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Historias Urbanas | Dilema ético

Invitado
24 de octubre, 2021

Dilema ético. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Mirá vos, me dijo mi primo Benedicto, tengo este dilema y quiero que me ayudés a resolverlo. Fijate que el viernes de la semana antepasada andaba paseando por el campo cuando de la nada se me acercó un loquito y me pegó en el brazo izquierdo.

Yo me le quedé viendo con cara de ¿y a vos qué te pasa? Mientras se alejaba y se volvía de rato en rato para hacerme señas como advirtiéndome que volvería a hacerme lo mismo si se volvía a encontrar conmigo.

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¿Por qué le digo loquito? Porque a primera vista tiene todo el plantón de los que se pasan el día entero en la calle. Que se acomodan en cualquier esquina, duermen donde los agarra la noche y no se enferman ni del estómago, ni de la piel y mucho menos del covid.

Por si las dudas decidí salir a pasear con mi garrote en mano, como si fuera a espantar a los chuchos que de la nada salen a ladrarle a la gente en las veredas. Y vieras que me funcionó: hoy me fijé que el loquito iba caminando delante de mí. Vos te has fijado que a veces andan con los brazos cruzados, todos encorvados, como si tuvieran frío. Me pasé para la otra orilla, aceleré el paso para adelantarlo, y no ves que se cruza al mismo tiempo que yo lo hacía. Me vio con el garrote y se hizo para un lado, pero no dejé de vigiarlo.

En ese momento me cuestioné si yo sería capaz de darle un su buen par de trancazos para defenderme. Vos te recordás que no me gustaba a salir a cazar sanates con honda. Y el gran llanto que me daba cuando la tía Tala (en paz descanse) llegaba a la casa para retorcerle el pescuezo a las gallinas que servían en caldo para el santo de mi papá. Por eso fue que me metí a ambientalista y ando de un lado para otro entre el monte.

Sí, ya me desvié, es que uno se emociona cuando habla de su trabajo. Te decía que mientras me alejaba con el corazón a mil por hora y sudando de los nervios (uno se asusta, no creás), e preguntaba ¿seré capaz de golpearlo para defenderme?

Si le pego en el sentido. Dios guarde, me lo puedo echar (vos te acordás de aquél patojo que se murió para un cumpleaños, porque cabal le dieron el palazo en la cabeza cuando estaban quebrando la piñata).

Lástima que al Arnulfo lo mandaron hasta la última punta de occidente porque aquél, como es policía, puede enseñarme dónde le dan con el bastón a la gente para que suelten las armas.

Y ahí viene la otra cuestión, hablando de los policías: ¿qué tal si en ese momento se asoma la autopatrulla cuando no se le necesita, como suele suceder? Paso de víctima a victimario, me jalan para la subestación y capaz que me mandan al preventivo si no les suelto sus lenes para que no me acusen de maltrato contra los impedidos.

Comencé a salir más atento a la gente y cabal me camarié al loquito. Se mantiene por el parque, cerca de los patojos que se ponen a lavar los parabrisas de los carros.

Llevaba otra ropa puesta, muy limpia, sin señas de que fueran sus únicas prendas disponibles. Para mí que tiene donde vivir y su familia o la gente que está a su cargo lo deja salir, como se ve inofensivo.

Tampoco hizo cara de reconocerme cuando me le quedé viendo, lo que me hace suponer que siente algún temor o tal vez resentimiento cuando me ve con mi sudadero y en pantaloneta. Algo le debo recordar, alguna figura que lo maltrató con la suficiente crueldad para que lo tenga bien presente y quiera cobrárselas. Por eso me ataca.

Esa es la situación en que me encuentro. La verdad me gustaría que el loquito se alejara no más me vea alzar el palo.

Suficiente violencia hay en todos lados (acá se puso bien grueso vos) como para incorporarse a esas estadísticas nada gratas. Me gustaría razonar con él, pero no se puede con la gente en su condición. A ver qué se me ocurre.

