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Historias Urbanas: Algo falta en la sala de espera

En eso me fijé en la mesa vacía colocada frente a los sillones y me dije ¡bingo!: no había ni un periódico ni una revista a mi alcance. Ni siquiera un catálogo de productos de belleza para hojearlo.

Invitado
17 de abril, 2022
Algo falta en la sala de espera. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Cierto malestar en las muelas del maxilar inferior, lado derecho, me hizo visitar al dentista por primera vez en años. Mientras esperaba turno, tuve la certeza de que algo faltaba en la sala de espera. Pasé lista:

Estaban las plantas artificiales.

Los diplomas que avalan los cursos tomados por el odontólogo dentro y fuera de Guatemala.

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Los carteles que presentan la «geografía del diente», desde la capa de esmalte hasta la raíz.

La foto de la enfermera llevándose el dedo índice a la boca para ordenar silencio a los niños que no se pueden estar quietos.

En eso me fijé en la mesa vacía colocada frente a los sillones y me dije ¡bingo!: no había ni un periódico ni una revista a mi alcance. Ni siquiera un catálogo de productos de belleza para hojearlo y volverlo a hojear mientras llegaba la hora de sentarse, colocarse una servilleta de papel alrededor del cuello y abrir la boca para que el dentista se asome a contemplar el paisaje repleto de caries, sarro, residuos de comida, encías inflamadas y rellenos a punto de desprenderse.

A comienzos de los noventa era distinto. Circulaban tres periódicos matutinos (Prensa Libre, Siglo Veintiuno, El Gráfico), un diario vespertino (La Hora) y una revista semanal (Crónica). Abundaban las publicaciones tipo Cosmopolitan, Vanidades, Buenhogar y las Selecciones del Reader’s Digest. Las había en cantidad suficiente para entretener la espera; podía prolongarse por horas si le colocaban los frenos o le extraían el canino que salió de más al que recibió el primer turno de la tarde.

Ahora sólo queda una mesa vacía, sin mantel que disimule su desnudez y sin material de lectura para enterarse del acontecer nacional, contemplar los fotorreportajes dedicados a la arquitectura de las islas griegas y acercarse a las opiniones de la gente bien informada acerca de geopolítica, libros y discos.

Me dirán que todo eso y mucho más está disponible en el teléfono vía conexión a Internet, pero no es lo mismo. Quedamos suficientes personas en este mundo que preferimos instruirnos, informarnos y entretenernos con ayuda de la letra impresa en papel periódico y papel satinado. Hace falta que las salas de espera vuelvan a tener periódicos y revistas para aligerar el paso de las horas mientras nos atienden.

 

Historias Urbanas: Algo falta en la sala de espera

En eso me fijé en la mesa vacía colocada frente a los sillones y me dije ¡bingo!: no había ni un periódico ni una revista a mi alcance. Ni siquiera un catálogo de productos de belleza para hojearlo.

Invitado
17 de abril, 2022
Algo falta en la sala de espera. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Cierto malestar en las muelas del maxilar inferior, lado derecho, me hizo visitar al dentista por primera vez en años. Mientras esperaba turno, tuve la certeza de que algo faltaba en la sala de espera. Pasé lista:

Estaban las plantas artificiales.

Los diplomas que avalan los cursos tomados por el odontólogo dentro y fuera de Guatemala.

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Los carteles que presentan la «geografía del diente», desde la capa de esmalte hasta la raíz.

La foto de la enfermera llevándose el dedo índice a la boca para ordenar silencio a los niños que no se pueden estar quietos.

En eso me fijé en la mesa vacía colocada frente a los sillones y me dije ¡bingo!: no había ni un periódico ni una revista a mi alcance. Ni siquiera un catálogo de productos de belleza para hojearlo y volverlo a hojear mientras llegaba la hora de sentarse, colocarse una servilleta de papel alrededor del cuello y abrir la boca para que el dentista se asome a contemplar el paisaje repleto de caries, sarro, residuos de comida, encías inflamadas y rellenos a punto de desprenderse.

A comienzos de los noventa era distinto. Circulaban tres periódicos matutinos (Prensa Libre, Siglo Veintiuno, El Gráfico), un diario vespertino (La Hora) y una revista semanal (Crónica). Abundaban las publicaciones tipo Cosmopolitan, Vanidades, Buenhogar y las Selecciones del Reader’s Digest. Las había en cantidad suficiente para entretener la espera; podía prolongarse por horas si le colocaban los frenos o le extraían el canino que salió de más al que recibió el primer turno de la tarde.

Ahora sólo queda una mesa vacía, sin mantel que disimule su desnudez y sin material de lectura para enterarse del acontecer nacional, contemplar los fotorreportajes dedicados a la arquitectura de las islas griegas y acercarse a las opiniones de la gente bien informada acerca de geopolítica, libros y discos.

Me dirán que todo eso y mucho más está disponible en el teléfono vía conexión a Internet, pero no es lo mismo. Quedamos suficientes personas en este mundo que preferimos instruirnos, informarnos y entretenernos con ayuda de la letra impresa en papel periódico y papel satinado. Hace falta que las salas de espera vuelvan a tener periódicos y revistas para aligerar el paso de las horas mientras nos atienden.