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Historias Urbanas: Atrapado en la cola

De repente una vocecita empieza a susurrar «las cosas pasan por algo». Y uno se pone a pensar si ese retraso lo libra de algún inconveniente, lo aleja de cierto peligro, le permite pensar con más calma las palabras a decir ante la persona con la que acordó juntarse.

El tráfico diario de la ciudad. Fotografía: Amilcar Montejo.
Invitado
21 de agosto, 2022
Atrapado en la cola. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar. 

Si un tráiler se descompone a media cuesta, una persona muere atropellada al atravesarse de una orilla a otra, o la tierra se desprende en cantidad suficiente para tapar un carril, toca prepararse para hacer varias horas de cola hasta que se libere el paso.

Ya no hay chance de buscar vías alternas. Se encuentra en el justo medio, donde se avanza un puñado de centímetros cada quince o veinte minutos. Llueve, el aire acondicionado no funciona, debe mantener abiertas las ventanas de las puertas para que no se empañe el vidrio delantero y dificulte la visibilidad. Los motoristas son los únicos que pueden abrirse paso entre los espacios dejados entre carro y camión, entre camión y autobús, entre carro y carro.

Cuesta serenarse: se tiene el deseo de llegar temprano a casa, hay prisa por llegar a la hora convenida en el remoto centro comercial que está por la zona 16, no se quiere asomar de noche a su destino por temor a los asaltos. Dan ganas de arrancarse los pelos, aunque empiecen a ralear; se quisiera ser más previsor para tomar a tiempo esa calle que pudo sacarlo del apuro. Entonces sólo queda estar atento para mantener la distancia reglamentaria, evitarse choques con el auto de enfrente y agravar la situación.

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De repente una vocecita empieza a susurrar «las cosas pasan por algo». Y uno se pone a pensar si ese retraso lo libra de algún inconveniente, lo aleja de cierto peligro, le permite pensar con más calma las palabras a decir ante la persona con la que acordó juntarse.

En esa misma situación se encuentra la demás gente al volante, desde el trailero que terminará su ruta en Santo Tomás de Castilla hasta la familia que juntó dinero para salir de viaje, conocer Lívingston y darse una vuelta por las ruinas de Tikal. Sólo queda revisar en redes sociales a qué se debe tanta tardanza y calcular cuánto tiempo más se deberá esperar para librar el paso por la San Juan, la Martí o la Aguilar Batres.

Desde luego, se recuerda que hasta hace pocos años se animaba a cubrir en bus urbano todo el trayecto desde Jocotales, zona 6, hasta la Universidad de San Carlos. Podía llegar a tiempo de ocupar su escritorio en el salón y recibir sus clases hasta las ocho de la noche. Ahora sólo rascaría el tercio final del segundo período si no es que renuncia, se baja a medio camino y busca el bus de regreso.

Poco a poco se rompe el dique, todos los vehículos empiezan a avanzar y se siente aquel alivio al comprobar que no hay obstáculos. Ya pudieron retirar el tráiler descompuesto, el juez de paz se apersonó para autorizar que levanten el cuerpo (también se demoró por el tráfico) y los trabajadores de la municipalidad se apresuraron con sus palas para remover la tierra del derrumbe. Ahora sólo toca llegar sin novedad al destino planeado y prepararse para la próxima espera a media calle, avenida, bulevar, calzada o carretera.

 

 

 

Historias Urbanas: Atrapado en la cola

De repente una vocecita empieza a susurrar «las cosas pasan por algo». Y uno se pone a pensar si ese retraso lo libra de algún inconveniente, lo aleja de cierto peligro, le permite pensar con más calma las palabras a decir ante la persona con la que acordó juntarse.

El tráfico diario de la ciudad. Fotografía: Amilcar Montejo.
Invitado
21 de agosto, 2022
Atrapado en la cola. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar. 

Si un tráiler se descompone a media cuesta, una persona muere atropellada al atravesarse de una orilla a otra, o la tierra se desprende en cantidad suficiente para tapar un carril, toca prepararse para hacer varias horas de cola hasta que se libere el paso.

Ya no hay chance de buscar vías alternas. Se encuentra en el justo medio, donde se avanza un puñado de centímetros cada quince o veinte minutos. Llueve, el aire acondicionado no funciona, debe mantener abiertas las ventanas de las puertas para que no se empañe el vidrio delantero y dificulte la visibilidad. Los motoristas son los únicos que pueden abrirse paso entre los espacios dejados entre carro y camión, entre camión y autobús, entre carro y carro.

Cuesta serenarse: se tiene el deseo de llegar temprano a casa, hay prisa por llegar a la hora convenida en el remoto centro comercial que está por la zona 16, no se quiere asomar de noche a su destino por temor a los asaltos. Dan ganas de arrancarse los pelos, aunque empiecen a ralear; se quisiera ser más previsor para tomar a tiempo esa calle que pudo sacarlo del apuro. Entonces sólo queda estar atento para mantener la distancia reglamentaria, evitarse choques con el auto de enfrente y agravar la situación.

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De repente una vocecita empieza a susurrar «las cosas pasan por algo». Y uno se pone a pensar si ese retraso lo libra de algún inconveniente, lo aleja de cierto peligro, le permite pensar con más calma las palabras a decir ante la persona con la que acordó juntarse.

En esa misma situación se encuentra la demás gente al volante, desde el trailero que terminará su ruta en Santo Tomás de Castilla hasta la familia que juntó dinero para salir de viaje, conocer Lívingston y darse una vuelta por las ruinas de Tikal. Sólo queda revisar en redes sociales a qué se debe tanta tardanza y calcular cuánto tiempo más se deberá esperar para librar el paso por la San Juan, la Martí o la Aguilar Batres.

Desde luego, se recuerda que hasta hace pocos años se animaba a cubrir en bus urbano todo el trayecto desde Jocotales, zona 6, hasta la Universidad de San Carlos. Podía llegar a tiempo de ocupar su escritorio en el salón y recibir sus clases hasta las ocho de la noche. Ahora sólo rascaría el tercio final del segundo período si no es que renuncia, se baja a medio camino y busca el bus de regreso.

Poco a poco se rompe el dique, todos los vehículos empiezan a avanzar y se siente aquel alivio al comprobar que no hay obstáculos. Ya pudieron retirar el tráiler descompuesto, el juez de paz se apersonó para autorizar que levanten el cuerpo (también se demoró por el tráfico) y los trabajadores de la municipalidad se apresuraron con sus palas para remover la tierra del derrumbe. Ahora sólo toca llegar sin novedad al destino planeado y prepararse para la próxima espera a media calle, avenida, bulevar, calzada o carretera.