Montreal, hacia 1977.

Entonces concibió el muro que separaría a los músicos del público.

Cuarenta y un años después, le gusta que lo vean tocar. El escenario es la tribuna donde se asoma a contemplar la multitud llegada desde todas partes a aclamarlo.

Si la nota apagada, le basta con levantar los brazos cual candidato victorioso para que la gente despierte de la modorra, recuerde a quién tiene enfrente y no le regatee los aplausos.

¿Y quién puede resistirse a que Waters se lo eche a la bolsa cuando el espectáculo empieza con «Breathe», «One of These Days», «Time/Breathe (reprise)» y «The Great Gig in The Sky»?

Esperé años para corear mi segundo verso favorito del rock inglés: «Hanging on in quiet desperation is the English way»; lo demás fue ganancia.

Disuelta la mayoría de bandas fundadoras de la escena rock, fallecidos varios de sus integrantes, los Beatles reviven cada noche que Paul McCartney se presenta en escena; Ray Davies es The Kinks, pese a la ausencia de su hermano Dave; Roger Waters es lo más cercano a Pink Floyd en lo que va del siglo XXI.

2) Me gusta darme la vuelta por los puestos donde se vende la mercadería no autorizada –playeras que se rematarán en 50 pesos a la salida del público, afiches, tazas, gorras, bufandas con el nombre del solista o el grupo de paso por la ciudad.

Varias personas reparten volantes en las afueras del Palacio de los Deportes y recibo una copia, pensando que se trata de alguna tienda donde pueda conseguir discos long play a precio razonable.

Y camino rápido, pues está lloviznando, todavía no encuentro la puerta donde debo entrar para ocupar mi asiento, y el agua amenaza con arreciar.

Al acomodarme saco el volante y leo:

MIENTRAS

JOHN ROGER

LENNON WATERS

PROMOVÍA PROMUEVE EL ODIO

AMOR Y PAZ ESTO NO QUERÍA PINK FLOYD

Nos adherimos a la campaña del

Centro Simón Wiesenthal

DI NO A

MENSAJES

DE ODIO

Momento, señor. Al igual que se promovieron sanciones económicas y culturales contra la Sudáfrica blanca que segregó a su población negra y mestiza hasta 1994, ¿no se debe hacer lo mismo para detener los abusos que sufren los palestinos desde que Israel ocupó la margen occidental del río Jordán en 1967?

Waters siempre recuerda que su padre se alistó en el ejército británico al constatar la barbarie de los nazis y murió en la batalla librada en Anzio, Italia, el 18 de febrero de 1944.

En cada lugar que visita hace tiempo para asistir a foros donde aclara que «apoyar a los palestinos no significa ser antisemita», como lo declaró ante la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.

De ahí que la política sea inevitable en sus conciertos. El intermedio lo ocupa la proyección de llamados a la resistencia contra gobernantes autoritarios como el primer ministro húngaro Viktor Orbán, el presidente filipino Rodrigo Duterte, el canciller austríaco Sebastian Kurz y el zar Vladimir Putin.

El siempre esperado cerdito volador incluyó mensajes que instaron a los espectadores a ser más humanos. Tras presentar a su banda, Waters comentó que la empresa Cemex provee material a los israelíes constructores del muro que estrecha el cerco a Cisjordania.

3) El músico que optó por ocultarse tras una pared se mueve de lo más cómodo sobre la tarima. Alterna sus minutos a la izquierda, centro y derecha para que lo contemplen por un rato; de ahí regresa a sus paseos. Sabe que lo quieren y se deja querer.

Ahí estaba el hombre que escribió las letras de Pink Floyd a partir de 1973, aparte de hacerse con la dirección artística del cuarteto y ganarse la fama de dictador que lo acompañará en futuras reseñas biográficas.

Demuestra su toque a las cuatro cuerdas cuando se sumerge en la densidad de «Dogs» y «Pigs (Three Diferent Ones)».

Me acordé de una entrevista a David Gilmour. Contó con malicia que tocó el bajo en varios discos de Pink Floyd y Waters se le acercaba para agradecerle el título al mejor bass player que le daban las encuestas.

Los álbumes en solitario de Waters (con la inclusión de su última grabación bajo la marca Pink Floyd, The Final Cut) demandan paciencia para la escucha y tener las letras a la mano.

En giras pasadas repasó los discos predilectos del público (The Dark Side of The Moon, The Wall); esta vez presentó su nueva entrega, Is This The Life We Really Want?

Cuatro o cinco de las canciones se insertan entre los clásicos que la gente siempre quiere oír; es el momento en que se sientan, toman cerveza y se pierden en el ciberespacio.

Pero vamos: si se sigue a un músico con medio siglo de trayectoria, se debe recibir su producción reciente con el mismo interés dedicado a la obra de juventud.

