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Caminando por la Ciudad: El gato llorón en el tejado

Después de quince minutos sale doña Marta a traer a su hijo Eddy al patio en donde se encuentra paralizado, viendo hacia la lámina sin parpadear, con la mirada fija y totalmente frío.

Invitado
03 de abril, 2022
Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

«Ese gato que llora todas las noches como que fuera bebé, lo voy a bajar», dice el tío Eddy, un tipo fornido, valiente y muy sereno. Es famoso en la colonia por su osadía al manejar a altas velocidades, dominar cosas pesadas al ser cargadas sin dificultad y no tenerle miedo a nada ni a nadie. El tío Eddy se gana buen dinero jugando fuercitas con los amigos más recios del sector, gana los pulsos de fuerza los domingos en los campos del Pishaco, sube y baja las Joyas de Senahú cuatro veces al día con canastos bien pesados, ayudando a su mama.

Nada lo amedrenta o lo debilita, ya que desde las cuatro de la madrugada sale a bañarse con agua serenada al aire libre en medio de los árboles de matasanos plantados por su mamá. Despierta a los gallos y gallinas del corral, les da de comer a los animales, hace sus ejercicios matutinos y toma un rico desayuno basado en huevos, frijoles, tortillas tostadas a las brasas y un buen vaso de leche al pie de la vaca.

Trabaja como guardia de seguridad privado en una almacenadora muy importante. Al tío Eddy le fascina porque anda con su arma a la cintura y camina desafiante al ver pasar a las damas, a las que les guiña un ojo y les sonríe dejando entrever su relleno dental de oro en medio de dos dientes separados de manera natural.

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Si no es la gorra negra que le mandaron del norte, se pone su sombrero vaquero muy bien adornado con remaches brillantes y calado para que no le sude la cabeza. Calza botines de tacón alto y muy bien lustrados para verse a la moda, además de los pantalones muy bien planchados, camisas de marca muy finas y su pañuelo para asistir a alguna dama que se manche comiendo helado o llorando en la calle. Tampoco faltan su cadena con llaves de la almacenadora bien amarrada a los pasadores del pantalón y anteojos de carey tigreado para complementar el look del día a día, ya que necesita verse muy bien.

Desde hace algunas noches, después de un largo día de labores y disponerse a dormir temprano para madrugar, escucha el maullido de un gato llorón o perdido que no lo deja dormir. Por eso esperó la medianoche de sábado a domingo para salir con un largo palo de madera para darle un susto y deje de estar molestando, a pesar de que su sacrosanta madre le dice que no salga porque está muy oscuro, ya que no cuentan con alumbrado público cercano.

Pero el tío Eddy sale todo aventurero dando de gritos regañando al gato nocturno y a todo aquel que se le cruce en el camino. Abre la puerta que da al patión y en medio de la oscuridad sale furioso, pero pasados unos treinta segundos se escucha que los maullidos cambiaron de tono y semejan palabras hipnotizantes de esos brujos o maestros espiritistas que hablan en la radio por la noche dando fórmulas mágicas para sobresalir en el amor.

De repente el silencio se vuelve eterno y el maullido termina con unos grandes gritos desgarradores que obligan a los vecinos a encender sus luces y se pregunten qué fue eso.

Después de quince minutos sale doña Marta a traer a su hijo Eddy al patio en donde se encuentra paralizado, viendo hacia la lámina sin parpadear, con la mirada fija y totalmente frío.

Entra a la casa temblando de miedo y se niega a contar qué vio encima de la lámina, pero asegura que «eso» no era un gato, sino algo que no puede describir con palabras y desde esa noche le hace padecer de ataques epilépticos, sudoración nocturna y lapsos de mirada perdida. No puede explicar qué es lo que pasa en esos momentos al volver en sí, sólo repite que «eso» no fue un gato y mucho menos llorón.

Caminando por la Ciudad: El gato llorón en el tejado

Después de quince minutos sale doña Marta a traer a su hijo Eddy al patio en donde se encuentra paralizado, viendo hacia la lámina sin parpadear, con la mirada fija y totalmente frío.

Invitado
03 de abril, 2022
Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

«Ese gato que llora todas las noches como que fuera bebé, lo voy a bajar», dice el tío Eddy, un tipo fornido, valiente y muy sereno. Es famoso en la colonia por su osadía al manejar a altas velocidades, dominar cosas pesadas al ser cargadas sin dificultad y no tenerle miedo a nada ni a nadie. El tío Eddy se gana buen dinero jugando fuercitas con los amigos más recios del sector, gana los pulsos de fuerza los domingos en los campos del Pishaco, sube y baja las Joyas de Senahú cuatro veces al día con canastos bien pesados, ayudando a su mama.

Nada lo amedrenta o lo debilita, ya que desde las cuatro de la madrugada sale a bañarse con agua serenada al aire libre en medio de los árboles de matasanos plantados por su mamá. Despierta a los gallos y gallinas del corral, les da de comer a los animales, hace sus ejercicios matutinos y toma un rico desayuno basado en huevos, frijoles, tortillas tostadas a las brasas y un buen vaso de leche al pie de la vaca.

Trabaja como guardia de seguridad privado en una almacenadora muy importante. Al tío Eddy le fascina porque anda con su arma a la cintura y camina desafiante al ver pasar a las damas, a las que les guiña un ojo y les sonríe dejando entrever su relleno dental de oro en medio de dos dientes separados de manera natural.

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Si no es la gorra negra que le mandaron del norte, se pone su sombrero vaquero muy bien adornado con remaches brillantes y calado para que no le sude la cabeza. Calza botines de tacón alto y muy bien lustrados para verse a la moda, además de los pantalones muy bien planchados, camisas de marca muy finas y su pañuelo para asistir a alguna dama que se manche comiendo helado o llorando en la calle. Tampoco faltan su cadena con llaves de la almacenadora bien amarrada a los pasadores del pantalón y anteojos de carey tigreado para complementar el look del día a día, ya que necesita verse muy bien.

Desde hace algunas noches, después de un largo día de labores y disponerse a dormir temprano para madrugar, escucha el maullido de un gato llorón o perdido que no lo deja dormir. Por eso esperó la medianoche de sábado a domingo para salir con un largo palo de madera para darle un susto y deje de estar molestando, a pesar de que su sacrosanta madre le dice que no salga porque está muy oscuro, ya que no cuentan con alumbrado público cercano.

Pero el tío Eddy sale todo aventurero dando de gritos regañando al gato nocturno y a todo aquel que se le cruce en el camino. Abre la puerta que da al patión y en medio de la oscuridad sale furioso, pero pasados unos treinta segundos se escucha que los maullidos cambiaron de tono y semejan palabras hipnotizantes de esos brujos o maestros espiritistas que hablan en la radio por la noche dando fórmulas mágicas para sobresalir en el amor.

De repente el silencio se vuelve eterno y el maullido termina con unos grandes gritos desgarradores que obligan a los vecinos a encender sus luces y se pregunten qué fue eso.

Después de quince minutos sale doña Marta a traer a su hijo Eddy al patio en donde se encuentra paralizado, viendo hacia la lámina sin parpadear, con la mirada fija y totalmente frío.

Entra a la casa temblando de miedo y se niega a contar qué vio encima de la lámina, pero asegura que «eso» no era un gato, sino algo que no puede describir con palabras y desde esa noche le hace padecer de ataques epilépticos, sudoración nocturna y lapsos de mirada perdida. No puede explicar qué es lo que pasa en esos momentos al volver en sí, sólo repite que «eso» no fue un gato y mucho menos llorón.