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Ante el museo interactivo de Cri Cri

Redacción República
03 de febrero, 2019

Ante el museo interactivo de Cri Cri, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.r

1 Al municipio de Orizaba, estado de Veracruz, se llega tras cuatro horas de viaje en camión. Se atraviesa la calzada Ignacio Zaragoza mientras la Ciudad de México se prolonga hacia el sur y uno se pregunta a qué horas dejará de ver casas, carros y edificios. 

Después pasa por el estado de Puebla, conoce de fuera la capital poblana y cuando siente ya cruzó el límite con Veracruz. Si el cielo no está demasiado nublado, pronto se encontrará con la cima nevada del Citlaltépetl, o pico de Orizaba, el volcán que domina buena parte del paisaje veracruzano.

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Apenas se aclimate, notará que la limpieza prevalece en las calles orizabeñas y agradece que estén a salvo de la invasión de decenas de motocicletas.

En horas sucesivas subirá en teleférico al cerro del Borrego y se admirará que las aguas del río que atraviesa la ciudad corran transparentes en vez de mostrar ese tinte grisáceo, achocolatado o verdoso, según el grado de contaminación que sufran. Más tarde se enterará que sí descargan los alcantarillados en la corriente, lejos de la mirada de los visitantes.

Pero hay un motivo principal en su viaje, e insistirá e insistirá hasta que se lo cumplan: llegar al museo dedicado al cantante y compositor Francisco Gabilondo Soler, nacido en Orizaba en 1907, fallecido en Texcoco en 1990 y a quien conoce desde la más tierna infancia como Cri Cri el grillito cantor.

2 Las ventajas de tener a una madre maestra de párvulos incluyen la pronta exposición a las canciones de Cri Cri. Si no las bailó en actos escolares, mínimo debió escuchar «Caminito de la escuela» al empezar las clases, y se aprendió los sonidos de las vocales con «La marcha de las letras». Si lo consintieron en la niñez, se identificará con «La merienda»: o la leche de la refacción estaba muy caliente, o muy fría, o peor aún, horror de horrores, tenía esa odiosa capa de nata acumulada cerca del borde de la taza.

Al llegar a adulto, si tiene a buen resguardo a su niño interior, aprecia mejor las letras de Cri Cri. «El ratón vaquero», donde un roedor con aspecto de gringuito cae preso en la ratonera y ahí se va a quedar aunque proteste en sonoro inglés, refleja la revancha contra las intromisiones de Estados Unidos en México; «La patita» capta a la madre que se afana por llevar la comida a casa mientras el marido haraganea frente al televisor, y se pregunta hilando fino si «La muñeca fea» retrata a alguna mujer de la vida conocida por Francisco Gabilondo Soler cuando fue pianista de cabaret. Es lo que se le ocurre al escuchar el comienzo:

Escondida por los rincones,

temerosa de que alguien la vea,

platicaba con los ratones

la pobre muñeca fea.

El espacio incluye un puñado de fotografías –ahí está Gabilondo Soler con el porte noble que adquirió en la madurez, y un retrato de sus últimos años cuando se dejó crecer las patillas, usó lentes y resultó el doble exacto del escritor de ciencia-ficción Isaac Asimov–, el violín atribuido al grillito cantor y algunas copias de los discos de larga duración editados por el sello RCA. No espere encontrar trajes, muebles de la época y escritos de puño y letra.

A cambio, artistas de la región se esmeraron con las instalaciones que reproducen a personajes y pasajes cantados por Cri Cri. Necesitará hacerse el valiente para que las lágrimas no le broten a empujones al encontrarse con la puesta en escena de lo que escuchó cuando patojo, chamaco, cipote, chibolo o cabro chico. Verá el ambiente de los cafés de Buenos Aires que inspiraron a «Che Araña», el cuarto donde «Los cochinitos dormilones» tuvieron sus sueños y la reproducción a escala del palacio destruido por el fuerte llanto del rey Bombón I cuando padeció el rechazo de la princesa Caramelo.

Entonces se dará cuenta que Gabilondo Soler era buen observador. Retrató oficios a través del gato carpintero, los conejos panaderos y los ratones bomberos; resaltó la herencia africana de Veracruz cuando aludió a la negrita Cucurumbé y el cocuyito playero; echó mano del ragtime, el danzón y el tango para sus composiciones; buscó que sus oyentes de cualquier edad y condición tuvieran curiosidad por cuanto sucede en el ancho mundo. Supo describir el deterioro que aqueja a los seres amados conforme les avanza la edad, sin hacer más potable el contenido: «Di por qué» y «El ropero» también convocan a las lágrimas que se amontonan ante los ojos por mucho que la flema y la impasibilidad traten de contenerlas.

