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Historias Urbanas: Centenario del armenio Martín Karadagián

Martín Karadagián se especializa en incomodar a sus oponentes y provoca las reacciones del público que toma asiento en el estadio Luna Park. Si no puede vencerlos, acude a las artimañas.

Invitado
01 de mayo, 2022
Centenario del armenio Martín Karadagián. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

1) Era chaparro. Apenas se alzaba a un metro 65 centímetros del suelo (otras fuentes le asignan cinco centímetros más). Pero eso no impidió que el armenio Martín Karadagián sometiera a rivales de cualquier altura y tonelaje encima del cuadrilátero, fijándose en la memoria de miles de espectadores como el líder de Titanes en el Ring.

Martín Karadagián en Guatemala. Foto Mary Ceballos.

Fotografía @Paukaradagian

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Fotografía @Paukaradagian

Primero se midió contra los empresarios que se negaban a darle la oportunidad que les pedía para ascender desde la primera función hasta la lucha estelar. Venía respaldado por el temple adquirido en las calles y los mercados de Buenos Aires, donde nació el 30 de abril de 1922. Ganó resistencia a los golpes desde chico: su padre, el armenio Hampartzum Karadagián (otras fuentes transcriben Karadayijan) tenía la mano pesada a la hora del castigo. El consuelo lo encontraba en su madre, la española Paulina Fernández. Dos nacionalidades, dos temperamentos distintos.

Martín apenas completó el primer año de la escuela. Ganó sus primeros pesos como lustrador y vendedor de dulces. Mostró sus dotes como empresario: varios niños trabajaron para él. También desarrolló la imaginación que años después le ayudó a inventarse personajes como el Indio Comanche, el poseedor de los dedos magnéticos, y a librar singular batalla contra el Hombre Invisible. La lucha grecorromana le reveló la posibilidad del ascenso social a través del deporte. Y se aplicó para conseguirlo.

Al igual que el Santo, su contemporáneo mexicano, se dio a conocer como rudo. La variante argentina de la lucha libre, conocida como catch o cachascán, prescinde de los vuelos entre segunda y tercera cuerda. Tampoco abundan los enmascarados, el llaveo es mínimo, sólo se azotan contra la lona y lo hacen fuerte. Martín se especializa en incomodar a sus oponentes y provoca las reacciones del público que toma asiento en el estadio Luna Park. Si no puede vencerlos, acude a las artimañas. El piquete entre los ojos se volverá su especialidad para desesperación de sus rivales y enojo de los espectadores. Alguna vez se ganó el calificativo de «turco atorrante».

¿Turco? ¿Y no que era armenio, pues? Conviene hacer una pausa. Los primeros armenios que emigraron a la Argentina, previa escala en el puerto de Montevideo, desembarcaron hacia 1909. Salvo la diminuta porción de la Armenia oriental arrebatada por Rusia a Irán en 1828, toda la Armenia occidental pertenecía al imperio alzado por los turcos sobre las ruinas del imperio romano de Oriente. Al igual que los libaneses y los palestinos, llegaron a América con los documentos migratorios extendidos por los consulados de Turquía. No importaba si su domicilio se ubicaba en Beit Jala (Palestina), Biblos (Líbano) o Hadjin, la ciudad situada entre las montañas del Taurus donde nació don Hampartzum. Si el pasaporte decía «Turquía», pues eran turcos y se acabó. Sello estampado, que pase el siguiente.

Tal apelativo sonaba a machucón en el pie para los armenios. La siguiente oleada migratoria estuvo formada por los supervivientes del genocidio ordenado por el movimiento de los Jóvenes Turcos, empezado la noche del 24 de abril de 1915 y continuado hasta 1923. La población armenia de Hadjin resistió todo lo que pudo. Padeció el exterminio, pero el remanente regresó. Tuvo esperanzas de resurgir al instaurarse el protectorado francés en la región de Cilicia, poco después de que terminara la Primera Guerra Mundial; quedaron abandonados a su suerte cuando sus salvadores prefirieron negociar con la república fundada por Mustafá Kemal Atatürk. Volvieron a pelear hasta el último hombre, la última mujer y el último adolescente en pie. Al final cayeron ante fuerzas superiores. Los que lograron escapar consiguieron llegar hasta el Líbano. Sin patria, sin familia, con muchos difuntos a cuestas, sólo les quedaba poner el mar de por medio: Estados Unidos o Argentina. Hadjin, tras ser reconstruida y repoblada, recibió el nombre de Saimbeyli, apellido de su conquistador.