Así, «Dejà Vu», «The Last Refugee», «Picture That» y «Smell The Roses» se asoman para recordarnos que Waters le sigue tomando el pulso y la temperatura al mundo.

Es capaz de imaginarse a un dron que teme localizar un hogar donde una mujer hornee el pan, prepare arroz o ponga a hervir unos huesos para el caldo («Dejà Vu») y a un niño que escarba entre la arena, en esa misma playa donde su padre acaba de partir en bote huyendo del hambre, la pobreza y la guerra, para dar con alguna reliquia («The Last Refugee»).

Invita a imaginarse escenas hogareñas, manos juveniles a punto de apretar el gatillo, o a los que se toman autorretratos en primerísima fila con orquesta al fondo («Picture That»), e incluso alude a «Light My Fire» de The Doors en la letra de «Smell The Roses»:

Throw her photo on the funeral pyre

Now we can forget the threat she poses

Girl you know you couldn’t get much higher

4) Ahí estuve, entre el pueblo que aclamó a su tirano. Cambié de lugar para que no me estorbara la recia plática de un par de charros sentados detrás de mí, producto de generaciones dedicadas a la crianza de ganado y a arrear caballos en el rancho.

Me perdí buena parte de las imágenes en pantalla con tal de seguir cada movimiento de Waters; me causó gracia que alguien se dio un toque de marihuana en perfecta sincronía con el primer acorde de «Breathe».

No hacen falta que se asomen David Gilmour y Nick Mason, por mucho que se les añore.

Los guitarristas David Kilminster, Gus Seyfertt y Jonathan Wilson calcan al detalle los punteos de Gilmour; Jon Carin, asociado a Pink Floyd y derivados desde 1987, cubre las capas de teclados junto a Bo Koster; Ian Ritchie interviene al saxofón en «Money» y «Us and Them»; Joey Waronker se encargó la batería en Is This The Life We Really Want? y su trabajo gustó tanto a Waters que lo contrató para la gira; Jess Wolfe y Holly Laessing, tocadas con pelucas rubias, aportan las voces femeninas y alguna percusión.

Y ya se sabe, mientras «Eclipse» nos recuerda que si bien todo bajo el sol está en armonía, pero la luna termina por eclipsarlo, «Comfortably Numb» es la suma y apoteosis que mejor alcanzaron Roger Waters y David Gilmour. Terminó con lluvia de papelitos, mientras Waters bajó al ruedo y estrechó cuantas manos se le pusieron enfrente.

Comfortably Numb

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1) Roger Waters llegó a sentirse tan incómodo con los espectadores, más ocupados en hacer vida social que en ponerle atención a las canciones de Pink Floyd, que le escupió a un tipo que no paraba de hablar frente a él en Montreal, hacia 1977.

Entonces concibió el muro que separaría a los músicos del público.

Cuarenta y un años después, le gusta que lo vean tocar. El escenario es la tribuna donde se asoma a contemplar la multitud llegada desde todas partes a aclamarlo.

Si la nota apagada, le basta con levantar los brazos cual candidato victorioso para que la gente despierte de la modorra, recuerde a quién tiene enfrente y no le regatee los aplausos.

¿Y quién puede resistirse a que Waters se lo eche a la bolsa cuando el espectáculo empieza con «Breathe», «One of These Days», «Time/Breathe (reprise)» y «The Great Gig in The Sky»?

Esperé años para corear mi segundo verso favorito del rock inglés: «Hanging on in quiet desperation is the English way»; lo demás fue ganancia.

Disuelta la mayoría de bandas fundadoras de la escena rock, fallecidos varios de sus integrantes, los Beatles reviven cada noche que Paul McCartney se presenta en escena; Ray Davies es The Kinks, pese a la ausencia de su hermano Dave; Roger Waters es lo más cercano a Pink Floyd en lo que va del siglo XXI.

2) Me gusta darme la vuelta por los puestos donde se vende la mercadería no autorizada –playeras que se rematarán en 50 pesos a la salida del público, afiches, tazas, gorras, bufandas con el nombre del solista o el grupo de paso por la ciudad.

Varias personas reparten volantes en las afueras del Palacio de los Deportes y recibo una copia, pensando que se trata de alguna tienda donde pueda conseguir discos long play a precio razonable.

Y camino rápido, pues está lloviznando, todavía no encuentro la puerta donde debo entrar para ocupar mi asiento, y el agua amenaza con arreciar.

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Momento, señor. Al igual que se promovieron sanciones económicas y culturales contra la Sudáfrica blanca que segregó a su población negra y mestiza hasta 1994, ¿no se debe hacer lo mismo para detener los abusos que sufren los palestinos desde que Israel ocupó la margen occidental del río Jordán en 1967?

