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Historias Urbanas | Encomio del hombre bien vestido

Invitado
02 de junio, 2021

Encomio del hombre bien vestido, Charles Robert Watts. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

De no ocurrir cierto acontecimiento en enero de 1963, el súbdito británico Charles Robert Watts habría hecho carrera en el medio publicitario. Nos lo podemos imaginar al frente de su propia agencia, donde se reserva el 51 por ciento de las acciones, preside el consejo de administración y no piensa en retirarse.

Todos los anuncios a insertarse entre las páginas de The Guardian, The Sun, New Musical Express, incluso The New York Times y la revista Playboy, se dibujan, caligrafían y entintan a mano.

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El creativo, el ilustrador, la ejecutiva de cuentas, pueden insertarse todos los aretes que deseen entre la nariz y las orejas, cubrirse de tatuajes hasta el cuello, teñirse los cabellos de magenta: Mr. Watts no tiene inconvenientes.

Fue joven, se dejó el pelo largo, su aspecto le impidió la habitación de hotel que solicitó en la isla griega de Corfú. Pero sus empleados deben comprometerse a lucir elegantes: saco, chaleco y corbata para los varones, traje sastre de dos piezas para las mujeres.

Mr. Watts da el ejemplo: siempre llega vestido con los pantalones y ternos cortados a la medida por su sastre personal. Después de las sesiones del consejo de administración se encierra en su estudio para trabajar sus bocetos.

Corre el rumor de que utiliza el escritorio, los frascos de tinta y los pinceles que le permitieron recibir su primera paga en libras esterlinas, mandó restaurarlos. Si detecta talento entre los trabajadores del departamento de arte, Mr. Watts mueve sus influencias para conseguirles becas en las mejores escuelas de arte del Reino Unido.

Sus ingresos costean la pasión que siente por el jazz. El itinerario de sus vacaciones coincide con los festivales organizados en Nueva York, Nueva Orleans, La Habana y Montreux.

Tiene particular reverencia por Charlie Parker (allá por 1964 escribió e ilustró el libro infantil que tituló Ode to a High Flying Bird) y aprendió a tocar la batería mientras escuchaba los discos de 78 revoluciones por minuto que atesoró desde la adolescencia.

Ficción

Suele asomarse a las noches de aficionados en el Ronnie Scott’s Jazz Club, conoce los suficientes estándares para descargar con sus amigos músicos.

Inmodestia aparte, recuerda la tremenda sección rítmica que armó con el contrabajista escocés Jack Bruce. Desdeña los solos de batería, prefiere la sutileza que aportan las escobillas y ya se dio el gusto de tocar en formato big band.

No quiso aprender a manejar. Todos los días llega en taxi desde su apartamento y pasa los fines de semana en su granja, rodeado por el verdor de la campiña inglesa. Se permite la crianza de caballos pura sangre; los admira desde su palco en el hipódromo de Ascot junto a su esposa Shirley.

Todo lo anterior es pura ficción, acaso una de las vidas posibles de Mr. Watts de no aceptar, a comienzos de 1963, la propuesta de unirse al grupo liderado por el guitarrista Brian Jones. No hubiera fijado su nombre dentro de la cultura popular como parte de los Rolling Stones. La celebración de su 80 cumpleaños, este 2 de junio de 2021, se limitaría a sus más cercanos amigos y familiares.

El hombre y su mundo

Abundan los personajes notables entre los bateristas ingleses nacidos entre 1939 y 1948. Ginger Baker era temible por su carácter volátil e irascible. Ringo Starr se hizo querer por su talante y simpatía.

Keith Moon devino en party animal apenas alcanzó la mayoría de edad y John Bonham pasó de amoroso padre de familia a bebedor desatado apenas se aclimató en Estados Unidos.

Distante y conciso, correcto en su vestir y parco al hablar, se encuentra Charlie Watts. Es el hombre que cabecea en el video de «Emotional Rescue», toma nota de las obsesiones que asedian a Mick Jagger en «Sex Drive» y recibe prolongadas ovaciones siempre que lo presentan en concierto.

Nunca imaginó que sería un Rolling Stone más allá de la edad de la jubilación, dedicado al diseño de escenarios y dibujando cada habitación de hotel donde pasa la noche; dicen que guarda centenares de trazos entre sus carpetas.

Gusta de la vida en el campo y se permite excentricidades como comprarse un Alfa Romeo modelo 1936, sin saber manejar, con la sola intención de sentarse a contemplar el tablero. Tiene suficientes méritos, y no digamos el porte, para que lo nombren caballero en vida de la reina Isabel II.

Andrew Loog Oldham, primer apoderado de los Stones, consideró que el pianista fundador Ian Stewart se veía demasiado mayor para representar la rebeldía juvenil y lo relegó tras bastidores.

Resulta curioso que no repitiera la faena con Charlie Watts. Su sobriedad contrastó con el desparpajo de sus compañeros y no se le conocieron escarceos con las drogas hasta los cuarenta y tantos años. Fue cuando se refugió en la heroína para encarar sus crisis familiares. Está casado con Shirley Ann Shepherd desde el 14 de octubre de 1964, su descendencia se reduce a su hija Seraphina y su nieta Charlotte.