Los biógrafos de Karadagián han de poseer la documentación que declara el año de nacimiento de su padre y la fecha de su llegada a Buenos Aires. Era chiquitío y bravo, características que suelen combinarse. Parte de su rigor se debía a las costumbres de la época: los niños se corregían a leñazos, apenas les daban la aprobación y las caricias que anhelaban. Pero algo lo diferenció entre los suyos. «Paulina, su mujer —y mi abuela—, llegó de España alrededor de 1918, y al toque se casó con mi abuelo, Hampartzum. Fue muy transgresor porque los armenios en general se casaban con alguien de la misma comunidad», contó su hija Paulina Karadagián al portal Infobae.

2) Decíamos que Martín Karadagián empezó como rudo. Y así se mantuvo durante sus primeros años en la televisión. Tuvo que cambiar de bando cuando nació su hija y no quiso darle mal ejemplo. Su giro a técnico coincidió con el enfoque didáctico y colorido que impulsó su programa a partir de 1972. Aparecieron Ulises el griego, Don Quijote y Sancho Panza, Pepino el payaso, el coreano Sun y el Mercenario Joe, su parodia de los revolucionarios de barba, boina y habano. Más tarde llegaron Genghis Khan, Kangay el mongol, Long, Short y el Padrino, el Androide, Julio César y Cleopatra, Mr. Moto.

Había espacio para las demostraciones de fuerza de Rubén el «Ancho» Peucelle, el gigante Ararat (portaba el nombre del monte sagrado de los armenios) y José Luis el campeón español. Aprovechó la aparición no escrita del asistente Juan Carlos Agostinacchio, quien se apresuró a socorrer a Peucelle con una barra de hielo al hombro para aliviarle el dolor causado por una lesión. Así ideó al personaje definido como un misterio nacional: el Hombre de la Barra de Hielo. Se asomaba de repente entre el público, llamando la atención de la patojada sentada en graderíos. Había motivos para preocuparse si el árbitro designado era William Boo: se haría el papo ante las trampas de los rudos. Todo narrado por Rodolfo di Sarli.

De repente todos se callaban: se aparecía la Momia con su andar errático, recién levantada de su sarcófago para castigar a los arqueólogos que osaron profanar su reposo eterno. Acaso se preguntaba qué estaba haciendo en un estudio de televisión abierto a miles de kilómetros de distancia del río Nilo. «Protege a los buenos, castiga a los malos… y quiere a los niños muy tiernamente», decía su canción de entrada. Llegó a rivalizar con Martín Karadagián por el título de campeón mundial; se daban tan fuerte que las luchas terminaban en empate. Y no faltaron los patojos que se disfrazaron de momia para saludarla cuando el elenco de Titanes en el Ring se presentó en el estadio entonces conocido como Mateo Flores de la Ciudad de Guatemala el 1, 3 y 4 de febrero de 1974; también hubo fecha en el estadio Mario Camposeco de Quetzaltenango. Acá estuvo el Armenio, acompañado de su secretario Joe Galera. Dos veces rechazó las propuestas matrimoniales de las tres viudas que lo siguieron desde Buenos Aires: les anunció que se casaría con una guatemalteca.

No faltaron las quejas de papás y maestros acerca de niños que se rompían las narices en los recreos, o desbarataban las camas al usarlas como cuadriláteros, cuando imitaban las movidas de su luchador favorito. Tuvieron que promover valores. Para que sus pequeños seguidores llegaran a ser verdaderos titanes, debían «alimentarse bien, hacer deportes y estudiar con entusiasmo, así tendrán contenta a mamá y se lucirán como campeones cuando llegen (sic) a mayores» según aconsejó Martín de su puño y letra en la contraportada del disco con las canciones de Titanes en el Ring puesto a rodar en 1972. Catorce años después, al final del video promocional de la canción «Real American», Hulk Hogan les recomendaba a sus pequeños admiradores: «Entrenen, digan sus oraciones, tomen sus vitaminas, sean sinceros con ustedes mismos, sean leales con su país: sean verdaderos americanos (sic)». Ambos tenían tanta influencia como los padres: debían colaborar con la educación de todos los niños que nunca se perdían los combates transmitidos por la tele.