Waters siempre recuerda que su padre se alistó en el ejército británico al constatar la barbarie de los nazis y murió en la batalla librada en Anzio, Italia, el 18 de febrero de 1944.

En cada lugar que visita hace tiempo para asistir a foros donde aclara que «apoyar a los palestinos no significa ser antisemita», como lo declaró ante la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.

De ahí que la política sea inevitable en sus conciertos. El intermedio lo ocupa la proyección de llamados a la resistencia contra gobernantes autoritarios como el primer ministro húngaro Viktor Orbán, el presidente filipino Rodrigo Duterte, el canciller austríaco Sebastian Kurz y el zar Vladimir Putin.

El siempre esperado cerdito volador incluyó mensajes que instaron a los espectadores a ser más humanos. Tras presentar a su banda, Waters comentó que la empresa Cemex provee material a los israelíes constructores del muro que estrecha el cerco a Cisjordania.

3) El músico que optó por ocultarse tras una pared se mueve de lo más cómodo sobre la tarima. Alterna sus minutos a la izquierda, centro y derecha para que lo contemplen por un rato; de ahí regresa a sus paseos. Sabe que lo quieren y se deja querer.

Ahí estaba el hombre que escribió las letras de Pink Floyd a partir de 1973, aparte de hacerse con la dirección artística del cuarteto y ganarse la fama de dictador que lo acompañará en futuras reseñas biográficas.

Demuestra su toque a las cuatro cuerdas cuando se sumerge en la densidad de «Dogs» y «Pigs (Three Diferent Ones)».

Me acordé de una entrevista a David Gilmour. Contó con malicia que tocó el bajo en varios discos de Pink Floyd y Waters se le acercaba para agradecerle el título al mejor bass player que le daban las encuestas.

Los álbumes en solitario de Waters (con la inclusión de su última grabación bajo la marca Pink Floyd, The Final Cut) demandan paciencia para la escucha y tener las letras a la mano.

En giras pasadas repasó los discos predilectos del público (The Dark Side of The Moon, The Wall); esta vez presentó su nueva entrega, Is This The Life We Really Want?

Cuatro o cinco de las canciones se insertan entre los clásicos que la gente siempre quiere oír; es el momento en que se sientan, toman cerveza y se pierden en el ciberespacio.

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Así, «Dejà Vu», «The Last Refugee», «Picture That» y «Smell The Roses» se asoman para recordarnos que Waters le sigue tomando el pulso y la temperatura al mundo.

Es capaz de imaginarse a un dron que teme localizar un hogar donde una mujer hornee el pan, prepare arroz o ponga a hervir unos huesos para el caldo («Dejà Vu») y a un niño que escarba entre la arena, en esa misma playa donde su padre acaba de partir en bote huyendo del hambre, la pobreza y la guerra, para dar con alguna reliquia («The Last Refugee»).

Invita a imaginarse escenas hogareñas, manos juveniles a punto de apretar el gatillo, o a los que se toman autorretratos en primerísima fila con orquesta al fondo («Picture That»), e incluso alude a «Light My Fire» de The Doors en la letra de «Smell The Roses»:

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Girl you know you couldn’t get much higher

4) Ahí estuve, entre el pueblo que aclamó a su tirano. Cambié de lugar para que no me estorbara la recia plática de un par de charros sentados detrás de mí, producto de generaciones dedicadas a la crianza de ganado y a arrear caballos en el rancho.

Me perdí buena parte de las imágenes en pantalla con tal de seguir cada movimiento de Waters; me causó gracia que alguien se dio un toque de marihuana en perfecta sincronía con el primer acorde de «Breathe».

No hacen falta que se asomen David Gilmour y Nick Mason, por mucho que se les añore.

Los guitarristas David Kilminster, Gus Seyfertt y Jonathan Wilson calcan al detalle los punteos de Gilmour; Jon Carin, asociado a Pink Floyd y derivados desde 1987, cubre las capas de teclados junto a Bo Koster; Ian Ritchie interviene al saxofón en «Money» y «Us and Them»; Joey Waronker se encargó la batería en Is This The Life We Really Want? y su trabajo gustó tanto a Waters que lo contrató para la gira; Jess Wolfe y Holly Laessing, tocadas con pelucas rubias, aportan las voces femeninas y alguna percusión.

Y ya se sabe, mientras «Eclipse» nos recuerda que si bien todo bajo el sol está en armonía, pero la luna termina por eclipsarlo, «Comfortably Numb» es la suma y apoteosis que mejor alcanzaron Roger Waters y David Gilmour. Terminó con lluvia de papelitos, mientras Waters bajó al ruedo y estrechó cuantas manos se le pusieron enfrente.

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