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24 de octubre, 2021

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Mirá vos, me dijo mi primo Benedicto, tengo este dilema y quiero que me ayudés a resolverlo. Fijate que el viernes de la semana antepasada andaba paseando por el campo cuando de la nada se me acercó un loquito y me pegó en el brazo izquierdo.

Yo me le quedé viendo con cara de ¿y a vos qué te pasa? Mientras se alejaba y se volvía de rato en rato para hacerme señas como advirtiéndome que volvería a hacerme lo mismo si se volvía a encontrar conmigo.

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¿Por qué le digo loquito? Porque a primera vista tiene todo el plantón de los que se pasan el día entero en la calle. Que se acomodan en cualquier esquina, duermen donde los agarra la noche y no se enferman ni del estómago, ni de la piel y mucho menos del covid.

Por si las dudas decidí salir a pasear con mi garrote en mano, como si fuera a espantar a los chuchos que de la nada salen a ladrarle a la gente en las veredas. Y vieras que me funcionó: hoy me fijé que el loquito iba caminando delante de mí. Vos te has fijado que a veces andan con los brazos cruzados, todos encorvados, como si tuvieran frío. Me pasé para la otra orilla, aceleré el paso para adelantarlo, y no ves que se cruza al mismo tiempo que yo lo hacía. Me vio con el garrote y se hizo para un lado, pero no dejé de vigiarlo.

En ese momento me cuestioné si yo sería capaz de darle un su buen par de trancazos para defenderme. Vos te recordás que no me gustaba a salir a cazar sanates con honda. Y el gran llanto que me daba cuando la tía Tala (en paz descanse) llegaba a la casa para retorcerle el pescuezo a las gallinas que servían en caldo para el santo de mi papá. Por eso fue que me metí a ambientalista y ando de un lado para otro entre el monte.

Sí, ya me desvié, es que uno se emociona cuando habla de su trabajo. Te decía que mientras me alejaba con el corazón a mil por hora y sudando de los nervios (uno se asusta, no creás), e preguntaba ¿seré capaz de golpearlo para defenderme?

Si le pego en el sentido. Dios guarde, me lo puedo echar (vos te acordás de aquél patojo que se murió para un cumpleaños, porque cabal le dieron el palazo en la cabeza cuando estaban quebrando la piñata).

Lástima que al Arnulfo lo mandaron hasta la última punta de occidente porque aquél, como es policía, puede enseñarme dónde le dan con el bastón a la gente para que suelten las armas.

Y ahí viene la otra cuestión, hablando de los policías: ¿qué tal si en ese momento se asoma la autopatrulla cuando no se le necesita, como suele suceder? Paso de víctima a victimario, me jalan para la subestación y capaz que me mandan al preventivo si no les suelto sus lenes para que no me acusen de maltrato contra los impedidos.

Comencé a salir más atento a la gente y cabal me camarié al loquito. Se mantiene por el parque, cerca de los patojos que se ponen a lavar los parabrisas de los carros.

Llevaba otra ropa puesta, muy limpia, sin señas de que fueran sus únicas prendas disponibles. Para mí que tiene donde vivir y su familia o la gente que está a su cargo lo deja salir, como se ve inofensivo.

Tampoco hizo cara de reconocerme cuando me le quedé viendo, lo que me hace suponer que siente algún temor o tal vez resentimiento cuando me ve con mi sudadero y en pantaloneta. Algo le debo recordar, alguna figura que lo maltrató con la suficiente crueldad para que lo tenga bien presente y quiera cobrárselas. Por eso me ataca.

Esa es la situación en que me encuentro. La verdad me gustaría que el loquito se alejara no más me vea alzar el palo.

Suficiente violencia hay en todos lados (acá se puso bien grueso vos) como para incorporarse a esas estadísticas nada gratas. Me gustaría razonar con él, pero no se puede con la gente en su condición. A ver qué se me ocurre.

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