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Carta a mi amigo el administrador

Redacción República
09 de febrero, 2019

Carta a mi amigo el administrador, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Sigo con mucha preocupación lo que está pasando en su casa, y si me animo a escribirle lo hago con la intención de ayudarlo. Admito que solo conozco una parte de la historia; por eso necesito los datos que tenga a bien compartirme para evaluar mejor lo que sucede y decidir a quién le ofrezco mi apoyo. No puedo tomar partido hasta no escuchar a todos los bandos involucrados.

Usted no me lo pregunta, pero de unos meses para acá noto muy descuidada a su señora. Desde que la recuerdo siempre fue flaquita flaquita flaquita; ahora, si nos cayera un tornado encima, sería arrebatada por el aire y a saber dónde iría a parar de tan sequita que está.

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Yo no creo que el alimento falte en su casa; sé que están cerca del mercado; sería pecado que escasearan la carne y las verduras para preparar esos platos sin sal, sin salsa, sin mayonesa y sin mostaza que sirven durante el almuerzo. Solo la confianza y amistad que les tengo me impulsa a decirle, con todo el tiento posible, que usted descuida a su esposa.

Puede abandonar la lectura si cree que me entrometo en asuntos personales. Lo que sucede paredes adentro no es de mi incumbencia y rechazo todo consejo no solicitado con el mismo ardor de un patriota que defiende a su país de la invasión extranjera.

Me consta su dedicación y entrega al pensar soluciones para los gravísimos problemas que aquejan al país. Recuerdo muy bien todas nuestras pláticas acerca de los males que se ceban en la educación, el miedo que siente la gente apenas se cruza con un policía en la calle por aquello de que le vaya a pedir mordida, y la desvergüenza de tanto funcionario que egresa forrado de billetes, con carro del año y caballos pura sangre, aunque ni montar sepa, tras su paso por la administración pública.

Siempre se la pasa pensando en reglamentos, organigramas y esquemas para reducir la burocracia, eliminar al personal innecesario en las oficinas del Estado y hacer más eficiente la distribución de recursos.

Sé que le causan gracia los chistes que le sacaron y no le importa que aludan a la calvicie que le llegó antes de los cuarenta años, ni a las pestañas que tanto quemó en sus desvelos.

Ahora que lo pienso, de ahí vienen los problemas, Me acuerdo que un día su señora le comentó a mi mamá: «ya no sale, ya ni come, solo se la pasa todo el tiempo encerrado con sus libros».

Le confieso que me enojé, pensé que ella se refería a mis hábitos de aquel tiempo y estaba por decirle que no se metiera donde no la llamaban, pero antes de salir hecho un huracán –ya sabe, nadie está a salvo de ofuscarse y cegarse– aclaró que se refería a usted.

Si bien me acuerdo, en aquel tiempo estaba muy ocupado en ese proyecto de cooperativas con señoras allá por San Juan Comalapa, o San José Acatempa, se me confunden los nombres, para que aprendieran a cultivar sus propios huertos y pudieran generar el ingreso extra que tanto hace falta en sus hogares. A mi madre y a mí nos extrañó bastante que tuviera queja en contra suya; por eso mi urgencia en hacerle llegar esta carta.

Si su esposa sufre falta de atención, es natural que pierda el apetito. Y voy directo al grano: creo que ya es hora de que usted redescubra el mundo a través del ser amado.

La gente amargada les llama cursilerías, pero así como los adultos serían más sensatos si regresaran con frecuencia a la niñez –la edad no debiera ser impedimento para jugar tenta, electrizado y arrancacebollas–, las parejas sobrellevarían mejor el desgaste si salen al cine, compran un helado y caminan tomados de la mano como si fueran novios que acaban de recibir la autorización paterna para citarse a la salida del colegio.

Cierre las puertas de su estudio, olvídese de los problemas que no tienen solución alguna en este país, y llévesela de viaje. Monten camello en Egipto, tomen el sol en las islas griegas, reserven turno en góndolas para pasear por los canales de Venecia.

¿Para qué va a guardar los ahorros producto de su trabajo como asesor de varios ministerios? ¿Quiere que vengan sus hijos y armen pleito apenas le echen la última paletada de tierra en el cementerio?

Yo recuerdo muy bien los consejos que me dio cuando muchacho y cuanto hizo por mí. El agradecimiento es signo de gente bien nacida; en ese espíritu le invoco y apelo a su justo juicio. No desampare a su señora, todavía está a tiempo. Supo administrar las oficinas a su cargo; sepa también administrar su hogar.

Suyo, atentamente, etcétera.

Posdata.- En confianza, es seguro que su señora le venga con la queja de que yo la insulté. No fue así. El otro día que pasó a buscar a mi mamá, al tiempo que le abría la puerta, se nos salió el perro. Tuve que gritarle para que se entrara; yo no sé en qué momento su señora pensó que yo la estaba maltratando. Desde entonces ni me habla y se le tuerce la cara apenas me ve en la calle.


