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Acerca de las granizadas de antes

Redacción República
07 de abril, 2019

Acerca de las granizadas de antes,ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Antes, los vendedores de granizadas se asomaban empujando su carreta con barra de hielo en medio. La traían envuelta en un costal con aserrín para que conservara la temperatura y no se derritiera durante el trayecto. A izquierda y derecha se alineaban las botellas con esencias de colores: rojo, corinto, naranja, amarillo.

Tras recibir la petición se ponían a raspar el hielo, servían dos tandas en bolsa plástica y le derramaban los sabores. Para que abundara más, y no termináramos chupando algo desabrido, le pedíamos al vendedor que le echara un poco de agua pura. Me gustaba apretar la bolsa para deshacer el hielo, mientras los colores se fusionaban en uno solo.

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Como suele ocurrir, conforme nos hacemos mayores, cuesta encontrar lo que tanto gusto nos dio en la niñez. Busco al señor de las granizadas y me encuentro con ventas que se desplazan en triciclos.

Recibo algo parecido a un coctel de frutas bañado en leche condensada, o chocolate, preparado en vasos plásticos. Hasta los hacen con chile, pepita, limón y jugo de vegetales, al gusto del cliente.

Es cierto, hay que innovar los productos para mantenerlos a flote en el mercado y atraer a nuevos compradores. Pero siempre queda un grupo, amplio o reducido, que se mantiene fiel a la presentación de toda la vida. Extraño la simple granizada en bolsa, sin más ingredientes que las esencias de colores.

Pasan los días sin que encuentre a un vendedor «a la antigua». Si lo veo, ya es muy mayor. Apenas puede con el peso de la carreta y demora más tiempo en raspar el hielo. Duele contemplar su lentitud, su piel quemada por el sol. Y ni me atrevo a pedirle que le eche un poco más de agua por temor a que ya no oiga bien.

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Tras recibir la petición se ponían a raspar el hielo, servían dos tandas en bolsa plástica y le derramaban los sabores. Para que abundara más, y no termináramos chupando algo desabrido, le pedíamos al vendedor que le echara un poco de agua pura. Me gustaba apretar la bolsa para deshacer el hielo, mientras los colores se fusionaban en uno solo.

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Como suele ocurrir, conforme nos hacemos mayores, cuesta encontrar lo que tanto gusto nos dio en la niñez. Busco al señor de las granizadas y me encuentro con ventas que se desplazan en triciclos.

Recibo algo parecido a un coctel de frutas bañado en leche condensada, o chocolate, preparado en vasos plásticos. Hasta los hacen con chile, pepita, limón y jugo de vegetales, al gusto del cliente.

Es cierto, hay que innovar los productos para mantenerlos a flote en el mercado y atraer a nuevos compradores. Pero siempre queda un grupo, amplio o reducido, que se mantiene fiel a la presentación de toda la vida. Extraño la simple granizada en bolsa, sin más ingredientes que las esencias de colores.

Pasan los días sin que encuentre a un vendedor «a la antigua». Si lo veo, ya es muy mayor. Apenas puede con el peso de la carreta y demora más tiempo en raspar el hielo. Duele contemplar su lentitud, su piel quemada por el sol. Y ni me atrevo a pedirle que le eche un poco más de agua por temor a que ya no oiga bien.

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