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Caminando por la Ciudad: Don Meme y no doña Carlota de Arjona

Los muchachos gritan al unísono «bola, don Meme, pero sin pincharla por favor», pero la súplica llega demasiado tarde. Todos los días es la misma historia.

Don meme es el zapatero del barrio.
Invitado
07 de agosto, 2022
Don Meme y no doña Carlota de Arjona. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

Tzzzttt, se escucha al irse el aire sin mayor retorno. Ese sonido se repite de tarde en tarde. Es el sonido de cada pelota al ser atravesada por la filosa cuchilla de don Meme, ese noble zapatero que vive y trabaja en su casa de habitación, en esa gris y descascarada casa que se encuentra en los callejones cerca de la Casa Central.

Por ahí pasan anunciando con un pito de aire que se reparan ollas con una varilla de estaño. Se venden corbatas de dulce, anuncian la prensa, el gráfico y la lucha libre. Se compran botellas, papel y botes, no puede faltar el reparatodo y sobre todo el reparazapatos. Todos pasan en desfile diario por los callejones y calles con tope, donde los vecinos sacan sus enseres descompuestos, viejos y rotos para ser arreglados, vendidos o regalados a los gritones que pasan día con día.

Pero no hay mucho trabajo para el zapatero, ya que en el barrio vive don Meme, un señor ya sexagenario, canoso, algo jorobado y malencarado. Todo el día se le ve sentado en el improvisado taller colocado en un cuartito de su casa, donde se deja ver un piecito de metal, hormas de madera de todos los números, cuero troceado en tiras largas, pliegos grandes de suelas para ser cortados y tacones de hule, así como hebillas, cintas de colores y el característico olor a flex según dicen los más viciosos del barrio, pero realmente se refieren al pegamento de zapatos o cemento de contacto.

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No se puede jugar a la pelota en la cuadra, porque don Meme mantiene su taller abierto todo el día y él se la pasa sentado en un diminuto banco de madera de pino reforzado. Desde las siete de la mañana que abre, hasta pasadas las seis de la tarde en que empieza a cerrar cuando su amada madre le grita desde el segundo nivel que la cena ya está lista y se siente el delicioso olor a cebolla dorándose sobre el aceite caliente, esperando la torta de frijoles colados y muy espesos para ser sofritos y darle ese sabor único.

Toda pelota que se mete, acerca o suspira cerca de esa puerta azulada de metal oxidado, se expone a la larga y rápida mano de don Meme que la jala al interior del taller y la regresa pinchada a pesar de las súplicas de parte de los jóvenes jugadores para que se las devuelva. Entre sonrisas ahogadas por la maldad realizada, la devuelve al campo de juego sin su forma redonda perfecta, sino más bien medio desinflada y silbando por un lado, ya que recibió un pinchazo de la navaja afilada con la que se recortan los pedazos de cuero o suela que irán a parar en los remiendos de zapatos .

Los muchachos gritan al unísono «bola, don Meme, pero sin pincharla por favor», pero la súplica llega demasiado tarde. Todos los días es la misma historia: pelota que se acerca o se va a su tallercito, es profanada con la cuchilla de la suela. Como dijera Ricardo Arjona, es doña Carlota la que pincha pelotas, pero en este sector del centro histórico es don Meme el que ejerce ese papel.

Los patojos no saben qué hacer, hasta le dan juego a sus nietos con la esperanza de que les perdone la vida a sus pelotas, pero ni así. Ya agotaron los apodos e insultos para referirse a don Meme, quien atenta contra su economía porque tienen que comprar dos o más pelotas diarias y cuidarse de que no pase al alcance de esa mano tan rápida que en un segundo sale de su puerta sobre la banqueta para tomar las pelotas que rondan cerca.

Ni qué decir las que se somatan contra la puerta, y menos las que entran a su taller, aunque no hay nada que botar, salvo el envase de vidrio de un agua gaseosa que mantiene en el piso a la par de su banquito. Él dice que lo hace porque hay cosas de valor que se pueden romper con los pelotazos de esos jóvenes vagos que solo pateando pelotas se la pasan después de salir de estudiar, y siempre aplica la ley de «pelota al alcance de su mano es pelota pinchada».

