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Historias Urbanas: Elogio del chocomilk

Me toca aprovechar la época de feria para saborear la mayor cantidad posible de chocomilks, aunque ya se encarecieron al igual que los alimentos de la canasta básica.

Feria de Huehuetenango.
Luis Gonzalez
07 de mayo, 2023
Elogio del chocomilk. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Tengo debilidad por los chocomilks. Apenas comienza la feria en mi colonia, me acerco a los puestos de licuados, churros y plataninas para ver si me encuentro con mi viejo conocido llamado Pancho Pantera. Si lo reconozco, siempre anda bien fortachón con su playera roja y sus pantalones azules, pido que me sirvan mi chocomilk.

En ocasiones lo sacan ya preparado del congelador y lo ponen a batir hasta que saque espuma. En otras llego a tiempo para que preparen la nueva dotación con leche, azúcar, hielo molido y dos o tres cucharadas del polvo con sabor a chocolate que traen de México.

De ahí compruebo que la felicidad tarda lo que dura un chocomilk. Sorbo despacio con la pajilla, demoro cuanto puedo el final y no me importa hacer ruido cuando limpio los últimos restos de espuma. Si el dinero alcanza, pido otra ronda. Mi niño interior se siente compensado por la espera y me divierto al recordar los cuentos que circulaban hace años, cuando estaba en la primaria, acerca de que utilizaban agua de río para prepararlo.

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Por eso me molesto cuando me encuentro con los impostores. Algunos puestos sacrificaron los vasos altos y las copas de vidrio por los recipientes fabricados de plástico. Me acaba de pasar con el primer chocomilk del año.

 

Me encontré con un brebaje tibio, desabrido, sin remisión alguna. Lo llevé a casa, lo metí dentro del refrigerador, le di unos minutos para que se enfriara: no funcionó. Tras cobrarle adversidad, con la experiencia de alimento llega a caerme pesado en el estómago si lo rechazo, mejor derramé el contenido en el lavadero. Esperé dos días para darme la vuelta, encontrar otro puesto y disfrutar de un chocomilk como Pancho Pantera manda.

Ahora que lo pienso, me extraña la pobreza del menú de licuados a la venta en casi todo puesto del país. Sólo me encuentro con los clásicos: banano con leche, fresas con leche, papaya con agua, melón con agua, piña con agua y pare de contar.

Basta con cruzar a la orilla opuesta de los ríos Suchiate y Usumacinta para encontrarse con un repertorio más amplio: zapote, avena, granola, zanahoria, guayaba, mango, rompopo, guanábana, manzana y nuez, además de los compuestos curativos para combatir la gripe, reducir el colesterol y ayudar a la pérdida de peso. Tientan al goloso, causan curiosidad en el recién llegado, y pasan hasta dos semanas para darle una probadita a cada uno.

En fin, me toca aprovechar la época de feria para saborear la mayor cantidad posible de chocomilks, aunque ya se encarecieron al igual que los alimentos de la canasta básica. Se pueden conseguir fuera de temporada, pero no saben igual. Hace falta el ambiente creado por las familias que van de paseo, los gritos de susto causados por las ruedas de Chicago, los cantos de la lotería, el aroma a elotes locos, el rumor de las garnachas puestas a freír en aceite, todo lo que acompaña a las celebraciones patronales, para saborearlos.

Historias Urbanas: Elogio del chocomilk

Me toca aprovechar la época de feria para saborear la mayor cantidad posible de chocomilks, aunque ya se encarecieron al igual que los alimentos de la canasta básica.

Feria de Huehuetenango.
Luis Gonzalez
07 de mayo, 2023
Elogio del chocomilk. Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Tengo debilidad por los chocomilks. Apenas comienza la feria en mi colonia, me acerco a los puestos de licuados, churros y plataninas para ver si me encuentro con mi viejo conocido llamado Pancho Pantera. Si lo reconozco, siempre anda bien fortachón con su playera roja y sus pantalones azules, pido que me sirvan mi chocomilk.

En ocasiones lo sacan ya preparado del congelador y lo ponen a batir hasta que saque espuma. En otras llego a tiempo para que preparen la nueva dotación con leche, azúcar, hielo molido y dos o tres cucharadas del polvo con sabor a chocolate que traen de México.

De ahí compruebo que la felicidad tarda lo que dura un chocomilk. Sorbo despacio con la pajilla, demoro cuanto puedo el final y no me importa hacer ruido cuando limpio los últimos restos de espuma. Si el dinero alcanza, pido otra ronda. Mi niño interior se siente compensado por la espera y me divierto al recordar los cuentos que circulaban hace años, cuando estaba en la primaria, acerca de que utilizaban agua de río para prepararlo.

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Por eso me molesto cuando me encuentro con los impostores. Algunos puestos sacrificaron los vasos altos y las copas de vidrio por los recipientes fabricados de plástico. Me acaba de pasar con el primer chocomilk del año.

 

Me encontré con un brebaje tibio, desabrido, sin remisión alguna. Lo llevé a casa, lo metí dentro del refrigerador, le di unos minutos para que se enfriara: no funcionó. Tras cobrarle adversidad, con la experiencia de alimento llega a caerme pesado en el estómago si lo rechazo, mejor derramé el contenido en el lavadero. Esperé dos días para darme la vuelta, encontrar otro puesto y disfrutar de un chocomilk como Pancho Pantera manda.

Ahora que lo pienso, me extraña la pobreza del menú de licuados a la venta en casi todo puesto del país. Sólo me encuentro con los clásicos: banano con leche, fresas con leche, papaya con agua, melón con agua, piña con agua y pare de contar.

Basta con cruzar a la orilla opuesta de los ríos Suchiate y Usumacinta para encontrarse con un repertorio más amplio: zapote, avena, granola, zanahoria, guayaba, mango, rompopo, guanábana, manzana y nuez, además de los compuestos curativos para combatir la gripe, reducir el colesterol y ayudar a la pérdida de peso. Tientan al goloso, causan curiosidad en el recién llegado, y pasan hasta dos semanas para darle una probadita a cada uno.

En fin, me toca aprovechar la época de feria para saborear la mayor cantidad posible de chocomilks, aunque ya se encarecieron al igual que los alimentos de la canasta básica. Se pueden conseguir fuera de temporada, pero no saben igual. Hace falta el ambiente creado por las familias que van de paseo, los gritos de susto causados por las ruedas de Chicago, los cantos de la lotería, el aroma a elotes locos, el rumor de las garnachas puestas a freír en aceite, todo lo que acompaña a las celebraciones patronales, para saborearlos.