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Historias Urbanas | Réquiem por el Huésped

Invitado
15 de agosto, 2021

Réquiem por el Huésped. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Cierto sábado, el Huésped dejó de asomarse a la casa. Pensé que se ausentaría por un rato y me lo iba a encontrar tomando el sol en el techo, estirándose encima de la lavadora o husmeando entre el plato de las gatas.

Le dejé su plato lleno durante cinco días, seguro de que se daría la vuelta por la madrugada. La comida amaneció repleta de hormigas, apenas tocada por las gatas. Tuve que aceptarlo: así como llegó, así se ausentó.

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Deberías leer: De la cabeza a los pies: ¡Ovi-G y Los Froggies!

Nos habituamos a ciertas visitas periódicas. Estamos acostumbrados a recibir al mismo repartidor de agua pura, el mensajero que viene a dejarnos la encomienda, el verdulero que anuncia el paso de su carreta a gritos y al señor que pasa somatando la puerta para averiguar si queremos comprarle cocos.

Así me pasó con el Huésped. Ya formaba parte del escenario doméstico. Se dejaba sobar por un rato y me maullaba si demoraba en llenarle su plato. Pasaba parte de la mañana dedicado a su higiene personal, lamiéndose los dedos uno por uno. Si llovía, encontraba sus huellas encima del parabrisas del carro.

Llegó a ejercer su soberana voluntad. Siempre le indicaba que no se metiera a los cuartos y a la cocina. Costaba que se alimentara alejado de las gatas. Se dejaba venir apenas comenzaba a servirles su comida. Llegó a corretearlas y me tocaba decirle que no lo hiciera. Sus respuestas se ceñían a la indiferencia o alejaba el índice regañón de un zarpazo. Cierta vez lo sorprendí encima de la mesa del comedor, demasiado cerca del canasto del pan.

Ahora el plato del Huésped permanece vacío en su lugar de costumbre y ya se aparecieron tres visitantes: un barcino, flaco y despeltrado; un gato cenizo, poco agraciado (lo apodé «el gato araña»), y un Garfield veteado de amarillo con cinta verde al cuello, señal de que tiene dueño. Ayer lo vi comiendo de prisa en el lugar de las gatas. «Andá decile a tu amo que te alimente», le dije al espantarlo.

Sólo el Huésped estaba autorizado a hacer esas travesuras. Según mis cuentas, su escala duró dieciocho meses. Las conjeturas acerca de su suerte se reducen a que muriera atropellado, o eligió su nueva morada lejos de aquí.

Me hace falta verlo.

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Cierto sábado, el Huésped dejó de asomarse a la casa. Pensé que se ausentaría por un rato y me lo iba a encontrar tomando el sol en el techo, estirándose encima de la lavadora o husmeando entre el plato de las gatas.

Le dejé su plato lleno durante cinco días, seguro de que se daría la vuelta por la madrugada. La comida amaneció repleta de hormigas, apenas tocada por las gatas. Tuve que aceptarlo: así como llegó, así se ausentó.

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Así me pasó con el Huésped. Ya formaba parte del escenario doméstico. Se dejaba sobar por un rato y me maullaba si demoraba en llenarle su plato. Pasaba parte de la mañana dedicado a su higiene personal, lamiéndose los dedos uno por uno. Si llovía, encontraba sus huellas encima del parabrisas del carro.

Llegó a ejercer su soberana voluntad. Siempre le indicaba que no se metiera a los cuartos y a la cocina. Costaba que se alimentara alejado de las gatas. Se dejaba venir apenas comenzaba a servirles su comida. Llegó a corretearlas y me tocaba decirle que no lo hiciera. Sus respuestas se ceñían a la indiferencia o alejaba el índice regañón de un zarpazo. Cierta vez lo sorprendí encima de la mesa del comedor, demasiado cerca del canasto del pan.

Ahora el plato del Huésped permanece vacío en su lugar de costumbre y ya se aparecieron tres visitantes: un barcino, flaco y despeltrado; un gato cenizo, poco agraciado (lo apodé «el gato araña»), y un Garfield veteado de amarillo con cinta verde al cuello, señal de que tiene dueño. Ayer lo vi comiendo de prisa en el lugar de las gatas. «Andá decile a tu amo que te alimente», le dije al espantarlo.

Sólo el Huésped estaba autorizado a hacer esas travesuras. Según mis cuentas, su escala duró dieciocho meses. Las conjeturas acerca de su suerte se reducen a que muriera atropellado, o eligió su nueva morada lejos de aquí.

Me hace falta verlo.

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