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Historias Urbanas: Función exclusiva

De repente me entró la pena: ¿se detendrá la imagen a media escena de impacto y se me acercará uno de los trabajadores para decirme con toda amabilidad que detuvieron la película porque no les traía cuenta presentarla con un solo boleto pagado?

Invitado
20 de marzo, 2022
Función exclusiva. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Es cierto, el público le pone sabor a las funciones de cine. Sus carcajadas saludan las ocurrencias y los juegos de palabras, sus silencios acompañan la tensión causada por el acecho del serial killer, sus «ohhhs» escapan cuando la trama da un giro inesperado.

En otras ocasiones son molestos cuando contestan el teléfono y prolongan la conversación por minutos en vez de decirle «ahí te llamo después» a su interlocutor. Otras se ponen a tontear con las linternas de sus celulares o golpean los asientos de enfrente con sus piernas.

Y el problema mayor: el amigo que le cuenta toda la trama al otro que se perdió el estreno de la cinta. Me sucedió cuando fui a ver El señor de los anillos: el retorno del Rey a los Cápitol. Una pareja de cotorros —merecen ese calificativo— se sentó a la par mía y adelantó varias escenas clave de la trama sin la menor compasión.

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Así que puedo tallar en piedra mi reciente ida al cine para ver The Batman, la nueva versión del encapotado de Ciudad Gótica debida al director Matt Reeves. Las versiones subtituladas vuelven a estar al alcance de los que dependemos del transporte público para movilizarnos de un lugar a otro: sería proyectada a las tres y media de la tarde, pasé a comprar mi boleto de una vez.

Entro a la sala para ubicar mi lugar, al poco rato empiezan a pasar los avances de futuros estrenos, terminan las recomendaciones para velar por nuestra salud y la de los demás… y no se registró el movimiento de gente que busca su asiento a segundos de que empiece la película. Pensé que habrá algún ingreso de penúltima hora a los cinco o diez minutos. Al rato no me lo creía: yo era el único espectador disponible.

De repente me entró la pena: ¿se detendrá la imagen a media escena de impacto y se me acercará uno de los trabajadores para decirme con toda amabilidad que detuvieron la película porque no les traía cuenta presentarla con un solo boleto pagado?

Recordé la anécdota contada por el periodista uruguayo Fernando Pintos cuando asistió a la proyección de la película Lunas de hiel, dirigida por Roman Polanski. Cito de memoria: sólo habían tres espectadores en la sala, estuvieron a punto de suspender la función, y aceptaron cubrir el monto mínimo requerido en taquilla para que continuara.

Pero no fue necesario hacerme responsable por los espectadores ausentes. La película continuó hasta el final y pude quedarme hasta que dejaron de aparecer los créditos. La ausencia de público permite concentrarse, captar tantos detalles como se pueda (espero repasar The Batman un par de veces más) y evitarse los enojos causados por los patojos molestones y los cotorros parlantes. No sucede todos los días, por eso lo cuento.

 

Historias Urbanas: Función exclusiva

De repente me entró la pena: ¿se detendrá la imagen a media escena de impacto y se me acercará uno de los trabajadores para decirme con toda amabilidad que detuvieron la película porque no les traía cuenta presentarla con un solo boleto pagado?

Invitado
20 de marzo, 2022
Función exclusiva. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Es cierto, el público le pone sabor a las funciones de cine. Sus carcajadas saludan las ocurrencias y los juegos de palabras, sus silencios acompañan la tensión causada por el acecho del serial killer, sus «ohhhs» escapan cuando la trama da un giro inesperado.

En otras ocasiones son molestos cuando contestan el teléfono y prolongan la conversación por minutos en vez de decirle «ahí te llamo después» a su interlocutor. Otras se ponen a tontear con las linternas de sus celulares o golpean los asientos de enfrente con sus piernas.

Y el problema mayor: el amigo que le cuenta toda la trama al otro que se perdió el estreno de la cinta. Me sucedió cuando fui a ver El señor de los anillos: el retorno del Rey a los Cápitol. Una pareja de cotorros —merecen ese calificativo— se sentó a la par mía y adelantó varias escenas clave de la trama sin la menor compasión.

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Así que puedo tallar en piedra mi reciente ida al cine para ver The Batman, la nueva versión del encapotado de Ciudad Gótica debida al director Matt Reeves. Las versiones subtituladas vuelven a estar al alcance de los que dependemos del transporte público para movilizarnos de un lugar a otro: sería proyectada a las tres y media de la tarde, pasé a comprar mi boleto de una vez.

Entro a la sala para ubicar mi lugar, al poco rato empiezan a pasar los avances de futuros estrenos, terminan las recomendaciones para velar por nuestra salud y la de los demás… y no se registró el movimiento de gente que busca su asiento a segundos de que empiece la película. Pensé que habrá algún ingreso de penúltima hora a los cinco o diez minutos. Al rato no me lo creía: yo era el único espectador disponible.

De repente me entró la pena: ¿se detendrá la imagen a media escena de impacto y se me acercará uno de los trabajadores para decirme con toda amabilidad que detuvieron la película porque no les traía cuenta presentarla con un solo boleto pagado?

Recordé la anécdota contada por el periodista uruguayo Fernando Pintos cuando asistió a la proyección de la película Lunas de hiel, dirigida por Roman Polanski. Cito de memoria: sólo habían tres espectadores en la sala, estuvieron a punto de suspender la función, y aceptaron cubrir el monto mínimo requerido en taquilla para que continuara.

Pero no fue necesario hacerme responsable por los espectadores ausentes. La película continuó hasta el final y pude quedarme hasta que dejaron de aparecer los créditos. La ausencia de público permite concentrarse, captar tantos detalles como se pueda (espero repasar The Batman un par de veces más) y evitarse los enojos causados por los patojos molestones y los cotorros parlantes. No sucede todos los días, por eso lo cuento.