3) Los argentinos suelen apodarse según la procedencia de sus mayores: el «Inglés» Carlos Babington y Juan «Gallego» Rodríguez (futbolistas), Antonio «Tano» Romano y Robert «Polaco» Zelazek (músicos). Alguien le preguntó a Karadagián por su origen y comenzó a decirle «armenio» aquí y «armenio» allá. Al subirse al encordado no sólo representaba al país donde nació, probó el mate, trató de vos, comió alfajores y rindió tributo a José de San Martín. También reflejó a un pueblo capaz de rebrotar dondequiera lo dispersen, aunque sus enemigos traten de erradicarlo.

Su popularidad ayudó a que muchos nos preguntáramos: ¿qué es Armenia?, ¿dónde queda Armenia?, ¿qué pasa con Armenia? «Fue fundamental para ubicar a la comunidad armenia, ya que habitualmente nos confundían con otra nacionalidad», expresó Carlos Manoukian, presidente del Centro Armenio de la República Argentina cuando el 9 de mayo de 2018 se develó la baldosa que le dedicaron a Karadagián en la plaza Inmigrantes de Armenia. No dudo que aludía a los rusos (Armenia fue república socialista soviética de 1921 a 1991) y también a los turcos.

Lo cierto es que la sola mención del nombre de Martín Karadagián evoca momentos gratos entre la diáspora armenia y tres generaciones de espectadores en buena parte del continente americano. Mi padre tiene 72 años; cuando le comenté que se iban a cumplir los cien años del nacimiento de Karadagián, dijo «qué lujo». Si celebramos el centenario de la venida al mundo de una persona es por algo. Fue un ser humano: algunos lo recuerdan como un buen patrono, otros se quejan de que no les diera un pago justo. Cada quien tiene su versión. Pero sonreímos y alguna lágrima se asoma a nuestros ojos cuando escuchamos los primeros versos de la canción «A brazo partido» que le escribieron en 1982:

Y al fin Martín

Martín Karadagián

el máximo titán en el ring

Por más fuerza que tenga en sus brazos

tiene siempre su mano extendida

para aquel que sincero la pida

Martín por fin…

 

Historias Urbanas: Centenario del armenio Martín Karadagián

Martín Karadagián se especializa en incomodar a sus oponentes y provoca las reacciones del público que toma asiento en el estadio Luna Park. Si no puede vencerlos, acude a las artimañas.

Invitado
01 de mayo, 2022
Centenario del armenio Martín Karadagián. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

1) Era chaparro. Apenas se alzaba a un metro 65 centímetros del suelo (otras fuentes le asignan cinco centímetros más). Pero eso no impidió que el armenio Martín Karadagián sometiera a rivales de cualquier altura y tonelaje encima del cuadrilátero, fijándose en la memoria de miles de espectadores como el líder de Titanes en el Ring.

Martín Karadagián en Guatemala. Foto Mary Ceballos.

Fotografía @Paukaradagian

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Fotografía @Paukaradagian

Primero se midió contra los empresarios que se negaban a darle la oportunidad que les pedía para ascender desde la primera función hasta la lucha estelar. Venía respaldado por el temple adquirido en las calles y los mercados de Buenos Aires, donde nació el 30 de abril de 1922. Ganó resistencia a los golpes desde chico: su padre, el armenio Hampartzum Karadagián (otras fuentes transcriben Karadayijan) tenía la mano pesada a la hora del castigo. El consuelo lo encontraba en su madre, la española Paulina Fernández. Dos nacionalidades, dos temperamentos distintos.

Martín apenas completó el primer año de la escuela. Ganó sus primeros pesos como lustrador y vendedor de dulces. Mostró sus dotes como empresario: varios niños trabajaron para él. También desarrolló la imaginación que años después le ayudó a inventarse personajes como el Indio Comanche, el poseedor de los dedos magnéticos, y a librar singular batalla contra el Hombre Invisible. La lucha grecorromana le reveló la posibilidad del ascenso social a través del deporte. Y se aplicó para conseguirlo.

