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Historias Urbanas: Compañía aparente

Todo de prisa, sin disponer de un par de minutos para intercambiar saludos, comprobar que aún seguimos vivo. El "ahí te escribo" se queda en promesas. Cada quien regresa a lo suyo y a su teléfono.

Invitado
29 de mayo, 2022
Compañía aparente. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Recién me doy cuenta: las redes sociales crean la sensación de que estamos acompañados en todo momento por nuestros contactos. Se supone que están ahí: algunos actualizan sus estados todos los días, otros mandan sus señales de humo cada dos semanas o tres meses. No hace falta llamarles o escribirles para saber cómo están, qué se cuentan y qué andan haciendo. Se muestran en pantalla: con eso es suficiente.

Resultan que pasan meses, o años, hasta que nos volvemos a encontrar de pura casualidad en el centro comercial, en la gasolinera o en la parada del Transmetro. Todo de prisa, sin disponer de un par de minutos para intercambiar saludos, comprobar que aún seguimos vivos y resumir nuestra existencia en una breve plática. El «ahí te escribo» se queda en promesas. Cada quien regresa a lo suyo y a su teléfono.

De ahí que las noticias de enfermedad y muerte peguen fuerte. Alguien que aún compartía su alegría por el nuevo título ganado por el Boca Juniors, o mostraba imágenes de su más reciente almuerzo en el centro comercial de la zona 4, ya no está entre los vivos. Como el tráfico alarga las distancias, no nos animamos a averiguar en qué lugar lo están velando para ir a darle el pésame a sus familiares.

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Según nuestras creencias, les prendemos candela para abrirles camino hacia la luz o musitamos una oración por el descanso de su alma. Y eso es todo. Hasta que el próximo deceso nos recuerde que van quedando menos nombres en nuestra lista personal, sin que nos animemos a llamar a los demás para saber cómo están, qué se cuentan y qué andan haciendo.

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Todo de prisa, sin disponer de un par de minutos para intercambiar saludos, comprobar que aún seguimos vivo. El "ahí te escribo" se queda en promesas. Cada quien regresa a lo suyo y a su teléfono.

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Compañía aparente. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Recién me doy cuenta: las redes sociales crean la sensación de que estamos acompañados en todo momento por nuestros contactos. Se supone que están ahí: algunos actualizan sus estados todos los días, otros mandan sus señales de humo cada dos semanas o tres meses. No hace falta llamarles o escribirles para saber cómo están, qué se cuentan y qué andan haciendo. Se muestran en pantalla: con eso es suficiente.

Resultan que pasan meses, o años, hasta que nos volvemos a encontrar de pura casualidad en el centro comercial, en la gasolinera o en la parada del Transmetro. Todo de prisa, sin disponer de un par de minutos para intercambiar saludos, comprobar que aún seguimos vivos y resumir nuestra existencia en una breve plática. El «ahí te escribo» se queda en promesas. Cada quien regresa a lo suyo y a su teléfono.

De ahí que las noticias de enfermedad y muerte peguen fuerte. Alguien que aún compartía su alegría por el nuevo título ganado por el Boca Juniors, o mostraba imágenes de su más reciente almuerzo en el centro comercial de la zona 4, ya no está entre los vivos. Como el tráfico alarga las distancias, no nos animamos a averiguar en qué lugar lo están velando para ir a darle el pésame a sus familiares.

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