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Historias Urbanas: Necesidad de trabajar

Tranquilo: si cooperaba con ellos, no le harían nada. Ya lo tenían controlado desde la semana pasada. Primero lo hicieron vaciar toda su cuenta monetaria.

Invitado
22 de mayo, 2022

 

Necesidad de trabajar. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar

Le llegó el rumor de que pensaban despedirlo. Salió antepenúltimo en la evaluación ordenada por el departamento de recursos humanos. En vano se esforzó por acelerar entregas apenas se enteró que les andaban contando las costillas a todos los empleados. De balde se preocupó porque no le fueran a poner el dedo. La sentencia estaba escrita, sólo le faltaba una firma para que se ejecutara sin contemplaciones.

Pasó varias noches en vela hasta que se decidió a hablar con el director. Apelaría a su condición de padre de familia que debe velar por el sostén de su hogar. Le recordaría lo difícil que resulta conseguir empleo a cierta edad, aunque abunden las buenas calificaciones en el currículum. Renunciaba a toda pretensión salarial, que le dejaran el sueldo base. A cambio se comprometía a rendir el doble, el triple, cuanto le exigieran.

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El director se le quedó mirando fijo, a la manera del Sr. Burns cuando está por pronunciar la palabra «excelente». Tenía razón, la situación estaba muy difícil en la calle. Como padre de familia, le comprendía: la salud, los estudios y la calidad de vida de los hijos son la prioridad de toda persona responsable. Había una oportunidad: se hablaba de implementar el turno de seis de la tarde a seis de la mañana para acelerar las entregas nocturnas de material. Si lo aceptaba, estaría a prueba durante quince días.

Estuvo de acuerdo en todo. Utilizaría su propio cacharrito, pondría la gasolina de su bolsillo, entregaría producto donde le tocara. Las rutas carecían de secuencia: podía empezar en la calzada de la Paz, después le tocaba en la salida a Villa Nueva, de ahí lo mandaban hasta Jocotales. No le importaba, como tampoco le importó el cansancio, medio comer, medio dormir, volver a levantarse para llegar a tiempo a la empresa, recibir la primera encomienda y salir a entregarla.

Hasta esa noche que dos tipos se le acercaron en la gasolinera, lo encañonaron y lo obligaron a darles un colazo. Tranquilo: si cooperaba con ellos, no le harían nada. Ya lo tenían controlado desde la semana pasada. Primero lo hicieron vaciar toda su cuenta monetaria. Conocían mecanismos para que la tarjeta liberara más cantidad de la permitida por el cajero automático. Después hicieron que los llevara a un par de lugares donde debían hacer igual cantidad de encargos. Sin voltear a ver a ningún lado, sólo de frente. De último le pusieron un pañuelo con algo que lo dejó bien noqueado.

Cuando se despertó, estaba rodeado de patojos que iban a la escuela. Le costó recuperar la conciencia y el habla. Supo que lo dejaron cerquita de San José Nacahuil, más arriba de San Pedro Ayampuc. Nunca había estado en ese lugar. Los ladrones no le hicieron nada, pero lo dejaron sin dinero, sin teléfono y sin carro. Al rato llegaron los bomberos, les avisaron que había un difunto tirado a orillas de la carretera. De suerte se compadecieron, lo llevaron a la estación, le dieron un vaso con agua de café y dejaron que le avisara a su esposa. Ninguno de sus compañeros supo en qué terminó todo: ya no se asomó a la empresa.

Historias Urbanas: Necesidad de trabajar

Tranquilo: si cooperaba con ellos, no le harían nada. Ya lo tenían controlado desde la semana pasada. Primero lo hicieron vaciar toda su cuenta monetaria.

Invitado
22 de mayo, 2022

 

Necesidad de trabajar. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar

Le llegó el rumor de que pensaban despedirlo. Salió antepenúltimo en la evaluación ordenada por el departamento de recursos humanos. En vano se esforzó por acelerar entregas apenas se enteró que les andaban contando las costillas a todos los empleados. De balde se preocupó porque no le fueran a poner el dedo. La sentencia estaba escrita, sólo le faltaba una firma para que se ejecutara sin contemplaciones.

Pasó varias noches en vela hasta que se decidió a hablar con el director. Apelaría a su condición de padre de familia que debe velar por el sostén de su hogar. Le recordaría lo difícil que resulta conseguir empleo a cierta edad, aunque abunden las buenas calificaciones en el currículum. Renunciaba a toda pretensión salarial, que le dejaran el sueldo base. A cambio se comprometía a rendir el doble, el triple, cuanto le exigieran.

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El director se le quedó mirando fijo, a la manera del Sr. Burns cuando está por pronunciar la palabra «excelente». Tenía razón, la situación estaba muy difícil en la calle. Como padre de familia, le comprendía: la salud, los estudios y la calidad de vida de los hijos son la prioridad de toda persona responsable. Había una oportunidad: se hablaba de implementar el turno de seis de la tarde a seis de la mañana para acelerar las entregas nocturnas de material. Si lo aceptaba, estaría a prueba durante quince días.

Estuvo de acuerdo en todo. Utilizaría su propio cacharrito, pondría la gasolina de su bolsillo, entregaría producto donde le tocara. Las rutas carecían de secuencia: podía empezar en la calzada de la Paz, después le tocaba en la salida a Villa Nueva, de ahí lo mandaban hasta Jocotales. No le importaba, como tampoco le importó el cansancio, medio comer, medio dormir, volver a levantarse para llegar a tiempo a la empresa, recibir la primera encomienda y salir a entregarla.

Hasta esa noche que dos tipos se le acercaron en la gasolinera, lo encañonaron y lo obligaron a darles un colazo. Tranquilo: si cooperaba con ellos, no le harían nada. Ya lo tenían controlado desde la semana pasada. Primero lo hicieron vaciar toda su cuenta monetaria. Conocían mecanismos para que la tarjeta liberara más cantidad de la permitida por el cajero automático. Después hicieron que los llevara a un par de lugares donde debían hacer igual cantidad de encargos. Sin voltear a ver a ningún lado, sólo de frente. De último le pusieron un pañuelo con algo que lo dejó bien noqueado.

Cuando se despertó, estaba rodeado de patojos que iban a la escuela. Le costó recuperar la conciencia y el habla. Supo que lo dejaron cerquita de San José Nacahuil, más arriba de San Pedro Ayampuc. Nunca había estado en ese lugar. Los ladrones no le hicieron nada, pero lo dejaron sin dinero, sin teléfono y sin carro. Al rato llegaron los bomberos, les avisaron que había un difunto tirado a orillas de la carretera. De suerte se compadecieron, lo llevaron a la estación, le dieron un vaso con agua de café y dejaron que le avisara a su esposa. Ninguno de sus compañeros supo en qué terminó todo: ya no se asomó a la empresa.