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Historias Urbanas: El agente transmisor

Decidí seguir al señor, a quien designé como el agente transmisor, para ver por dónde andaba y si reincidía con los estornudos sonoros en espacios abiertos al paso de hombres, mujeres, niños, bebés de brazos y ancianos.

.
Invitado
15 de enero, 2023
El agente transmisor. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Era un señor de mediana estatura. Llevaba puesta una camisa amarilla y una chumpa negra. Eso le daba visibilidad entre todos los pasajeros a bordo del transmetro que se desplazaba desde la plaza Barrios hasta la Central de Mayoreo enclavada en territorio de Villa Nueva.

Respiraba con dificultad hasta se agachó y al poco rato soltó un copioso estornudo sin taparse la boca. Seguro agradeció cuando se dejó al libre albedrío el uso de la mascarilla vigente desde marzo de 2020.

El resto del camino se la pasó lidiando con el congestionamiento hasta que liberó un estornudo similar recién bajado del transmetro, mientras los pasajeros se movían hacia los locales comerciales o buscaban la rampa que conduce a los estacionamientos de los buses que salen a la costa sur, desde Ciudad Tecún Umán hasta Chiquimulilla.

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La pronta revisión por Internet me refrescó el dato: las gotas de saliva expulsadas por la nariz y la boca tras estornudar tienen un alcance aproximado de dos metros. La distancia aumenta al hacerse en espacios al aire libre, favoreciendo el contagio de las enfermedades respiratorias.

Decidí seguir al señor, a quien designé como el agente transmisor, para ver por dónde andaba y si reincidía con los estornudos sonoros en espacios abiertos al paso de hombres, mujeres, niños, bebés de brazos y ancianos. No se me podía perder de vista con semejante atuendo. Parecía seguidor del Aurora FC.

Pasó de largo por donde venden teléfonos celulares y no se detuvo en la sucursal de la Cruz Verde para comprar el medicamento que le aliviara los síntomas de lo que tuviera.

Lo vi descender por las escaleras que dan al área de restaurantes y tomar asiento en una de las mesas vacías del centro. A su alrededor estaban las familias comiendo pizza, hamburguesas, pollo frito, sándwiches o dobladas de queso; el novio a la espera de su pareja citada a las cinco de la tarde; las señoras que reposan después de hacer las compras en el supermercado.

El agente transmisor volvió a estornudar y esta vez sí se limpió la nariz con su pañuelo. Lo hizo de prisa, impregnándose la mano derecha, no se preocupó por secarla. Eché de menos una mirada reprobatoria, algún alejamiento, algún cambio del rumbo previsto para esquivarlo. Nada.

Ciertos hábitos salieron de la cámara de hibernación con más energías y más ganas de respirar bajo el sol. Seguro tuvo el presentimiento de que lo observaban: su mirada se encontró con la mía.

 

 

 

 

Historias Urbanas: El agente transmisor

Decidí seguir al señor, a quien designé como el agente transmisor, para ver por dónde andaba y si reincidía con los estornudos sonoros en espacios abiertos al paso de hombres, mujeres, niños, bebés de brazos y ancianos.

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Invitado
15 de enero, 2023
El agente transmisor. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Era un señor de mediana estatura. Llevaba puesta una camisa amarilla y una chumpa negra. Eso le daba visibilidad entre todos los pasajeros a bordo del transmetro que se desplazaba desde la plaza Barrios hasta la Central de Mayoreo enclavada en territorio de Villa Nueva.

Respiraba con dificultad hasta se agachó y al poco rato soltó un copioso estornudo sin taparse la boca. Seguro agradeció cuando se dejó al libre albedrío el uso de la mascarilla vigente desde marzo de 2020.

El resto del camino se la pasó lidiando con el congestionamiento hasta que liberó un estornudo similar recién bajado del transmetro, mientras los pasajeros se movían hacia los locales comerciales o buscaban la rampa que conduce a los estacionamientos de los buses que salen a la costa sur, desde Ciudad Tecún Umán hasta Chiquimulilla.

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La pronta revisión por Internet me refrescó el dato: las gotas de saliva expulsadas por la nariz y la boca tras estornudar tienen un alcance aproximado de dos metros. La distancia aumenta al hacerse en espacios al aire libre, favoreciendo el contagio de las enfermedades respiratorias.

Decidí seguir al señor, a quien designé como el agente transmisor, para ver por dónde andaba y si reincidía con los estornudos sonoros en espacios abiertos al paso de hombres, mujeres, niños, bebés de brazos y ancianos. No se me podía perder de vista con semejante atuendo. Parecía seguidor del Aurora FC.

Pasó de largo por donde venden teléfonos celulares y no se detuvo en la sucursal de la Cruz Verde para comprar el medicamento que le aliviara los síntomas de lo que tuviera.

Lo vi descender por las escaleras que dan al área de restaurantes y tomar asiento en una de las mesas vacías del centro. A su alrededor estaban las familias comiendo pizza, hamburguesas, pollo frito, sándwiches o dobladas de queso; el novio a la espera de su pareja citada a las cinco de la tarde; las señoras que reposan después de hacer las compras en el supermercado.

El agente transmisor volvió a estornudar y esta vez sí se limpió la nariz con su pañuelo. Lo hizo de prisa, impregnándose la mano derecha, no se preocupó por secarla. Eché de menos una mirada reprobatoria, algún alejamiento, algún cambio del rumbo previsto para esquivarlo. Nada.

Ciertos hábitos salieron de la cámara de hibernación con más energías y más ganas de respirar bajo el sol. Seguro tuvo el presentimiento de que lo observaban: su mirada se encontró con la mía.