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Historias Urbanas: Me hacen ojitos

"A la salida se repite la historia. Apenas me acerco a la orilla cuando empiezan a hacerme ojitos, acompañados de gestos. Extienden los cinco dedos de la mano para indicarme el precio que cobran por sus servicios".

Fotografía usada con fines ilustrativos.
Invitado
23 de abril, 2023
Me hacen ojitos.  Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Ni bien me asomo a una avenida muy transitada, comienzan a hacerme ojitos. Resulta incómodo. Sólo pienso en atravesarme de una orilla a otra. Me espero a que esté despejado y apelo a mis escasas dotes de velocista para situarme en el arriate de en medio.

Después, sigo esperando hasta que el semáforo marque rojo y a cuidarme de los conductores —cada vez más numerosos— que no respetan la señal de alto para llegar a salvo al otro lado. En ese momento también pueden hacerme ojitos, como si necesitara de sus servicios. Quisiera que no me estorbaran.

A la salida se repite la historia. Apenas me acerco a la orilla cuando empiezan a hacerme ojitos, acompañados de gestos. Extienden los cinco dedos de la mano para indicarme el precio que cobran por sus servicios. Hago señas de que no, muchas gracias, y cuento hasta cuatro o cinco solicitudes antes de que el semáforo vuelva a ponerse en rojo y calcule la distancia para sacarle cuerpo al enjambre de motoristas —mis queridos e infaltables motoristas— antes de llegar a salvo a la orilla opuesta.

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Quienes nos hacen ojitos con insistencia a todo peatón son los choferes de taxi —legales o piratas, da lo mismo— que recorren las calzadas y avenidas más transitadas de la capital de Guatemala desde que los buses rojos —«mejor decí esas chatarras rodantes», reclama mi voz interior—fueron enviados a depósito poco después de marzo de 2020. Utilizan los faros delanteros para llamar la atención. Si los recibo de madrugada, termino como los venados encandilados por los focos de los cazadores. De día me dejan con esas manchas que cambian de forma y color a cada parpadeo.

No me dan confianza, peor si los vidrios están polarizados y el chofer tiene pinta de matón recién egresado del preventivo de la zona 18. A veces me paso buen rato bajo el sol con tal de que se asome un taxi desocupado, mejor si manejado por alguien que peine canas o tenga inmediato ascendiente indígena. Ahí sí me animo a levantar el brazo para pedirle que se acerque y nos pongamos de acuerdo con el precio de la carrera. Los demás taxis no paran de hacerme ojitos mientras consigo pasaje.

 

Historias Urbanas: Me hacen ojitos

"A la salida se repite la historia. Apenas me acerco a la orilla cuando empiezan a hacerme ojitos, acompañados de gestos. Extienden los cinco dedos de la mano para indicarme el precio que cobran por sus servicios".

Fotografía usada con fines ilustrativos.
Invitado
23 de abril, 2023
Me hacen ojitos.  Literatura, música, historia y asuntos cotidianos, hallará en el blog dominical de José Vicente Solórzano Aguilar.

Ni bien me asomo a una avenida muy transitada, comienzan a hacerme ojitos. Resulta incómodo. Sólo pienso en atravesarme de una orilla a otra. Me espero a que esté despejado y apelo a mis escasas dotes de velocista para situarme en el arriate de en medio.

Después, sigo esperando hasta que el semáforo marque rojo y a cuidarme de los conductores —cada vez más numerosos— que no respetan la señal de alto para llegar a salvo al otro lado. En ese momento también pueden hacerme ojitos, como si necesitara de sus servicios. Quisiera que no me estorbaran.

A la salida se repite la historia. Apenas me acerco a la orilla cuando empiezan a hacerme ojitos, acompañados de gestos. Extienden los cinco dedos de la mano para indicarme el precio que cobran por sus servicios. Hago señas de que no, muchas gracias, y cuento hasta cuatro o cinco solicitudes antes de que el semáforo vuelva a ponerse en rojo y calcule la distancia para sacarle cuerpo al enjambre de motoristas —mis queridos e infaltables motoristas— antes de llegar a salvo a la orilla opuesta.

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Quienes nos hacen ojitos con insistencia a todo peatón son los choferes de taxi —legales o piratas, da lo mismo— que recorren las calzadas y avenidas más transitadas de la capital de Guatemala desde que los buses rojos —«mejor decí esas chatarras rodantes», reclama mi voz interior—fueron enviados a depósito poco después de marzo de 2020. Utilizan los faros delanteros para llamar la atención. Si los recibo de madrugada, termino como los venados encandilados por los focos de los cazadores. De día me dejan con esas manchas que cambian de forma y color a cada parpadeo.

No me dan confianza, peor si los vidrios están polarizados y el chofer tiene pinta de matón recién egresado del preventivo de la zona 18. A veces me paso buen rato bajo el sol con tal de que se asome un taxi desocupado, mejor si manejado por alguien que peine canas o tenga inmediato ascendiente indígena. Ahí sí me animo a levantar el brazo para pedirle que se acerque y nos pongamos de acuerdo con el precio de la carrera. Los demás taxis no paran de hacerme ojitos mientras consigo pasaje.