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Historias Urbanas | Elogio del trovador del Norte

Invitado
23 de mayo, 2021

Elogio del trovador del Norte. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

De morir a causa de la inflamación del pericardio que sufrió en mayo de 1997 (le aseguró a los periodistas que estuvo cerca, pero cerquita, de ver a Elvis), Time Out of Mind hubiera sido el último disco grabado por Bob Dylan en vida y el primero de la obra póstuma cuyas entregas se prolongarían hasta bien entrado el siglo xxi, entre canciones descartadas, grabaciones en concierto y bocetos limitados a un par de acordes. 

Dylan tampoco estaría para desmentir la primera impresión que las canciones dejaron en críticos y oyentes: pensaron que ya lidiaba con su propia mortalidad (otros creyeron que se inspiró en alguna ruptura amorosa).

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No se conocería su inconformidad con el trabajo del productor Daniel Lanois. Las canciones se escribieron en el estado de Minnesota mientras afuera no paraba de nevar, se grabaron en los estudios Criteria de Miami y recibieron los toques finales a comienzos de 1997.

Entre diciembre y enero bajan los vientos procedentes del Ártico, bordean la península de la Florida y se derraman sobre las cercanas islas caribeñas.

Las playas permanecen vacías, el sol se oculta tras las nubes grises y la gente se abriga para no resfriarse. Siempre me imagino que el repertorio de Time Out of Mind se registró a orillas del lago Superior, dentro de una cabaña medio destartalada, expuesta a los airazos que agitan la superficie y obligan a recolectar leña en el bosque para no amanecer congelado.

Sucedió lo contrario: el disco se celebró como la vuelta del mejor Dylan. La Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos le concedió el Grammy al mejor disco del año, durante la ceremonia televisada el 25 de febrero de 1998 desde el Radio City Music Hall de Nueva York.

Aparte de premiarlo como autor del mejor álbum de folk contemporáneo y la mejor interpretación vocal masculina por el corte «Cold Irons Bound». Más valía reconocerlo en vida, por aquello de los sustos.

Dylan se aparta

Sin proponérselo, las primeras canciones de Bob Dylan coincidieron con esas señales que muchas personas, algunas pensantes, otras no tanto, esperan «para hacer algo». Creyeron que era el líder que necesitaban para guiarlos hacia la meta; invadieron su privacidad.

El trovador buscó refugio en la localidad neoyorquina de Woodstock para que nadie lo molestara y criar sin sobresaltos a los cuatro hijos procreados junto a la modelo Sara Lownds (quien aportó la única hija de su primer matrimonio). No resultó.

«Probablemente alguien puso a disposición de los drogatas y colgados de los cincuenta estados los mapas para que pudieran llegar a nuestra granja», escribió en el primer tomo de sus Crónicas.

«Al principio, se trataba de nómadas sin techo que entraban ilegalmente. Se me antojaban más bien inofensivos, pero luego empezaron a llegar radicales en busca del Príncipe de la Protesta. Personajes de aspecto sospechoso, tipas que semejaban gárgolas, espantajos y vagabundos con ganas de fiesta que saqueaban la despensa».

Quiso pasar inadvertido en Nueva York. Tampoco funcionó: «Unos manifestantes dieron con la casa y desfilaron ante ella coreando consignas y aullando, exigiéndome que saliera y los encabezara hacia no sé dónde; que dejara de rehuir mis deberes como conciencia de una generación».

Decidió hacer lo contrario que esperaban de él —se retrató frente al Muro de los Lamentos, grabó el álbum country Nashville Skyline, no se asomó al festival de Woodstock, tampoco al de Altamont, salió en una película de vaqueros— y jugarle la vuelta a la prensa.

«Mientras mis convicciones personales continuaran intactas, no le debía nada a nadie».

Bob Dylan

Se portó como todo ciudadano que lleva a sus niños al colegio, disfruta de los partidos de béisbol de ligas menores y sale de pesca los fines de semana.

«Mi antigua imagen se desvaneció pronto, y con el tiempo logré liberarme de las influencias malignas», apuntó.

«Tiempo después, me endilgaron títulos anacrónicos diversos, menos comprometedores, aunque aparentemente más solemnes: “leyenda”, “icono”, “enigma” (“Buda ataviado a la europea” era mi favorito), cosas así, pero no me molestaba. Eran calificativos anodinos e inocuos, trillados, fáciles de manejar. Profeta, mesías, salvador… esos son más duros».

El Premio Nobel

Y ahí están las canciones que ocupan las 688 páginas del libro The Lyrics: 1961-2012 entre las registradas, las inéditas y las improvisadas. No faltan las quejas de los dylanitas acérrimos acerca de que no está todo el material escrito desde que el joven artista Robert Allen Zimmerman, tras elegir su nombre artístico, salió con su guitarra y su armónica a buscarse la vida en los cafés del Greenwich Village.

El conjunto le mereció el premio Nobel de literatura concedido por la Academia Sueca en octubre de 2016 por «haber creado nuevas expresiones poéticas en el marco de la gran tradición musical estadunidense».

