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Caminando por la Ciudad | La señora barbuda

Invitado
07 de noviembre, 2021

La señora barbuda. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

Don Ricardo sigue con el buen gusto por el rock y la pinta de rockero setentero. Tiene el pelo largo hasta media espalda, y una espesa barba que luce muy bien cuidada.

Dice su esposa que se cuida el pelo más que ella misma. Se recorta las puntas, y utiliza acondicionador para no reventarlas a la hora de peinarse. También dispone de tratamientos capilares para evitar la caída y algo de tinte oscuro para mantenerlo a tono del color de la barba.

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Se cuenta que es buen esposo y padre de familia. Ayuda en los quehaceres domésticos, se dedica a las reparaciones de la casona antigua donde vive y no descuida su taller de sastrería o «alta costura», como le dice a su tallercito.

Por muy humilde que se vea, ahí se confeccionan los trajes más finos de la ciudad y de las personas más exigentes. Esto lo mantiene activo aun cuando las pacas causaron el cierre de muchas sastrerías y ventas de ropa confeccionada a la medida.

Con sus grandes lentes de carey tigreado, don Ricardo sale a barrer el frente de su casa y a saludar a todos los vecinos que pasan por el frente. Aprovecha para enterarse de los chismes del barrio y quiénes son los nuevos vecinos que recién acaban de llegar.

No se le escapa nadie que pase enfrente para decirle «buenas tardes» o «adiós, que le vaya bien». Mantiene la puerta del negocio siempre abierta. Solo se escucha el duro trajinar de esa máquina de coser Singer adquirida en la 5a. avenida y 13 calle de la zona 1.

Le gusta pedalearla para darle el paso que él requiera, ya que dice que esas máquinas eléctricas no ofrecen la velocidad y tiempo requerido para forjar una buena costura.

Él ya les conoce la medida a los señores del barrio que llegan mes a mes por sus trajes, pantalones y chalecos. Aprovecha a remendar algunas prendas como ingreso extra de los pantalones de los niños que siempre los rompen de las rodillas o de la entrepierna.

Los más chicos, que aún no lo conocen bien, se extrañan al cruzar esa puerta de madera de caoba al costado de la calle. En un gran cuarto se apilan telas enrolladas, pedazos de tiza de colores, reglas de madera, dos máquinas de coser sin uso, muchos muestrarios de telas, sedas y cobertores para reforzar las costuras.

El ambiente está cargado de incienso de diferentes olores y muchos cuadros decorativos de grupos musicales de la década de los setentas cubiertos con plástico de forrar cuadernos, y mucha música que suena en viejos discos de acetato, ya sea en 33 o 45 revoluciones, y uno que otro casete que se compraban en Radio City.

Los niños entran extrañados a ese ambiente psicodélico y musical que mantiene don Ricardo todo el día. Lo oyen hablar de la mejor época del rock, remembrando a bandas como  los Sabbath, los Zeppelin o los Floyd.

También se acuerda de los repasos donde todos llegaban muy bien ataviados con sus zapatos de plataforma, pantalones acampanados, camisas talladas y hebillas muy grandes y relucientes. Se les hace muy raro ver a alguien con ese aspecto, por lo que no falta quién le pregunte a su familiar: «¿por qué ese señor parece una señora barbuda?», y sólo reciben un pellizco en la pierna para que la próxima vez no vuelvan a hacer esa pregunta tan indiscreta.

Te sugerimos leer:

Los shucos de la universidad

Monsieur Landrú, el prófugo

Los dancers del Gallito

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La señora barbuda. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

Don Ricardo sigue con el buen gusto por el rock y la pinta de rockero setentero. Tiene el pelo largo hasta media espalda, y una espesa barba que luce muy bien cuidada.

Dice su esposa que se cuida el pelo más que ella misma. Se recorta las puntas, y utiliza acondicionador para no reventarlas a la hora de peinarse. También dispone de tratamientos capilares para evitar la caída y algo de tinte oscuro para mantenerlo a tono del color de la barba.

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Se cuenta que es buen esposo y padre de familia. Ayuda en los quehaceres domésticos, se dedica a las reparaciones de la casona antigua donde vive y no descuida su taller de sastrería o «alta costura», como le dice a su tallercito.

Por muy humilde que se vea, ahí se confeccionan los trajes más finos de la ciudad y de las personas más exigentes. Esto lo mantiene activo aun cuando las pacas causaron el cierre de muchas sastrerías y ventas de ropa confeccionada a la medida.

Con sus grandes lentes de carey tigreado, don Ricardo sale a barrer el frente de su casa y a saludar a todos los vecinos que pasan por el frente. Aprovecha para enterarse de los chismes del barrio y quiénes son los nuevos vecinos que recién acaban de llegar.

No se le escapa nadie que pase enfrente para decirle «buenas tardes» o «adiós, que le vaya bien». Mantiene la puerta del negocio siempre abierta. Solo se escucha el duro trajinar de esa máquina de coser Singer adquirida en la 5a. avenida y 13 calle de la zona 1.

Le gusta pedalearla para darle el paso que él requiera, ya que dice que esas máquinas eléctricas no ofrecen la velocidad y tiempo requerido para forjar una buena costura.

Él ya les conoce la medida a los señores del barrio que llegan mes a mes por sus trajes, pantalones y chalecos. Aprovecha a remendar algunas prendas como ingreso extra de los pantalones de los niños que siempre los rompen de las rodillas o de la entrepierna.

Los más chicos, que aún no lo conocen bien, se extrañan al cruzar esa puerta de madera de caoba al costado de la calle. En un gran cuarto se apilan telas enrolladas, pedazos de tiza de colores, reglas de madera, dos máquinas de coser sin uso, muchos muestrarios de telas, sedas y cobertores para reforzar las costuras.

El ambiente está cargado de incienso de diferentes olores y muchos cuadros decorativos de grupos musicales de la década de los setentas cubiertos con plástico de forrar cuadernos, y mucha música que suena en viejos discos de acetato, ya sea en 33 o 45 revoluciones, y uno que otro casete que se compraban en Radio City.

Los niños entran extrañados a ese ambiente psicodélico y musical que mantiene don Ricardo todo el día. Lo oyen hablar de la mejor época del rock, remembrando a bandas como  los Sabbath, los Zeppelin o los Floyd.

También se acuerda de los repasos donde todos llegaban muy bien ataviados con sus zapatos de plataforma, pantalones acampanados, camisas talladas y hebillas muy grandes y relucientes. Se les hace muy raro ver a alguien con ese aspecto, por lo que no falta quién le pregunte a su familiar: «¿por qué ese señor parece una señora barbuda?», y sólo reciben un pellizco en la pierna para que la próxima vez no vuelvan a hacer esa pregunta tan indiscreta.

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