Carta a mi amigo el administrador

Redacción República
09 de febrero, 2019

Carta a mi amigo el administrador, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Sigo con mucha preocupación lo que está pasando en su casa, y si me animo a escribirle lo hago con la intención de ayudarlo. Admito que solo conozco una parte de la historia; por eso necesito los datos que tenga a bien compartirme para evaluar mejor lo que sucede y decidir a quién le ofrezco mi apoyo. No puedo tomar partido hasta no escuchar a todos los bandos involucrados.

Usted no me lo pregunta, pero de unos meses para acá noto muy descuidada a su señora. Desde que la recuerdo siempre fue flaquita flaquita flaquita; ahora, si nos cayera un tornado encima, sería arrebatada por el aire y a saber dónde iría a parar de tan sequita que está.

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Yo no creo que el alimento falte en su casa; sé que están cerca del mercado; sería pecado que escasearan la carne y las verduras para preparar esos platos sin sal, sin salsa, sin mayonesa y sin mostaza que sirven durante el almuerzo. Solo la confianza y amistad que les tengo me impulsa a decirle, con todo el tiento posible, que usted descuida a su esposa.

Puede abandonar la lectura si cree que me entrometo en asuntos personales. Lo que sucede paredes adentro no es de mi incumbencia y rechazo todo consejo no solicitado con el mismo ardor de un patriota que defiende a su país de la invasión extranjera.

Me consta su dedicación y entrega al pensar soluciones para los gravísimos problemas que aquejan al país. Recuerdo muy bien todas nuestras pláticas acerca de los males que se ceban en la educación, el miedo que siente la gente apenas se cruza con un policía en la calle por aquello de que le vaya a pedir mordida, y la desvergüenza de tanto funcionario que egresa forrado de billetes, con carro del año y caballos pura sangre, aunque ni montar sepa, tras su paso por la administración pública.

Siempre se la pasa pensando en reglamentos, organigramas y esquemas para reducir la burocracia, eliminar al personal innecesario en las oficinas del Estado y hacer más eficiente la distribución de recursos.

Sé que le causan gracia los chistes que le sacaron y no le importa que aludan a la calvicie que le llegó antes de los cuarenta años, ni a las pestañas que tanto quemó en sus desvelos.

Ahora que lo pienso, de ahí vienen los problemas, Me acuerdo que un día su señora le comentó a mi mamá: «ya no sale, ya ni come, solo se la pasa todo el tiempo encerrado con sus libros».

Le confieso que me enojé, pensé que ella se refería a mis hábitos de aquel tiempo y estaba por decirle que no se metiera donde no la llamaban, pero antes de salir hecho un huracán –ya sabe, nadie está a salvo de ofuscarse y cegarse– aclaró que se refería a usted.

Si bien me acuerdo, en aquel tiempo estaba muy ocupado en ese proyecto de cooperativas con señoras allá por San Juan Comalapa, o San José Acatempa, se me confunden los nombres, para que aprendieran a cultivar sus propios huertos y pudieran generar el ingreso extra que tanto hace falta en sus hogares. A mi madre y a mí nos extrañó bastante que tuviera queja en contra suya; por eso mi urgencia en hacerle llegar esta carta.

Si su esposa sufre falta de atención, es natural que pierda el apetito. Y voy directo al grano: creo que ya es hora de que usted redescubra el mundo a través del ser amado.

La gente amargada les llama cursilerías, pero así como los adultos serían más sensatos si regresaran con frecuencia a la niñez –la edad no debiera ser impedimento para jugar tenta, electrizado y arrancacebollas–, las parejas sobrellevarían mejor el desgaste si salen al cine, compran un helado y caminan tomados de la mano como si fueran novios que acaban de recibir la autorización paterna para citarse a la salida del colegio.

Cierre las puertas de su estudio, olvídese de los problemas que no tienen solución alguna en este país, y llévesela de viaje. Monten camello en Egipto, tomen el sol en las islas griegas, reserven turno en góndolas para pasear por los canales de Venecia.

¿Para qué va a guardar los ahorros producto de su trabajo como asesor de varios ministerios? ¿Quiere que vengan sus hijos y armen pleito apenas le echen la última paletada de tierra en el cementerio?

Yo recuerdo muy bien los consejos que me dio cuando muchacho y cuanto hizo por mí. El agradecimiento es signo de gente bien nacida; en ese espíritu le invoco y apelo a su justo juicio. No desampare a su señora, todavía está a tiempo. Supo administrar las oficinas a su cargo; sepa también administrar su hogar.

Suyo, atentamente, etcétera.

Posdata.- En confianza, es seguro que su señora le venga con la queja de que yo la insulté. No fue así. El otro día que pasó a buscar a mi mamá, al tiempo que le abría la puerta, se nos salió el perro. Tuve que gritarle para que se entrara; yo no sé en qué momento su señora pensó que yo la estaba maltratando. Desde entonces ni me habla y se le tuerce la cara apenas me ve en la calle.