Canciones que revisa, cambia de círculo armónico y torna irreconocibles, incluso para el escucha más avezado, aptas para ampliar el vocabulario cuando se aprende a deletrear y a pronunciar el inglés americano.

«A Hard Rain’s a-Gonna Fall», «Tombstone Blues», «Lay Lady Lay», «Make You Feel My Love», «Roll On John» y «Congratulations», pieza que grabó al lado de los Traveling Wilburys, el grupo de cuates que armó de casualidad con George Harrison, Tom Petty, Jeff Lynne y Roy Orbison.

Canciones

Canciones que alcanzaron a toda clase de público: «Blowing In The Wind» (la música se adaptó para el himno católico «Saber que vendrás»), «Like a Rolling Stone» («¿será acerca de mí?», se preguntó Mick Jagger la primera vez que la escuchó), «Subterranean Homesick Blues» (con la aparición del poeta Allen Ginsberg en el video promocional), «The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest» (cierto grupo de heavy metal inglés tomó su nombre de ahí) y su aporte al multitudinario éxito «We Are The World».

Canciones que alcanzaron su definición mejor en arreglos de otros grupos y solistas: «Mr. Tambourine Man» (The Byrds), «All Along The Watchtower» (The Jimi Hendrix Experience), «Knocking On Heaven’s Door» (Guns N’Roses) y «Masters of War» (Eddie Vedder y Mike McCready primero, todo Pearl Jam después).

Canciones que se despliegan por ocho, diez, doce, quince minutos, ordenadas en estrofas o liberadas dentro del flujo de la conciencia, como el río que ensancha su caudal cuando recibe a sus tributarios hasta ramificarse en delta o ensancharse como estuario: «Hurricane», «Desolation Row», «Sad-Eyed Lady of the Lowlands», «Highlands», «Murder Most Foul».

Canciones que incluyen el acervo folklórico de Estados Unidos, himnos a la gloria del Señor, villancicos navideños e incursiones en el repertorio popularizado por Frank Sinatra. En ocasiones roba, toma prestado, propone nuevos desenlaces para historias ajenas, pero siempre reconoce la fuente y cita la procedencia por aquello de los reclamos.

Canciones que son motivo para celebrar que su creador, nacido el 24 de mayo de 1941 en el puerto lacustre de Duluth, Minnesota, arribe a sus 80 años. Ocho décadas como atento observador del mundo que lo rodea, celoso de su privacidad y consciente de la deuda que tiene con sus predecesores, desde Woody Guthrie hasta los cantos que brotaron entre los campos de algodón.


Historias Urbanas | Elogio del trovador del Norte

Invitado
23 de mayo, 2021

Elogio del trovador del Norte. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

De morir a causa de la inflamación del pericardio que sufrió en mayo de 1997 (le aseguró a los periodistas que estuvo cerca, pero cerquita, de ver a Elvis), Time Out of Mind hubiera sido el último disco grabado por Bob Dylan en vida y el primero de la obra póstuma cuyas entregas se prolongarían hasta bien entrado el siglo xxi, entre canciones descartadas, grabaciones en concierto y bocetos limitados a un par de acordes. 

Dylan tampoco estaría para desmentir la primera impresión que las canciones dejaron en críticos y oyentes: pensaron que ya lidiaba con su propia mortalidad (otros creyeron que se inspiró en alguna ruptura amorosa).

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No se conocería su inconformidad con el trabajo del productor Daniel Lanois. Las canciones se escribieron en el estado de Minnesota mientras afuera no paraba de nevar, se grabaron en los estudios Criteria de Miami y recibieron los toques finales a comienzos de 1997.

Entre diciembre y enero bajan los vientos procedentes del Ártico, bordean la península de la Florida y se derraman sobre las cercanas islas caribeñas.

Las playas permanecen vacías, el sol se oculta tras las nubes grises y la gente se abriga para no resfriarse. Siempre me imagino que el repertorio de Time Out of Mind se registró a orillas del lago Superior, dentro de una cabaña medio destartalada, expuesta a los airazos que agitan la superficie y obligan a recolectar leña en el bosque para no amanecer congelado.

Sucedió lo contrario: el disco se celebró como la vuelta del mejor Dylan. La Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos le concedió el Grammy al mejor disco del año, durante la ceremonia televisada el 25 de febrero de 1998 desde el Radio City Music Hall de Nueva York.

Aparte de premiarlo como autor del mejor álbum de folk contemporáneo y la mejor interpretación vocal masculina por el corte «Cold Irons Bound». Más valía reconocerlo en vida, por aquello de los sustos.

Dylan se aparta

Sin proponérselo, las primeras canciones de Bob Dylan coincidieron con esas señales que muchas personas, algunas pensantes, otras no tanto, esperan «para hacer algo». Creyeron que era el líder que necesitaban para guiarlos hacia la meta; invadieron su privacidad.

El trovador buscó refugio en la localidad neoyorquina de Woodstock para que nadie lo molestara y criar sin sobresaltos a los cuatro hijos procreados junto a la modelo Sara Lownds (quien aportó la única hija de su primer matrimonio). No resultó.