Al igual que el Santo, su contemporáneo mexicano, se dio a conocer como rudo. La variante argentina de la lucha libre, conocida como catch o cachascán, prescinde de los vuelos entre segunda y tercera cuerda. Tampoco abundan los enmascarados, el llaveo es mínimo, sólo se azotan contra la lona y lo hacen fuerte. Martín se especializa en incomodar a sus oponentes y provoca las reacciones del público que toma asiento en el estadio Luna Park. Si no puede vencerlos, acude a las artimañas. El piquete entre los ojos se volverá su especialidad para desesperación de sus rivales y enojo de los espectadores. Alguna vez se ganó el calificativo de «turco atorrante».

¿Turco? ¿Y no que era armenio, pues? Conviene hacer una pausa. Los primeros armenios que emigraron a la Argentina, previa escala en el puerto de Montevideo, desembarcaron hacia 1909. Salvo la diminuta porción de la Armenia oriental arrebatada por Rusia a Irán en 1828, toda la Armenia occidental pertenecía al imperio alzado por los turcos sobre las ruinas del imperio romano de Oriente. Al igual que los libaneses y los palestinos, llegaron a América con los documentos migratorios extendidos por los consulados de Turquía. No importaba si su domicilio se ubicaba en Beit Jala (Palestina), Biblos (Líbano) o Hadjin, la ciudad situada entre las montañas del Taurus donde nació don Hampartzum. Si el pasaporte decía «Turquía», pues eran turcos y se acabó. Sello estampado, que pase el siguiente.

Tal apelativo sonaba a machucón en el pie para los armenios. La siguiente oleada migratoria estuvo formada por los supervivientes del genocidio ordenado por el movimiento de los Jóvenes Turcos, empezado la noche del 24 de abril de 1915 y continuado hasta 1923. La población armenia de Hadjin resistió todo lo que pudo. Padeció el exterminio, pero el remanente regresó. Tuvo esperanzas de resurgir al instaurarse el protectorado francés en la región de Cilicia, poco después de que terminara la Primera Guerra Mundial; quedaron abandonados a su suerte cuando sus salvadores prefirieron negociar con la república fundada por Mustafá Kemal Atatürk. Volvieron a pelear hasta el último hombre, la última mujer y el último adolescente en pie. Al final cayeron ante fuerzas superiores. Los que lograron escapar consiguieron llegar hasta el Líbano. Sin patria, sin familia, con muchos difuntos a cuestas, sólo les quedaba poner el mar de por medio: Estados Unidos o Argentina. Hadjin, tras ser reconstruida y repoblada, recibió el nombre de Saimbeyli, apellido de su conquistador.

Los biógrafos de Karadagián han de poseer la documentación que declara el año de nacimiento de su padre y la fecha de su llegada a Buenos Aires. Era chiquitío y bravo, características que suelen combinarse. Parte de su rigor se debía a las costumbres de la época: los niños se corregían a leñazos, apenas les daban la aprobación y las caricias que anhelaban. Pero algo lo diferenció entre los suyos. «Paulina, su mujer —y mi abuela—, llegó de España alrededor de 1918, y al toque se casó con mi abuelo, Hampartzum. Fue muy transgresor porque los armenios en general se casaban con alguien de la misma comunidad», contó su hija Paulina Karadagián al portal Infobae.

2) Decíamos que Martín Karadagián empezó como rudo. Y así se mantuvo durante sus primeros años en la televisión. Tuvo que cambiar de bando cuando nació su hija y no quiso darle mal ejemplo. Su giro a técnico coincidió con el enfoque didáctico y colorido que impulsó su programa a partir de 1972. Aparecieron Ulises el griego, Don Quijote y Sancho Panza, Pepino el payaso, el coreano Sun y el Mercenario Joe, su parodia de los revolucionarios de barba, boina y habano. Más tarde llegaron Genghis Khan, Kangay el mongol, Long, Short y el Padrino, el Androide, Julio César y Cleopatra, Mr. Moto.

Había espacio para las demostraciones de fuerza de Rubén el «Ancho» Peucelle, el gigante Ararat (portaba el nombre del monte sagrado de los armenios) y José Luis el campeón español. Aprovechó la aparición no escrita del asistente Juan Carlos Agostinacchio, quien se apresuró a socorrer a Peucelle con una barra de hielo al hombro para aliviarle el dolor causado por una lesión. Así ideó al personaje definido como un misterio nacional: el Hombre de la Barra de Hielo. Se asomaba de repente entre el público, llamando la atención de la patojada sentada en graderíos. Había motivos para preocuparse si el árbitro designado era William Boo: se haría el papo ante las trampas de los rudos. Todo narrado por Rodolfo di Sarli.