La anécdota que no olvidan

Charlie Watts representa ese carácter impasible, a prueba de emociones reflejadas en el rostro, que se asocia con la flema inglesa. Puede venirse el mundo entero al suelo, o explotar todos los cuetes destinados a recibir la Navidad: Charlie Watts no se despeina. Acaso mueva un poquito la nariz para que no lo ahogue el humo y el polvo no le ensucie el traje. Tienen que tocarlo en su orgullo para que reaccione como lo hizo en cierto amanecer de 1984.

Los Rolling Stones se encontraban en Ámsterdam para tratar de negocios con su encargado financiero, el príncipe Rupert von Lowenstein. Keith Richards empezaba a distanciarse de Mick Jagger, pero salieron a cenar y Keith le prestó la chaqueta que vistió al casarse con la modelo Patti Hansen. Regresaron a las cinco de la mañana; todos acudieron a la habitación de Jagger, menos Charlie. El cantante de los Rollin’ marcó el número de la habitación donde se alojaba Watts, espero a que le contestaran y preguntó «¿dónde está mi baterista?».

Ahora viene el testimonio de Richards, según lo relató al redactor James Fox: «Al cabo de unos veinte minutos, Mick y yo seguíamos por allí bastante puestos (dale un par de copas y ya está trompa), y oímos que llamaban a la puerta.

Era Charlie Watts, perfectamente arreglado con su traje de Savile Row, impecable, con corbata, afeitado, hecho un figurín. ¡Hasta olía a colonia! Abrí la puerta y ni siquiera me miró; entró, se fue derecho hacia Mick y le dijo: “Nunca más volvás a decirme ‘tu batería’”. Después lo agarró por las solapas de la chaqueta y le atizó un gancho de derecha».

Philip Norman, biógrafo de Jagger, redondea la anécdota: «Cuando Mick recobró el equilibrio, quiso restar importancia al incidente. Charlie estaba borracho y confuso, dijo riendo, lo normal aquellos días: no sabía bien lo que hacía.

Su diagnóstico se confirmó casi enseguida. Pocos minutos después, Charlie llamó para decir que volvía. “Viene a disculparse”, anunció Mick. Charlie entró, se acercó otra vez a él y volvió a atizarle. “Para que no se te olvide”, dijo».

Tampoco se nos olvida el día de su santo, Mr. Watts.

Feliz cumpleaños.

Encomio del hombre bien vestido

Historias Urbanas | Encomio del hombre bien vestido

Invitado
02 de junio, 2021

Encomio del hombre bien vestido, Charles Robert Watts. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

De no ocurrir cierto acontecimiento en enero de 1963, el súbdito británico Charles Robert Watts habría hecho carrera en el medio publicitario. Nos lo podemos imaginar al frente de su propia agencia, donde se reserva el 51 por ciento de las acciones, preside el consejo de administración y no piensa en retirarse.

Todos los anuncios a insertarse entre las páginas de The Guardian, The Sun, New Musical Express, incluso The New York Times y la revista Playboy, se dibujan, caligrafían y entintan a mano.

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El creativo, el ilustrador, la ejecutiva de cuentas, pueden insertarse todos los aretes que deseen entre la nariz y las orejas, cubrirse de tatuajes hasta el cuello, teñirse los cabellos de magenta: Mr. Watts no tiene inconvenientes.

Fue joven, se dejó el pelo largo, su aspecto le impidió la habitación de hotel que solicitó en la isla griega de Corfú. Pero sus empleados deben comprometerse a lucir elegantes: saco, chaleco y corbata para los varones, traje sastre de dos piezas para las mujeres.

Mr. Watts da el ejemplo: siempre llega vestido con los pantalones y ternos cortados a la medida por su sastre personal. Después de las sesiones del consejo de administración se encierra en su estudio para trabajar sus bocetos.

Corre el rumor de que utiliza el escritorio, los frascos de tinta y los pinceles que le permitieron recibir su primera paga en libras esterlinas, mandó restaurarlos. Si detecta talento entre los trabajadores del departamento de arte, Mr. Watts mueve sus influencias para conseguirles becas en las mejores escuelas de arte del Reino Unido.

Sus ingresos costean la pasión que siente por el jazz. El itinerario de sus vacaciones coincide con los festivales organizados en Nueva York, Nueva Orleans, La Habana y Montreux.

Tiene particular reverencia por Charlie Parker (allá por 1964 escribió e ilustró el libro infantil que tituló Ode to a High Flying Bird) y aprendió a tocar la batería mientras escuchaba los discos de 78 revoluciones por minuto que atesoró desde la adolescencia.

Ficción

Suele asomarse a las noches de aficionados en el Ronnie Scott’s Jazz Club, conoce los suficientes estándares para descargar con sus amigos músicos.

Inmodestia aparte, recuerda la tremenda sección rítmica que armó con el contrabajista escocés Jack Bruce. Desdeña los solos de batería, prefiere la sutileza que aportan las escobillas y ya se dio el gusto de tocar en formato big band.