«Probablemente alguien puso a disposición de los drogatas y colgados de los cincuenta estados los mapas para que pudieran llegar a nuestra granja», escribió en el primer tomo de sus Crónicas.

«Al principio, se trataba de nómadas sin techo que entraban ilegalmente. Se me antojaban más bien inofensivos, pero luego empezaron a llegar radicales en busca del Príncipe de la Protesta. Personajes de aspecto sospechoso, tipas que semejaban gárgolas, espantajos y vagabundos con ganas de fiesta que saqueaban la despensa».

Quiso pasar inadvertido en Nueva York. Tampoco funcionó: «Unos manifestantes dieron con la casa y desfilaron ante ella coreando consignas y aullando, exigiéndome que saliera y los encabezara hacia no sé dónde; que dejara de rehuir mis deberes como conciencia de una generación».

Decidió hacer lo contrario que esperaban de él —se retrató frente al Muro de los Lamentos, grabó el álbum country Nashville Skyline, no se asomó al festival de Woodstock, tampoco al de Altamont, salió en una película de vaqueros— y jugarle la vuelta a la prensa.

«Mientras mis convicciones personales continuaran intactas, no le debía nada a nadie».

Bob Dylan

Se portó como todo ciudadano que lleva a sus niños al colegio, disfruta de los partidos de béisbol de ligas menores y sale de pesca los fines de semana.

«Mi antigua imagen se desvaneció pronto, y con el tiempo logré liberarme de las influencias malignas», apuntó.

«Tiempo después, me endilgaron títulos anacrónicos diversos, menos comprometedores, aunque aparentemente más solemnes: “leyenda”, “icono”, “enigma” (“Buda ataviado a la europea” era mi favorito), cosas así, pero no me molestaba. Eran calificativos anodinos e inocuos, trillados, fáciles de manejar. Profeta, mesías, salvador… esos son más duros».

El Premio Nobel

Y ahí están las canciones que ocupan las 688 páginas del libro The Lyrics: 1961-2012 entre las registradas, las inéditas y las improvisadas. No faltan las quejas de los dylanitas acérrimos acerca de que no está todo el material escrito desde que el joven artista Robert Allen Zimmerman, tras elegir su nombre artístico, salió con su guitarra y su armónica a buscarse la vida en los cafés del Greenwich Village.

El conjunto le mereció el premio Nobel de literatura concedido por la Academia Sueca en octubre de 2016 por «haber creado nuevas expresiones poéticas en el marco de la gran tradición musical estadunidense».

Canciones que revisa, cambia de círculo armónico y torna irreconocibles, incluso para el escucha más avezado, aptas para ampliar el vocabulario cuando se aprende a deletrear y a pronunciar el inglés americano.

«A Hard Rain’s a-Gonna Fall», «Tombstone Blues», «Lay Lady Lay», «Make You Feel My Love», «Roll On John» y «Congratulations», pieza que grabó al lado de los Traveling Wilburys, el grupo de cuates que armó de casualidad con George Harrison, Tom Petty, Jeff Lynne y Roy Orbison.

Canciones

Canciones que alcanzaron a toda clase de público: «Blowing In The Wind» (la música se adaptó para el himno católico «Saber que vendrás»), «Like a Rolling Stone» («¿será acerca de mí?», se preguntó Mick Jagger la primera vez que la escuchó), «Subterranean Homesick Blues» (con la aparición del poeta Allen Ginsberg en el video promocional), «The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest» (cierto grupo de heavy metal inglés tomó su nombre de ahí) y su aporte al multitudinario éxito «We Are The World».

Canciones que alcanzaron su definición mejor en arreglos de otros grupos y solistas: «Mr. Tambourine Man» (The Byrds), «All Along The Watchtower» (The Jimi Hendrix Experience), «Knocking On Heaven’s Door» (Guns N’Roses) y «Masters of War» (Eddie Vedder y Mike McCready primero, todo Pearl Jam después).

Canciones que se despliegan por ocho, diez, doce, quince minutos, ordenadas en estrofas o liberadas dentro del flujo de la conciencia, como el río que ensancha su caudal cuando recibe a sus tributarios hasta ramificarse en delta o ensancharse como estuario: «Hurricane», «Desolation Row», «Sad-Eyed Lady of the Lowlands», «Highlands», «Murder Most Foul».

Canciones que incluyen el acervo folklórico de Estados Unidos, himnos a la gloria del Señor, villancicos navideños e incursiones en el repertorio popularizado por Frank Sinatra. En ocasiones roba, toma prestado, propone nuevos desenlaces para historias ajenas, pero siempre reconoce la fuente y cita la procedencia por aquello de los reclamos.

Canciones que son motivo para celebrar que su creador, nacido el 24 de mayo de 1941 en el puerto lacustre de Duluth, Minnesota, arribe a sus 80 años. Ocho décadas como atento observador del mundo que lo rodea, celoso de su privacidad y consciente de la deuda que tiene con sus predecesores, desde Woody Guthrie hasta los cantos que brotaron entre los campos de algodón.