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Historias Urbanas: Aturdimiento

Ese martilleo constante que termina por fragmentar nuestros cráneos mientras lo padecemos por una, dos, tres horas, todo lo que se demore la unidad en cruzar de un punto a otro de la ciudad saturada por el tráfico.

En los buses los pilotos acostumbran la música con volumen alto.
Invitado
04 de septiembre, 2022
Aturdimiento. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Dependo del transporte público para irme al trabajo y salir a hacer mandados. No quise aprender a manejar, tuve un maestro muy impaciente. Aparte, se debe contar con vehículos blindados para moverse en calles y carreteras de Guatemala. Ya lo saben: abundan los imprudentes y los energúmenos. En cuestión de segundos se bajan, patean la puerta delantera del lado del conductor, rompen vidrios y sacan sus pistolas para demostrar quiénes son los que mandan.

Así que llevo años preguntándome por qué los choferes necesitan trabajar con la radio puesta a volumen que va del medio al excesivo. No es una característica restringida a todo aquel que se siente al volante de una camioneta, un autobús, un microbús y un ruletero; pasa entre los que repartían al personal de las empresas de regreso a su casa antes de que la pandemia obligara a cortar gastos, y los que llevan frutas y verduras desde la bodega del proveedor hasta el mercado.

Al cuestionarle a uno de los choferes de cierta oficina donde laboré, me respondió que así no se quedaba dormido a medio camino. ¿Entonces por qué no usan audífonos?, pregunté. Ahí cambió de tema y seguí con la duda.

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Mucho se habla también de la degradación de la música popular. Esto viene desde hace tiempo: hubo gente que se quejó del ruido armado por el mambo difundido por Dámaso Pérez Prado y quien echó pestes contra las orquestas de la era del charleston. Pero algo sucede que impide simpatizar con los sonidos de hoy.

Lo dijo el trompetista cubano Arturo Sandoval en entrevista con el periódico argentino Página/12: «Hoy en día está sucediendo algo preocupante: la música que se hace no tiene melodía, ni armonía, y el ritmo es creado por la computadora. Mientras que las letras son una sarta de cosas ofensivas. Los jóvenes están tan confundidos que piensan que las personas que hacen eso son verdaderos artistas».

A eso nos vemos expuestos los pasajeros que debemos tomar de dos a tres autobuses diarios para llegar a donde tenemos que llegar y regresar a donde queremos regresar. Cada época tiene su expresión, no lo discuto. Ayer fueron los Beatles y Roberto Carlos, hoy son Calibre 50 y Bad Bunny. Pero el signo de nuestros tiempos es el aturdimiento. Ese martilleo constante que termina por fragmentar nuestros cráneos mientras lo padecemos por una, dos, tres horas, todo lo que se demore la unidad en cruzar de un punto a otro de la ciudad saturada por el tráfico.

Pienso que lo hacen a propósito: no hace falta darle todo el poder al equipo de sonido. Nos olvidamos de reclamar, sabemos a qué nos exponemos si lo hacemos. Hacen que tratemos con aspereza a nuestros compañeros de labores, contestemos de un hachazo a nuestros familiares, nuestras mascotas corren peligro de sufrir maltrato de nuestra parte y apenas conciliamos el sueño sabiendo que nos enfrentaremos al mismo escenario de lunes a viernes.

Si alguna vez existieron reglamentos para controlar el volumen de la radio dentro de los buses, hace tiempo desfilaron bajo el arco del triunfo. Al final, sólo pedimos que no hayan accidentes, manifestaciones u obstáculos que se atraviesen en el camino; de ser  así, el aturdimiento es mayor. Y corremos peligro de rematar con los nuestros.

 

 

Historias Urbanas: Aturdimiento

Ese martilleo constante que termina por fragmentar nuestros cráneos mientras lo padecemos por una, dos, tres horas, todo lo que se demore la unidad en cruzar de un punto a otro de la ciudad saturada por el tráfico.

En los buses los pilotos acostumbran la música con volumen alto.
Invitado
04 de septiembre, 2022
Aturdimiento. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Dependo del transporte público para irme al trabajo y salir a hacer mandados. No quise aprender a manejar, tuve un maestro muy impaciente. Aparte, se debe contar con vehículos blindados para moverse en calles y carreteras de Guatemala. Ya lo saben: abundan los imprudentes y los energúmenos. En cuestión de segundos se bajan, patean la puerta delantera del lado del conductor, rompen vidrios y sacan sus pistolas para demostrar quiénes son los que mandan.

Así que llevo años preguntándome por qué los choferes necesitan trabajar con la radio puesta a volumen que va del medio al excesivo. No es una característica restringida a todo aquel que se siente al volante de una camioneta, un autobús, un microbús y un ruletero; pasa entre los que repartían al personal de las empresas de regreso a su casa antes de que la pandemia obligara a cortar gastos, y los que llevan frutas y verduras desde la bodega del proveedor hasta el mercado.

Al cuestionarle a uno de los choferes de cierta oficina donde laboré, me respondió que así no se quedaba dormido a medio camino. ¿Entonces por qué no usan audífonos?, pregunté. Ahí cambió de tema y seguí con la duda.

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Mucho se habla también de la degradación de la música popular. Esto viene desde hace tiempo: hubo gente que se quejó del ruido armado por el mambo difundido por Dámaso Pérez Prado y quien echó pestes contra las orquestas de la era del charleston. Pero algo sucede que impide simpatizar con los sonidos de hoy.

Lo dijo el trompetista cubano Arturo Sandoval en entrevista con el periódico argentino Página/12: «Hoy en día está sucediendo algo preocupante: la música que se hace no tiene melodía, ni armonía, y el ritmo es creado por la computadora. Mientras que las letras son una sarta de cosas ofensivas. Los jóvenes están tan confundidos que piensan que las personas que hacen eso son verdaderos artistas».

A eso nos vemos expuestos los pasajeros que debemos tomar de dos a tres autobuses diarios para llegar a donde tenemos que llegar y regresar a donde queremos regresar. Cada época tiene su expresión, no lo discuto. Ayer fueron los Beatles y Roberto Carlos, hoy son Calibre 50 y Bad Bunny. Pero el signo de nuestros tiempos es el aturdimiento. Ese martilleo constante que termina por fragmentar nuestros cráneos mientras lo padecemos por una, dos, tres horas, todo lo que se demore la unidad en cruzar de un punto a otro de la ciudad saturada por el tráfico.

Pienso que lo hacen a propósito: no hace falta darle todo el poder al equipo de sonido. Nos olvidamos de reclamar, sabemos a qué nos exponemos si lo hacemos. Hacen que tratemos con aspereza a nuestros compañeros de labores, contestemos de un hachazo a nuestros familiares, nuestras mascotas corren peligro de sufrir maltrato de nuestra parte y apenas conciliamos el sueño sabiendo que nos enfrentaremos al mismo escenario de lunes a viernes.

Si alguna vez existieron reglamentos para controlar el volumen de la radio dentro de los buses, hace tiempo desfilaron bajo el arco del triunfo. Al final, sólo pedimos que no hayan accidentes, manifestaciones u obstáculos que se atraviesen en el camino; de ser  así, el aturdimiento es mayor. Y corremos peligro de rematar con los nuestros.