No quiso aprender a manejar. Todos los días llega en taxi desde su apartamento y pasa los fines de semana en su granja, rodeado por el verdor de la campiña inglesa. Se permite la crianza de caballos pura sangre; los admira desde su palco en el hipódromo de Ascot junto a su esposa Shirley.

Todo lo anterior es pura ficción, acaso una de las vidas posibles de Mr. Watts de no aceptar, a comienzos de 1963, la propuesta de unirse al grupo liderado por el guitarrista Brian Jones. No hubiera fijado su nombre dentro de la cultura popular como parte de los Rolling Stones. La celebración de su 80 cumpleaños, este 2 de junio de 2021, se limitaría a sus más cercanos amigos y familiares.

El hombre y su mundo

Abundan los personajes notables entre los bateristas ingleses nacidos entre 1939 y 1948. Ginger Baker era temible por su carácter volátil e irascible. Ringo Starr se hizo querer por su talante y simpatía.

Keith Moon devino en party animal apenas alcanzó la mayoría de edad y John Bonham pasó de amoroso padre de familia a bebedor desatado apenas se aclimató en Estados Unidos.

Distante y conciso, correcto en su vestir y parco al hablar, se encuentra Charlie Watts. Es el hombre que cabecea en el video de «Emotional Rescue», toma nota de las obsesiones que asedian a Mick Jagger en «Sex Drive» y recibe prolongadas ovaciones siempre que lo presentan en concierto.

Nunca imaginó que sería un Rolling Stone más allá de la edad de la jubilación, dedicado al diseño de escenarios y dibujando cada habitación de hotel donde pasa la noche; dicen que guarda centenares de trazos entre sus carpetas.

Gusta de la vida en el campo y se permite excentricidades como comprarse un Alfa Romeo modelo 1936, sin saber manejar, con la sola intención de sentarse a contemplar el tablero. Tiene suficientes méritos, y no digamos el porte, para que lo nombren caballero en vida de la reina Isabel II.

Andrew Loog Oldham, primer apoderado de los Stones, consideró que el pianista fundador Ian Stewart se veía demasiado mayor para representar la rebeldía juvenil y lo relegó tras bastidores.

Resulta curioso que no repitiera la faena con Charlie Watts. Su sobriedad contrastó con el desparpajo de sus compañeros y no se le conocieron escarceos con las drogas hasta los cuarenta y tantos años. Fue cuando se refugió en la heroína para encarar sus crisis familiares. Está casado con Shirley Ann Shepherd desde el 14 de octubre de 1964, su descendencia se reduce a su hija Seraphina y su nieta Charlotte.

La anécdota que no olvidan

Charlie Watts representa ese carácter impasible, a prueba de emociones reflejadas en el rostro, que se asocia con la flema inglesa. Puede venirse el mundo entero al suelo, o explotar todos los cuetes destinados a recibir la Navidad: Charlie Watts no se despeina. Acaso mueva un poquito la nariz para que no lo ahogue el humo y el polvo no le ensucie el traje. Tienen que tocarlo en su orgullo para que reaccione como lo hizo en cierto amanecer de 1984.

Los Rolling Stones se encontraban en Ámsterdam para tratar de negocios con su encargado financiero, el príncipe Rupert von Lowenstein. Keith Richards empezaba a distanciarse de Mick Jagger, pero salieron a cenar y Keith le prestó la chaqueta que vistió al casarse con la modelo Patti Hansen. Regresaron a las cinco de la mañana; todos acudieron a la habitación de Jagger, menos Charlie. El cantante de los Rollin’ marcó el número de la habitación donde se alojaba Watts, espero a que le contestaran y preguntó «¿dónde está mi baterista?».

Ahora viene el testimonio de Richards, según lo relató al redactor James Fox: «Al cabo de unos veinte minutos, Mick y yo seguíamos por allí bastante puestos (dale un par de copas y ya está trompa), y oímos que llamaban a la puerta.

Era Charlie Watts, perfectamente arreglado con su traje de Savile Row, impecable, con corbata, afeitado, hecho un figurín. ¡Hasta olía a colonia! Abrí la puerta y ni siquiera me miró; entró, se fue derecho hacia Mick y le dijo: “Nunca más volvás a decirme ‘tu batería’”. Después lo agarró por las solapas de la chaqueta y le atizó un gancho de derecha».

Philip Norman, biógrafo de Jagger, redondea la anécdota: «Cuando Mick recobró el equilibrio, quiso restar importancia al incidente. Charlie estaba borracho y confuso, dijo riendo, lo normal aquellos días: no sabía bien lo que hacía.

Su diagnóstico se confirmó casi enseguida. Pocos minutos después, Charlie llamó para decir que volvía. “Viene a disculparse”, anunció Mick. Charlie entró, se acercó otra vez a él y volvió a atizarle. “Para que no se te olvide”, dijo».

Tampoco se nos olvida el día de su santo, Mr. Watts.

Feliz cumpleaños.

Encomio del hombre bien vestido