Caminando por la Ciudad: Don Meme y no doña Carlota de Arjona

Los muchachos gritan al unísono «bola, don Meme, pero sin pincharla por favor», pero la súplica llega demasiado tarde. Todos los días es la misma historia.

Don meme es el zapatero del barrio.
Invitado
07 de agosto, 2022
Don Meme y no doña Carlota de Arjona. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

Tzzzttt, se escucha al irse el aire sin mayor retorno. Ese sonido se repite de tarde en tarde. Es el sonido de cada pelota al ser atravesada por la filosa cuchilla de don Meme, ese noble zapatero que vive y trabaja en su casa de habitación, en esa gris y descascarada casa que se encuentra en los callejones cerca de la Casa Central.

Por ahí pasan anunciando con un pito de aire que se reparan ollas con una varilla de estaño. Se venden corbatas de dulce, anuncian la prensa, el gráfico y la lucha libre. Se compran botellas, papel y botes, no puede faltar el reparatodo y sobre todo el reparazapatos. Todos pasan en desfile diario por los callejones y calles con tope, donde los vecinos sacan sus enseres descompuestos, viejos y rotos para ser arreglados, vendidos o regalados a los gritones que pasan día con día.

Pero no hay mucho trabajo para el zapatero, ya que en el barrio vive don Meme, un señor ya sexagenario, canoso, algo jorobado y malencarado. Todo el día se le ve sentado en el improvisado taller colocado en un cuartito de su casa, donde se deja ver un piecito de metal, hormas de madera de todos los números, cuero troceado en tiras largas, pliegos grandes de suelas para ser cortados y tacones de hule, así como hebillas, cintas de colores y el característico olor a flex según dicen los más viciosos del barrio, pero realmente se refieren al pegamento de zapatos o cemento de contacto.

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No se puede jugar a la pelota en la cuadra, porque don Meme mantiene su taller abierto todo el día y él se la pasa sentado en un diminuto banco de madera de pino reforzado. Desde las siete de la mañana que abre, hasta pasadas las seis de la tarde en que empieza a cerrar cuando su amada madre le grita desde el segundo nivel que la cena ya está lista y se siente el delicioso olor a cebolla dorándose sobre el aceite caliente, esperando la torta de frijoles colados y muy espesos para ser sofritos y darle ese sabor único.

Toda pelota que se mete, acerca o suspira cerca de esa puerta azulada de metal oxidado, se expone a la larga y rápida mano de don Meme que la jala al interior del taller y la regresa pinchada a pesar de las súplicas de parte de los jóvenes jugadores para que se las devuelva. Entre sonrisas ahogadas por la maldad realizada, la devuelve al campo de juego sin su forma redonda perfecta, sino más bien medio desinflada y silbando por un lado, ya que recibió un pinchazo de la navaja afilada con la que se recortan los pedazos de cuero o suela que irán a parar en los remiendos de zapatos .

Los muchachos gritan al unísono «bola, don Meme, pero sin pincharla por favor», pero la súplica llega demasiado tarde. Todos los días es la misma historia: pelota que se acerca o se va a su tallercito, es profanada con la cuchilla de la suela. Como dijera Ricardo Arjona, es doña Carlota la que pincha pelotas, pero en este sector del centro histórico es don Meme el que ejerce ese papel.

Los patojos no saben qué hacer, hasta le dan juego a sus nietos con la esperanza de que les perdone la vida a sus pelotas, pero ni así. Ya agotaron los apodos e insultos para referirse a don Meme, quien atenta contra su economía porque tienen que comprar dos o más pelotas diarias y cuidarse de que no pase al alcance de esa mano tan rápida que en un segundo sale de su puerta sobre la banqueta para tomar las pelotas que rondan cerca.

Ni qué decir las que se somatan contra la puerta, y menos las que entran a su taller, aunque no hay nada que botar, salvo el envase de vidrio de un agua gaseosa que mantiene en el piso a la par de su banquito. Él dice que lo hace porque hay cosas de valor que se pueden romper con los pelotazos de esos jóvenes vagos que solo pateando pelotas se la pasan después de salir de estudiar, y siempre aplica la ley de «pelota al alcance de su mano es pelota pinchada».