De repente todos se callaban: se aparecía la Momia con su andar errático, recién levantada de su sarcófago para castigar a los arqueólogos que osaron profanar su reposo eterno. Acaso se preguntaba qué estaba haciendo en un estudio de televisión abierto a miles de kilómetros de distancia del río Nilo. «Protege a los buenos, castiga a los malos… y quiere a los niños muy tiernamente», decía su canción de entrada. Llegó a rivalizar con Martín Karadagián por el título de campeón mundial; se daban tan fuerte que las luchas terminaban en empate. Y no faltaron los patojos que se disfrazaron de momia para saludarla cuando el elenco de Titanes en el Ring se presentó en el estadio entonces conocido como Mateo Flores de la Ciudad de Guatemala el 1, 3 y 4 de febrero de 1974; también hubo fecha en el estadio Mario Camposeco de Quetzaltenango. Acá estuvo el Armenio, acompañado de su secretario Joe Galera. Dos veces rechazó las propuestas matrimoniales de las tres viudas que lo siguieron desde Buenos Aires: les anunció que se casaría con una guatemalteca.

No faltaron las quejas de papás y maestros acerca de niños que se rompían las narices en los recreos, o desbarataban las camas al usarlas como cuadriláteros, cuando imitaban las movidas de su luchador favorito. Tuvieron que promover valores. Para que sus pequeños seguidores llegaran a ser verdaderos titanes, debían «alimentarse bien, hacer deportes y estudiar con entusiasmo, así tendrán contenta a mamá y se lucirán como campeones cuando llegen (sic) a mayores» según aconsejó Martín de su puño y letra en la contraportada del disco con las canciones de Titanes en el Ring puesto a rodar en 1972. Catorce años después, al final del video promocional de la canción «Real American», Hulk Hogan les recomendaba a sus pequeños admiradores: «Entrenen, digan sus oraciones, tomen sus vitaminas, sean sinceros con ustedes mismos, sean leales con su país: sean verdaderos americanos (sic)». Ambos tenían tanta influencia como los padres: debían colaborar con la educación de todos los niños que nunca se perdían los combates transmitidos por la tele.

3) Los argentinos suelen apodarse según la procedencia de sus mayores: el «Inglés» Carlos Babington y Juan «Gallego» Rodríguez (futbolistas), Antonio «Tano» Romano y Robert «Polaco» Zelazek (músicos). Alguien le preguntó a Karadagián por su origen y comenzó a decirle «armenio» aquí y «armenio» allá. Al subirse al encordado no sólo representaba al país donde nació, probó el mate, trató de vos, comió alfajores y rindió tributo a José de San Martín. También reflejó a un pueblo capaz de rebrotar dondequiera lo dispersen, aunque sus enemigos traten de erradicarlo.

Su popularidad ayudó a que muchos nos preguntáramos: ¿qué es Armenia?, ¿dónde queda Armenia?, ¿qué pasa con Armenia? «Fue fundamental para ubicar a la comunidad armenia, ya que habitualmente nos confundían con otra nacionalidad», expresó Carlos Manoukian, presidente del Centro Armenio de la República Argentina cuando el 9 de mayo de 2018 se develó la baldosa que le dedicaron a Karadagián en la plaza Inmigrantes de Armenia. No dudo que aludía a los rusos (Armenia fue república socialista soviética de 1921 a 1991) y también a los turcos.

Lo cierto es que la sola mención del nombre de Martín Karadagián evoca momentos gratos entre la diáspora armenia y tres generaciones de espectadores en buena parte del continente americano. Mi padre tiene 72 años; cuando le comenté que se iban a cumplir los cien años del nacimiento de Karadagián, dijo «qué lujo». Si celebramos el centenario de la venida al mundo de una persona es por algo. Fue un ser humano: algunos lo recuerdan como un buen patrono, otros se quejan de que no les diera un pago justo. Cada quien tiene su versión. Pero sonreímos y alguna lágrima se asoma a nuestros ojos cuando escuchamos los primeros versos de la canción «A brazo partido» que le escribieron en 1982:

Y al fin Martín

Martín Karadagián

el máximo titán en el ring

Por más fuerza que tenga en sus brazos

tiene siempre su mano extendida

para aquel que sincero la pida

Martín por fin…