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Historias Urbanas: El hombre del 33-12.

Relaciono la cifra 33-12 con todo trabajador encargado de sanitizar (sic) las calles, las entradas a los mercados y todas las oficinas de los edificios públicos cuando el coronavirus transmisor del covid-19 se apoderó del planeta entero.

Luis Gonzalez
03 de abril, 2022
El hombre del 33-12. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Si ya vieron Monsters Inc., seguro se recuerdan del alboroto armado cuando algún objeto perteneciente a los humanos (un calcetín de bebé, ropa, juguetes) se colaba dentro del mundo habitado por los monstruos. El recinto se sellaba al grito de «¡33-12! ¡Tenemos un 33-12!», brotaban los agentes del servicio de emergencia enfundados en sus trajes amarillos a prueba de infecciones, el objeto invasor se eliminaba con una explosión controlada y se tiraban encima del que lo trajo adherido a la piel para desinfectarlo a la fuerza.

Desde entonces relaciono la cifra 33-12 con todo trabajador encargado de sanitizar (sic) las calles, las entradas a los mercados y todas las oficinas de los edificios públicos cuando el coronavirus transmisor del covid-19 se apoderó del planeta entero. Parecía escena sacada de los documentales filmados en las afueras de la planta nuclear de Chernobyl, todos con sus aparatos para medir los niveles de radioactividad presentes en el aire.

Ahora se advierten menos personas con mascarillas en las calles, miles de vacunas serán tiradas al botadero de los desperdicios por llegar a la fecha de vencimiento, muchos no recibimos la tercera dosis porque no tuvimos tiempo de buscar el puesto de vacunación más cercano. Pero de repente nos encontramos con el hombre del 33-12, envuelto en su traje a prueba de infecciones, la cara tapada por la careta, las manos envueltas en guantes azules.

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Hace un par de semanas los vi entrar a uno de los elevadores del edificio donde uno de mis amigos mantiene su pequeña agencia de publicidad. Al poco rato debimos salir a la terraza mientras completaban su trabajo. La administración informó que se detectó un brote entre los conserjes, todos ya estaban vacunados, pero mejor se ahorraban los sustos.

Me pregunté si hace falta que las máquinas fumigadoras hagan tanto ruido. Pero al rato me corregí: recuerdan la campana que sonaban los leprosos para advertir a la demás gente de que andaban por la calle y mejor fueran a encerrarse a sus casas para evitar los contagios.

Historias Urbanas: El hombre del 33-12.

Relaciono la cifra 33-12 con todo trabajador encargado de sanitizar (sic) las calles, las entradas a los mercados y todas las oficinas de los edificios públicos cuando el coronavirus transmisor del covid-19 se apoderó del planeta entero.

Luis Gonzalez
03 de abril, 2022
El hombre del 33-12. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Si ya vieron Monsters Inc., seguro se recuerdan del alboroto armado cuando algún objeto perteneciente a los humanos (un calcetín de bebé, ropa, juguetes) se colaba dentro del mundo habitado por los monstruos. El recinto se sellaba al grito de «¡33-12! ¡Tenemos un 33-12!», brotaban los agentes del servicio de emergencia enfundados en sus trajes amarillos a prueba de infecciones, el objeto invasor se eliminaba con una explosión controlada y se tiraban encima del que lo trajo adherido a la piel para desinfectarlo a la fuerza.

Desde entonces relaciono la cifra 33-12 con todo trabajador encargado de sanitizar (sic) las calles, las entradas a los mercados y todas las oficinas de los edificios públicos cuando el coronavirus transmisor del covid-19 se apoderó del planeta entero. Parecía escena sacada de los documentales filmados en las afueras de la planta nuclear de Chernobyl, todos con sus aparatos para medir los niveles de radioactividad presentes en el aire.

Ahora se advierten menos personas con mascarillas en las calles, miles de vacunas serán tiradas al botadero de los desperdicios por llegar a la fecha de vencimiento, muchos no recibimos la tercera dosis porque no tuvimos tiempo de buscar el puesto de vacunación más cercano. Pero de repente nos encontramos con el hombre del 33-12, envuelto en su traje a prueba de infecciones, la cara tapada por la careta, las manos envueltas en guantes azules.

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Hace un par de semanas los vi entrar a uno de los elevadores del edificio donde uno de mis amigos mantiene su pequeña agencia de publicidad. Al poco rato debimos salir a la terraza mientras completaban su trabajo. La administración informó que se detectó un brote entre los conserjes, todos ya estaban vacunados, pero mejor se ahorraban los sustos.

Me pregunté si hace falta que las máquinas fumigadoras hagan tanto ruido. Pero al rato me corregí: recuerdan la campana que sonaban los leprosos para advertir a la demás gente de que andaban por la calle y mejor fueran a encerrarse a sus casas para evitar los contagios.