Museo Interactivo Francisco Gabilondo Soler, Poliforum Cultural Mier y Pesado, Oriente 6, número 1653, Orizaba, Veracruz. Abre de lunes a domingo, de 11 de la mañana a 7 de la noche. Entrada gratuita.

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03 de febrero, 2019

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1 Al municipio de Orizaba, estado de Veracruz, se llega tras cuatro horas de viaje en camión. Se atraviesa la calzada Ignacio Zaragoza mientras la Ciudad de México se prolonga hacia el sur y uno se pregunta a qué horas dejará de ver casas, carros y edificios. 

Después pasa por el estado de Puebla, conoce de fuera la capital poblana y cuando siente ya cruzó el límite con Veracruz. Si el cielo no está demasiado nublado, pronto se encontrará con la cima nevada del Citlaltépetl, o pico de Orizaba, el volcán que domina buena parte del paisaje veracruzano.

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En horas sucesivas subirá en teleférico al cerro del Borrego y se admirará que las aguas del río que atraviesa la ciudad corran transparentes en vez de mostrar ese tinte grisáceo, achocolatado o verdoso, según el grado de contaminación que sufran. Más tarde se enterará que sí descargan los alcantarillados en la corriente, lejos de la mirada de los visitantes.

Pero hay un motivo principal en su viaje, e insistirá e insistirá hasta que se lo cumplan: llegar al museo dedicado al cantante y compositor Francisco Gabilondo Soler, nacido en Orizaba en 1907, fallecido en Texcoco en 1990 y a quien conoce desde la más tierna infancia como Cri Cri el grillito cantor.

2 Las ventajas de tener a una madre maestra de párvulos incluyen la pronta exposición a las canciones de Cri Cri. Si no las bailó en actos escolares, mínimo debió escuchar «Caminito de la escuela» al empezar las clases, y se aprendió los sonidos de las vocales con «La marcha de las letras». Si lo consintieron en la niñez, se identificará con «La merienda»: o la leche de la refacción estaba muy caliente, o muy fría, o peor aún, horror de horrores, tenía esa odiosa capa de nata acumulada cerca del borde de la taza.

Al llegar a adulto, si tiene a buen resguardo a su niño interior, aprecia mejor las letras de Cri Cri. «El ratón vaquero», donde un roedor con aspecto de gringuito cae preso en la ratonera y ahí se va a quedar aunque proteste en sonoro inglés, refleja la revancha contra las intromisiones de Estados Unidos en México; «La patita» capta a la madre que se afana por llevar la comida a casa mientras el marido haraganea frente al televisor, y se pregunta hilando fino si «La muñeca fea» retrata a alguna mujer de la vida conocida por Francisco Gabilondo Soler cuando fue pianista de cabaret. Es lo que se le ocurre al escuchar el comienzo:

Escondida por los rincones,

temerosa de que alguien la vea,

platicaba con los ratones

la pobre muñeca fea.

El espacio incluye un puñado de fotografías –ahí está Gabilondo Soler con el porte noble que adquirió en la madurez, y un retrato de sus últimos años cuando se dejó crecer las patillas, usó lentes y resultó el doble exacto del escritor de ciencia-ficción Isaac Asimov–, el violín atribuido al grillito cantor y algunas copias de los discos de larga duración editados por el sello RCA. No espere encontrar trajes, muebles de la época y escritos de puño y letra.

A cambio, artistas de la región se esmeraron con las instalaciones que reproducen a personajes y pasajes cantados por Cri Cri. Necesitará hacerse el valiente para que las lágrimas no le broten a empujones al encontrarse con la puesta en escena de lo que escuchó cuando patojo, chamaco, cipote, chibolo o cabro chico. Verá el ambiente de los cafés de Buenos Aires que inspiraron a «Che Araña», el cuarto donde «Los cochinitos dormilones» tuvieron sus sueños y la reproducción a escala del palacio destruido por el fuerte llanto del rey Bombón I cuando padeció el rechazo de la princesa Caramelo.

Entonces se dará cuenta que Gabilondo Soler era buen observador. Retrató oficios a través del gato carpintero, los conejos panaderos y los ratones bomberos; resaltó la herencia africana de Veracruz cuando aludió a la negrita Cucurumbé y el cocuyito playero; echó mano del ragtime, el danzón y el tango para sus composiciones; buscó que sus oyentes de cualquier edad y condición tuvieran curiosidad por cuanto sucede en el ancho mundo. Supo describir el deterioro que aqueja a los seres amados conforme les avanza la edad, sin hacer más potable el contenido: «Di por qué» y «El ropero» también convocan a las lágrimas que se amontonan ante los ojos por mucho que la flema y la impasibilidad traten de contenerlas.

Museo Interactivo Francisco Gabilondo Soler, Poliforum Cultural Mier y Pesado, Oriente 6, número 1653, Orizaba, Veracruz. Abre de lunes a domingo, de 11 de la mañana a 7 de la noche. Entrada gratuita.

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